LA DEMOCRACIA ASEDIADA POR LA MENTIRA
La frontera entre la verdad y la mentira se ha ido desdibujando.
Ninguna época anterior toleró tantas opiniones diversas, pero tampoco ninguna
otra época soportó tantas mentiras.
Por Esteban Rodríguez Alzueta - Publicó Revista "MALAS PALABRAS" -marzo 2025
La política y la verdad nunca se llevaron bien.
La política siempre vio en la mentira una herramienta necesaria
y justificable no sólo para la actividad política sino para la gestión del
Estado.
Acaso por eso mismo se preguntaba Hannah Arendt: ¿Está en la
esencia misma de la verdad ser impotente, y en la esencia misma del poder ser
falaz?
Como sea los políticos han defraudado la confianza cívica cuando
se aferraron a la mentira de manera sistemática. La mentira es un problema,
pero también ha sido una oportunidad para muchos gobernantes; ha sido su talón
de Aquiles, pero también su espada de Excalibur.
ENTRE LA DEBILIDAD Y EL SECRETO
Alexandre Koyré en su clásico libro, Reflexiones sobre
la mentira, nos dice que
la mentira, mucho más que la risa o el odio, es lo que
caracteriza al hombre moderno.
La mentira ha sido una constante, sin embargo, nunca se mintió
tanto y tan descaradamente como en nuestros días. El hombre siempre mintió.
Mintió por placer, para divertirse, pero también para defenderse. Porque la
mentira es un arma:
“El arma preferida del subordinado y del débil que, al engañar
al adversario, se afirma y se venga de él.”
Los débiles no siempre pueden permitirse el lujo de ser
sinceros.
Mentir es decir intencionadamente lo que no es o disimular lo
que es, pero también deformar la verdad, esto es, decir lo que no se piensa y
tampoco se cree; y, además, velar la realidad, ocultar o secretar lo que se
piensa y hace.
La mentira, agregaba Koyré, puede asumir muchas formas y se
tolera mientras no perjudique las relaciones sociales y no haga mal a
nadie.
De hecho, como había sugerido Benjamin Constant, en la polémica
que mantuvo con Kant,
“decir la verdad es un deber, pero solamente en relación a quien
tiene el derecho a la verdad”.
Por tanto, ningún hombre tiene el deber de decir la verdad si el
otro tampoco tiene derecho a la verdad.
No es ese el caso de los ciudadanos con sus representantes.
Aquellos tienen el derecho a la verdad, de modo que la mentira contradice los
deberes de los representantes.
Los gobiernos totalitarios y autoritarios quieren ocultar o
disimular sus intenciones, por eso buscan protección en la mentira.
Donde hay mentira hay secreto, una realidad paralela, secretada.
Su poder comienza donde empieza el secreto.
En este contexto la verdad se volvió una tarea clandestina y la
mentira una empresa sistemática.
La mentira, en la época de la reproductibilidad técnica,
se fabrica en serie y se dirige a la masa a través de la
propaganda.
La mentira está obligada a rebajar el estándar de la verdad:
“Nada es más grosero que el contenido de sus aserciones, que
muestran un desprecio absoluto y total por la verdad.”
Detrás de estas reflexiones están las palabras del ex ministro
de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels, autor de eslóganes que
quedaron para la historia hasta convertirse en las recetas de rigor entre los
nuevos magos del Kremlin:
“Una mentira mil veces repetida, se transforma en verdad”,
o también:
“Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea
una mentira más gente la creerá”.
Dicho de otra manera, se empieza con una mentira, se sigue con
otras tres o cinco, hasta llegar al punto donde ya no se sabe cuando se está
mintiendo y cuando se está diciendo la verdad.
Jonatan
Viale entrevistó a Javier Milei.
DESCONFIANZA Y REALIDAD PARALELA
La mentira descarada, hecha a la medida de los seguidores
entusiastas y propalada a cuatro vientos en forma reiterada posee una eficacia
probada.
Nunca los gobiernos tuvieron a su disposición tantos medios para
engañar a los electores sobre la existencia de una realidad paralela.
La verdad termina siendo tan fantasiosa que ella será vaciada de
todo contenido y vínculo con aquello que efectivamente está sucediendo, dejando
el terreno para controversias interminables sobre lo que puede o no ser
real.
Es cierto, como ya señalara Arendt, en su reconocido ensayo, “La
mentira en la política”, el engaño sistemático y la falsedad deliberada nos han
acompañado desde el comienzo de la historia: “La sinceridad nunca ha figurado
entre las virtudes políticas y las mentiras han sido siempre consideradas en
los tratos políticos como medios justificables.”
Empero, quizás como nunca hasta ahora, la mentira se despliega
con tanto entusiasmo y falta de pudor entre quienes desean persuadir a la
población sobre la modalidad en que los fenómenos ocurren.
Ahora bien, la mentira no es patrimonio de los gobiernos
totalitarios. Los partidos políticos han hecho de la mentira la manera de estar
en la democracia. Pareciera que en la política ya no hay espacio para la
verdad. La mentira, electoralmente hablando, se volvió productiva: alcanza para
ganar una elección y sostenerse unos cuantos años en el gobierno.
Los partidos políticos han hecho de la mentira la manera de
estar en la democracia. Pareciera que en la política ya no hay espacio para la
verdad. La mentira, electoralmente hablando, se volvió productiva
DE LA MENTIRA PERTINENTE A LA MENTIRA
EXPERTA
Para Arendt, existen dos tipos de mentiras. Por un lado, está la
mentira más elemental que consiste en negar la verdad o decir
una mentira pertinente.
Con la mentira se prefiere
eliminar los hechos de la realidad, encubrirlos o apartarlos del
resto de la gente.
Acá de lo que se trata es de la abolición del acontecer.
Mentiras banales de este tipo siempre son graves, pero no dejan
de ser inofensivas en comparación con las otras que mencionaremos
seguidamente.
En efecto, la segunda forma que asume el arte de mentir
es más sofisticada, pero más grave toda vez que amenaza no solo
la realidad sino la idea misma de verdad.
Arendt la llamó la mentira experta. Los resolvedores
de problemas
fabrican imágenes míticas sobre la realidad para hacer creer a
la gente en esas apariencias, hasta que sus seguidores empiezan a confundir la
realidad objetiva con sus deseos subjetivos.
Son operaciones ideológicas sobre la realidad.
Los hechos se sustituyeron por completo por una realidad
alternativa y fingida que ya no es posible impugnar.
Si uno busca los hechos, chocará una y otra vez contra los muros
ideológicos invisibles que cautivaron a los seguidores.
Dicho de otra manera:
los expertos en resolver problemas no están
interesados en los problemas sino solamente en sus teorías, y este amor por la
teoría conduce a un desprecio por los hechos.
La lógica y la claridad pasan a primar sobre la realidad siempre
contingente y confusa, de modo tal que la capacidad de juzgar es reemplazada
por la razón instrumental.
LA ÚNICA VERDAD ES LA PUBLICIDAD
Con la mediatización de la política, los partidos fueron
reorganizándose en función del marketing y la publicidad, y solo tienen muñeca
para la rosca y tacto para la mentira.
No hay lugar para el juicio ponderado y la deliberación paciente
sino para la formación de imágenes encantadas y consignas ideológicas y
trasnochadas a la altura de la credulidad:
se trata de construir un ambiente para que la gente crea en lo
que se le está diciendo.
La propaganda se orienta a la creación constante de consensos
afectivos y volubles.
Nos gusta demasiado creer lo que de alguna manera parece real
o verosímil. Los políticos aprendieron que una buena mentira convence más que
los hechos.
Políticamente hablando, la única verdad es la publicidad, esto
es, las mentiras resultan mucho más plausibles, muchas más atractivas a la
razón, y mucho más movilizantes que la verdad y la realidad.
Y esto es así porque el que miente tiene la gran ventaja de
conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír.
La retórica mentirosa siempre estará a la altura de su auditorio
entusiasta.
Los estudios focales, las encuestas de opinión, y sobre todo los
algoritmos,
proveen información no solo para identificar las diversas
audiencias sino para mandar mensajes específicos, segmentados, según el target.
La narrativa se adecua con precisión al espectáculo en
curso.
Escribe Arendt:
“Ha preparado su relato para el consumo público con el cuidado
de hacerlo verosímil mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre
de enfrentarnos con lo inesperado, con aquello para lo que no estamos
preparado.”
Por eso no solo toleramos la mentira, sino que se la prefiere y
espera. La fragilidad humana hace que el engaño, por lo menos hasta cierto
punto, resulte siempre tentador, un incentivo extra para hacerse los boludos y
mirar para otro lado, esquivando de paso cualquier responsabilidad.