CUANDO EL SUJETO PAGA POR SU PROPIA EXPLOTACIÓN
PLUSVALÍA DE INFORMACIÓN Y DEMOCRACIA REHÉN
2 de octubre de 2021 -
Un nuevo tipo de plusvalía hace años que determina al mundo contemporáneo.
Esto sucede desde que la información constituye un valor clave,
una nueva fuerza productiva en el engranaje capitalista.
El movimiento circular de la misma se puede describir de un modo
sencillo: el "usuario" consume distintos tipos de mercancías,
móviles, tablets, ordenadores, Uber, Amazon, Google y los distintos
procedimientos online en los que participa.
Paga por gozar de los mismos y mientras lo hace sucede algo no
previsto por las teorizaciones clásicas del capitalismo.
El consumidor paga pero simultáneamente es un productor de
información que se archiva, se interviene con algoritmos, se procesa y se
intercambia.
Ésta información es la plusvalía que alimenta a todo el sistema
mediático-financiero.
La novedad es justamente ésta: el sujeto paga por su propia
explotación.
Una explotación del trabajo que no tiene horarios ni productos
finales. Es el reino de la mercancía en su condición fantasmagórica que Marx
supo anticipar con su lucidez de genio y que Lacan retomó para explicar su
enigmática equivalencia entre el "plus de gozar" y la plusvalía.
Cierta izquierda teórica quiso ver en el trabajo inmaterial en
la red, un "cognitariado" que podría emerger como posible heredero
del sujeto de la emancipación.
Esta trama circular desmiente esta expectativa, en la producción
de la mercancía- información, el sujeto, en una circularidad siniestra, paga
por su propia explotación.
Como en las películas distópicas, nuestros cuerpos están
enchufados a un softpower que acumula y transforma nuestra información
producida como valor, para que nuevas clases dominantes, imposibles de
localizar de un modo directo, salvo en sus distintas segmentaciones
geopolíticas, organicen el tráfico de la misma.
En este horizonte la democracia está emplazada por aquello que
Heidegger denominó la Técnica, un borramiento de la singularidad existencial a
favor de la planificación de lo ente.
Haciendo la salvedad de que esos entes están en nosotros mismos
y son transversales a las distintas clases sociales que se fragmentan en la
redes.
Cualquier proyecto democrático que quiera intervenir y regular
estos procedimientos, donde la vida es materia prima del excedente de
información, enseguida desatará un programa mediático-corporativo-financiero
que organizará distintas estrategias de destrucción de dicho proyecto.
En este sentido es que las democracias mediáticas y corporativas
han vuelto a la razón democrática un rehén de la democracia técnicamente
emplazada.
De allí el impasse de los proyectos políticos democráticos, que
aún aspiran a la soberanía popular, en su antagonismo con los nuevos
propietarios del valor de la información.
Queda por ver cómo opera, aquello que en los pueblos es
inapropiable para la Técnica: la sincronía de lo más singular de cada uno con
la experiencia del Común.
Aquello incalculable para los algoritmos de la Información.
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