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miércoles, 22 de marzo de 2017

GIORGIO AGAMBEN - ***El libro de la Semana por Damián Tavarovsky: “Gusto”, de Giorgio Agamben (27/01/17) - EL GUSTO, EL PODER, LAS INSTITUCIONES, LA HISTORIA, LAS CLASES SOCIALES - GUSTO GANADOR Y GUSTO PERDEDOR - GUSTO DOMINANTE Y GUSTO DOMINADO - GUSTO Y HABLA COTIDIANA - TEMA FILOSÓFICO, TEORIA DE LA ESTETICA - EL ENIGMA DEL GUSTO - HOMO ESTETICUS, HOMO ECONOMICUS -


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27/01/2017 CRÍTICA

El Libro de la Semana por Damián Tavarovsky: “Gusto”, de Giorgio Agamben

En el año 1979, un joven Giorgio Agamben de 37 años, publica en la Enciclopedia Einaudi un breve ensayo llamado “Gusto”, en el que recorre esa tradición de un modo exhaustivo y erudito.

Por Damián Tabarovsky


“Sobre gustos no hay nada escrito”, dice el refrán. Sin embargo, desde los griegos en adelante hay escrito una biblioteca entera sobre el tema. 

Tal vez el refrán remita a que no hay un gusto que valga más que otro, a que todas las opiniones valen igual, como una especie de ilusión de igualdad democrática que olvida que en el gusto también se cuela el poder, las instituciones, la historia, las clases sociales. 

Hay gustos dominantes y otros subalternos. Hay gustos olvidados y otros publicitados diariamente. 

Hay combates por el gusto, con ganadores y perdedores: podríamos decir, con un eco nietzscheano, que el gusto ganador lo primero que hace es borrar las huellas de que precisamente hubo un combate, para volverse así sentido común naturalizado, doxa, habla cotidiana. 

El habla cotidiana de nuestro tiempo está marcada por el imperativo casi totalitario del gusto. Todo está hecho para que nos guste, para seducirnos. El gusto entra por la lengua. Es el habla cheta que usa la palabra divertir en lugar de querer, desear, interesar, o incluso propiamente gustar (“Te ofrezco esta propuesta. ¿Te divierte, entonces?”). 

Gusto es también la palabra fetiche de Facebook (Me gusta). Es por supuesto también la clave de los buenos modales y la elegancia estándar.

Pero el gusto es, ante todo y sobre todo, uno de los grandes temas de la filosofía y la teoría estética. 

Dejando atrás a la sociología impresionista –que impregnó los párrafos anteriores de esta reseña- el gusto como problema ha sido fuente de las reflexiones más agudas de la filosofía clásica y, luego, del pensamiento moderno y contemporáneo. 

En el año 1979, un joven Giorgio Agamben de 37 años, publica en la Enciclopedia Einaudi un breve ensayo llamado “Gusto”, en el que recorre esa tradición de un modo exhaustivo y erudito, es decir, cumpliendo con todos los requisitos para una entrada en una enciclopedia, pero permitiéndose también más de un recodo, de una digresión, de una torsión que bien anticipa varios de los libros fundamentales que escribiría años después. 

Es ese texto que ahora Adriana Hidalgo Editora publica en castellano, traducido por Rodrigo Molina-Zavalía, en la muy bien pensada colección Fundamentales, que presenta textos breves de ensayistas destacados (Marc Augé, Étienne Balibar, etc.) sobre algún tema puntual, titulado siempre con una sola palabra (“Futuro”, “Ciudadanía”, etc.)

En un recorrido que va de Platón a Lévi-Strauss, Agamben no puede dejar de hacer centro en Kant, en un concepto que reaparece una y otra vez: enigma (“Kant identifica desde las primeras páginas de la 'Kritik der Urteilskraft'-1790- el ‘enigma’ del gusto en una interferencia entre saber y placer”). 

El gusto es un enigma porque remite a la pregunta por la división del conocimiento, a la pregunta de si es posible “una reconciliación de la fractura que pretende que la ciencia conoce la verdad pero no goza de ella y que el gusto goza de la belleza sin poder dar razón de ella”. 

A partir de esa escisión, de esa indeterminación, Agamben avanza por el desfiladero de ese enigma, hasta llegar a una conclusión: 

“Lo bello es un excedente de la representación por sobre el conocimiento y es precisamente ese excedente lo que se presenta como placer”. 

Agamben introduce aquí a Lévi-Strauss, y detrás de él a Marcel Mauss, y nosotros intuimos que también está pensando en Bataille y en la noción de “gasto” (depense) y por supuesto en Marx, sobre el que unas páginas después dirá unas palabras notables: 

“Así como la estética tiene por objeto el saber que no sabe, de igual forma la economía política tiene por objeto el placer que no se goza (…) Homo aesteticus y Homo economicus son, en un cierto sentido, las dos mitades, las dos fracciones (el saber que no se sabe y el placer que no se goza) que el gusto había intentado por última vez mantener unidas en la experiencia de un saber que goza y de un placer que sabe”. 

No deja de ser interesante reparar en cierta sincronía con otros pensamientos europeos de esos años –en particular franceses- que también merodean en torno a la pregunta por el gusto, por lo bello, e incluso por lo sublime (asunto curiosamente ausente en el texto de Agamben). 

En Leçons sur L’Analytique du sublime, las clases de Jean-François Lyotard sobre el gusto y lo sublime en Kant, de los años 80, (publicado por la editorial Galilée en 1991, increíblemente aún inédito en castellano) leemos: 

“Hay una suerte de simplicidad, de pobreza en la condición a priori del juicio estético, que lo aproxima a la penuria. Ese minimalismo debería volver inútil, e inclusive nefasto, un ‘método’ de análisis gobernado por las categorías del entendimiento”. 

Para Lyotard, es la imposibilidad de definir al gusto lo que, paradójicamente, lo define, tal como señala Agamben: 

“El concepto de gusto ha sido examinado como la cifra en la que la cultura occidental ha fijado el ideal de un saber que se presenta como el conocimiento más pleno en el instante mismo en el cual se subraya su imposibilidad”.

“Gusto” concluye con la llegada del psicoanálisis, con Freud y luego con Lacan (“el análisis ha venido a anunciar que hay un saber que no sabe…”), que es también el momento de reconocimiento del otro, de otro que -otra vez la palabrita en cuestión- es un enigma. Y por ese hiato, Agamben escribe frases que bien podrían leerse como un programa de su trabajo futuro: 

“No es sorprendente que el hombre moderno cada vez menos llegue a dominar un saber y un placer que, en creciente medida, no le pertenecen. Entre el saber del sujeto y el saber sin sujeto, entre el Yo y el Otro, se abre un abismo, que la técnica y la economía en vano intentan colmar”. 

Aquí ya estamos en el terreno de libros como “Homo Sacer”, o “La comunidad que viene”. “Gusto” también tiene ese atractivo: el de la pequeña pieza breve, como una miniatura de lo que vendrá.

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