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jueves, 20 de febrero de 2014

MEGAMINERIA



NO A LA MEGAMINERIA!!


“Mina es muerte”. 
“El agua vale más que el oro”.
 “No a la Mina. Sí a la Vida”. 

Lemas como estos se repiten en las calles y las 
carreteras  al atravesar las provincias de San Juan, 
Catamarca, La Rioja, Salta, Jujuy. 

La megaminería se ha convertido en el principal 
foco de las resistencias sociales no sólo en 
Argentina, sino en toda la región, porque, como 
afirma la investigadora Mariela Spamva, “plantea 
un conflicto territorial: compite por recursos, 
como la tierra y el agua, y reestructura e influye la 
forma de vida de los pueblos”, resume Spamva. 

La megaminería amenaza las economías locales 
basadas en la agricultura o el turismo, y desplaza a 
comunidades enteras de indígenas y pequeños 
campesinos, aunque los protegen leyes que son 
papel mojado frente a los intereses del capital. 

La montaña impone sus tiempos y su silencio. 

La  cordillera andina, la espina dorsal de una 
América Latina con las venas todavía abiertas, se 
alza majestuosa, con sus cerros de mil colores, 
atravesando el continente suramericano. 

En el Paso de Aguas Negras, que comunica Chile 
con la provincia de San Juan, a 5.000 kilómetros 
de altura, hace frío y calor al mismo tiempo. 

Basta permanecer allí un instante para entender, 
siquiera un poco, esa idiosincrasia andina que 
resiste silenciosa, que conecta con la tierra, que 
venera su montaña. 

Basta presenciar una sola vez el espectáculo 
inefable de la luz del amanecer sobre los cerros 
multicolores de Jujuy para escandalizarse ante la 
sola idea de que se esté pulverizando la montaña 
para extraer las sobras del oro que aún guarda la 
montaña en sus entrañas. 

Potosí, en Bolivia, es el símbolo del despojo. 

De donde brotaban ríos de plata, sólo quedan 
ruinas que se alzan como una acusación. 

“La  perpetuación del actual orden de cosas es la 
perpetuación del crimen”, escribió Galeano hace 
cuarenta años. 

Sus palabras son hoy más oportunas que nunca. 

Y el oro sigue siendo la más triste metáfora de la 
codicia del hombre blanco, que, cinco siglos 
después, sigue sin entender que el oro no se come.

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