Osvaldo Bayer: "Tuvimos una de las dictaduras más feroces del mundo"
Entrevista exclusiva con la Revista Viva
A 40 años del último golpe militar, el historiador ve puntos de conexión entre las distintas masacres de la historia argentina. Cuenta cómo era el plan del Che Guevara para encender la revolución en las sierras de Córdoba. Y describe su proyecto para hacer aterrizar en Buenos Aires un avión lleno de escritores exiliados en plena dictadura.
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“Sin él sería más fácil olvidar”, dijo Osvaldo Soriano, su viejo amigo del exilio. Y Osvaldo Bayer sonrió. Es que sostener el castillo de la memoria, en donde sopla la furia de la impunidad, le valió penas, persecuciones y destierros, pero jamás olvidos.
Hoy, a los 89 años, Bayer es un hombre que recuerda, en la penumbra de una habitación llena de documentos y de una vida llena de trabajo periodístico y esfuerzo de investigación.
Le pregunto si, por su estilo de escribir en escenas, sin descuidar la precisión de los hechos, no leyó Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, antes de alumbrar La Patagonia Rebelde. Y la respuesta es seca y contundente: “Sí”.
Hay en el historiador sed de multiplicar voces de los perdedores del sistema, sed de justicia poética y sed común: “Jóvenes, ¿toman un Campari?”, pregunta a cronista y fotógrafo de Viva. Y a partir de entonces, las miradas se verán interceptadas por el líquido rojo, merced a los ocho brindis que propone el escritor. El diálogo se tonifica:
Osvaldo, si estallara hoy un Mayo Francés, a usted no le pasarían un fusil, porque es hombre de paz, pero sí le dieran el aerosol para llenar las paredes de grafitis, ¿cuáles son las consignas que necesita esta época?
Y Bayer se transporta a las barricadas parisinas, a la ebullición de las calles, al humo que tragan los que escapan de la represión. De repente, con la imaginación agitada, queda frente a un muro blanco. Y aprieta el aerosol:
“Viva la igualdad”.
“Basta de villas miseria”.
“Más democracia”.
“Luchemos para que toda la gente tenga una vida feliz”.
Y de las luchas y sus secuelas, de la equivocación de la violencia como método político y de la represión ilegal hablará durante dos horas en su casa del barrio de Belgrano, bautizada El Tugurio por Soriano. Allí, entre potus y pétalos, cuelgan carteles de calles que se llamaban Julio Argentino Roca y fueron bajados por el reclamo de Bayer para que el ex presidente sea considerado un “genocida” de los pueblos originarios.
A 200 años de la Independencia, ¿por qué no hemos construido suficiente solidaridad, igualdad, paz?
Porque las traiciones empezaron enseguida. Desgraciadamente. Después de la Asamblea del año XIII, aprendimos a cantar el Himno Nacional y decimos en esa letra “ved en trono a la noble igualdad... libertad, libertad, libertad”, pero, ¿de qué igualdad podemos hablar? No hemos llegado nunca a la igualdad.
Más todavía, después de esa Asamblea del año XIII, de ese 25 de Mayo de 1810 magnífico, extraordinario, tuvimos un Rivadavia que hace la campaña contra los pueblos originarios y se enorgullece de haber matado a tantos.
Esa fue la “igualdad”, cuando los pueblos originarios que reclamaban sus tierras se habían dirigido a la población blanca siempre en paz.
Luego llegaron Roca y Avellaneda, lo peor de lo peor en cuanto a democracia.
Roca inicia la Campaña del Desierto, donde se hace un verdadero genocidio y se restablece la esclavitud. Y eso no lo pueden negar, están los avisos en los diarios de la época, que dicen: “Hoy, entrega de indios. A toda familia que lo requiera se entregará un indiecito como mandadero, una india como sirvienta, y un hombre como trabajador”, es decir, se restablece la esclavitud. Eso nunca se enseñó en las escuelas.
Hay también una guerra de las palabras, “campaña al desierto” versus “genocidio”, la expresión “exterminar a los indios ranqueles” en un decreto, que habilita la masacre.
Represores que reciben la orden difusa de “usted vaya y haga lo que corresponde” contra los obreros patagónicos en huelga, que ellos traducen en matanza. Es una disputa por el sentido que nos acompaña hasta ahora.
Si, bueno, ese ciclo fundador inicial, seguido de estas traiciones, lo terminamos en el sistema de desaparición de personas con la última dictadura militar, el más demoníaco de los sistemas, alguien que desapareció, que ni lo mataron ni se fue ni está en el exilio, desapareció, ya está, las personas desaparecidas, miles.
¿Ve un hilo conductor entre las distintas matanzas de estos dos siglos?
Sí, están conectadas. Y por eso hay que preguntarse, ¿qué hicimos los argentinos después de esa magnífica Asamblea del año XIII, de ese 25 de Mayo, de ese 9 de Julio, qué idioma, qué liberalismo, qué libertad, qué respeto por la personalidad del ciudadano, y a qué llegamos? Al sistema de desaparición de personas, y a dictaduras militares de las más feroces que ha dejado el mundo.
Dentro de poco, un billete de 100 pesos de Roca, más uno de Evita, van a equivaler a uno de 200 pesos representado por una ballena, ¿qué significa eso en términos simbólicos?
Bueno, significa una búsqueda de la nimiedad de los valores históricos. Cuando pusimos héroes en los billetes me pareció dignificar nuestra historia, pero no cuando se ubicó en el más caro nada menos que a Roca, un genocida feroz. Evidentemente, a los que apoyaron dictaduras y medidas antidemocráticas, la figura del “patriota” Roca les conviene.
Usted hizo que muchas calles llamadas “Roca” cambiaran de nombre...
Sí, sí, miren (muestra carteles originales ya desalojados de esquinas patagónicas, incluso uno de la calle Rauch, y uno del hermano de Roca, Ataliva Roca), fue un gran triunfo. Rauch fue contratado por Rivadavia para exterminar a los indios ranqueles, figuraba en el decreto.
¿Y qué pasó cuando fue a denunciar esa situación a la mismísima ciudad de Rauch?
Un revuelo tremendo. La gente vieja se paró y se fue y otros dijeron que lo que yo decía era mentira, que Rauch había sido un gran liberador de las pampas argentinas, y yo les digo: “Sí, a costa de la vida de los pueblos originarios”. Y cuando otros pensadores que decían que no era necesario matar a los indios, sino convivir con ellos. Un Belgrano, un San Martín, fueron defensores de los pueblos originarios, Belgrano principalmente.
¿Es cierto que pudo ver hace poco el “Expediente Bayer”, esto es las carpetas secretas que armaron los servicios de inteligencia sobre usted?
Sí, me describían como un revolucionario, un individuo inquietante y peligroso que buscaba el desorden, la indisciplina y, principalmente, negar la historia argentina, que según sugería el informe fue una historia de paz y de tranquilidad. Había fotografías, artículos, todo han coleccionado. Me llamaban populista además, imagínese, yo que soy anarquista.
Como buen pacifista, en el servicio militar se negó a usar armas, ¿cómo fueron las represalias?
Bueno, aprovecharon y me hicieron limpiar todo el cuartel, mi arma pasó a ser el trapo de piso y la escoba, pero prefería eso a disparar del gatillo. Eso sí, con el tiempo, usé esa situación para escribir.
Pajarito García Lupo maestro de periodistas, leía los avisos fúnebres para establecer conexiones entre familias tradicionales, ¿cómo construyó usted esa enorme base documental que utilizó para escribir La Patagonia Rebelde?
Fueron 12 años de trabajo, dedicándome exclusivamente a eso. Viajé por toda la Patagonia, recogí testimonios, visité los archivos, principalmente el de Santa Cruz, donde descubrí muchísimo material inédito, ahí estaba todo.
¿Cómo fueron sus últimos encuentros con Rodolfo Walsh?
Le advertí enfáticamente: cuidate porque vos vas a ser el primero al que van a liquidar. Me acuerdo de la última reunión que tuvimos en un café, cuando los dos ya estábamos amenazados y en las listas de la Triple A. Así y todo, nos encontramos en la 9 de Julio y Corrientes. Creíamos que no teníamos peligro. Y casi al pie del Obelisco, se dio un diálogo más o menos así:
–¿Rodolfo, qué hacés acá? Tenés que irte cuanto antes.
–Mirá quién habla.
–Yo escribí sobre la crueldad del pasado, pero vos escribiste Operación Masacre, que es un libro de la crueldad actual.
–Es exactamente lo mismo, Osvaldo. No te hagas el tonto, porque vos, al haber escrito sobre las huelgas de la Patagonia, tenés la misma culpa que yo.
Era extraordinario pasarlo con él. Lo visité también en el Delta, cuando vivía ahí, siempre brindado, nada egoísta, siempre decía lo que había descubierto últimamente. Pero él se quedó... yo me fui y salvé la vida. Él se quedó y lo mataron, tal cual se lo había dicho.
Hace poco, usted descubrió un cartel que imponía el nombre de Walsh a la estación de subte que está en Entre Ríos y San Juan, a metros de donde lo emboscaron en 1977.
Sí, fue todo un honor para mí, Rodolfo se lo merecía por su coraje y valentía.
En 1960 escuchó de boca del Che Guevara su plan para hacer la revolución en la Argentina, ¿cómo era?
Fue increíble. Para hacer la revolución en Argentina, nos dijo, hay que hacerla desde las sierras de Córdoba. Ahí se reúnen 50 compañeros, buscan un lugar donde pasar desapercibidos, se arreglan para encontrar comida, van con armas. Cuando pasan seis meses, ya bajan. Me acordé mucho de esa expresión, “ya bajan”. Y hablan con la juventud cordobesa y juntan 300, 400, 500. Y cuando son 500 arriba, bajan de nuevo, hasta juntar 2000 personas. Y cuando llegan a 2000 bajan definitivamente, se dirigen hacia Buenos Aires, donde los espera una multitud. La columna principal es recibida en General Paz y Rivadavia, los diarios están avisados y cubren el acontecimiento. Allí hacen una reunión enorme, y entonces le dicen a la multitud que hay que tomar la Casa de Gobierno y hacer por fin la revolución... Lo escuchábamos seis argentinos, dos mujeres y cuatro hombres y yo pensé: ¡¡¡qué locura!!! Y el Che nos miró y dijo, ¿hay preguntas? Las dos mujeres se habían enamorado y estaban boquiabiertas. Y de los hombres nadie preguntó... pero a mí me da vergüenza cuando nadie pregunta. Y ahí metí la pata. Le digo: “Compañero Che, usted nos habla de cómo hacer la revolución, pero no nos habló en ningún momento de la represión, porque cuando bajan los primeros 50 de la sierra, se cruzarán con la Policía, la Infantería o el Ejército. Y después el campamento será bombardeado”. El Che me miró con una inmensa tristeza, nunca me voy a olvidar sus ojos, como diciendo “¿cómo hay gente que pregunta estas estupideces?”. Y me dijo: “Sí, van a ir esos a reprimir, pero son todos mercenarios”. Y yo pensé, sí, son todos mercenarios, pero te disparan con ametralladoras, viejo. Y los seis argentinos que estaban allí me miraron como diciendo “claro, boludo, ¿no ves que son todos mercenarios?”, estaban enamorados del Che, ¿no? Y después pensé, a lo mejor tiene razón, para hacer una revolución no hay que pensar como yo, hay que hacerla y se acabó. Pero vimos después lo que pasó acá con los intentos que hubo, completamente equivocados. Y él también después se va a equivocar, cuando viene a Bolivia y cree que se va a levantar todo el pueblo con ellos, pero no los acompaña nadie. Igual, qué extraordinario era, un tipo con un atractivo impresionante. Además, hablaba como un sabio. Yo me arrepentí de haberle hecho esa pregunta, tendría que haber pedido aplausos para él, un verdadero revolucionario.
Usted intentó su propia aventura en 1981, cuando quiso llenar un avión de escritores exiliados en Europa para aterrizar en Ezeiza y denunciar al mundo las violaciones a los derechos humanos, ¿cómo fue esa gestión y por qué se frustró el viaje?
Bueno, yo tenía un poco de complejo por haberme ido de la Argentina y pensé en hacer algo importante. Junté a intelectuales que estaban en Alemania y les propuse alquilar un avión y bajar en Buenos Aires, en plena dictadura. Evalué qué podía ocurrir. Primera hipótesis: llegábamos, nos rechazaban y teníamos que volver a Berlín, y ya era un éxito, porque todos los diarios del mundo iban a hablar de eso.
Segunda hipótesis: nos dejaban entrar, entonces nos refugiábamos en la Iglesia Evangélica Alemana, en la calle Esmeralda y dejábamos entrar a gente que apoyara nuestra misión. No se iban a atrever a atacar un templo. Si entraban y nos lastimaban, pasábamos a ser héroes. Pedimos el apoyo de intelectuales europeos, muy conocidos, venía Günter Grass, que se sumaba a condición de que viajara Cortázar. Entonces me fui a París y le expliqué bien cómo era el plan. Y Cortázar me miró, la miró a su querida, que en ese momento era una mujer muy joven, y me dijo, en ese idioma que hablaba él, sin las erres: “Yo no quieggo que me tiggen un tiggo en la cabeza, no voy…” y sin Cortázar no iba nadie. El plan fracasó y yo sufrí tremendamente. ¿Se imaginan lo que hubiera sido si llegábamos en plena dictadura, un 9 de julio, con Juan Rulfo, (¡el primero que aceptó, qué gran tipo!), con García Márquez también, ¡qué valiente! Qué lástima que Cortázar no aceptó, porque tuvo después actitudes muy lindas y una posición clara contra la dictadura. Yo lo quería mucho, pero en ese momento pensé: qué se vaya al carajo. Boludo, enamorate después. Antes de morirse se habrá lamentado.
A veces los gestos heroicos vienen de los anónimos, como las putas de San Julián, que se negaron a atender a los fusiladores de obreros hace 95 años.
Eso fue después de los fusilamientos. El teniente coronel Varela les dio permiso a los soldados para ir al prostíbulo de San Julián. Golpearon la puerta, salió la madama y les dijo que las pupilas no querían atenderlos. Ellas recibían a los peones rurales después de cobrar la cosecha o la esquila y tenían sus novios. Los soldados intentaron entrar a punta de bayoneta, pero ellas los corrieron con escobas y palos, al grito de “putos, putos, con fusiladores no nos acostamos”.
Otro intento de esclavitud, el sometimiento de la mujer...
Sí, pero por suerte hoy San Julián está orgullosa de ellas. Dice en el museo: “Las putas de San Julián”, es genial. Y en el cementerio está la tumba de Maud Foster, una inglesa que habían traído los estancieros británicos para cuidar a sus niños. Ella no aguantó que explotaran a los peones y huyó. Y luego fue una de las cinco mujeres que rechazaron a los soldados. La expulsaron. Pero hoy está allí. Y su tumba siempre tiene flores. Qué lindo, ¿no?
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