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lunes, 29 de febrero de 2016

IGUALDAD - DEL PRINCIPIO DE LA IGUALDAD - Por: NORMAN PALMA (UNIVERSIDAD DE PARIS - 23/04/2011) - PENSAMIENTO ALTERNATIVO - PENSAMIENTO DOMINANTE - DERECHO NATURAL - PRINCICPIO DE IGUALDAD COMO PRODUCTO DEL DERECHO - LOS PRINCIPIOS CONDICIONAN EL DERECHO - IGUALDAD EN DIGNIDAD (ISOTIMIA) - IGUALDAD EN POTENCIA - MÌNIMO ÈTICO - LA ALTERIDAD COMO UN SER DIGNO - DIMENSIÒN GENÈRICA - PROYECTO POLITICO - LA IGUALDAD JURIDICA (ISONOMIA) - LA IGUALDAD POLITICA (ISOCRACIA) - JUSTICIA DEMOCRÀTICA - ESTADO DE JUSTICIA -


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PROYECTO: DICCIONARIO DEL PENSAMIENTO ALTERNATIVO II

Del principio de la igualdad

por Norman Palma (Univ. París)


El pensamiento dominante nos dice que el principio de la igualdad, aparece con la Declaración francesa de la Derechos del Hombre y del Ciudadano, del 1789. 

Ahora bien, cuando interrogamos esas declaraciones – puesto que son dos -, nos damos cuenta que la definición más coherente de ese principio, nos es dada por el artículo 3 de la segunda Declaración. Donde se nos dice que los seres humanos somos iguales por naturaleza y delante de la ley. 

A la base del principio de igualdad, se encuentra, por lo tanto, la célebre teoría del derecho natural. Concepto que es en sí mismo contradictorio, puesto que el derecho no es un producto de la naturaleza, ni la naturaleza lo es del derecho.

La idea del principio de la igualdad, como producto del derecho, es una tesis problemática, puesto que el derecho no produce principios. 

Se trata, más bien, de lo contrario. Son los principios quienes condicionan el derecho. Por esto mismo Ulpiano nos dice que: “Jus a justitia appellatur”. Por lo tanto, que el derecho debe reclamarse de la idea de la justicia.

Aparece, por consiguiente, la necesidad de encontrar un fundamento teórico que pueda explicarnos el principio de la igualdad. 

Puesto que los seres humanos son diferentes por naturaleza. El pensamiento político griego, nos muestra un camino muy fecundo. 

Históricamente el concepto de base es la noción de isotimia(igualdad en dignidad). Ese concepto aparece en la época de la Reforma de Clistenes, en 507 antes de la era cristiana.

Conviene recordar que según Platón, el alma humana se divide en tres partes: el logos, el timos y el eros

El logos fue el objeto de la reflexión desde Aristóteles. Más recientemente es el eros, que con Freud va tomar una dimensión considerable. 

Actualmente asistimos a una emergencia de la dimensión mitótica, principalmente con el filósofo alemán Peter Sloterdijk. Su texto Zorn und Zeit, (Tiempo y Cólera)2006, es particularmente ejemplar.

Sloterdijk nos explica la breve historicidad de este concepto de la forma siguiente: 

“Francis Fukuyama en une reinterpretación extraordinaria de la dimensión mitótica, antropológica, del pensador franco-ruso Alexandre Kojève, puso el acento sobre la dimensión mitótica de la sicología humana. 

El timos, lo opuesto al eros, es la fuerza que nos empuja a dar valor a lo que tenemos. 

Es el sentido del tener, el sentido de la dignidad, es el sentido del orgullo y, al mismo tiempo, el sentido de indignación y de cólera que se manifiesta necesariamente en el momento en que esta dimensión, en la economía libidinal del hombre, no está satisfecha.” (Actes des Rencontres Economiques d'Aix-en-Provence, Le Cercle des Economistes, Paris, 2007, p. 259).

Por nuestro lado – en nuestra obra Introduction à la Théorie et à la Philosphie du Droit, Université de Paris VIII, 1997 -, indicamos la trascendencia del concepto de la isotimia (igualdad en dignidad), que aparece en los albores del pensamiento político griego. 

Subrayamos además que la isotimia es la igualdad en potencia y constituye, como tal, un mínimo ético. Puesto que se trata, según este principio, de considerar la alteridad como un ser digno de respeto y no como un animal o una cosa.

Además, desde entonces hemos tratado de explicar que esta igualdad tiene su fundamento en el principio ontológico aristotélico, según el cual la singularidad (la individualidad) es lo que es uno numéricamente, en tanto que la universalidad es lo que se manifiesta en primera instancia en toda singularidad. (La Metafísica, B, 4,30). 

Esto quiere decir, por consiguiente, que todo ser humano - ya sea masculino o femenino, blanco o negro y además diferencias -, es antes de todo un ser humano. 

Podemos, según este principio ontológico, decir la misma cosa de un perro o de cualquier otro animal. En efecto, la dimensión genérica es primera y fundamental. Por esto los latinos decían: homo homine homo. Es decir: el hombre es un hombre para el hombre.

Ahora bien, el proyecto político, según la substancia de ese pensamiento, es ese proceso de la razón práctica que lleva a la realización plena y entera del ser social. De tal manera que gracias à ese proceso, la isotimia, la igualdad en potencia desemboca en la igualdad en acto: la isonomia – la igualdad jurídica – y la isocracia: la igualdad ante del poder. 

En otros términos, gracias al proceso político - que comienza efectivamente con el Estado de derecho – la isotimia lleva a la justicia democrática que reside en la igualdad numérica, como lo indica Aristóteles en su Politica, VI, 2, 40.

Según la lógica de ese discurso la democracia es una isocracia. Es decir, un orden en el cual los ciudadanos – los sujetos del poder - están sobre un pie de igualdad. 

Por consiguiente, la democracia no puede reducirse à la práctica de la ley de la mayoría, como lo pretende un cierto pensamiento que se dice posmoderno. 

Además, la democracia no es, según la lógica de la teoría política primera y fundamental, la finalidad de ese proceso. En efecto, la finalidad de ese proceso es más bien el Estado de justicia. Esto es, el orden democrático que realiza además la justicia contributiva y la justicia distributiva.

Resulta, por consiguiente, que la revolución de la dignidad (Karama, en árabe), de la cual se habla actualmente en los países del África del Norte y del Medio Oriente, no es más que la ruptura con el pasado de la indignidad, para crear las condiciones de un movimiento que tiene que llevar a la formación de una comunidad de iguales, de una comunidad nivelada de ciudadanos.
Norman Palma Paris,
el 23 de abril del 2011

LA LITERATURA ESPAÑOLA EXPLICADA A LOS ASNOS: LA ESPAÑA INVERTEBRADA DE ORTEGA Y GASSET - Por. JOSÉ ANGEL MAÑAS - (27/02/2016) - ¿ QUÈ ES UN ENSAYO? - LA DECADENCIA NACIONAL ESPAÑOLA - PERCEPTIVA HISTÒRICA ADECUADA - LA NACIÒN COMO PROYECTO COMÙN EN QUE SE EMBARCA UNA COMUNIDAD - CARÀCTER ADJETIVO DE LA FUERZA - LA POTENCIA SUSTANCIAL ES UN PROYECTO SUGESTIVO DE VIDA EN COMÙN - SEPARATISMOS -

PliegoSuelto

La literatura española explicada a los asnos: La España invertebrada de Ortega y Gasset


José Ortega y Gasset (1883-1955)

Por la vastedad de campos que abarcaba, por la altura de sus miras y por perdurabilidad de su obra, puede decirse que Ortega (1883-1955) es el pensador español más importante del siglo XX.

De sus muchos textos, me gusta España invertebrada (1921) porque, con todos sus defectos, hace exactamente lo que debe hacer un ensayo: plantear una problemática de interés general, exponerla de manera clara, iluminarla con una mirada novedosa, esclarecerla con ideas sugerentes y desarrollar el conjunto con agilidad, dejando el análisis exhaustivo a los especialistas.

Un ensayo tiene que dar orientaciones y apuntar caminos, nunca desarrollar el detalle.

Y Ortega todo esto, en España invertebrada, lo cumple al pie de la letra.



España invertebrada, 1921

El tema, desde luego, no era nuevo.

La decadencia nacional había sido tratada en infinidad de ocasiones desde el Siglo de Oro

Basta recordar España defendida y los tiempos de ahora de Quevedo, los ensayos dieciochescos de Jovellanos, las cartas de Cadalso, el regeneracionismo de Joaquín Costa y ese prenoventayochista que es Ángel Ganivet y su Idearium españolUn lista de predecesores ilustres capaces de impresionar a cualquiera.

Pero Ortega actúa con respecto a ellos como un alpinista que se apoya en la experiencia de anteriores expediciones para coronar una montaña. O como el científico que se aprovecha de las ideas de sus coetáneos y de los predecesores para, subido sobre sus hombros, formular la teoría definitiva.

Su texto tiene algo de coronación de una empresa centenaria.
Ortega, con esa brillantez y esa amplitud de miras que lo caracteriza, es capaz de clavar el problema, situándolo en la perceptiva histórica adecuada. Muchas veces el mejor ensayo no es el más novedoso, sino el que plantea el problema de forma más sencilla y clara.

De entrada, tiene la sensación de plantear la nación como un proyecto común en el que se embarca una colectividad.
"En toda auténtica incorporación, la fuerza tiene un carácter adjetivo. La potencia verdaderamente substancial que impulsa y nutre el proceso es siempre un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común. Repudiemos toda interpretación estática de la convivencia nacional y sepamos entenderla  dinámicamente. No viven juntas las gentes sin más ni más y porque sí; esa cohesión a priori solo existe en la familia. Los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo. (España invertebrada, Primera Parte)
Una nación debe ser por ello un plebiscito cotidiano, que diría Renan.



¿Qué es una Nación? (1882)

Además de superar las limitaciones evidentes de una definición racial o geográfica, la concepción de Ortega explicaría, pongamos por caso, el apasionado patriotismo que suscita ahora mismo entre sus ciudadanos un país como Israel.

El ejemplo es, desde luego, un anacronismo mío. Ortega prefiere remitirse a una Roma que presenta como un proyecto de organización universal, una gran empresa vital donde cualquiera podía colaborar: 

“Una tradición jurídica superior, una admirable administración, un tesoro de ideas recibidas de Grecia que prestaban un brillo superior a la vida, un repertorio de nueva fiestas y mejores placeres”. 

En el momento que dejó de serlo, el Imperio se desarticuló.

¿Cuál fue, entonces, el proyecto común de los españoles?
Ortega lo tiene claro: América fue lo único verdadera, sustantivamente, grande que ha acometido España. Y por eso, nos dice, una vez muerto el proyecto, a finales del siglo XIX, empieza a desmembrarse el país y se avivan los separatismos que habían unido fuerza para colonizar el Nuevo Mundo.

Ya lo intuyó Fernando el Católico:
La nación es bastante apta para las armas, pero desordenada, de suerte que solo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en orden.

Y lo explicó Maquiavelo:
…uno de los modos como los Estados nuevos se sostienen y los ánimos vacilantes se afirman o se mantienen suspensos e irresolutos, teniendo siempre a las gentes con el ánimo arrebatado por la consideración del fin que alcanzarán las resoluciones y las empresas.

La conquista fue la zanahoria que logró que los burros siguieran tirando, por un tiempo, del carro nacional. Pero enterrado el proyecto, las mismas fuerza belicosas y desordenadas se activan en un impulso centrifugador, y resucitan los regionalismos y los restantes particularismos peninsulares.



Maquiavelo, 1513


Para no ceñirse exclusivamente al nacionalismo como problema, Ortega, que busca la mayor abstracción posible (es seña de identidad filosófica buscar lo general en lo concreto, extraer una enseñanza y universalizar), decide que los separatismos no son más que un tipo peculiar de ese particularismo que según él afecta a toda la sociedad española, empezando por los militares, pasando por la Iglesia, y terminando con la burguesía “chabacana” y la clase obrera popular.

Una vez fijada la intuición y localizado el principal mal de la sociedad, el autor se dedica a rastrear sus raíces en la historia (la culpa acaba cayéndoles a los visigodos) y propone la única solución posible. 

Para que España deje de ser un “pueblo pueblo”, las masas han de reconocer su papel sumiso con respecto a los hombres ejemplares.

No entraré aquí en criticar las ideas orteguianas, ni su desarrollo. Reconozco que no me acaba de gustar el salto del territorialismo al particularismo genérico, y tampoco creo que la reflexión sobre las masas pueda vincularse realmente al problema del particularismo.

Pero eso es lo de menos.
Un ensayo no tiene por qué ser perfecto ni profundizar en un tema, sino acertar en el planteamiento y, sobre todo, resultar sugerente.
En España invertebrada, Ortega acierta en ambas cosas.



Ortega y Gasset

Primero, con el diagnóstico. En mi opinión poca gente ha comprendido mejor los problemas que ha tenido –y que sigue teniendo–, históricamente, España. 

Y, luego, su tremenda capacidad de sugestión convierte a su texto en una mina de ideas, aún hoy, pasado casi un siglo, para cualquiera interesado en el asunto.

Ortega escribió en los años veinte, cuando se pensaba que la tendencia se podía invertir. Era antes de la Guerra Civil. Imperaba el regeneracionismo y había, aunque solo fuera entre los intelectuales, voluntad de problematizar España.

Hoy se va expandiendo la idea de que el franquismo ha sido el canto del cisne de una nación, y apenas hay voluntad de frenar la desespañolización de la Península.

Con todo, si el principal problema, según Ortega, se debe a la falta de proyecto común, el concepto tiene el mérito de dejar abierta la posibilidad de encontrarlo algún día y que se puedan reactivar las ascuas.

José Ángel Mañas
(Madrid, 1971) Es licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid. En 1994 quedó finalista del premio Nadal con su primera obra, Historias del Kronen. La novela tuvo una gran repercusión y abrió las puertas a una nueva generación de escritores. Tras su publicación el escritor vivió durante varios años entre Madrid y Toulouse. Actualmente reside en Madrid.

jueves, 25 de febrero de 2016

UMBERTO ECO -COMO PREPARARSE SERENAMENTE ANTE LA MUERTE - BREVES INSTRUCCIONES A UN EVENTUAL DISCIPULO - L`ESPRESSO DE ITALIA 1997 - VANIDAD DE VANIDADES, TODO ES VANIDAD - AFRONTAR LA MUERTE UNO DE LOS GRANDES PROBLEMAS DEL SER HUMANO - CREYENTES Y NO CREYENTES - SER-PARA-LA-MUERTE- - LA ÙNICA MANERA DE PREPARARSE PARA LA MUERTE ES CONVENCERSE DE QUE TODOS LOS DEMÀS SON HUEVONES - ESTUDIAR POCO A POCO EL PENSAMIENTO UNIVERSAL -


Columna de Umberto Eco: "Cómo prepararse serenamente ante la muerte. Breves instrucciones a un eventual discípulo"


PUBLICADO: 2016-02-20
 
Nota 1: La columna fue publicada en L'espresso de Italia en 1997 y fue reproducida casi en su totalidad en el capítulo final de su libro de ensayos A pasos de cangrejo. Los dos párrafos iniciales son traducción propia. A su vez he realizado levísimas modificaciones a la traducción del español María Pons Irazazábal para el público hispano, de entre los cuales sobresale el siguiente: donde se leía gilipollas ahora se lee huevón,a,es (o si lo prefieren cojudo(a),s; coglione). Las expresiones en negritas son propios.

Nota 2: 
El filósofo italiano se refirió a la historia que narrará a continuación como un "texto aparentemente en tono bromista pero que (...) consider[aba] muy serio". Su propósito era convencernos de una cierta y sabia frase del Eclesiastés: Vanitas vanitatum et omnia vanitas [Vanidad de vanidades, todo es vanidad.]


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                   CÓMO PREPARARSE SERENAMENTE ANTE LA MUERTE. 
                     BREVES INSTRUCCIONES A UN EVENTUAL DISCÍPULO.
No estoy seguro en si diré alguna cosa original, pero uno de los más grandes problemas del ser humano es cómo afrontar la muerte. Parece que el problema es complicado para los no creyentes (¿Cómo afrontar la Nada que nos aguarda?) pero la estadística dice que el tema también preocupa a muchísimos creyentes, quienes creen firmemente que hay una vida después de la muerte y, sin embargo, piensan que la vida antes de la muerte es en sí misma tan placentera sentirla como desagradable dejarla; por lo que anhelan, sí, llegar al coro de los ángeles, pero lo más tarde posible. 
Me parece evidente que estoy planteando el problema de qué cosa significa ser-para-la-muerte, aunque deba reconocer que todos los hombres son mortales. Se ve fácil porque le concierne a Sócrates, pero se vuelve difícil cuando nos concierne a nosotros, y aún más difícil será cuando nos demos cuenta de que en un instante todavía somos y un instante después no seremos más.
Recientemente un discípulo pensativo (como Critón) me preguntó: «Maestro, ¿cómo puede uno aproximarse bien a la muerte?». Yo le respondí que la única manera de prepararse para la muerte es convencerse de que todos los demás son huevones.
Ante el estupor de Critón le aclaré: «Mira —le dije—, ¿cómo puedes aproximarte a la muerte, aunque seas creyente, si piensas que, mientras tú mueres, jóvenes sumamente deseables de ambos sexos bailan en la discoteca divirtiéndose de lo lindo, ilustres científicos penetran los últimos misterios del cosmos, políticos incorruptibles están creando una sociedad mejor, diarios y televisoras se dedican a dar solamente noticias importantes, empresarios responsables se preocupan de que sus productos no degraden el medio ambiente y se dedican a restaurar una naturaleza de riachuelos potables, pendientes boscosas, cielos límpidos y serenos protegidos por el oportuno ozono, nubes suaves que destilan lluvias dulcísimas? El pensamiento de que, mientras suceden todas estas cosas maravillosas, tú te vas, resultaría insoportable.
«Ahora intenta pensar que, en el momento en que adviertes que estás abandonando este valle, tienes la certeza imperecedera de que el mundo (seis mil millones de seres humanos) está lleno de huevones, que son huevones los que están bailando en la discoteca, huevones los científicos que creen haber resuelto los misterios del cosmos, huevones los políticos que proponen la panacea para todos nuestros males, huevones los que llenan páginas y páginas de insulsos cotilleos sin importancia, huevones los productores suicidas que destruyen el planeta. ¿No te sentirías en ese momento feliz, aliviado, satisfecho de abandonar este valle de huevones?».
Critón me preguntó entonces: «Maestro, ¿cuándo tengo que empezar a pensar así?».Yo le respondí que no hay que hacerlo demasiado pronto, porque el que a los veinte o incluso treinta años piensa que todos son huevones es un huevón y nunca alcanzará la sabiduría. Hay que empezar pensando que todos los demás son mejores que nosotros, y luego ir evolucionando poco a poco, tener las primeras débiles dudas hacia los cuarenta, comenzar la revisión entre los cincuenta y los sesenta, y llegar a la certeza mientras se avanza hacia los cien, pero preparados para estar a mano cuando llegue el telegrama de notificación.
Convencerse de que todos los demás que nos rodean (seis mil millones)son huevones es fruto de un arte sutil y sagaz, no es una aptitud natural del primer Cebes con un pendiente en la oreja (o en la nariz). Exige estudio y esfuerzo. No hay que acelerar las etapas. Hay que llegar suavemente, justo a tiempo para morir serenamente. El día antes conviene pensar que hay una persona, a la que amamos y admiramos, que precisamente no es huevona. La sabiduría consiste en reconocer en el momento preciso (no antes) que esa persona también era huevona. Solo entonces se puede morir.
De modo que el gran arte consiste en estudiar poco a poco el pensamiento universal; escrutar las costumbres; controlar día a día los medios de comunicación de masas, las afirmaciones de los artistas seguros de sí mismos, los apotegmas de los políticos descontrolados, los sofismas de los críticos apocalípticos, los aforismos de los héroes carismáticos, estudiando las teorías, las propuestas, las apelaciones, las imágenes, las apariciones. Solo entonces, por fin, alcanzarás la perturbadora revelación de que todos son huevones. En aquel momento estarás preparado para el encuentro con la muerte.
Tendrás que resistir hasta el final a esta revelación insostenible, te obstinarás en pensar que alguien dice cosas sensatas, que ese libro es mejor que otros, que aquel líder desea realmente el bien común. Es natural, es humano, es propio de nuestra especie rechazar la convicción de que los demás son todos sin distinción huevones; si no ¿por qué valdría la pena vivir? Pero cuando por fin lo sepas, habrás comprendido por qué vale la pena (y hasta es espléndido) morir.
Critón me dijo entonces: «Maestro, no quisiera tomar decisiones precipitadas, pero albergo la sospecha de que sois un huevón». «Ves —le dije—, ya estás en el buen camino.»

JESÙS, MAHOMA Y MARX, TRINIDAD FILOSOFICA - ROGER GARAUDY - EL TERROR OCCIDENTAL - VISIÒN SOBRE ATENTADOS 11 SETIEMBRE 2001 - EDUCACIÒN ATEA - CONCEPCIÒN ANTROPOMORFICA DE DIOS - RELIGIÒN TRIBAL - PRISIÒN CIENTISTA - CON JESÙS EN EL CORAZÒN DEVINE MARXISTA - LA RIQUEZA Y PODERIO DE ALGUNOS ESTÀ BASADA EN LA MISERIA Y DEPENDENCIA DE MUCHOS - FRACTURA ENTRE LOS QUE TIENEN Y LOS QUE NO TIENEN - ISLAM IDEOLOGIA DOMINANTE DE LOS DOMINADOS - TEOLOGIA DE LA LIBERACIÒN - MODELO DE CRECIMIENTO OCCIDENTAL AGRAVA SUBDESARROLLO `PAISES POBRES - LA FE COMO DIMENSIÒN CONSTITUTIVA DEL HOMBRE -






Jesús, Mahoma y Marx, trinidad filosófica
Este texto es parte del prólogo de El terror occidental, nuevo libro del filósofo francés Roger Garaudy, aún no editado en español. 

La traducción es del profesor Francisco J. Peña Torres. Las ediciones en árabe y francés -de la editorial Dar El Dumma de Argel- aparecieron hace poco. Una versión en inglés se lanzará en Toronto, Canadá. 

El libro, de unas 500 páginas, tiene nueve capítulos y un prefacio en que Garaudy entrega su visión sobre los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington. 

Sostiene que han servido a Bush y al lobby militar, industrial y petrolero norteamericano para iniciar una “cruzada contra el terrorismo” destinada a superar las dificultades que afronta la economía de Estados Unidos.
"Mi vida está hecha de rupturas. No lamento ninguna de ellas. Porque ninguna fue la negación de la precedente, sino la superación de un límite.

Mi familia me educó con un ateísmo que me liberó de las concepciones antropomórficas de Dios y me preservó de toda religión tribal, aquellas que pretenden tener el monopolio de lo absoluto y nos imponen mitos, ritos y dogmas, como si tuvieran un valor universal, como si fuesen propiedad de un pueblo elegido. Su frontera era la razón hermética, es decir, inconsciente de sus postulados y de sus límites.

Cuando tomé conciencia que estos límites eran la cultura y la filosofía que me habían enseñado en la escuela, tuve la necesidad de escapar de esa prisión cientista. 

Gracias a Kierkegaard, a quien descubrí gracias a algunas amistades protestantes, me di cuenta que existían más allá de nuestra pequeña lógica y moral, sacrificios parecidos a los de Abraham, aparentemente dementes, puesto que rompían con todas las normas de la tribu. 

Pude entonces franquear otra brecha, tal vez la más grande abierta en la historia de los hombres y de los dioses: Jesús. 

Con El, la ruptura, la superación y la trascendencia no estaban contaminadas por nuestra mezquina visión espacial de la exterioridad... 

Con Jesús en el corazón devine marxista, considerando que Marx había elaborado para un siglo determinado, leyes de desarrollo que permitirían al hombre alcanzar no un “fin de la historia”, sino salir de la prehistoria, en la cual la riqueza y el poderío de algunos están basados en la 
miseria y la dependencia de muchos.

Nunca he lamentado haber tomado esa opción, porque continúo pensando que sin el método de análisis empleado por Marx en su época, no es posible comprender hoy en día la división del mundo entre el colonialismo unificado existente desde la última guerra -coalición formada por los antiguos y nuevos colonialistas- y la creciente fractura entre los que tienen y los que no tienen. 

Una vez más escogí mi campo contra la ideología dominante de los dominantes. 

Escogí el Islam, la ideología dominante de los dominados, no para compartir las nostalgias del pasado o la imitación de Occidente, sino como una manera de tomar partido y seguir el ejemplo de la Teología de la Liberación. 

Esta nació en América Latina, en Africa, en Asia, allí donde los seres humanos mueren de miseria al ritmo de un Hiroshima cada dos días, debido al “modelo de crecimiento” occidental que sigue agravando su “subdesarrollo”, corolario de la dependencia...

Lo que necesitamos es algo completamente nuevo, no una renovación de tal o cual religión, sino la toma de conciencia de la fe como dimensión constitutiva del hombre en su unidad, para salir de esta sórdida prehistoria depredadora en que nos ha sumido el desarrollo de la técnica -viga maestra de la “religión de los medios”- que nos ha hecho perder hasta el deseo de reflexionar en la finalidad y sentido de nuestra vida y de nuestra historia común.

Es en la cabeza y en el corazón de los hombres donde no sólo comienzan las revoluciones, sino que las verdaderas mutaciones de la historia. 

Desgraciadamente, muchos revolucionarios tienen prisa por cambiar todo, salvo cambiar ellos mismos."

miércoles, 24 de febrero de 2016

UMBERTO ECO - ENTREVISTA (2001)



Entrevista a Umberto Eco
FuenteLa Repubblica y Clarín, 2001.
Traducción: Cristina Sardoy.
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Y aquí estamos, más de veinte años después, hablando de nuevo con Umberto Eco sobre una novela suya que acaba de salir. 

Hace veintiún años fue El nombre de la rosa, la primera e imprevista novela de un estudioso. Tal vez la única, pensaron muchos, asustados. Hasta él estaba sorprendido. “Se me dio por ponerlo todo ahí”, me dijo entonces. 

Ahora se edita Baudolino, la novela número cuatro, luego de El péndulo de Foucault (1988) y La isla del día de antes (1994). 

Editada inicialmente en Italia y por Bompiani, Baudolino es -como siempre- una historia de cerca de quinientas páginas. En general, y según él mismo confiesa, mientras escribe o revisa sus novelas, es esquivo y se niega a anticipar plazos o títulos. Sin embargo, aceptó mantener esta charla en Mantova.

--- Umberto Eco, pasaron seis años desde La isla del día de antes, su tercera novela hasta Baudolino. Entre la primera y la segunda habían transcurrido ocho. ¿Adquirió un ritmo regular?

Serían seis años, pero en realidad no es así, porque durante dos años seguí otra pista, que luego abandoné. Me había quedado parado, estancado, en un punto en la mitad de la novela. Todo lo demás ya lo tenía pensado, pero ese punto no, y si no lo resolvía lo que seguía no encajaba en el mosaico de la historia. De modo que la había dejado. Sin embargo y luego de unos meses en el campo, la retomé y la terminé al vuelo, con el mismo adelanto con el que nació por esa época mi primer nieto. ¿Será un parto de gemelos?

--- Antes de entrar de lleno en Baudolino, me gustaría preguntarle si el éxito de El nombre de la rosa le cambió la vida y en ese caso, ¿de qué manera?

En realidad, no me parece que la haya cambiado. O quizá, sí, redujo un poco la amplitud del radio de mi vida social: nada de festivales porque todo el mundo se me viene encima para preguntarme mi opinión, ver solamente a amigos íntimos, en privado. 

Paradójicamente, me empobrecí. Una persona cuyo nombre no puedo revelar me escribió hace pocos meses: “Cada vez que no te veo en TV siento un ataque de admiración por ti”.

--- Pero los derechos de autor no lo empobrecieron precisamente... 

Obviamente no. Pero en contra de toda visión angelical del escritor, yo declaro mi legítimo orgullo.

--- ¿Esperaba un éxito de esas dimensiones?

Hasta el más ínfimo poeta, mientras escribe, espera que millones de lectores reciten de memoria sus rimas de “corazón” con “amor”. La verdad es que tenía en mente dárselo a Franco Maria Ricci para su “Colección azul”. Convertirla en un objeto de nicho. Pero después la leyó el director de la editorial Bompiani de entonces, Di Giuro. Se entusiasmó y declaró: “¡Haré treinta mil copias!”. Yo pensé que estaba loco.

--- ¿Hablamos de su nueva novela? ¿Quién es Baudolino

Es un muchacho que vive en el campo cerca de Marengo, más o menos donde en 1168 nació la ciudad de Alejandría, cuyo patrono es justamente San Baudolino. 

Baudolino es un bribón, parecido a esos que existen en muchas mitologías indígenas: en Alemania lo llaman Schelm, en Inglaterra Trikster God. 

El libro, que en ese sentido es picaresco, cuenta sus aventuras en tierras diversas. El padre de Baudolino es el mítico Gagliaudo Aulari, que salva a Alejandría del asedio de Federico Barbarroja con la historia de su vaca.

--- ¿Qué historia?

Bueno, los alejandrinos la saben y los otros la leerán en mi novela.

--- Usted nació en Alejandría. ¿Con este libro vuelve a sus raíces?


Absolutamente. Hablo de mi ciudad, trato de imitar su dialecto, la forma de hablar. Me sorprendió encontrar en los documentos oficiales de la época los nombres de los alejandrinos que fundaron la ciudad. ¡Son los mismos que los de mis compañeros de colegio! 

Con el idioma tuve algunas dificultades porque el primer capítulo está escrito directamente por Baudolino en pergamino cuando tenía catorce años. 

En ese momento, el personaje estaba aprendiendo el latín y escribe en un dialecto vulgar de su región sobre el cual no tenemos obviamente ningún documento. 

Me divertí mucho imaginando y escribiendo este capítulo.

--- ¿Cree que también se divertirán los lectores sicilianos?

Eso espero. No pretendí hacer filología. Inventé un italiano imaginario. No son páginas eruditas, sino cómicas.


De todos modos, igual que en El nombre de la rosa, aquí cuenta otra aventura medieval.

---Sí, pero con muchas diferencias. 

La Rosa hablaba del mundo monástico o de los contrastes internos en la Iglesia; ésta habla del mundo laico, de la corte imperial de Federico Barbarroja. 

Baudolino, en realidad, es adoptado a los trece años por Federico, y vive con él todos los enfrentamientos entre imperio y comunas, la batalla de Legnano, la Tercera Cruzada (a la cual él mismo lo empujó), etcétera. 

La Rosa es una novela culta, ésta es popular. 

La Rosa tiene un estilo elevado, ésta bajo. El lenguaje es el de los campesinos de la época, o los estudiantes parisinos que hablan como los ladrones. Nada de latín, salvo alguna palabra. 

Aparece el juego habitual de algunas citas posteriores, ocultas, pero con la idea de que sean frases inventadas por el propio Baudolino y los otros a continuación pueden haberlas copiado.

--- Es un gran mentiroso este Baudolino.

Y sí. Inventa historias constantemente, pero siempre se las creen, y sus historias producen mucho alboroto. 

En el fondo releo la historia de ese período como fruto de las invenciones de un chico, que luego crece y con un grupo de amigos inventa la legitimación del imperio por parte de los juristas boloñeses, parte del epistolario de Abelardo y Eloísa, la leyenda del Grial, tal como la contará más tarde Wolfram von Eschenbach.

--- Entonces, ¿sin Baudolino la historia podría haber sido distinta?

Justamente él y sus amigos son los que inventan la mítica carta del Padre Gianni, que circuló de verdad en esa época, describiendo un legendario reino cristiano en el lejano Oriente (Marco Polo también la menciona). 

Y al final todos creen la historia, y Baudolino parte con Federico en busca de ese reino remoto. Pero luego Federico muere en 1190 en circunstancias que yo convierto en misteriosas, superponiéndole una aventura tipo homicidio en una habitación cerrada.

--- No le pido que descubra al asesino, pero tal vez pueda decirnos qué pasa con Baudolino sin Federico.

Hasta ese punto sigo la secuencia de los hechos. Después de la muerte de Federico, Baudolino inicia un viaje fantástico con sus amigos a tierras misteriosas habitadas por monstruos. Allí tiene aventuras increíbles, incluido un amor por el cual siento una debilidad especial. Diré que escribiendo me enamoré de la protagonista de la historia cuando en realidad era Baudolino el que debía enamorarse.

--- ¿Y él no se enamora?

Bueno, no, el resto no lo cuento. De lo contrario no habría valido la pena escribir un libro de quinientas páginas. Con esta entrevista hubiera sido suficiente. Puedo decirle sí, que todo lo que se llega a saber es contado por Baudolino, que es, por definición, un mentiroso, a un gran historiador bizantino, Niceta Coniate, en 1204, mientras Constantinopla arde y es saqueada por los cruzados. Niceta escribió sobre esos días casi en una crónica directa, pero obviamente no nos dejó ningún rastro del relato de Baudolino, porque (yo digo) no sabía si era verdadero. Naturalmente, tampoco el lector lo sabe.

--- ¿El libro es, entonces, una apología de la mentira?

En todo caso es una apología de la utopía, de esas invenciones que mueven al mundo. Colón descubrió América por equivocación: creía que la Tierra era mucho más pequeña. No es cierto que él era el único que pensaba que era redonda, como todavía dice mucha gente: que era redonda lo sabían ya