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viernes, 13 de septiembre de 2019

FRANCO BERARDI --- LA SUBLEVACIÓN - LIBRO --- LA SUBLEVACIÓN COMO TEORÍA POLÍTICA DEL CUERPO --- LA INSURRECCIÓN ESTÁ EN MARCHA --- FUERA DEL TIEMPO DEL CAPITAL --- EL LARGO PURGATORIO QUE NOS ESPERA --- HORIZONTE FINANCIERO --- EL FUTURO DESPUÉS DEL FINAL DE LA ECONOMÍA --- TIEMPO Y DINERO --- FACEBOOK O LA IMPOSIBILIDAD DE LA AMISTAD ---





La mente no está sino en el cuerpo, es acaso el latido del corazón, flujo de sangre sobre las cosas no tan alejadas de nuestro propio diámetro. 

Si pensamos esto, lo que llamamos consciencia es tanto imaginación como forma, material para encender fogatas o imaginar universos. 

Lo que pensamos sobre el mundo definiría entonces la consistencia de nuestra piel, el número de pasos que nos separan del otro. 

La voz, las palabras que utilizamos para definir la realidad o estirarla. Al final, ¿qué es la poesía sino la posibilidad? 

El ruedo del espíritu al que nos aventamos sin buscar salvación sino entrega.
            
En La sublevación, el escritor italiano Franco Berardi, también conocido como Bifo, indaga en las posibilidades subversivas del lenguaje, en aquel puente demolido hacia la realidad y el cuerpo: la poesía. 

Sin embargo, no es tan sencillo el recorrido. No se trata sólo de decir que al crear mundos el lenguaje poético alberga en su génesis la semilla de aquella sublevación corpórea que ahora imaginamos en las calles y que se enciende cada vez con mayor frecuencia. 

La poesía no es autoridad, voz para enunciar verdades pristísimas, sino juego. Es precisamente en esa inestabilidad, en su juego y nadería, donde se pone en marcha una creatividad que nos devuelve al otro.

Bifo piensa que en esta etapa del capitalismo el dinero no es más que imaginación donde se atan los cuerpos a realidades específicas y a partir del cual se define cómo gastamos el tiempo, produciéndose una separación elemental entre el lenguaje y la esfera afectiva, y entre la esfera del cuerpo y el deseo. 

Así como el trabajo se encuentra desvinculado de su función de utilidad, la comunicación ya no se concibe en su dimensión corporal. 

Nos comunicamos por redes virtuales, vivimos frente al monitor o celular. Aislados, alimentamos nuestra soledad con versiones fabricadas de comunidad. 

El mercado ahora dicta qué es una familia, una pareja, una persona. Las ficciones nos envuelven y dictan el ritmo de nuestras conversaciones. 

La atención que antes se repartía en la calle, con miembros de la comunidad, se dirige a la pareja, asfixiándola con requisitos impuestos, con esa terrible dictadura de la felicidad, que además —y según el mercado— debe venir siempre del otro, de afuera.

Franco Berardi compara las ciudades con circuitos electrónicos o microchips, redes interconectadas que se cruzan sin siquiera tocarse. 

La vida en las metrópolis está marcada por la ausencia del otro. En el transporte público, el auto o el metro; viajamos hacia el trabajo y de regreso a casa con un montón de extraños con quienes compartimos el espacio, o mejor dicho, lo peleamos. 

No existe en ningún momento, ni siquiera los fines de semana donde nos disponemos a disfrutar del tiempo, a vivir a fin de cuentas, donde existan espacios genuinos de convivencia. 

Nuestros abuelos los tenían, entablaban amistad con los vendedores de fruta, los marchantes, los zapateros y remendadores, ahora casi inexistentes, visitaban de vez en cuando a los compadres, se reunían en fiestas, comidas, días de campo, las conversaciones crepitaban junto al calor del comal, al café y la leña recién cortada. 

Sabían que no se puede ser feliz si no se está acompañado.

Lo que nos sucedió en apenas dos generaciones fueron los bancos y sus políticas, las trasnacionales, el narcotráfico. 

Al mismo tiempo, lo que Bifo llama sensibilidad, ese cuerpo erótico, relegado al terreno privado y a las artes, se pierde en el lenguaje con una visión tecnolingüística del mismo. 

La lingüística recorrería entonces el camino contrario a la poesía si suponemos que ésta ha perdido sus vínculos inmediatos con el mundo. 

Ya lo decía Michel Foucault, las palabras son las cosas, los significados se extienden más allá de cada objeto para reconfigurarlo. 

Quién decide esto es el problema. No tenemos un lugar en esta red, un sitio donde el significado sea creado como bien común o como juego. 

El espacio del nosotros metafórico, del cuerpo en el cual habitar y construir ciudades.

Habitantes de ciudades, posmodernos que pisan distintos mundos sin siquiera darse cuenta, para nosotros, los referentes poéticos no existen, no forman parte de la realidad sino de una imaginación circunscrita al imposible, a Hollywood y sus fantasías animadas. 

Solamente el trabajo y el dinero pueden, desde esta perspectiva, modificar las cosas, ofrecer un terreno fértil al cual aferrarnos, mientras que otro tipo de actividades y formas de pensar están destinadas al fracaso, a la inutilidad.

En este sentido, el lenguaje poético, y en general artístico, está alejado de sus referentes inmediatos pues no encuentra espacios para su realización afectiva, es decir, espacios donde deje de ser un espectáculo, una cuestión de entretenimiento para olvidar la realidad y, por el contrario, se incorpore a un cuerpo colectivo que enuncie, dialogue, y a partir del cual se aprenda a escuchar e intervenir la mirada del otro como propia. 

Lo político es la palabra en cuanto a que desconstruye y ofrece una visión distinta del entorno. 

Bifo piensa que la poesía es una manera de reactivar esta empatía.

La filosofía ha hablado bastante de esto. Ha sido siempre el problema del otro, del sujeto frente —y que se enfrenta— al otro. 

En Entre nosotros: Ensayos para pensar en otro, el filósofo lituano Emmanuel Lévinas, en tiempos de posguerra señala la falta de vínculos entre lo que hemos definido como yo y el otro. 

Desde entonces se vislumbraba ya la brecha que generaciones posteriores tendríamos que atravesar, saltar hacia el vacío que dejó el fascismo y el horror, que sigue habitando en las profundidades del mercado. 

Al promover la supremacía del sujeto, del individuo sobre lo colectivo, y minar aun los espacios donde la convivencia es posible, el capitalismo hace que nos enfrentemos diariamente con el otro e incluso con nosotros mismos: las batallas también se dan en el espejo, recordemos las enfermedades que han surgido por ese fantasma. 

Ahí está la pintura y sus múltiples espejos.

Para Levinas, no podemos entender la ética si no aprendemos a observar en el otro nuestros propios gestos, si no percibimos y activamos con ello lo que Bifo considera sensibilidad. 

El ser es existencia, y ese existir solamente se realiza a partir de la presencia del otro en quien nos vemos reflejados, a quien acudimos cuando tenemos algún problema, a quien amamos, pero también a quien consideramos un completo extraño, igual que tú y que yo, con las mismas preguntas e inquietudes, con esperanzas similares hacia un futuro cada vez más incierto. 

Hay que pensar quizás en la propia muerte y atravesarla, sentir que cada cosa que hacemos va con suerte hacia la vida y sus múltiples contradicciones, pero que genera, cuanto menos, un destello en las inmediaciones del tiempo.



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