LA CLAVE PARA EL DIÁLOGO CRÍTICO | POR PAULO
FREIRE
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Aprendizaje La clave para el diálogo crítico | por Paulo
Freire
Publicó: Bloghemia febrero
19, 2021
"La neutralidad no es posible en el arte educativo, y en el
acto educativo. Mi punto de vista –yo diría mi opción- es, el de los excluidos,
el de los condenados de la tierra”.
-Paulo Freire
Texto del pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire,
publicado en el libro Pedagogia dos sonhos possíveis
Por: Paulo Freire
Cuando empecé con los
programas de alfabetización hace ya treinta y cinco años más o menos, yo ya
estaba viviendo con una gran intensidad y vivenciando una de las virtudes
necesarias del educador democrático, que es saber escuchar; es decir, saber
cómo escuchar a un niño o una niña negros con su lenguaje específico, con su
sintaxis específica; saber cómo escuchar al campesino negro analfabeto; saber
cómo escuchar al alumno rico; saber cómo escuchar a los así llamados
representantes de las minorías, que son básicamente oprimidas.
Si no aprendemos a
escuchar esas voces, en verdad no aprenderemos a hablar.
Sólo los que escuchan
hablan. Los que no escuchan terminan por gritar, vociferando el lenguaje para
imponer sus ideas.
El alumno que sabe
escuchar implica cierto tratamiento del silencio y de los momentos
intermediarios del silencio.
Los que hablan de modo
democrático necesitan silenciarse para permitir que emerja la voz de aquellos
que deben ser oídos.
Yo viví la experiencia
del discurso de los que escuchan y percibí que el trabajo educativo a seguir
requería tanto creatividad cuanto humildad.
Es un tipo de trabajo
que implica asumir riesgos que aquellos y aquellas que fueron silenciados no
pueden asumir.
En otras palabras,
nada de esto tendría sentido pedagógico si el educador o la educadora no
entienden el poder que tiene su propio discurso para silenciar a otros.
Por este motivo,
comprender el poder de silenciar implica desarrollar la capacidad de escuchar
las voces silenciadas para comenzar a buscar modos —tácticos, técnicos,
metodológicos— que faciliten el proceso de lectura del mundo silencioso, que
está en íntima relación con el mundo vivido por los alumnos y las alumnas.
Todo eso significa que
el educador y la educadora deben estar inmersos en la experiencia histórica y
concreta de los alumnos y alumnas, pero nunca de una forma paternalista que los
lleve a hablar por ellos sino escuchándolos de verdad.
El desafío radica en
no incursionar jamás de manera paternalista en el mundo del oprimido para salvarlo
de sí mismo.
El desafío radica en
no idealizar jamás el mundo del oprimido(a) de modo tal de mantenerlo atado a
las condiciones idealizadas para que el educador(a) a su vez mantenga su
posición de ser necesario al oprimido, de «servir al oprimido», o
encarándolo(a) como un héroe romántico.
Por ejemplo, hace
cuarenta años parte de mi generación —mis pares— en Brasil manifestaba un gran
amor por los oprimidos de aquella época, amor teñido por la idealización del
oprimido.
Llevados por ese amor,
abandonaron sus sillones académicos y se fueron a vivir a las favelas.
Y al fin de cuentas
perdimos académicos potencialmente muy buenos y ganamos «favelados» no tan
buenos. Porque eran turistas.
Ellos sabían —y sus
vecinos pobres también lo sabían— que podían salir de allí en cualquier
momento.
Pero asumieron el rol
de hablarles a los pobres sin escuchar a los pobres. Este es el problema que
analicé en Pedagogía del oprimido cuando critiqué a los miembros de la clase
media que se embarcaron en la lucha revolucionaria sin haber aprendido antes a
escuchar a aquellos en cuyo nombre debe emprenderse la lucha revolucionaria.
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