LA EMERGENCIA
VIRAL Y EL MUNDO DE MAÑANA. BYUNG-CHUL HAN, el filósofo surcoreano que piensa desde Berlín
Los países
asiáticos están gestionando mejor esta crisis que Occidente. Mientras allí se
trabaja con datos y mascarillas, aquí se llega tarde y se levantan fronteras
El
coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema.
Al parecer
Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa. En Hong Kong, Taiwán y
Singapur hay muy pocos infectados. En Taiwán se registran 108 casos y en Hong
Kong 193. En Alemania, por el contrario, tras un período de tiempo mucho más
breve hay ya 15.320 casos confirmados, y en España 19.980 (datos del 20 de
marzo).
También
Corea del Sur ha superado ya la peor fase, lo mismo que Japón. Incluso China,
el país de origen de la pandemia, la tiene ya bastante controlada. Pero ni en
Taiwán ni en Corea se ha decretado la prohibición de salir de casa ni se han
cerrado las tiendas y los restaurantes.
Entre
tanto ha comenzado un éxodo de asiáticos que salen de Europa. Chinos y coreanos
quieren regresar a sus países, porque ahí se sienten más seguros. Los precios
de los vuelos se han multiplicado. Ya apenas se pueden conseguir billetes de
vuelo para China o Corea.
Europa
está fracasando. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que
Europa no puede controlar la pandemia.
En Italia
mueren a diario cientos de personas. Quitan los respiradores a los pacientes
ancianos para ayudar a los jóvenes. Pero también cabe observar sobreactuaciones
inútiles. Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada
de soberanía. Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano
es quien decide sobre el estado de excepción. Es soberano quien cierra
fronteras. Pero eso es una huera exhibición de soberanía que no sirve de nada.
Serviría de mucha más ayuda cooperar intensamente dentro de la Eurozona que
cerrar fronteras a lo loco.
Entre
tanto también Europa ha decretado la prohibición de entrada a extranjeros: un
acto totalmente absurdo en vista del hecho de que Europa es precisamente adonde
nadie quiere venir. Como mucho, sería más sensato decretar la prohibición de
salidas de europeos, para proteger al mundo de Europa. Después de todo, Europa
es en estos momentos el epicentro de la pandemia.
Las
ventajas de Asia En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el sistema de
Asia que resulten eficientes para combatir la pandemia?
Estados
asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una
mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo).
Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También
confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón
la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre
todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la
vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial
enorme para defenderse de la pandemia.
Se podría
decir que en Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y
epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en
macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado.
Los
apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas
humanas. Varios ciudadanos, todos ellos con mascarilla, hacen cola para coger
el autobús el pasado 20 de marzo en Pekín. La conciencia crítica ante la
vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de
protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie se
enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos.
Entre
tanto China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los
europeos, que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los
ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta
social.
En China
no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación.
Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes
sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con
críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales
le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Por el
contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines
al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de viaje
o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado
número de puntos podría perder su trabajo.
En China
es posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio
de datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las
autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario
de los chinos no aparece el término “esfera privada”.
En China
hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una
técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en
el rostro. No es posible escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras
dotadas de inteligencia artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano
en los espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en
los aeropuertos.
Toda la
infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente
eficaz para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín
es captado automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si
la temperatura es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo
vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema
sabe quién iba sentado dónde en el tren. Las redes sociales cuentan que incluso
se están usando drones para controlar las cuarentenas. Si uno rompe
clandestinamente la cuarentena un dron se dirige volando a él y le ordena
regresar a su vivienda. Quizá incluso le imprima una multa y se la deje caer
volando, quién sabe. Una situación que para los europeos sería distópica, pero
a la que, por lo visto, no se ofrece resistencia en China. Los Estados
asiáticos tienen una mentalidad autoritaria. Y los ciudadanos son más
obedientes Ni en China ni en otros Estados asiáticos como Corea del Sur, Hong
Kong, Singapur, Taiwán o Japón existe una conciencia crítica ante la vigilancia
digital o el big data. La digitalización directamente los embriaga. Eso obedece
también a un motivo cultural. En Asia impera el colectivismo. No hay un
individualismo acentuado.
No es lo
mismo el individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está muy
propagado en Asia. Al parecer el big data resulta más eficaz para combatir el
virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están
efectuando en Europa. Sin embargo, a causa de la protección de datos no es
posible en Europa un combate digital del virus comparable al asiático.
Los
proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos
sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios
de salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué
hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo.
Es posible
que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso,
el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la
psicopolítica digital que controla activamente a las personas.
En Wuhan
se han formado miles de equipos de investigación digitales que buscan posibles
infectados basándose solo en datos técnicos. Basándose únicamente en análisis
de macrodatos averiguan quiénes son potenciales infectados, quiénes tienen que
seguir siendo observados y eventualmente ser aislados en cuarentena. También
por cuanto respecta a la pandemia el futuro está en la digitalización.
A la vista
de la epidemia quizá deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano
quien dispone de datos. Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra
fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía. La lección de la
epidemia debería devolver la fabricación de ciertos productos médicos y
farmacéuticos a Europa No solo en China, sino también en otros países asiáticos
la vigilancia digital se emplea a fondo para contener la epidemia.
En Taiwán
el Estado envía simultáneamente a todos los ciudadanos un SMS para localizar a
las personas que han tenido contacto con infectados o para informar acerca de
los lugares y edificios donde ha habido personas contagiadas. Ya en una fase
muy temprana, Taiwán empleó una conexión de diversos datos para localizar a
posibles infectados en función de los viajes que hubieran hecho.
Quien se
aproxima en Corea a un edificio en el que ha estado un infectado recibe a
través de la “Corona-app” una señal de alarma. Todos los lugares donde ha
habido infectados están registrados en la aplicación. No se tiene muy en cuenta
la protección de datos ni la esfera privada. En todos los edificios de Corea
hay instaladas cámaras de vigilancia en cada piso, en cada oficina o en cada
tienda. Es prácticamente imposible moverse en espacios públicos sin ser filmado
por una cámara de vídeo. Con los datos del teléfono móvil y del material
filmado por vídeo se puede crear el perfil de movimiento completo de un
infectado. Se publican los movimientos de todos los infectados. Puede suceder
que se destapen amoríos secretos.
En las
oficinas del ministerio de salud coreano hay unas personas llamadas “tracker”
que día y noche no hacen otra cosa que mirar el material filmado por vídeo para
completar el perfil del movimiento de los infectados y localizar a las personas
que han tenido contacto con ellos.
Ha
comenzado un éxodo de asiáticos en Europa.
Quieren
regresar a sus países porque ahí se sienten más seguros Una diferencia
llamativa entre Asia y Europa son sobre todo las mascarillas protectoras. En
Corea no hay prácticamente nadie que vaya por ahí sin mascarillas respiratorias
especiales capaces de filtrar el aire de virus. No son las habituales
mascarillas quirúrgicas, sino unas mascarillas protectoras especiales con
filtros, que también llevan los médicos que tratan a los infectados.
Durante
las últimas semanas, el tema prioritario en Corea era el suministro de
mascarillas para la población. Delante de las farmacias se formaban colas
enormes. Los políticos eran valorados en función de la rapidez con la que las
suministraban a toda la población. Se construyeron a toda prisa nuevas máquinas
para su fabricación. De momento parece que el suministro funciona bien. Hay
incluso una aplicación que informa de en qué farmacia cercana se pueden
conseguir aún mascarillas. Creo que las mascarillas protectoras, de las que se
ha suministrado en Asia a toda la población, han contribuido de forma decisiva
a contener la epidemia. Los coreanos llevan mascarillas protectoras antivirus
incluso en los puestos de trabajo. Hasta los políticos hacen sus apariciones
públicas solo con mascarillas protectoras. También el presidente coreano la
lleva para dar ejemplo, incluso en las conferencias de prensa. En Corea lo
ponen verde a uno si no lleva mascarilla.
Por el
contrario, en Europa se dice a menudo que no sirven de mucho, lo cual es un
disparate. ¿Por qué llevan entonces los médicos las mascarillas protectoras?
Pero hay que cambiarse de mascarilla con suficiente frecuencia, porque cuando
se humedecen pierden su función filtrante. No obstante, los coreanos ya han
desarrollado una “mascarilla para el coronavirus” hecha de nano-filtros que
incluso se puede lavar. Se dice que puede proteger a las personas del virus
durante un mes. En realidad es muy buena solución mientras no haya vacunas ni
medicamentos.
En Europa,
por el contrario, incluso los médicos tienen que viajar a Rusia para
conseguirlas. Macron ha mandado confiscar mascarillas para distribuirlas entre
el personal sanitario. Pero lo que recibieron luego fueron mascarillas normales
sin filtro con la indicación de que bastarían para proteger del coronavirus, lo
cual es una mentira.
Europa
está fracasando.
¿De qué
sirve cerrar tiendas y restaurantes si las personas se siguen aglomerando en el
metro o en el autobús durante las horas punta? ¿Cómo guardar ahí la distancia
necesaria? Hasta en los supermercados resulta casi imposible. En una situación
así, las mascarillas protectoras salvarían realmente vidas humanas.
Está
surgiendo una sociedad de dos clases. Quien tiene coche propio se expone a
menos riesgo. Incluso las mascarillas normales servirían de mucho si las
llevaran los infectados, porque entonces no lanzarían los virus afuera.
En la
época de las ‘fake news’, surge una apatía hacia la realidad. Aquí, un virus
real, no informático, causa conmoción En los países europeos casi nadie lleva
mascarilla. Hay algunos que las llevan, pero son asiáticos. Mis paisanos
residentes en Europa se quejan de que los miran con extrañeza cuando las
llevan. Tras esto hay una diferencia cultural.
En Europa
impera un individualismo que trae aparejada la costumbre de llevar la cara
descubierta. Los únicos que van enmascarados son los criminales. Pero ahora,
viendo imágenes de Corea, me he acostumbrado tanto a ver personas enmascaradas
que la faz descubierta de mis conciudadanos europeos me resulta casi obscena.
También a
mí me gustaría llevar mascarilla protectora, pero aquí ya no se encuentran. En
el pasado, la fabricación de mascarillas, igual que la de tantos otros
productos, se externalizó a China. Por eso ahora en Europa no se consiguen
mascarillas. Los Estados asiáticos están tratando de proveer a toda la población
de mascarillas protectoras. En China, cuando también ahí empezaron a ser
escasas, incluso reequiparon fábricas para producir mascarillas.
En Europa
ni siquiera el personal sanitario las consigue. Mientras las personas se sigan
aglomerando en los autobuses o en los metros para ir al trabajo sin mascarillas
protectoras, la prohibición de salir de casa lógicamente no servirá de mucho.
¿Cómo se
puede guardar la distancia necesaria en los autobuses o en el metro en las
horas punta? Y una enseñanza que deberíamos sacar de la pandemia debería ser la
conveniencia de volver a traer a Europa la producción de determinados
productos, como mascarillas protectoras o productos medicinales y
farmacéuticos.
A pesar de
todo el riesgo, que no se debe minimizar, el pánico que ha desatado la pandemia
de coronavirus es desproporcionado. Ni siquiera la “gripe española”, que fue
mucho más letal, tuvo efectos tan devastadores sobre la economía.
¿A qué se
debe en realidad esto? ¿Por qué el mundo reacciona con un pánico tan
desmesurado a un virus? Emmanuel Macron habla incluso de guerra y del enemigo
invisible que tenemos que derrotar. ¿Nos hallamos ante un regreso del enemigo?
La “gripe
española” se desencadenó en plena Primera Guerra Mundial. En aquel momento todo
el mundo estaba rodeado de enemigos. Nadie habría asociado la epidemia con una
guerra o con un enemigo. Pero hoy vivimos en una sociedad totalmente distinta.
En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La guerra
fría terminó hace mucho. Últimamente incluso el terrorismo islámico parecía
haberse desplazado a zonas lejanas.
Hace
exactamente diez años sostuve en mi ensayo La sociedad del cansancio la tesis
de que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma
inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo.
Como en
los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se
caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la
circulación acelerada de mercancías y de capital.
La
globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al
capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se
propagan por todos los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido
o del enemigo.
Los
peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso
de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción
y exceso de comunicación.
La
negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente
permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la
explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la
autooptimización.
En la
sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo. Umbrales
inmunológicos y cierre de fronteras. Pues bien, en medio de esta sociedad tan
debilitada inmunológicamente a causa del capitalismo global irrumpe de pronto
el virus. Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales inmunológicos y a cerrar
fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra nosotros mismos, sino
contra el enemigo invisible que viene de fuera.
El pánico
desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso
global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos
vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la
positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente.
Pero hay
otro motivo para el tremendo pánico. De nuevo tiene que ver con la
digitalización. La digitalización elimina la realidad. La realidad se
experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar
dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la
negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y los
deepfakes surge una apatía hacia la realidad.
Así pues,
aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa una conmoción.
La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus
enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en
función de esta conmoción por la realidad.
La
reacción pánica de los mercados financieros a la epidemia es además la
expresión de aquel pánico que ya es inherente a ellos. Las convulsiones
extremas en la economía mundial hacen que esta sea muy vulnerable. A pesar de
la curva constantemente creciente del índice bursátil, la arriesgada política
monetaria de los bancos emisores ha generado en los últimos años un pánico
reprimido que estaba aguardando al estallido.
Probablemente
el virus no sea más que la pequeña gota que ha colmado el vaso. Lo que se
refleja en el pánico del mercado financiero no es tanto el miedo al virus
cuanto el miedo a sí mismo. El crash se podría haber producido también sin el
virus. Quizá el virus solo sea el preludio de un crash mucho mayor.
Zizek
afirma que el virus asesta un golpe mortal al capitalismo, y evoca un oscuro
comunismo. Se equivoca Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un
golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría
hacer caer el régimen chino.
Žižek se
equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial
digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la
superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el
capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando
el planeta.
El virus
no puede reemplazar a la razón. Es posible que incluso nos llegue además a
Occidente el Estado policial digital al estilo chino. Como ya ha dicho Naomi
Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo
sistema de gobierno.
También la
instauración del neoliberalismo vino precedida a menudo de crisis que causaron
conmociones. Es lo que sucedió en Corea o en Grecia. Ojalá que tras la
conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial
digital como el chino. Si llegara a suceder eso, como teme Giorgio Agamben, el
estado de excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría
logrado lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo.
El virus
no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún
virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No
genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa
solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar
distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad
distinta, más pacífica, más justa.
No podemos
dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga
una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes
tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y
también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros,
para salvar el clima y nuestro bello planeta.
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BYUNG-CHUL
HAN es un filósofo y ensayista surcoreano
que imparte clases en la Universidad de las Artes de Berlín.
Autor,
entre otras obras, de ‘La sociedad del cansancio’, publicó hace un año ‘Loa a
la tierra’, en la editorial Herder. Traducción de Alberto Ciria.
Publicado por “DIARIO EL PAIS”
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