LA APLICACIÓN DE POLÍTICAS NEOLIBERALES EN LA ARGENTINA ACTUAL.
Bruno Susani
Los gobiernos neoliberales tratan de disminuir los costos
laborales a través de cambios en las leyes que protegen a los trabajadores o
aumentando las horas de la jornada de trabajo, ya que consideran que es un
objetivo a alcanzar para satisfacer las reiteradas demandas de sus amigos
empresarios.
Adam Smith, observando la realidad económica en el Libro 1 de su
obra Investigaciones sobre el origen de la riqueza de las naciones, en 1776,
describió los términos en los que se dirime el nivel de los salarios:
· “Los obreros desean ganar lo más posible, los patrones, dar lo
menos que puedan; los primeros están dispuestos a concertarse para elevar los
salarios, los segundos, para bajarlo”.
En su ensueño el empresario se ilusiona con que la disminución
de los salarios le permitiría incrementar sus beneficios o disminuir los
precios para aumentar sus ventas.
Pero se trata de una quimera: si los salarios bajan, la
situación de competencia de todos los empresarios quedará en la misma situación
que antes y nadie mejorará su posición, y es incluso probable que la nueva
situación le sea menos favorable que la anterior.
La teoría neoliberal sostiene que existe un mercado del trabajo
donde el salario y la cantidad de trabajadores están determinados por el punto
en que se cruzan la oferta de trabajo de los trabajadores y la demanda de las
empresas.
Pretende además que este equilibrio es el del pleno empleo del
capital y del trabajo.
Para sostener esta proposición, la teoría ortodoxa académica
supone que los trabajadores poseen un ingreso, una suerte de “renta básica
universal”, que les permite satisfacer sus necesidades económicas.
Solo ofrecerán su trabajo en el mercado, en lugar de ir a
pescar, si el monto del salario propuesto les procura una satisfacción
(subjetiva) superior a la obtenida por el esparcimiento.
Esto explica que la teoría no reconozca la existencia del
desempleo involuntario, ya que no tener empleo es una decisión del trabajador.
La teoría tuvo que inventar este artilugio porque de lo
contrario el trabajador perdía su libre arbitrio, ya que se hubiera visto
obligado a pedir un trabajo como limosna para subsistir, y la teoría no hubiera
podido sostener que es el “libre mercado” el que determina los equilibrios
económicos.
EL TRABAJO Y EL EQUILIBRIO SOCIAL
El “mercado de trabajo” no pude ser confundido con el mercado de
los alcauciles, ya que como lo señaló oportunamente Robert Solow, premio Nobel
de Economía en 1987, las relaciones laborales y el “mercado del trabajo”
constituyen una institución social.
Esta tiene tribunales especiales para la solución de los
conflictos entre las partes, una legislación específica, agrupaciones
sindicales y patronales que discuten ásperamente los términos y condiciones de
trabajo y del nivel de los salarios, además del contexto histórico que hace
cuasi imposible transgredir, en el corto y mediano plazo, los valores
culturales de la sociedad.
Y se debe agregar que los valores anclados en la cultura de las
democracias, los principios de la equidad y de igualdad hacen que existan
claros límites en la determinación de los salarios y de las relaciones entre
las corporaciones patronales y los trabajadores.
El otro argumento de los neoliberales que se deduce del modelo
de oferta y demanda es que la baja de los salarios provocará un incremento del
empleo.
La vulgata liberal afirma que los empresarios comprarán trabajo
según su precio. Cuanto menor es el salario, mayor es la cantidad de trabajo
demandada.
Keynes refutó esta explicación y demostró que la demanda de
trabajo de los empresarios no está ligada al precio del salario, sino al nivel
de la demanda agregada de bienes.
Dentro de cada empresa, tanto el salario como los precios de los
otros insumos son, para el empresario, un dato sobre el cual no puede
influenciar, y su demanda de trabajo será función de sus necesidades expresadas
por su cartera de pedidos.
Si la demanda global de bienes disminuye entonces las
necesidades de trabajo de los empresarios, para satisfacerla también disminuirá
y habrá desempleo, sea cual fuere el salario.
La teoría keynesiana puede así explicar que a cada nivel de la
actividad económica corresponde una tasa de desempleo del trabajo, así como una
tasa de capacidad instalada ociosa.
Es la situación actual en la Argentina, donde existe un aumento
del desempleo provocado por la disminución de la actividad económica generada
por la política económica de Macri.
No obstante, los sectores patronales insisten en la necesidad de
bajar los salarios, aunque una decisión unilateral de los patrones que buscara
imponer una baja de los salarios netos además de implicar un conflicto social
de envergadura tendría repercusiones económicas inmediatas ya conocidas.
Raros son los gobiernos que han sido tan irresponsables como
para provocar un conflicto social de gran envergadura disminuyendo los salarios
de bolsillo.
Por esta razón, la alternativa propuesta por la patronal es
hacer que el Estado laude a favor de una baja del salario indirecto que los
economistas ortodoxos llaman “aportes patronales” o “impuestos al trabajo”,
que, agregados al salario neto, constituyen “el salario” al que se hace habitualmente
referencia.
Esta orientación implica disminuir las jubilaciones y las
prestaciones sociales, lo cual tendrá la misma consecuencia económica que una
disminución del “salario de bolsillo”.
Las experiencias contemporáneas muestran que las bajas del salario
bruto se traducen, por regla general, en recesiones más o menos agudas, como en
la Argentina de la Alianza, en la política de Macri o en la Inglaterra de
Thatcher.
SALARIO Y DEMANDA
El salario posee una característica específica muy importante
que, muy a menudo, es soslayada ex profeso por los neoliberales.
Es por un lado un componente del costo de los productos y, por
otro lado, el ingreso de los trabajadores, lo que les permite subsistir y
expresar una demanda efectiva de bienes.
En las sociedades avanzadas donde todos los bienes son objeto de
intercambios mercantiles, el conjunto de los salarios se gasta en consumo, que
constituye el bloque central, y de lejos el más importante, de la demanda
global.
Según el Indec actual, en 2015 el consumo constituyó el 74% del
PIB. Y, por lo tanto, el nivel de los salarios determina una de las condiciones
más importantes del equilibrio macroeconómico.
La riqueza creada en un país es la suma del consumo, la
inversión y las exportaciones menos las importaciones.
Esta riqueza se distribuye entre los salarios y los beneficios.
La teoría ortodoxa afirma, de acuerdo a la Ley de Say, que toda
oferta crea su propia demanda, de tal suerte que todo lo producido es comprado
por los salarios o los beneficios.
Sin embargo, esta ley no se cumple en la medida en que estemos
en una economía monetaria, ya que los agentes económicos pueden no gastar todo
lo que ganan.
En particular los que reciben los beneficios, vale decir los más
ricos, pueden no gastar todo su ingreso, ya que una vez gastado lo que
consumen, que es poco respecto de lo que ganan, no utilizan el resto de sus
ingresos para comprar los bienes de inversión porque deciden no hacerlo, lo
expatrían, lo atesoran, etc.
En este caso, la oferta global no será igual a la demanda global
y existirá un nivel de desempleo de la fuerza de trabajo porque existe un
déficit de la demanda efectiva constituido por lo que no se gastó.
Para el otro componente, es el volumen de los salarios. Los
trabajadores gastan todo lo que ganan en comprar bienes de consumo necesarios
para su subsistencia.
En los países industriales, el 90% del consumo proviene de la
demanda de los asalariados, y en la Argentina el nivel es similar.
Si el monto de los salarios disminuye, porque se incrementan los
beneficios, entonces la cantidad de bienes de consumo vendidos disminuirá.
La vulgata liberal afirma que en ese caso las exportaciones
serán las que permitirán lograr el equilibrio, pero eso no ocurre en la
Argentina.
El consumo interno representa una parte muy significativa del
PIB y las exportaciones industriales, las MOI (Manufacturas de Origen
Industrial), en la Argentina, solo representaron, en 2015, el 27% de las
exportaciones globales, lo cual significa 3% del PIB; esto implica que una baja
del 1% del consumo supone un incremento de casi el 25% de las exportaciones
industriales para compensar.
Habida cuenta de las restricciones impuestas por todos los países
a sus importaciones, sustituir el consumo interno por un incremento de las
exportaciones parece absolutamente improbable.
Como puede observarse, la caída del salario real no es una
solución para superar una recesión económica, sea cual fuere su origen. Ni en
la Argentina ni en el resto de los países del mundo.
Esta situación ya existió en el pasado, y la insistencia en
sobrellevar la recesión con más recesión terminó en la crisis de 2001.
* Doctor en
Ciencias Económicas, Universidad de París. Cómo citar este artículo Susani, B.,
“No…”, Revista de Ciencias Sociales, segunda época, año 9, Nº 31, Bernal,
Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, otoño de 2017, pp. 199-202,
edición digital, .
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