MARISTELLA
SVAMPA: DEBATES LATINOAMERICANOS DE SOCIOLOGÍA POLÍTICA
Joan Martínez Alier*
Maristella
Svampa es una gran socióloga argentina, muy conocida por su artículo de 2013 en
el que señalaba el tránsito en Sudamérica “del consenso de Washington al
consenso de las commodities”, un consenso que incluía a gobiernos
tanto neoliberales como nacional-populares.
Ella
ha publicado en 2016 un libro extraordinario y valiente, con el
título Debates Latinoamericanos: Indianismo, desarrollo, dependencia y
populismo (Buenos Aires: Edhasa, 2016).
La
obra tiene dos partes. La primera explica en detalle las teorías políticas
latinoamericanas que se perfilaron desde las décadas de 1940 y 1950, con una
gran riqueza de fuentes y matices.
Y
la segunda introduce los “conceptos horizonte” del momento actual de salida de
escena de los gobiernos progresistas y antiecologistas de Argentina, Brasil y
Venezuela, e incluso Ecuador.
Esos
conceptos políticos nuevos son los “bienes comunes”, la ética del cuidado y el
ecofeminismo, el Buen Vivir, los derechos de la naturaleza, la descolonialidad
del poder y del saber, el postdesarrollo, la autonomía y el
postextractivismo.
A
lo largo de 250.000 palabras (en 564 páginas, que incluyen minuciosas notas al
pie y una larga bibliografía), la autora relaciona los debates principales de
las pasadas décadas con estos nuevos conceptos.
No
es posible resumir todos los vericuetos argumentales en una simple reseña.
Pero, por ejemplo, el actual concepto de la “comunalidad” que llega de Oaxaca y
de Chiapas no se puede separar de los debates sobre las poblaciones originarias
y el renacimiento de la indianidad en los años 1970 y 1980 (Bonfil Batalla, con
el libro México profundo, por ejemplo), y tiene también raíces, en
una “memoria larga”, en el Mariátegui, que en su tiempo fue acusado por el
estalinismo de narodnik, populista.
También
el actual concepto de comunalidad se relaciona de alguna manera con los
vigorosos debates sobre modos de producción desde Sergio Bagú y Rodolfo
Puiggrós en adelante, que el libro desmenuza con cuidado (¿era América Latina
capitalista, o existían rezagos semifeudales?).
En
esos debates de la década de los años 1970 no se enfatizó lo bastante que las
luchas agraristas en México, Guatemala, Ecuador, Bolivia y Perú eran y habían
lo sido por la defensa de los comunes. Los comunes no eran ni capitalistas ni
feudales.
Hubo
más tarde mucho de comunalidad y de indianidad en el éxito de Evo Morales y
García Linera en Bolivia (que la autora conoce muy profundamente), antes de que
los dirigentes bolivianos se deslizaran por la paradójica pendiente del “más
extractivismo para salir del extractivismo”.
Asimismo,
la irrupción del muy exitoso concepto del postextractivismo en los últimos diez
años de la mano de Eduardo Gudynas y otros, ¿cómo se relaciona con las teorías
de Prebisch y la Cepal, con los escritos de Celso Furtado, con los debates
sobre la dependencia introducidos por autores como Fernando Henrique Cardoso
(que creía que, a pesar de la situación de dependencia, una burguesía nacional
desarrollista podía tal vez afirmarse en algunos países como Brasil y
Argentina), o por otros autores más radicales, como André Gunder Frank, que
pensaban que la dependencia condenaba a América Latina a tener
“lumpenburguesías”? (Una reprimenda que hago a la autora es que menosprecie el
poder de tracción de las ideas de América Latina y diga que Gunder Frank tenía
origen alemán. “Nous sommes tous des juifs allemands”, desaparecidos —como se
cantaba en París en 1968—; él por poco se escapó de niño, y se tornó
latinoamericano a mucha honra —¿qué otra cosa mejor podía haber sido?:
¿gringo?, ¿europeo?, ¿israelí inmigrado?—; se doctoró en Chicago y se formó en
el marxismo de la Monthly Review, pero se educó verdaderamente a
los treinta años en América Latina con Caio Prado Júnior y otros.)
El
postextractivismo, asentado firmemente en la realidad empírica de los negativos
efectos socioambientales del enorme aumento en tonelaje de la extracción y
exportación de materiales en y desde Sudamérica (multiplicado por cuatro de
1970 a 2008), insiste en que son más bien las metrópolis importadoras de esa
enorme corriente de energía y materiales baratos las que dependen
metabólicamente del Sur, en un marco de “comercio ecológicamente desigual” que
los sudamericanos conocen y reconocen fácilmente en sus productos culturales,
en sus memorias y en sus vivencias, aunque ahora deben modificarlas un poco
para enfrentarse a nuevas presencias como la de China.
Hay
una pre-historia de la crítica postextractivista y hay políticas posibles para
escapar del extractivismo.
El
postextractivismo es un término analítico y al mismo tiempo un lema del Sur que
llama a la acción, y por lo tanto superior políticamente, aunque sea compatible
con el término de David Harvey de la nueva “acumulación por desposesión” que contempla
lo que ocurre desde la lógica del capitalismo del Norte.
El
“concepto horizonte” nacido del Sur de los derechos de la naturaleza, que
habría de tener tanto recorrido internacional y que fue por primera vez
reconocido en las Constitución de Ecuador de 2008, ¿cómo se relaciona con los
anteriores y vigentes debates latinoamericanos sobre la indianidad y el culto a
la Pachamama, y también con la nueva fuerza de las poblaciones afroamericanas
quilombolas (en Brasil) o en palenques? ¿Cómo se relaciona con el auge actual
de las doctrinas sobre la descolonialidad del poder y del saber, de Aníbal
Quijano y otros?
De
cara al futuro, el postdesarrollismo con razón se identifica con los muy
difundidos trabajos de Arturo Escobar desde la década de 1990, pero es algo
anterior y más amplio (como muestra el diccionario editado por Wolfgang Sachs
en 1992, traducido por PRATEC en Perú, que incluía pensadores latinoamericanos
como Gustavo Esteva y también Ashish Nandy, de la India, y otros).
“Desarrollo”
ha sido una palabra obsesiva. Se habló durante décadas de los “obstáculos al
desarrollo”, de cómo salir de la tradicionalidad y alcanzar la modernidad.
Como
explica la autora con detalle, el concepto “desarrollo” está perdiendo terreno
porque indicaba un (imposible) camino uniforme y ahora se trata de avanzar
hacia un mundo que contenga muchos mundos, un pluriuniverso.
Pero
todavía vale la pena, dice Svampa, estudiar qué distintos significados ha
tenido la palabra “modernidad” en América Latina.
La
autora también desmenuza la categoría de “populismo”, lo adopta en algunas de
sus acepciones para explicar realidades latinoamericanas como los peronismos
(“de baja intensidad”, como el de Menem, y “de alta intensidad”, como el de
Néstor y Cristina Kischner).
También
hay varias páginas excelentes sobre el APRA en Perú y sobre la figura de
Velasco Ibarra en Ecuador.
Hay
un buen análisis de las posiciones filopopulistas de Ernesto Laclau, pero
también de las de antipopulistas como el politólogo ecuatoriano Carlos de la
Torre.
Los
populismos antioligárquicos y, por lo tanto, en algún sentido democráticos,
¿cómo se relacionan hoy en día con las demandas de autonomía, con las consultas
populares antimineras ya sea apelando al Convenio 169 de la OIT o a la
democracia local?
El
muy interesante debate sobre marginalidad urbana de hace cuarenta años, con
José Nun y otros autores, ¿qué nos dice sobre la potencialidad social y
política de las “masas” urbanas?
No
se puede olvidar que el caracazo de 1989 (contra el Fondo Monetario Internacional)
está en la raíz del “chavismo” en Venezuela y de la ola de movimientos que
llevaron al rechazo gubernamental latinoamericano a la propuesta del TLC en el
2005.
Maristella
Svampa ha publicado anteriormente con su equipo de investigación numerosos
estudios sobre resistencia antiminera y sobre las acciones de las “asambleas
autoconvocadas” en Argentina, y conoce admirablemente bien conflictos similares
en otras regiones latinoamericanas.
Ella
misma ha estado recientemente involucrada en conflictos contra el fracking en
Patagonia. Ella conoce la “guerra del desierto” en el siglo XIX en su tierra,
exterminando indígenas y el racista dilema argentino de “civilización o
barbarie”, cuando el verdadero dilema actual es “ecosocialismo o barbarie”.
Ella
sabe, siendo argentina, que el genocidio fundacional de 1492 está vivo en la
realidad y en la memoria porque ha viajado mucho por Indoamérica.
El
libro no es sentimental; nació de cuidadosos cursos académicos dados en la
Universidad de La Plata a lo largo de varios años.
La
autora se doctoró en sociología en París, y conoce lo que se escribe en Europa
y Estados Unidos sobre América Latina y comprende sus limitaciones, aunque
elogia al mismo tiempo a los autores que le parece que han hecho contribuciones
importantes y de primera mano, sin copiar ideas. Pero lo que le irrita y le
estimula muchísimo es el papanatismo de algunos latinoamericanos (no solo del
estilo Vargas Llosa cuando escribe de política, sino también de profesores de
universidad) que desprecian lo que se ha debatido políticamente en las últimas
décadas y dejan de lado los importantes “conceptos horizonte” nacidos en el
continente.
Son
casos de “dependencia mental”, muy extendida entre neoliberales que, con un par
de libros de Karl Popper (La sociedad abierta y sus enemigos) y de Hayek
(El camino a la servidumbre) y al amparo del capitalismo globalizado, se
creen los reyes del mambo.
Los
neoliberales no van en América Latina a alcanzar la hegemonía; lo hicieron por
la fuerza militar en Chile, y lo consiguen solamente con fuerza militar (como
en Honduras).
El
libro de Maristella Svampa no polemiza superfluamente contra el neoliberalismo;
no es este su tema principal. Lo es la desvalorización y el relativo olvido del
rico pensamiento político propio, en parte causado por derrotas políticas y por
las dictaduras militares.
Esas
teorías latinoamericanas de sociología política de hace cuarenta o cincuenta
años están, por el contrario, vigentes y se relacionan con nuevas realidades e
ideas, con el avance de luchas indígenas, la reactualización del populismo, el
ecofeminismo, la visión y las luchas ecoterritoriales, el postdesarrollismo y
el postextractivismo.
Aunque
es un libro, finalmente, de ecología política, no cita a los teóricos de la
zona de la OTAN como Paul Robbins, Erik Swyngedouw, David Schlosberg y los
Bebbington; tampoco cita a publicistas europeos como Zizek ni Monbiot. Ni falta
que hace. Hay que tomarse en serio la descolonialidad del saber.
—
* Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals, Universitat
Autònoma de Barcelona
—
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