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domingo, 31 de enero de 2021

BYUNG CHUL HAN: “EL SUJETO SOMETIDO NO ES CONSCIENTE DE SU SOMETIMIENTO” --- el exceso de información que nos vuelve inconscientes de nuestro propio sometimiento. --- hemos ‘internalizado’ un poder vigilante que disciplina nuestras conducta --- la sociedad pasada se sabía sometida --- formas diferentes de manifestarción del poder --- El poder que depende de la violencia no representa el poder supremo --- El poder está donde no es tematizado --- el poder no se opone a la libertad, ni necesariamente descansa en la violencia --- poder inteligente, amable --- crisis de libertad --- El botón de me gusta --- El neoliberalismo es el capitalismo del me gusta

 


FILOSOFÍA

BYUNG CHUL HAN: “EL SUJETO SOMETIDO NO ES CONSCIENTE DE SU SOMETIMIENTO” - ENERO 28, 2021









 

Nacido en Seúl en 1959, Byung Chul Han estudió Filosofía, Literatura y Teología en Alemania, donde reside, y desde hace algún tiempo se posiciona como una de las mentes más innovadoras en la crítica de la sociedad actual.

 

Según afirma el filósofo contemporáneo más leído del mundo, nuestra vida actual se ve impregnada de hipertransparencia e hiperconsumismo, con un exceso de información que nos vuelve inconscientes de nuestro propio sometimiento. 

 

Creemos que hoy somos más libres cuando en realidad, hemos ‘internalizado’ un poder vigilante que disciplina nuestras conductas.

 

Según él, la única diferencia entre la sociedad actual y la pasada, es que esta última se sabía sometida y por lo tanto, podía hacer algo al respecto. 


Hoy en cambio, nos sometemos al entramado de poder que nos des-iguala creyendo que de esta manera, alcanzaremos realizarnos personal y profesionalmente.

 

Pero que mejor que el propio Byung Chul Han para ayudarnos a reflexionar al respecto. Sin más preámbulos, te compartimos un texto de este maravilloso pensador, publicado por primera vez en su libro Psycopolitik.

 

“El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presuma libre”.
– Byung Chul Han

Por: Byung Chul Han

 

El poder tiene formas muy diferentes de manifestación. La más indirecta e inmediata se exterioriza como negación de la libertad. Esta capacita a los poderosos a imponer su voluntad también por medio de la violencia contra la voluntad de los sometidos al poder.

 

El poder no se limita, no obstante, a quebrar la resistencia y a forzar a la obediencia: no tiene que adquirir necesariamente la forma de una coacción. 

 

El poder que depende de la violencia no representa el poder supremo. El solo hecho de que una voluntad surja y se oponga al poderoso da testimonio de la debilidad de su poder.

 

El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. El poder sucede sin que remita a sí mismo de forma ruidosa.

 

El poder, sin duda, puede exteriorizarse como violencia o represión. Pero no descansa en ella. No es necesariamente excluyente, prohibitorio o censurador. Y no se opone a la libertad. Incluso puede hacer uso de ella.

 

Solo en su forma negativa, el poder se manifiesta como violencia negadora que quiebra la voluntad y niega la libertad. 


Hoy el poder adquiere cada vez más una forma permisiva. En su permisividad, incluso en su amabilidad, depone su negatividad y se ofrece como libertad.

 

El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presuma libre.

 

Ineficiente es el poder disciplinario que con gran esfuerzo encorseta a los hombres de forma violenta con preceptos y prohibiciones.

 

Radicalmente más eficiente es la técnica de poder que cuida de que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación. Quiere activar, motivar, optimizar y no obstaculizar o someter. 

 

Su particular eficiencia se debe a que no actúa a través de la prohibición y la sustracción sino de complacer y colmar. En lugar de hacer a los hombres sumisos, intenta hacerlos dependientes.

 

El poder inteligente, amable, no opera de frente contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige esa voluntad a su favor. 


Es más afirmativo que negador, más seductor que represor. Se esfuerza en generar emociones positivas y en explotarlas. Seduce en lugar de prohibir. No se enfrenta al sujeto, le da facilidades.

 

El poder inteligente se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones. 

 

No nos impone ningún silencio. Al contrario: nos exige compartir, participar, comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencias; esto es, contar nuestra vida. 

 

Este poder amable es más poderoso que el poder represivo. Escapa a toda visibilidad. La presente crisis de libertad consiste en que estamos ante una técnica de poder que no niega o somete la libertad, sino que la explota. Se elimina la decisión libre en favor de la libre elección entre distintas ofertas.

 

El poder inteligente, de apariencia libre y amable, que estimula y seduce, es más efectivo que el poder que clasifica, amenaza y prescribe. El botón de me gusta es su signo. Uno se somete al entramado de poder consumiendo y comunicándose, incluso haciendo clic en el botón de me gusta.

 

El neoliberalismo es el capitalismo del me gusta. Se diferencia sustancialmente del capitalismo del siglo XIX, que operaba con coacciones y prohibiciones disciplinarias.

 

El poder inteligente lee y evalúa nuestros pensamientos conscientes e inconscientes. Apuesta por la organización y optimización propias realizadas de forma voluntaria. Así no ha de superar ninguna resistencia. Esta dominación no requiere de gran esfuerzo, de violencia, ya que simplemente sucede.

 

Quiere dominar intentando agradar y generando dependencias. La siguiente advertencia es inherente al capitalismo del me gusta: protégeme de lo que quiero.

Publicado por  “bloghemia

 



JOSÉ PABLO FEIMAN --- VACUNA CONTRA EL CORONAVIRUS - CAPITALISMO - 31 de enero de 2021 --- El ser y el no ser en el capitalismo global --- guerra ferozmente competitiva --- desigualdad y el extremo egoísmo --- Todo es mercancía --- naturaleza humana --- elementos constantes de la condición humana --- una mercancía en disputa --- Las vacunas desatan una guerra geopolítica --- No importa cuántos mueren, importa que se salven los mejores --- superpoblación mundial --- la mercancía de las mercancías: el dinero ---

 



VACUNA CONTRA EL CORONAVIRUS - CAPITALISMO

31 de enero de 2021

El ser y el no ser en el capitalismo global

Por José Pablo Feinmann

Era previsible: una vez descubierta la tan anhelada vacuna se desataría una guerra ferozmente competitiva. 

¿Qué se podía esperar de un mundo cuya estructura económico política se basa en la desigualdad y el extremo egoísmo? 

Todo es mercancía, nada es solidaridad. 

Ponerse a hablar de la solidaridad es arrojarse en el ridículo. ¿Cuándo el ente antropológico ha sido solidario? 

Hace más de quinientos años que vivimos bajo este sistema. Que es muchas cosas, pero hay dos o tres que son centrales, definitivas. 

Siempre rechacé la idea de “naturaleza humana”. 

No, argumentaba desde un sólido historicismo, “el hombre no es naturaleza, es historia”. 

Es decir, había ciertas persistencias en la condición humana, pero ninguna debía ser naturalizada. 

El ser humano es cambio. Era --como casi todos-- heracliteano. Uno no se baña dos veces en el mismo río. 

Abominábamos de Parménides. ¿Qué es eso del “ser es, el no ser no es”? 

Un mero error presocrático. El ser no es invariable. Es y no es. Es devenir. 

Nos fascinaba el devenir. Todo estaba en perpetuo cambio. Esto era maravilloso. Nos permitía pensar una idea muy tranquilizadora: siempre vendrá algo distinto, algo mejor, y nosotros seremos parte de ese cambio. 

Pero los elementos constantes de la condición humana son invariables. Se reproducen. Hay esencialidades en lo humano. 

Si Hitler exigía espacio vital, no era porque deseara cambiar el nacionalsocialismo. Quería fortalecerlo. Estoy hablando del ente capitalista. Y Hitler era esencialmente capitalista. 

Y el capitalismo tiene tres elementos fundamentales. Los tres funcionan a la vez. 

El capitalismo se alimenta de la voluntad de poder de sus sujetos. Esta voluntad de poder tiene dos esencialidades insoslayables. 

Para seguir existiendo la voluntad tiene --ante todo-- que quererse a sí misma. Ser voluntad de voluntad. Esto lo postuló Hegel y lo desarrolló Deleuze. 

Una vez que deseo mi voluntad (su triunfo) debo mantenerla, para lo cual debo hacerla crecer. 

El crecimiento (o el aumento) está al servicio de la conservación. Tenemos entonces: la voluntad que se quiere a sí misma debe aumentar si quiere conservarse. Por eso los nazis se dedicaron a conquistar Europa. Querían aumentar su espacio vital para conservarlo.

Esto explica el espectáculo horrible que el capitalismo despliega con la cuestión de la vacuna. Algo que el mundo esperaba ansiosamente. Algo que vendría a salvar las vidas que la impiadosa pandemia se lleva, se transforma en una mercancía en disputa dentro de las reglas del sistema que ya lleva quinientos años de vida. 

Canadá, que es un país rico, almacena vacunas que deberían destinarse a la humanidad. Las vacunas desatan una guerra geopolítica donde cada cual juega su juego. 

El egoísmo sigue siendo el motor del sistema del capital. Ya hace dos siglos lo dijo Adam Smith: no hay que esperar nada de la benevolencia del carnicero. Todo lo bueno vendrá de su egoísmo que lo lleva a competir y ofrecer cada vez mejor calidad y precio de venta.

Los laboratorios son grandes empresas multinacionales. Y de las más egoístas que existen. Hoy, con la peste, apelan a la pulsión de muerte. No importa cuántos mueren, importa que se salven los mejores. 

En una escena del film Titanic, la versión de James Cameron, le comunican al desagradable multimillonario que asume Billy Zane que sólo hay botes para la mitad de los pasajeros. 

Zane enciende su cigarro e impasiblemente dice: “Mientras sea la mejor mitad" (the better half). 

Con tal de sobrevivir, Rose empuja a su amor hacia el fondo helado del océano porque no hay espacio para los dos en el madero destinado a salvarlos. Es la más veraz historia de amor del cine. Es increíble, pero es así.

El Brexit y la Unión europea se agreden a dentelladas. 

Viene a la memoria la dura frase de Christine Lagarde quejándose de la superpoblación mundial. 

¿Esta era la pandemia que nos habría de volver más generosos? El capitalismo antropológico es más que nunca el de un globalizado “primero yo”. 

El mundo tiene que cambiar su estructura global. Tiene que haber una sociedad de los Estados que modere y anule los intereses mezquinos de las grandes corporaciones de la salud, de la vida. Pero eso ya se intentó y fue en vano por completo. 

La mezquindad es el ser parmenídeo que se muestra en todo su esplendor. El ser es lo que es, lo que es la coseidad de la mercancía, todas las mercancías remiten a la mercancía de las mercancías: el dinero, que remite al oro. 

El ser es de quien lo posee en mayor cantidad. El no ser no es. Se pueden morir apestados. 

El mundo quedará en manos de los poderosos y quedará también más habitable, más ordenado. Eso esperan.

 

BYUN CHUL-HAN --- “AHORA UNO SE EXPLOTA A SÍ MISMO Y CREE QUE ESTÁ REALIZANDOSE” --- el infierno de lo igual --- del “deber de hacer” al “poder hacerla” --- “la alienación de uno mismo” --- las relaciones se reemplazan por las conexiones --- el narcisista es ciego a la hora de ver al otro --- Los macrodatos hacen superfluo el pensamiento --- Cuanto más iguales son las personas, más aumenta la producción --- vivimos en una época de conformismo radical --- necesitamos un tiempo propio

 


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“AHORA UNO SE EXPLOTA A SÍ MISMO Y CREE QUE ESTÁ REALIZANDOSE”

Descripción: https://secure.gravatar.com/avatar/7067bb7d6aa89b125b00eb6f0c9c870f?s=22&d=blank&r=g by ADMIN / MAYO 25, 2020


El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, un verdadero artista crítico de la sociedad de consumo, desarrolla su teoría sobre el “infierno de lo igual”


Byung-Chul Han, es uno de los más reconocidos críticos de la sociedad hiperconsumista y neoliberal. 


En sus libros como “La sociedad del cansancio“, “Piscopolítica” o “La expulsión de lo distinto“, el autor articula a la perfección un discurso intelectual capaz de conectar distintas aristas en una sola figura. Su desarrollo conceptual se da a modo de “red” donde todo se conecta con todo.


“En la owreliana de 1984, esa sociedad era consciente de que estaba siendo dominada, hoy no tenemos ni esa consciencia de dominación” afirmó Byung-Chul Han en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. 


Su particular cosmovisión se fundamenta en su tesis, la cual sostiene que los individuos se autoexplotan y sienten terror hacia lo otro, hacia lo diferente. Así es como viven en “el infierno de lo igual”El infierno de lo igual y la intolerancia a lo diferente 


Autenticidad. 

Según Han, los humanos nos mostramos como auténticos porque “todos queremos ser distintos de los demás”, lo cual significa“producirse a uno mismo”. 

Lo que sucede, es que en la actualidad resulta imposible ser auténtico porque “en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual”. Y como resultado, solo se permite que se den “diferencias comercializables”.

Autoexplotación. 

Byung afirma que hemos pasado del “deber de hacer” al “poder hacerla”. 

“Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y si no se triunfa, es culpa suya. 

“Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. 

Y la consecuencia, peor: “Ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión”. 

Es “la alienación de uno mismo”, que en lo físico se traduce en anorexias o en sobreingestas de comida o de productos de consumo u ocio.

Comunicación. 

“Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos; estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca: la comunicación global y de los likes solo consiente a los que son más iguales a uno; ¡lo igual no duele!”

Narcisismo. 

Sostiene Han que “ser observado hoy es un aspecto central de ser en el mundo”. 

La dificultad reside en que “el narcisista es ciego a la hora de ver al otro” y en ausencia de ese otro “uno no puede producir por sí mismo el sentimiento de autoestima”. 

El arte no ha salido ileso, “El arte ha degenerado en narcisismo, está al servicio del consumo, se pagan injustificadas burradas por él, es ya víctima del sistema; si fuera ajeno al mismo, sería una narrativa nueva, pero no lo es”.

‘Big data’. 

“Los macrodatos hacen superfluo el pensamiento porque si todo es numerable, todo es igual… 

Estamos en pleno dataísmo: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba; lo vemos en China con la concesión de visados según los datos que maneja el Estado o en la técnica del reconocimiento facial”. 

¿La revuelta pasaría por dejar de compartir datos o de estar en las redes sociales? “ 

¿O es que el algoritmo hará ahora al hombre?

Otros. 

Es el pilar de sus reflexiones más recientes. “Cuanto más iguales son las personas, más aumenta la producción; esa es la lógica actual; el capital necesita que todos seamos iguales, incluso los turistas; el neoliberalismo no funcionaría si las personas fuéramos distintas”. 

Por ello propone “regresar al animal original, que no consume ni comunica desaforadamente; no tengo soluciones concretas, pero puede que al final el sistema implosione por sí mismo… 

En cualquier caso, vivimos en una época de conformismo radical: la universidad tiene clientes y solo crea trabajadores, no forma espiritualmente; el mundo está al límite de su capacidad; quizá así llegue un cortocircuito y recuperemos ese animal original”

Tiempo. 

Es necesaria una revolución en el uso del tiempo, sostiene el filósofo. 

“La aceleración actual disminuye la capacidad de permanecer: necesitamos un tiempo propio que el sistema productivo no nos deja; requerimos de un tiempo de fiesta, que significa estar parados, sin nada productivo que hacer, pero que no debe confundirse con un tiempo de recuperación para seguir trabajando; el tiempo trabajado es tiempo perdido, no es tiempo para nosotros”




    


 

sábado, 30 de enero de 2021

FRANZ KAFKA --- "FRANZ KAFKA" POR WALTER BENJAMÍN --- TEXTO CRÍTICO LIERARIO --- DEPOSITARIOS DEL PODER --- PESO DE LO COTIDIANO --- EDADES DE TIEMPO Y DE MUNDO --- RELACIÓN PADRE-HIJO --- LA MUGRE ES EL ELEMENTO VITAL DEL FUNCIONARIO --- FUERZAS DE LA RAZÓN Y LA HUMANIDAD --- PADRE SANCIONADOR Y ACUSADOR --- PECADO HEREDITARIO --- JUZGAN INOCENTES EN PLENA IGNORANCIA --- LEYES Y NORMAS ESCRITAS Y NO ESCRITAS --- PROCEDIMIENTOS LEGALES --- MUNDO KAFKIANO

 



"FRANZ KAFKA" POR WALTER BENJAMÍN

 By Bloghemia - viernes, enero 24, 2020

Texto del filósofo y crítico literario Walter Benjamín, sobre  Frank KafkA


FRANZ KAFKA

Esta historia es como un heraldo que irrumpe con doscientos años de antelación en la obra de Kafka.

 

El acertijo que alberga es el de Kafka. El mundo de las cancillerías y registros, de las gastadas y enmohecidas cámaras, ése es el mundo de Kafka.

 

El servicial Shuwalkin que se toma todo a la ligera para quedarse luego con las manos vacías, es el K. de Kafka.

 

Pero Potemkin, que vegeta en su habitación apartada y de acceso prohibido, adormilado y desamparado, es un antepasado de esos depositarios de poder que en Kafka habitan, en buhardillas si son jueces, o en castillos si son secretarios.

 

Y aunque sus posiciones sean las más altas, están hundidos o hundiéndose, aunque todavía pueden, así, de pronto, emerger espontáneamente en todo su poderío precisamente en los más bajos y degenerados personajes, en los porteros y ancianos y endebles funcionarios.

 

¿Por qué están aletargados?

¿Serán acaso descendientes de los Atlantes que cargaban con la esfera del mundo sobre los hombros?

 

Quizá sea esa la razón por la que tienen «la cabeza tan hundida sobre el pecho que apenas si se les ve los ojos», como el castellano en su retrato o Klamm cuando está ensimismado, a solas.

 

Pero no es la esfera del mundo lo que cargan; ya lo cotidiano tiene su peso: «su desfallecimiento es el del gladiador después del combate, su trabajo, el blanqueo de una esquina de pieza de funcionario».

 

Georg Lukács dijo en una ocasión que para construir hoy en día una mesa como es debido, hace falta el genio arquitectónico de un Miguel Angel.

 

Lukács piensa en edades de tiempo y Kafka en edades de mundo. El hombre que blanquea debe desplazar edades de mundo, y con los gestos menos vistosos.

 

Los personajes de Kafka baten palma contra palma a menudo por razones singulares. En una ocasión se dice, casualmente, que esas manos son «en realidad martillos de vapor».

A paso continuo y lento aprendemos a conocer a estos depositarios de poder en proceso de hundimiento o de ascenso. Pero nunca serán más terribles que cuando surgen de la más profunda degeneración, la de los padres.

 

El hijo calma al padre embotado y decrépito al que acaba de llevar dulcemente a la cama:

--- «"No te inquietes, estás bien cubierto."

--- "¡No!" exclama el padre, de tal manera que la respuesta se estrella contra la pregunta, al tiempo que echa de sí la manta con tanta fuerza que por un segundo se despliega enteramente en su vuelo, mientras él se incorpora erguido en la cama, una mano apuntando ligeramente al cielo raso.

--- "Querías cubrirme, ya lo sé joyita mía, pero cubierto aún no estoy. Y aunque sea con mi última fuerza, sería suficiente, ¡incluso demasiado para ti ... ! Afortunadamente nadie tiene que enseñarle al padre a adivinar las intenciones del hijo. ..."—

Y ahí estaba, completamente libre, sacudiendo las piernas. Resplandecía de entendimiento. —

--- ..."¡Ahora sabrás que hay más fuera de ti, antes sabías sólo de ti! ¡Propiamente no eras más que un niño inocente aunque más propiamente eras un hombre diabólico!"»

 

El padre que echa de sí el peso de la manta, al hacerlo arroja el peso del mundo de sí.

 

Debe poner en movimiento a toda una edad del mundo para mantener viva y rica en consecuencias a la arcaica relación padre-hijo. ¡Pero rica en qué consecuencias!

 

Sentencia al hijo a una muerte por ahogamiento, y el padre mismo es el sancionador. La culpa lo atrae tanto como a un funcionario de juzgado.

 

Según muchos indicios, para Kafka el mundo de los funcionarios y el de los padres son idénticos.

 

Y la semejanza no los honra ya que están hechos de embotamiento, degeneración y suciedad.

 

Manchas abundan en el uniforme del padre y su ropa interior no está limpia.

 

La mugre es el elemento vital del funcionario.  Hasta tal punto es la suciedad atributo de los funcionarios, que casi podría considerárselos inmensos parásitos.

 

Por supuesto que esto no se refiere al contexto económico sino a las fuerzas de la razón y de la humanidad de las cuales esta estirpe extrae su sustento.

 

Así, a expensas del hijo, se gana también la vida el padre de la tan especial familia de Kafka, y se sustenta sobre aquél cual enorme parásito. No sólo le roe las fuerzas sino también sus derechos.

 

El padre sancionador es asimismo el acusador, y el pecado del que acusa al hijo vendría a ser una especie de pecado hereditario.

 

Porque a nadie atañe la precisión que de ese pecado hiciera Kafka tanto como al hijo:

«El pecado hereditario, la antigua injusticia que el hombre cometiera, radica en el reproche que el hombre hace y al que no renuncia, y según el cual es víctima de una injusticia por haberse cometido el pecado hereditario en su persona.»

 

¿Pero a quién se le adscribe este pecado hereditario —el pecado de haber creado un heredero— si no al padre a través del hijo? Por lo que el pecador sería en realidad el hijo.

 

No obstante, sería erróneo concluir a partir de la cita de Kafka que la acusación es pecaminosa. De ningún lugar del texto se desprende que se haya cometido por ello una injusticia.

 

El proceso pendiente aquí es perpetuo, y nada parecerá más reprobable que aquello por lo cual el padre reclama la solidaridad de los mencionados funcionarios y cancillerías de tribunal.

 

Pero lo peor de éstos no es su corruptibilidad ilimitada. Es más, la venalidad que les caracteriza es la única esperanza que los hombres pueden alimentar a su respecto.

 

Los tribunales disponen de códigos, pero no deben ser vistos. «... es propio de esta manera de ser de los tribunales el que se juzgue a inocentes en plena ignorancia», sospecha K.

 

Las leyes y normas circunscritas quedan en la antesala del mundo de las leyes no escritas. El hombre puede transgredirlas inadvertidamente y caer por ello en la expiación.

 

Pero la aplicación de estas leyes, por más desgraciado que sea su efecto sobre los inadvertidos, no indica, desde el punto de vista del derecho, un azar, sino el destino que se manifiesta en su ambigüedad.

 

Hermann Cohen ya lo había llamado, en una acotación al margen sobre la antigua noción de destino, «una noción que se hace inevitable», y cuyos «propios ordenamientos son los que parecen provocar y dar lugar a esa extralimitación, a esa caída.»

 

Lo mismo puede decirse del enjuiciamiento cuyos procedimientos se dirigen contra K.

 

Nos devuelve a un tiempo muy anterior a la entrega de las doce Tablas de la Ley; a un mundo primitivo sobre el cual una de las primeras victorias fue el derecho escrito.

 

Aunque aquí el derecho escrito aparece en libros de código, son secretos, por lo que, basándose en ellos, el mundo primitivo practica su dominio de forma aún más incontrolada.

Las circunstancias de cargo y familia coinciden en Kafka de múltiples maneras.

 

En el pueblo adyacente al monte del castillo se conoce un giro del lenguaje que ilustra bien este punto.

 

«"Aquí solemos decir, quizá lo sepas, que las decisiones oficiales son tímidas como jóvenes muchachas."

"Esa es una buena observación", dijo K., ..."una buena observación, y puede que las decisiones tengan aún otras características comunes con las muchachas".»

Y la más notable de estas es, sin duda, de prestarse a todo, como las tímidas mozuelas que K. encuentra en «El Castillo» y en «El Proceso», y que se abandonan a la lascivia en el seno familiar como si éste fuera una cama.

 

Las encuentra en su camino a cada paso, y las conquista sin inconvenientes como a la camarera de la taberna.

 

"Se abrazaron y el pequeño cuerpo ardía entre las manos de K. Rodaron sumidos en una insensibilidad de la que K. intentaba sustraerse continua e inútilmente. Desplazándose unos pasos, chocaron sordamente contra la puerta de Klamm y acabaron rendidos sobre el pequeño charco de cerveza y otras inmundicias que cubrían el suelo.

 

Así transcurrieron horas, ...durante las cuales le era imposible desembarazarse de la sensación de extravío, como si estuviera muy lejos en tierras ajenas y jamás holladas por el hombre; una lejanía tal que ni siquiera el aire, asfixiante de enajenación, parecía tener la composición del aire nativo, y que, por su insensata seducción, no deja más alternativa que internarse aún más lejos en el extravío.»

 

Ya volveremos a oír hablar de esta lejanía, de esta extrañeza. Pero es curioso que estas mujeres impúdicas no parezcan jamás bonitas.

 

En el mundo de Kafka, la belleza sólo surge de los rincones más recónditos, por ejemplo, en el acusado.

 

«"Este es un fenómeno notable, y en cierta medida, de carácter científico natural

... No puede ser la culpa lo que los embellece

... ni tampoco el justo castigo

... puede, por lo tanto, radicar exclusivamente en los procedimientos contra ellos esgrimidos y a ellos inherente."»

De «El Proceso» puede inferirse que los procedimientos legales no le permiten al acusado abrigar esperanza alguna, aun en esos casos en que existe la esperanza de absolución.

 

Puede que sea precisamente esa desesperanza la que concede belleza únicamente a esas criaturas kafkianas.

 

Eso por lo menos coincide perfectamente con ese fragmento de conversación que nos transmitiera Max Brod.

 

«Recuerdo una conversación con Kafka a propósito de la Europa contemporánea y de la decadencia de la humanidad», escribió.

 

«"Somos", dijo, "pensamientos nihilísticos, pensamientos suicidas que surgen en la cabeza de Dios."

 

Ante todo, eso me recordó la imagen del mundo de la Gnosis: Dios como demiurgo malvado con el mundo como su pecado original.

 

"Oh no", replicó, "Nuestro mundo no es más que un mal humor de Dios, uno de esos malos días."

 

¿Existe entonces esperanza fuera de esta manifestación del mundo que conocemos?"

 

El sonrió. "Oh, bastante esperanza, infinita esperanza, sólo que no para nosotros."»

 

Estas palabras conectan con esas excepcionales figuras kafkianas que se evaden del seno familiar y para las cuales haya tal vez esperanza.

 

No para los animales, ni siquiera esos híbridos o seres encapullados como el cordero felino o el Odradek. Todos ellos viven más bien en el anatema de la familia. No en balde Gregor Samsa se despierta convertido en bicho precisamente en la habitación familiar; no en balde el extraño animal, medio gatito y medio cordero, es un legado de la propiedad paternal; no en balde es Odradek la preocupación del jefe de familia. En cambio, los «asistentes» caen de hecho fuera de este círculo.

Los asistentes pertenecen a un círculo de personajes que atraviesa toda la obra de Kafka.

 

De la misma estirpe son tanto el timador salido de la «Descripción de una lucha», el estudiante que de noche aparece en el balcón como vecino de Karl Rossmann, así como también los bufones o tontos que moran en esa ciudad del sur y que no se cansan.

 

La ambigüedad sobre su forma de ser recuerda la iluminación intermitente con que hacen su aparición las figuras de la pequeña pieza de Robert Walser, autor de la novela El Asistente. Las sagas hindúes incluyen Gandarwas, criaturas incompletas, en estado nebulosos.

 

De este tipo son los asistentes kafkianos; no son ajenos a los demás círculos de personajes aunque no pertenecen a ninguno; de un círculo a otro ajetrean en calidad, de enviados u ordenanzas.

 

El mismo Kafka dice que se parecen a Bernabé, y éste es un mensajero.

 

No han sido aún excluidos completamente del seno de la naturaleza y por ello «se establecieron en un rincón del suelo, sobre dos viejos vestidos de mujer.

 

Su orgullo era... ocupar el menor espacio posible. Y para lograrlo, entre cuchicheos y risitas contenidas, hacían variados intentos de entrecruzar brazos y piernas, de acurrucarse apretujadamente unos contra otros. En la penumbra crepuscular sólo podía verse un ovillo en su rincón.»

 

Para ellos y sus semejantes, los incompletos e incapaces, existe la esperanza.

Lo que más finamente y sin compromiso se reconoce en el actuar de estos mensajeros, es en última instancia la perdurable y tétrica ley que rige todo este mundo de criaturas.

 

Ninguna ocupa una posición fija, o tiene un perfil que no sea intercambiable.

 

Todas ellas son percibidas elevándose o cayendo; todas se intercambian con sus enemigos o vecinos; todas completan su tiempo y son, no obstante, inmaduras; todas están agotadas y a la vez apenas en el inicio de un largo trayecto.

 

No se puede hablar aquí de ordenamientos o jerarquías.

 

El mundo del mito que los supone es incomparablemente más reciente que el mundo kafkiano, al que promete ya la redención. Pero lo que sabemos es que Kafka no responde a su llamada.

 

Como un segundo Odiseo, lo dejó escurrirse «de su mirada dirigida hacia la lejanía.... la forma de las sirenas se fue desvaneciendo, y justo cuando estuvo más cerca no supo ya nada de ellas.»

 

Entre los ascendientes de la antigüedad, judíos y chinos que Kafka tiene y que encontraremos más adelante, no hay que olvidar a los griegos.

 

Ulises está en ese umbral que separa al mito de la leyenda. La razón y la astucia introdujeron artimañas en el mito, por lo que sus imposiciones dejan de ser ineludibles.

 

Es más, la leyenda es la memoria tradicional de las victorias sobre el mito.

 

Cuando se proponía crear sus historias, Kafka las describía como leyendas para dialécticos.

 

Introducía en ellas pequeños trucos, para luego poder leer de ellas la demostración de que «también medios deficientes e incluso infantiles pueden ser tablas de salvación».

 

Con estas palabras inicia su cuento sobre «El callar de las sirenas».

 

Allí las sirenas callan; disponen de «un arma más terrible que su canto.... su silencio». Y éste es el que emplean contra Odiseo.

 

Pero, según Kafka, él «era tan astuto, tan zorro, que ni la diosa del destino podía penetrar su íntima interioridad.

 

Aunque sea ya inconcebible para el entendimiento humano, tal vez notó realmente que las sirenas callaban y les opuso, sólo en cierta medida, a ellas y a los dioses el procedimiento simulador» que nos fuera transmitido, «como escudo».

Con Kafka callan las sirenas. Quizá también porque allí la música y el canto son expresiones, o por lo menos fianzas, de evasión.

 

Una garantía de esperanza que rescatamos de ese entremundo inconcluso y cotidiano, tanto consolador como absurdo, en el que los asistentes se mueven como por su casa.

 

Kafka es como ese muchacho que salió a aprender el miedo. Llegó al palacio de Potemkin hasta toparse en los agujeros de la bodega con Josefina, una ratoncita cantarina, así descrita: «Un algo de la pobre y corta infancia perdura en ella, algo de la felicidad perdida, pero también algo de la vida activa actual y de su pequeña e inconcebible alegría imperecedera.»