Volver a Max Weber, según la mirada de Esteban Vernik
Contra los sentidos cristalizados alrededor del pensamiento y
los escritos de Max Weber, en Max Weber: Nación y alienación, Esteban Vernik
continúa con su trabajo de reinterpretar al gran sociólogo y jurista alemán a
la luz de Marx, Nietzsche, Simmel y la centralidad conceptual de La ética
protestante y el espíritu del capitalismo, su obra cumbre.
Por Eduardo Rinesi 28 de julio de 2024 - 00:01
El último libro de Esteban Vernik ofrece un conjunto de claves
de interpretación del pensamiento de Max Weber en las que es evidente que se condensan años de estudio y
reflexión muy rigurosa, y que consiguen tanto hacer tambalear varios de
los lugares comunes que suelen presidir nuestro abordaje de la obra del
sociólogo alemán (empezando por la certeza de que se trata exacta o única o
primariamente de la obra de un sociólogo) como echar sobre el conjunto de las
variadas piezas que la integran una nueva luz, especialmente fecunda.
Tomando distancia de las tergiversaciones operadas sobre el
sentido de esa obra por la exitosa aunque “banal” lectura que de ella hizo el
sociólogo norteamericano Talcott Parsons, Vernik nos invita a considerar en
ella dos o tres o cuatro cosas de la más alta importancia.
Una es la centralidad que tiene en la producción intelectual de
Weber la idea de nación, desde sus primeros escritos sobre la cuestión agraria (en
la antigua Roma, en las zonas rurales alemanas al este del río Elba y en las
colonias agrícolas de la provincia de Entre Ríos, en el litoral argentino)
hasta sus escritos de los años de la guerra y la posguerra.
Weber comienza su carrera, en efecto, estudiando los problemas
del latifundio y de las formas más degradadas (y más lucrativas para los
latifundistas) del trabajo rural, a los que atribuye la caída del imperio
romano, la dificultad para sostener un tipo de explotación agrícola civilizada
y moderna en un país “bárbaro” como la Argentina y el peligro de un
desplazamiento masivo de campesinos alemanes hacia los centros urbanos del
oeste del país como consecuencia de la “invasión” de su franja oriental por
“enjambres” de rusos y polacos capaces de triunfar en la lucha por la
sobrevivencia gracias a su mismo primitivismo y a su disposición a vivir con
mucho menos.
Vernik destaca en estos primeros textos weberianos la
presentación del problema en términos de un análisis casi marxista de la lucha
entre clases enfrentadas, el sonoro lenguaje social-darwinista de todo el
argumento y la preocupación por el interés nacional (para el caso: por el
interés nacional en un desarrollo armónico de todas las regiones y las clases
del país como condición para un aumento del poder de su economía y del
bienestar de su población en su conjunto) como prisma desde el que considerar
los problemas de la vida colectiva.
Como dice Weber en 1895, en la famosa conferencia inaugural de
su curso de Economía Política en la Universidad de Friburgo, son los intereses
de la nación y de su Estado los que deben orientar la reflexión teórica en el
campo de esa disciplina, lo que lo lleva a Weber a promover, entre otras cosas,
la participación de Alemania en el movimiento de expansión imperial de las
grandes potencias europeas en beneficio del conjunto de su población.
En esta misma dirección nos invita Vernik a leer el elogio
weberiano de los bancos y de la Bolsa.
Si el tono biologicista de estos primeros escritos de Weber se
irá atenuando con el tiempo, si su nacionalismo -tal vez gracias a su interés
por la obra de William Du Bois, a su involucramiento en las discusiones sobre los
territorios, disputados entre Francia y Alemania, de Alsacia y de Lorena, y a
lo que Vernik llama su “creciente compromiso con la sociología”- irá adoptando
una modulación cada vez más culturalista, o aun “invencionista”), su
preocupación por los intereses imperiales de su país permanecerá inalterado a
lo largo de su vida y de su obra.
Es que no hay opción, escribe un Weber por lo menos inquietante:
a diferencia de los países pequeños, cuyos gobernantes y cuyos pueblos pueden
darse el lujo de transitar la historia de la mano de una reconfortante “ética
de la convicción”, las grandes potencias europeas deben asumir, sin el
hipócrita optimismo de los pacifismos abstractos y los reformismos de las
buenas intenciones, su responsabilidad ante esa historia en la hora de la
expansión europea de ultramar y de la explotación de las riquezas y el trabajo
en las colonias.
La otra tesis central de Vernik es que La ética
protestante y el espíritu del capitalismo es el corazón conceptual de
toda la obra de Weber.
Animada por sus pesquisas sobre la vida en los conventos
medievales italianos, por su contacto con las sectas puritanas norteamericanas
y por sus lecturas de la Filosofía del dinero de Simmel, de
los estudios sobre el matrimonio y la maternidad de su esposa, Marianne, y
de Las variedades de la experiencia religiosa de William
James, la investigación de Weber afirma la existencia de una “afinidad
electiva” (figura goethiana que Parsons, indica Vernik, no entendió ni supo
traducir) entre el ascetismo calvinista y el utilitarismo burgués, muestra que
el ethos religioso que veló la cuna del capitalismo dejó de
ser necesario, después, para sostenerlo, y subraya el peso, en el mundo
moderno, de la pérdida de la espontaneidad humana y del compromiso de los
sujetos con el “llamado” de su profesión, tema de las dos famosas conferencias
sobre la ciencia y la política de los últimos años de su vida.
La interpretación que nos entrega Vernik en este libro
formidable le devuelve a los escritos de Max Weber todo lo que la exégesis
sociológica dominante a lo largo de los últimos tres cuartos de siglo había
retirado de ellos: le devuelve la política, le devuelve a Marx y a su
comprensión materialista de la historia y le devuelve a Nietzsche, a su idea de
la lucha como fundamento de la vida de las sociedades y a la consecuencia de la
aceptación de la tesis de que Dios ha muerto: la noción del desencantamiento
del mundo que Weber introduce en su edición definitiva de La ética
protestante de 1920.
Casi tres décadas después de su temprano y ya muy potente El
otro Weber, Esteban Vernik nos ofrece una lectura de conjunto de la obra
del pensador alemán que a partir de ahora será una puerta de entrada
insoslayable para cualquier estudio futuro sobre su pensamiento.
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