LA SOCIEDAD DE LA IDIOTIZACIÓN
Acabo de llegar de entrenar y estoy en mi habitación, exhausta y tumbada en cama, dispuesta a coger por fin el móvil y contestar a los mensajes que se han ido acumulando a lo largo de la jornada, cuando descubro con frustración que cada respuesta enviada está acompañada por un reloj que dice “espera”.
Como en casa nos han quitado el servicio Wi-Fi temporalmente y he consumido todos los datos de mi tarifa hasta reducir la velocidad de navegación a niveles insospechados, no es de extrañar que mi conexión falle, así que apago y enciendo los datos para intentar resucitarla.
Pero no funciona. Decido entonces reiniciar el móvil; apago enciendo, bienvenido a Samsung, cuatro dígitos del PIN y patrón de desbloqueo.
Aguardo esperanzada el sonido de notificación que indique que el problema se ha solventado, ese “plin” que me diga que he retomado el contacto con el mundo y me permita por fin estar tranquila, pero no se oye nada.
Abro la aplicación y el reloj sigue ahí, acompañando a los mensajes, mirándome, riéndose. Sigo pensando soluciones cuando, de repente, el señor pájaro azul de Twitter pronucia su cántico y anuncia la tragedia: Ha caído WhatsApp.
Ha caído WhatsApp y nuestra capacidad de reacción ha desaparecido. Privados de esa enorme parte de nuestra vida ocupada por la mensajería instantánea y el contacto permanente con los demás, sentimos la imperiosa necesidad de publicar en Twitter nuestro desconsuelo, de hacer chistes, de tranquilizarnos comprobando que no estamos solos y de pertenecer a ese colectivo de personas que están indignadas porque ha caído WhatsApp.
Ha caído WhatsApp y tú no has aprovechado para estudiar, no le has dado un beso a tu madre y ni siquiera te has movido de tu habitación para buscar un ser humano con el que intercambiar más de cuatro palabras inteligentes. Te has quedado ahí, exhausto y tumbado en cama, como si se hubiese caído tu cerebro en vez de un servicio de mensajería, buscando consuelo en otras redes sociales que permanecían activas.
Ha caído WhatsApp como si hubiese muerto la abeja reina de una colmena y ninguna supiera cómo actuar ni cómo moverse sin ella, como un niño al que le sueltan la mano de repente mientras intenta aprender a caminar.
La sociedad de la información en que creemos vivir es una ilusión falsa: estamos en pleno auge de la sociedad de la idiotización.
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