Buscar este blog

domingo, 11 de junio de 2023

TRABAJO COGNITIVO *** EL TRABAJO COGNITIVO EN EL PENSAMIENTO OPERAISTA ITALIANO *** AUTOR: Xavier Cava Gómez Universidad de Barcelona *** Palabras clave: Operaismo, trabajo cognitivo, post-fordismo, producción inmaterial, general intellect.

 




EL TRABAJO COGNITIVO EN EL
PENSAMIENTO OPERAISTA ITALIANO
AUTOR: Xavier Cava Gómez
Universidad de Barcelona

Resumen:

Uno de los efectos más destacados de la globalización económica es la
transformación de la naturaleza del trabajo.

 

Desde la perspectiva teórica
del operaismo se ha puesto el acento en la dimensión comunicativa y
cognitiva que en la actualidad caracteriza a la mayor parte de
modalidades de prestación laboral.

 

Autores como Paolo Virno, Andrea
Fumagalli o Franco Berardi emplean la expresión trabajo cognitivo para
referirse al ejercicio de un conjunto de habilidades y disposiciones que,
más que caracterizar una forma específica de trabajo, constituyen una
parte cada vez más importante de la naturaleza misma de la fuerza de
trabajo en general.

Palabras clave:
Operaismo, trabajo cognitivo, post-fordismo, producción inmaterial,
general intellect.

Abstract:
One of the most remarkables effects of economic globalization is the
change on the nature of work. From the theoretical perspective of
operaism, the emphasis is on the communicative and cognitive dimension
that characterizes most of the work performance today. Writers as Paolo
Virno, Andrea Fumagalli or Franco Berardi use the term cognitive work to
refer to the exercise of a set of skills and dispositions that not allude to a
specific kind of work, but an increasingly important part of the very nature
of work in general.
Keywords:
Operaism, cognitive work, postfordism, immaterial production, general
intellect.

“””El trabajo cognitivo en el pensamiento operaista italiano 116
OXÍMORA REVISTA INTERNACIONAL DE ÉTICA Y POLÍTICA
Núm. 1. Otoño 2012. ISSN 2014-7708. Pp. 115-133””” [tomado de esta revista]

TRABAJO Y POST-FORDISMO EN LA PERSPECTIVA OPERAISTA

El objeto de este artículo es el intento, por parte de un determinado conjunto de
pensadores, de determinar algunas de las características particulares que configuran
una parte del trabajo bajo las condiciones productivas específicas de la llamada
Tercera Revolución Industrial.

 

Existe una amplísima literatura referida a las
especificidades de la estructura en la que el capitalismo se empieza a configurar a
partir de la década de los 70 del pasado siglo, así como sobre su incidencia en la
configuración de una nueva mentalidad trabajadora, tanto a nivel individual como
colectivo.

 

Hemos seleccionado las aportaciones de un grupo de autores provenientes
de la escuela marxista italiana, cuyo principal tema de estudio ha sido y es la
relación entre el capital y el trabajo contemporáneos.

 

En gran medida nuestro interés
por su aproximación se debe a que, sin abandonar el espíritu crítico y emancipatorio
que siempre ha animado la mejor tradición marxista, en la actualidad llevan a cabo
un gran esfuerzo para adaptar sus categorías a las específicas condiciones materiales
y formales en las que se organiza el núcleo más desarrollado del capitalismo en las
últimas décadas.

 

En ese esfuerzo renovador no dudan, en algunas ocasiones, en
“llevar a Marx más allá de Marx”.

El movimiento en el que se formaron estos autores fue el denominado
“operaismo” italiano, una corriente que tuvo su principal impulso a finales de los
años 60 y durante parte de los 70, básicamente en las zonas más industrializadas del
norte de Italia.

 

En lo teórico combinaban una interpretación bastante heterodoxa del
marxismo con elementos de la tradición teórica anarquista; en lo político,
participaron activamente en las luchas obreras que sacudieron el panorama italiano
del momento, motivo por el que algunos de ellos acabaron en prisión o se vieron
obligados a exiliarse a otros países.

 

La intensa represión policial, junto con las
profundas transformaciones económicas, sociales y tecnológicas que experimentaron
los países occidentales a partir de los años 70 provocaron el declive del movimiento.

A pesar de ello, una parte de los pensadores operaistas continuaron su labor teórica
de análisis del capitalismo, dentro o fuera de la academia.

De esta manera, hacia finales de los 90 y principios del presente siglo su
pensamiento empezó a converger hacia el estudio de las novedades que presentaba
el capitalismo en la Tercera Revolución Industrial y en sus efectos sobre la
subjetividad trabajadora.

 

En sus orígenes el operaismo se había caracterizado por
una consideración dialéctica entre trabajo y capital, según la cual era el capital el
que tendía a reaccionar y adaptarse frente a la capacidad de lucha y dinamismo del
trabajo, al que concebían como la fuerza auténticamente activa.

 

Al tomar en consideración sus obras más tardías parece claro que los operaistas no abandonan totalmente esta idea, pero se ven obligados a matizarla mucho ante la evidencia de que la difusión y aplicación generalizadas de las innovaciones tecnológicas, el crecimiento de la complejidad social y la dificultad en plantear un control efectivo sobre las instituciones económicas contemporáneas socavan la aspiración a que el trabajador, individual o colectivamente, recobre el grado mínimo de libertad para poder decidir sobre su propia vida de forma autónoma.

El método que vamos a seguir es el análisis comparativo de la obra más reciente
de estos autores, en concreto la parte dedicada a lo que denominan trabajo cognitivo (en ocasiones también trabajo inmaterial, o incluso infotrabajo).

 

Como veremos, este es un concepto complejo y de difícil definición, cuya discusión va a ocupar nuestra
atención a lo largo de las siguientes páginas.

 

Ante todo hay que apuntar su
ambigüedad. El trabajo cognitivo puede hacer referencia a un tipo específico de
prestación laboral llevado a cabo en unas condiciones y en unos ámbitos
productivos más o menos determinables: en este caso podría ser fácilmente
caracterizado.

 

Pero en la mayoría de ocasiones los operaistas (y recurriremos a esta
expresión por comodidad, sin presuponer con ello que el operaismo pervive como
movimiento) no lo emplean en esta acepción.

 

Por lo general, cuando hablan del
trabajo cognitivo lo hacen en un sentido más amplio, aludiendo a ciertos rasgos
generales presentes en la mayor parte de modalidades en las que se hace efectivo el
trabajo en la actualidad.

 

Esos rasgos pueden ser determinados principalmente desde dos ámbitos.

*** Por un lado, desde las condiciones materiales, tecnológicas y organizativas particulares que configuran la novedad del sistema productivo contemporáneo, y que exigen unas determinadas disposiciones por parte de los trabajadores y son causa al mismo tiempo de unas patologías muy específicas.

*** Por el otro lado, desde el proceso que los operaistas consideran como una de las claves del post-fordismo o nuevo capitalismo: la utilización del inagotable flujo de información y comunicación humana que circula por la sociedad gracias a las tecnologías de la información, que acaba resultando una externalidad que permite generar un nuevo tipo de plusvalía muy difícil de cuantificar. Un flujo comunicativo que en su mayor parte no es generado por el propio proceso productivo, sino en su exterior, en lo que algunos operaistas denominan “vida común de la mente” o inteligencia colectiva: la red interconectada de conocimientos, códigos comunicativos, prácticas lingüísticas, relaciones sociales y sentimientos en continua circulación e intercambio.


Creemos que el estudio del trabajo cognitivo desde esta perspectiva resultará ser
enormemente revelador para comprender las particularidades del trabajo en general
bajo las actuales condiciones de producción.

 

Para justificar esto nos apoyamos en la
idea de que la mayor parte de formas de prestación laboral actuales (quizá con la
excepción de las modalidades más toscas de trabajo manual que aún subsisten en
muchas zonas del planeta) se ven afectadas en mayor o menor grado por las
características que nuestros autores asocian al trabajo cognitivo, de tal manera que
este vendría a recuperar en la actualidad el papel arquetípico que para el capitalismo
fordista-taylorista cumplió el trabajo fabril.

Nuestra intención en definitiva es dar cuenta de la configuración contemporánea
del trabajo, tal como la plantean los tres autores que consideramos más
característicos: Paolo Virno, Franco Berardi y Andrea Fumagalli.

 

Antes de empezar, creemos oportuno contextualizar el momento histórico en el que escriben sobre la
cuestión que vamos a tratar: el final de la década de los 90 y los inicios del nuevo
siglo son la época del auge y crisis de las dot.com, la llamada burbuja tecnológica, y
del mayor impacto que las nuevas tecnologías causaron sobre el imaginario
colectivo.

 

Es también la etapa previa a la gran crisis del 2008, crisis obliga a una
revisión de muchos planteamientos teóricos para poder dar cuenta de sus efectos a
medio y largo plazo sobre la posterior configuración del capitalismo y del trabajo.

Entendemos sin embargo que todo esto no invalida en absoluto el interés de la
contribución de los operaistas al estudio de la cuestión.

 

Como análisis de un
determinado momento de la historia del capitalismo, esa contribución es
extraordinariamente valiosa y sugerente.

 

Como diagnóstico de algunas de las
tendencias que podrían influir en su desarrollo futuro, intuimos (y eso es a lo máximo a lo que podemos aspirar en la actual situación histórica) que con probabilidad será igualmente útil.

BREVE CONTEXTUALIZACIÓN DEL TRABAJO COGNITIVO.

Los autores operaistas aluden con frecuencia al post-fordismo para indicar la nueva fase del desarrollo histórico del capitalismo, y que es consecuencia de la Tercera Revolución Industrial.

 

Esta nueva configuración de su estructura es altamente compleja, puesto que combina mecanismos productivos que han sobrevivido al declive del modelo fordista-taylorista, con otros que aparentan ser su negación, e
incluso con algunos cuyas características específicas son totalmente novedosas.

 

Son estos últimos rasgos específicos y sus consecuencias en la reorganización del trabajo lo que interesa a nuestros autores: aquellos elementos que conforman la parte más desarrollada del modelo productivo dominante, la que condiciona la tendencia
evolutiva del período histórico con el que tratan.

 

Es a partir de aquí que en el análisis
de su obra vamos a tomar en consideración los rasgos más distintivos del trabajo en
ese nuevo modelo capitalista al que denominan post-fordismo, aquellos en los que se presenta la especificidad de la nueva organización de la fuerza de trabajo.

 

La razón para este interés es la creencia de que este nuevo modelo productivo se ha
convertido en hegemónico y determina el conjunto de la estructura productiva
capitalista incluso en sus elementos más arcaicos, de la misma manera que
condiciona tanto a las condiciones laborales como a los trabajadores que están
sometidos a ellas, bien sea en los despachos de los brokers de la City londinense,
bien sea en una maquila mexicana.

Los principales rasgos que diferencian este “nuevo” capitalismo de las etapas
anteriores (muy sumariamente enumerados): estructura empresarial en red,
fragmentación del proceso productivo, flexibilidad de la gestión, producción y
distribución, desterritorialización y dispersión entre zonas de muy variado desarrollo tecnológico y productivo, predominio de la producción inmaterial sobre la material, dependencia de las tecnologías de la comunicación inciden en mayor o menor grado en la composición de la práctica totalidad de la fuerza de trabajo globalizada, en la(s) manera(s) en la que esa fuerza es apropiada por el sistema productivo, y en las condiciones en las que tiene lugar, con independencia del tipo de trabajo que lleve a cabo.

 

Pero los operaistas entienden que esa incidencia es más evidente y
profunda en los contextos productivos más avanzados del nuevo sistema productivo,
en especial los directamente relacionados con la producción inmaterial. Es por ello que su foco de atención tiende por lo general a centrarse en esos ámbitos.

Al respecto, comentábamos más arriba la necesidad de distinguir entre el trabajo
cognitivo entendido como una categoría general que describe el empleo extensivo e
intensivo de ciertas características de la fuerza de trabajo más allá de las puramente
mecánicas y en este sentido se diferenciaría del trabajo manual y se acercaría al
trabajo intelectual, sin identificarse plenamente con él, y un conjunto específico de prestaciones laborales ligado a los ámbitos productivos más directamente
relacionados con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

 

En ocasiones hemos detectado una cierta confusión entre ambos debido a un uso poco
preciso del término “trabajo cognitivo” por parte de los operaistas. Pero podemos afirmar que, por lo general, cuando lo emplean hacen referencia a la primera acepción, y por tanto es esta la que vamos a tomar como eje del análisis.

El punto de partida por tanto es la naturaleza de este nuevo modelo de trabajo,
analizando qué rasgos lo constituyen y justifican a los operaistas para describirlo
como trabajo cognitivo.

 

Es obvio que sus características y las condiciones (técnicas, sociales, personales, jurídicas, etc.) en las que se lleva a cabo están estrechamente ligadas, pero para clarificar la exposición vamos a tratarlas por separado.

 

También es cierto que un análisis pormenorizado de este tipo de trabajo está fuera de nuestro alcance, por lo que nos vamos a limitar a exponer aquellos rasgos que los operaistas destacan como más determinantes, y sobre todo a destacar algunas de las consideraciones teóricas que entendemos más significativas.

 

Sin embargo, esperamos poder acabar alcanzando al menos una idea preliminar de lo que es el trabajo cognitivo.

DEL TRABAJO INTELECTUAL ESPECIALIZADO AL LENGUAJE “PUESTO A TRABAJAR”

En cierto sentido el trabajo cognitivo existe desde siempre.

***Por un lado en todo
trabajo manual, incluso el más elemental o repetitivo, está actuando la inteligencia
de alguna forma.

***Por el otro, en toda sociedad ha sido siempre necesario dedicar una parte de los esfuerzos y capacidades de sus miembros a tareas de planificación y coordinación del trabajo social, a la administración de lo común; por no hablar de la transmisión del saber compartido, el tratamiento y cuidado de enfermos y ancianos, el mantenimiento de la cohesión social, etc.

 

Esta dimensión de la separación entre
trabajo manual y trabajo intelectual, separación que se incrementa a medida que se acentúa la división social del trabajo, las tareas se especializan y la sociedad se
complejiza, ha sido considerada ampliamente en la teoría.

 

Pero al desarrollar la noción de trabajo cognitivo los operaistas van más allá de esa distinción, pues entienden que la categoría de trabajo intelectual no da cuenta de algunos elementos que se han incorporado a la esfera del trabajo en el post-fordismo, y que tradicionalmente habían formado parte de la esfera privada, o si se prefiere de la
“vida”.

 

Para los operaistas va a ser necesario tomar en consideración la estructura difusa de comunicación y cooperación social que subyace a toda la sociedad, estructura que por un lado ha alcanzado una presencia determinante con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información, y por el otro se ha imbricado en el mismo proceso productivo.

 

Hasta hace unas décadas la mayor parte del trabajo intelectual era exterior al sistema productivo, en el sentido de que, o bien era formalmente ajeno a él, o bien se orientaba hacia su planificación, colocándose “por encima” suyo en un sentido
jerárquico.

 

Las figuras que más fácilmente podríamos reconocer en él (científicos, políticos, artistas, periodistas, etc.) no solo no producían bienes materiales, sino que
trabajaban de forma separada respecto al proceso productivo en sentido estricto.

 

Tan solo la industria del entretenimiento, ámbito muy particular que cabría considerar a caballo entre la producción material y la inmaterial, podría escaparse de esta
limitación; y aún así hay que hacer notar que hasta la revolución tecnológica de los
70 estaba sometida a unas restricciones técnicas (como que la mayor parte de sus
productos no pudiesen ser consumidos más que una vez y en unas condiciones muy
específicas: teatros, cines, pantallas de televisión, etc.) que dificultaban el recurso a
un concepto tan aceptado hoy día como el de mercancía inmaterial.

 

Lo específico del trabajo cognitivo en el sentido que le dan nuestros autores es
que es trabajo intelectual que no se limita a gestionar la producción, sino que está
integrado en ella; más aún, es en sí mismo productivo.

 

Se constituye como el empleo intensivo de la inteligencia humana con un resultado y, eventualmente, un fin directamente productivos.

 

La capacidad cognitiva se ha convertido en la práctica en el principal recurso generador de riqueza en las actuales condiciones de producción: la mente participa en el trabajo en tanto gestión, pero sobre todo en tanto capacidad comunicativa que crea, que innova, que añade valor.

 

La comunicación social penetra en y es penetrada por los mecanismos productivos, a

los que modifica y genera otros nuevos.

 

Paolo Virno lo enuncia así:
***La principal novedad del post-fordismo es haber puesto a trabajar el
lenguaje. La comunicación social se ha convertido en la materia prima, el
instrumento y a menudo, el resultado final de la producción contemporánea. (VIRNO, 2003b, 38).

 

Por lo que respecta al sistema productivo esto tiene dos consecuencias.

***La primera es el desarrollo de un nuevo ámbito económico centrado en la producción
inmaterial, en una actividad productiva orientada básicamente a lo que los operaistas denominan creación de estados mentales.

***La segunda es la subordinación de los
mecanismos de producción material a los propios de la producción inmaterial.

 

Para describirlo de una forma más palpable: la cadena de montaje se somete a la
digitalización y a la comunicación en red. El resultado más inmediato para amplios
segmentos de la población obrera fabril, sobre todo en los países tecnológicamente
más avanzados, es que la distinción entre trabajo manual y trabajo intelectual se
difumina: el operario que controla la cadena pasa la mayor parte de su tiempo frente
a una pantalla de ordenador, recibiendo y procesando inputs de información, y de
forma cada vez más extendida, participando él mismo en el diseño de lo producido.

Más allá de la reestructuración de los procesos productivos de la fábrica, la
supeditación de las estructuras de la producción material a las de la inmaterial no se explica como un simple cambio organizativo.

 

Para Franco Berardi, [...] a partir de determinado momento de la historia de la producción social, todo ha empezado a girar en torno a la mente, a las actividades
cognoscitivas, al intercambio de signos entre mentes distantes, a la cooperación entre mentes en el trabajo. (BERARDI, 2003, 102).

Aunque Berardi se centra específicamente en el trabajo cognitivo en la red global,
su reflexión abarca el conjunto del sistema productivo capitalista contemporáneo.

Subyacente a su análisis de las características que definen el nuevo rostro del capitalismo hay una idea no planteada explícitamente, idea que también planea por
las obras de los otros autores, y que solo sale a la luz al comparar sus respectivas
obras.

 

Y es la de que las muy variadas formas de prestación laboral existentes en ese nuevo sistema productivo están todas ellas sometidas a un efecto homogeneizador,
cuya causa es la incorporación (en diferentes planos e intensidades) de los elementos que caracterizan el trabajo cognitivo.

 

Así, es posible considerar que este nuevo modelo de trabajo tiende a ejercer un cierto papel hegemónico, en la medida en la
que esos elementos colonizan las diferentes prestaciones laborales y las modifican
(lo que no significa afirmar que las transformen totalmente).

 

Por supuesto esto no implica que niegue la permanencia, e incluso en determinadas circunstancias la intensificación, del trabajo manual en sus formas más toscas: cadenas de montaje no automatizadas, manufacturas basadas en la explotación intensiva de la fuerza de trabajo física, etc.

 

A nuestro entender, el interés
operaista por el trabajo cognitivo radica en el convencimiento de que su teórica
tendencia hegemónica tiene un carácter cualitativo.

 

Por un lado es una tendencia
que sería impulsada por los requerimientos organizativos y productivos del modelo

El trabajo cognitivo en el pensamiento operaista italiano, es un emergente característico del capitalismo post-fordista; lo que significa que el trabajo cognitivo es uno de los elementos definitorios del paradigma productivo dominante.

 

Por el otro, y precisamente porque esas nuevas formas de organización, producción
y distribución se extienden por todo el sistema capitalista y condicionan de forma
directa o indirecta todos y cada uno de sus segmentos, los operaistas sostienen que al
menos una parte de los rasgos definitorios del trabajo cognitivo tienden a
manifestarse de forma más o menos completa en la mayor parte de modalidades de trabajo.

 

GENERAL INTELLECT Y VIRTUOSISMO.

A continuación vamos a considerar dos cuestiones que pueden iluminar la
concepción de fondo desde la que se levanta el esfuerzo analítico de nuestros
autores en torno al trabajo cognitivo.

 

La primera se refiere al concepto de general
intellect, que aparece en el llamado “fragmento de las máquinas” de los Grundrisse de Marx.

 

La segunda trata sobre la noción de virtuosismo que desarrolla Paolo Virno
a partir de la crítica de la distinción entre praxis y poiesis de Hannah Arendt.

La referencia al general intellect está presente en prácticamente todos los teóricos operaistas, y desde sus orígenes es uno de los leit-motiv compartidos que
contribuyen a dotar de coherencia al conjunto de sus respectivas obras.

 

Mediante esta fórmula Marx describe el hipotético estadio final del desarrollo del capital en tanto potencia materializada del saber humano. Si bien Marx acierta de forma
notable en su prognosis respecto a la manera en la que concluye ese desarrollo, no
sucede igual en la deducción de sus consecuencias respecto al trabajo.

 

En síntesis, su idea es que a medida que la ciencia y la técnica se despliegan bajo el impulso del capital, se convierten en la principal fuerza productiva; el capital tiende a reducir su necesidad de trabajo vivo y a desarrollarse cada vez más como saber objetivado (en maquinaria, medios de transporte y de comunicación, etc.).

 

Pero este desarrollo del saber y de la técnica no puede tener lugar de forma independiente, sino que va acompañado necesariamente de un desarrollo del conjunto de la sociedad:

El desarrollo del capital fijo muestra en qué grado el saber social general, el conocimiento [knowledge], se ha transformado en fuerza productiva
inmediata, y por lo tanto hasta qué punto las condiciones del propio proceso vital de la sociedad han pasado a ser controladas por la
inteligencia general [general intellect], al igual que son remodeladas de
acuerdo a ella.

 

Hasta qué punto las fuerzas productivas sociales son producidas, no sólo bajo la forma del saber, sino como órganos
inmediatos de la práctica social, del proceso real de la vida. (Marx, 2007).

La implantación del conocimiento como principal fuerza productiva, su
subordinación al proceso vital del conjunto de la sociedad, y la consecuente
reducción de la explotación de los trabajadores al ser sustituida su fuerza de trabajo por el trabajo automatizado de las máquinas, debían señalan según este fragmento el camino sin retorno hacia una sociedad comunista.

 

El tiempo ha dado la razón a Marx solo en parte. Es cierto que se ha producido una disminución de la cantidad e importancia del trabajo manual en la mayor parte de países más industrializados; pero ha ido acompañada de un incremento paralelo del trabajo terciarizado e intelectual. Y lo que es más importante para nuestros autores, mientras Marx identificaba el saber social general básicamente con la ciencia, en el capitalismo contemporáneo la expresión se debe tomar en su literalidad: lo que se convierte en fuerza productiva directa es el conjunto interconectado de conocimientos, prácticas lingüísticas y formas de comunicación presentes en la praxis social.

 

El proceso vital de la sociedad tiende a ser subordinado al proceso productivo.

La esencia del general intellect o intelecto público es el intelecto en tanto facultad
humana genérica: el pensamiento convertido en resorte principal de la producción
de riqueza. Un pensamiento que no es individual y privado, sino que, exteriorizado
como comunicación, se materializa en la esfera pública, concebida en sentido
amplio.

 

Mientras la organización del proceso productivo fordista mantenía al saber
separado de la acción mediante la división técnica y jerárquica de las tareas
productivas, ese actividad comunicativa que constituye la esencia actual del general
intellect gira alrededor de la participación común y concertada de la vida de la
mente, en el hecho de compartir socialmente unas disposiciones comunicativas y
cognitivas universales.

 

Y si Marx asociaba el general intellect básicamente con el sistema de máquinas, es decir, lo concebía como capacidad científica objetivada en su aplicación técnica, como trabajo muerto, hoy podemos ver que sobre todo es atributo del trabajo vivo: es comunicación, autorreflexión, abstracción, entabladas entre sujetos vivos y cooperantes.

 

La misma tendencia en el desarrollo del sistema capitalista requiere que una parte de ese conocimiento no quede coagulada en
capital fijo, sino que se expanda en la interacción comunicativa de toda la sociedad.

El intelecto público se materializa en la cooperación, la acción coordinada de los
sujetos, la competencia comunicativa de los trabajadores, que constituyen la esencia
del trabajo cognitivo.

 

Para Virno, “El general intellect comprende los lenguajes artificiales, las teorías de la
información y de sistemas, toda la gama de cualificaciones en materia de comunicación, los saberes locales, los 'juegos lingüísticos' informales e incluso determinadas preocupaciones éticas.

“En los procesos de trabajo
contemporáneos, hay constelaciones enteras de conceptos que funcionan por sí mismas como 'máquinas' productivas, sin necesidad de un cuerpo mecánico, ni siquiera de una pequeña alma electrónica. (VIRNO, 2003b,
85).

Si esta idea es cierta, se debería evitar el reduccionismo de identificar el ejercicio
del trabajo cognitivo con figuras como las del informático, el investigador o el
trabajador de la industria cultural.

 

Para nuestros autores, lo que define al trabajo cognitivo es esa cualidad distintiva presente en la práctica totalidad de la fuerza de trabajo de la época post-fordista: el hecho de que la información y la comunicación
dominan el proceso productivo, de que el lenguaje “se pone a trabajar”.

 

Se trata de una conexión entre saber y producción que va más allá de su materialización en capital fijo y que se articula en todas las formas de saber que estructuran la comunicación social, y que a través de esa articulación condiciona la actividad de la gran mayoría de trabajadores.

 

Precisamente por su imbricación con la comunicación social, afirman los operaistas, una parte importante de los conocimientos que moviliza el general intellect y que son apropiados por la esfera productiva no pueden quedar solidificados en el propio sistema (como saber objetivado), sino que solo existen como interacción comunicativa en el interior de la fuerza de trabajo.

 

Es sobre esta idea que se articulan nociones como la de cognitariado de Berardi, o la de
intelectualidad de masas de Virno.

La segunda reflexión se centra en un rasgo concreto que este último autor otorga
al trabajo cognitivo: el virtuosismo. Una palabra extraña en este contexto, que de entrada podría dar pie a malentendidos.

 

Virno define el trabajo virtuoso como aquel
cuya finalidad está en sí mismo: por ejemplo el trabajo que realiza un músico al
interpretar una pieza, un actor con su representación, o un político con su discurso.

Este tipo de tareas no se objetiva en un producto externo, sino que se consuma en la
propia actividad: en otras palabras, la actividad es el medio y el fin al mismo tiempo.

Además es una tarea que de una manera u otra requiere un público, la presencia de
alguien que, de forma activa o pasiva, comparta o participe de esa actividad; por
tanto presupone también la existencia de un espacio público en el que tener lugar.

Para Virno ambos rasgos (acto cuyo telos se encuentra en su propia consumación, y
naturaleza pública o compartida) contribuyen a distinguir el trabajo cognitivo del
trabajo en sentido tradicional. Puesto que, como no deja de insistir, en el sistema
post-fordista la comunicación y el lenguaje pasan a configurar el núcleo generador de
riqueza en la nueva estructura productiva, la forma dominante en la que se modela
el trabajo está consecuentemente determinada por esos rasgos.

 

Al fin y al cabo, subraya Virno, si existe una actividad que por definición tiene en si misma su finalidad y a la vez es pública, se trata de la comunicación lingüística.

De esta manera el virtuosismo, en el sentido preciso que Virno le da, condiciona
a la totalidad del trabajo cognitivo:
Se podría decir que, en la organización del trabajo post-fordista, la actividad sin obra, de ser un caso especial y problemático (...), se convierte en el prototipo del trabajo asalariado. Esto no significa, naturalmente, que no se produzcan más carcasas de máquinas, sino que, en una parte creciente de las tareas laborales, el cumplimiento de la acción es interior a la acción misma -es decir, no consiste en dar lugar a un producto semielaborado independiente. (VIRNO,2003a,62).

Ahora bien, si un actor necesita de un papel para llevar a cabo su trabajo, o un
político requiere un discurso o un debate público, ¿qué instrumento requiere en
general el trabajo cognitivo para hacerse efectivo?

 

Necesita del intelecto en tanto
facultad humana genérica colectiva: precisamente el general intellect definido por Marx, el pensamiento compartido socialmente, y convertido en resorte principal de la producción de riqueza.

 

Notemos que mediante este concepto Virno no se refiere al conjunto de conocimientos almacenado por la especie, sino de la pura y simple facultad de pensar en común:
El virtuosismo consiste en modular, articular y variar el general intellect. (...)

 

El pensamiento deja de ser una actividad interior y se transforma en algo exterior y público, ya que irrumpe en el proceso productivo. (VIRNO, 2003a, 65).

Y más adelante: El general intellect exige una acción virtuosa -en sentido llano, una
acción política- justamente porque una parte suya no se vuelca en el sistema de máquinas sino que se manifiesta en la actividad directa del trabajo vivo, en su cooperación lingüística. (VIRNO, 2003a, 67).

La referencia a la acción política no es gratuita. Virno se apoya en la distinción
planteada por Aristóteles entre praxis (acción en sentido eminentemente político) y
poiesis (trabajo), y en la idea de Hannah Arendt de que la praxis se ha visto
“contaminada” a lo largo del siglo XX por elementos propios de la poiesis
(tecnificación, imposición de objetivos externos a la propia acción, reducción a
lógica medios/fines, etc.).

 

Pero en opinión de Virno, lo que caracteriza al post-fordismo es la inversión de esa tendencia, de manera que son los rasgos de la acción política los que se trasvasan al trabajo cognitivo: a los ya citados de ser una
actividad cuyo fin está en si misma y de tener un carácter público, se suman otros
como la capacidad creativa (“introducir novedad en el mundo”, si se nos permite la
expresión), la improvisación, la capacidad comunicativa o la disposición para decidir entre posibilidades alternativas, todos ellos reconocibles como elementos definitorios de la praxis.

 

Como conclusión, Virno señala que el trabajo cognitivo se constituye en gran medida en oposición al trabajo tradicional: los rasgos distintivos que lo diferencian de las formas pretéritas de trabajo lo hacen aparecer como no-trabajo, o cuanto menos, como trabajo que camufla su propia naturaleza. Y esta es
una de las razones que explican la dificultad para establecer una definición precisa
del trabajo cognitivo.

 

LA REESTRUCTURACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO.

La ausencia de una formulación estricta no es obstáculo para los operaistas en su
esfuerzo por ilustrar la manera en la que el trabajo cognitivo condiciona la fuerza
laboral en general.

 

Su idea de partida aquí es que la tendencia expansiva del trabajo cognitivo y su estrecha vinculación a la organización productiva del post-fordismo empujan hacia una reconfiguración de buena parte de la fuerza de trabajo en general.

 

Es esta idea la que por ejemplo lleva a Berardi (2003, 102) a hablar de una
“evolución cultural, psíquica, que afecta a la fuerza de trabajo, a la percepción misma de la actividad”.

 

Tendencia que también es destacada por Virno: recuperando a Marx, recuerda que la fuerza de trabajo no se identifica con el trabajo en acto, sino con la capacidad para llevarlo a cabo, es decir el trabajo concebido como potencia, encarnada (literalmente) y dispuesta para hacerse efectiva en los cuerpos y las mentes de los seres humanos.

 

En esta potencia no está prescrito un tipo particular de actividad laboral, sino que alude a tareas de cualquier tipo, desde la fabricación de una cortina hasta la cosecha de peras (sic); desde el parloteo incesante de un fanático del chat hasta la corrección de pruebas de un libro de texto.

 

Fuerza de trabajo es la suma de todas las aptitudes físicas e intelectuales que residen en la corporalidad. (VIRNO, 2003a, 83).

Solo en la actual época post-fordista, sentencia Virno, la fuerza de trabajo ha
llegado a estar plenamente a la altura de su concepto, pues es ahora cuando realmente engloba todas las facultades humanas: no solo las puramente físicas y mecánicas, sino también la competencia lingüística, la memoria, la creatividad, la sociabilidad, etc.

 

La estructura productiva puede así disponer de todas ellas para, combinada con la automatización de la producción material, extraer un rendimiento mucho mayor del que se derivaba de la explotación puramente mecánica de la fuerza de trabajo.

Esto no significa que las capacidades cognitivas no fuesen utilizadas anteriormente. Pero mientras el modelo productivo capitalista clásico se basaba en la expropiación de la inteligencia y la creatividad del trabajador, e implicaba una
sumisión a jerarquías, normas y protocolos que dejaban la capacidad de iniciativa
personal en un segundo plano, el nuevo modelo pone a trabajar las facultades
cognitivas de forma activa, creativa, al tiempo que convierte en fuente de valor
incluso los gustos, los intereses y las peculiaridades de cada individuo.

Por tanto la fuerza de trabajo contemporánea engloba prácticamente la totalidad
de las facultades humanas; pero Virno recuerda que hablamos de esas facultades en potencia, y que en la práctica su actualización está siempre subordinada a las
necesidades de la producción.

 

Lo que significa que solo para una parte de la fuerza de trabajo hay una posibilidad verdadera de desarrollar sus capacidades en el seno del trabajo; y esto incluso dentro de unos límites.

 

Para el resto, el empleo de las
capacidades sociales comunicativas tienen lugar en diferentes grados de restricción,
sometidas a pautas y rutinas productivas más o menos rígidas. O bien simplemente no se ejecutan: la emergencia del trabajo cognitivo no significa que haya
desparecido el trabajo asalariado “clásico”, identificado sobre todo con la imagen de
la cadena de montaje y la presencia física en la fábrica.

 

Este más bien se ha dispersado en las periferias del planeta, o ha quedado limitado a ámbitos productivos anticuados localizados en zonas industriales deprimidas.

 

Lo que es cierto es que ha perdido su importancia, su posición central (material y simbólica) en el proceso productivo.

 

Las antiguas formas de organización y socialización obrera centradas en la fábrica se han disuelto, y su reorganización en las regiones de nueva industrialización de la periferia es prácticamente imposible a causa de la velocidad y volatilidad de los procesos productivos y organizativos, impulsados tanto por la tecnología telemática como por el dominio del elemento financiero de la economía.

El declive del trabajo manual fabril se manifiesta en ...el desempleo provocado por las inversiones (y no por su ausencia), la
flexibilidad como regla despótica, las prejubilaciones, la gestión del crecimiento del tiempo libre como escasez de trabajo a tiempo completo, la reedición de ordenamientos productivos relativamente “primitivos” al lado de sectores novedosos y prósperos, la restauración de arcaísmos
disciplinarios para controlar a individuos ya no sometidos a los preceptos del sistema de fábricas. (VIRNO, 2003b, 55).

Tanto la emigración del trabajo fabril a regiones alejadas de las sociedades más
enriquecidas, como la posibilidad cada vez más evidente de que éstas últimas se
consoliden como “sociedades de los dos tercios” (dos tercios de ciudadanos con
trabajo más o menos estable, un tercio de parados, precarios y excluidos) son el
trasfondo en el que se enmarca y contextualiza el trabajo cognitivo.

 

Una primera conclusión es que éste no es un modelo específico de prestación laboral hacia el que vayan a converger tarde o temprano el resto de formas de trabajo, desde las más arcaicas hasta las más avanzadas. Por el contrario, la tendencia que parece imponerse es la de una coexistencia de todas ellas, eso sí, bajo el tamiz cohesionador del trabajo cognitivo, configurado como un conjunto de características presentes transversalmente y en cierta forma homogeneizadoras.

 

Fumagalli (2010,200) lo sintetiza así:
En el contexto actual, la forma abstracta que asume el trabajo es la del trabajo cognitivo, manifiesta en las distintas modalidades del trabajo digital. Debido a su naturaleza abstracta, el concepto de trabajo cognitivo
asume diferentes formas; precisamente en ellas, es posible observar numerosas diferencias (...) que constituyen la principal característica del mercado de trabajo actual.

LA SUBSUNCIÓN DE LA VIDA POR EL TRABAJO.

La estrecha relación entre trabajo y comunicación social que caracteriza al trabajo cognitivo tiene una consecuencia clave para los operaistas: la difuminación de la separación entre trabajo y vida.

 

Fumagalli entiende que la subsunción de la vida por el trabajo, aunque especialmente aguda y evidente en el trabajo autónomo, tiene lugar en todo tipo de prestación laboral y determina al conjunto de la fuerza de
trabajo y las actuales condiciones de vida de los trabajadores bajo el capitalismo.

Esta última idea es compartida por el resto de operaistas, si bien inciden en ella desde diferentes perspectivas.

La flexibilidad de las condiciones de trabajo es sin duda la causa más evidente
que explica la supeditación de la vida al trabajo, y el trabajo autónomo es el ejemplo
paradigmático de esta tendencia.

 

La ausencia de horarios estables supone una mayor libertad para gestionar el propio tiempo de trabajo, pero también la pérdida de la protección que implicaba el contrato fijo: el trabajador ya no está “obligado” a dejar de trabajar al concluir su jornada laboral, simplemente porque esa jornada ya no existe como un segmento de tiempo diferenciado del resto de su tiempo de vida.

 

Lo mismo sucede respecto al lugar de trabajo: el fin de la obligación a realizar la
prestación laboral en un lugar determinado tiene como contraparte que cualquier
lugar puede ser el lugar de trabajo (una cafetería, un parque público, el propio
dormitorio...).

Pero esto no es exclusivo del trabajo autónomo. La flexibilización de las
condiciones laborales en el trabajo asalariado y la proliferación de una diversidad de formas de trabajo precarias, como ya hemos visto, extiende esta situación de forma creciente al conjunto de la fuerza laboral.

 

Los contratos por obra realizada, la
organización de las rutinas laborales en función de objetivos y ya no en función de
una jornada laboral estable, etc. son ejemplos de los mecanismos jurídicos y
organizativos que empujan a los trabajadores a destinar cada vez más tiempo (incluso fuera del horario laboral “oficial”), y más energías en el cumplimiento de sus obligaciones.

 

Berardi ilustra esto recurriendo a la figura del móvil, al que poco menos que otorga la función del nuevo panóptico de la sociedad contemporánea:
El teléfono de bolsillo es probablemente el artefacto tecnológico que mejor ilustra esta forma de dependencia reticular.

El móvil, que la mayor parte de los trabajadores tiene encendido incluso en las horas en las que no trabaja, desempeña una función decisiva en la organización del
trabajo como empresa formalmente autónoma y realmente dependiente.

Y un poco más adelante:
En cierto sentido el móvil es la realización del sueño del capital, que consiste en chupar hasta el último átomo de tiempo productivo en el preciso momento en el que el ciclo productivo lo necesita, de forma que
pueda disponer de toda la jornada del trabajador pagando solo los momentos en los que es celularizado. (BERARDI, 2003, 76).

Por otro lado la incorporación del trabajo doméstico y de cuidado al mercado de
trabajo remunerado añade una dimensión totalmente nueva a la comunión entre
trabajo y vida, y no solo por la confusión de espacio y tiempo de trabajo (prestación
en el hogar del contratante, horarios extenuantes y excesivos), sino porque el tipo de prestación incluye tareas de reproducción que forman parte del núcleo de lo que
hasta ahora se consideraba vida privada, y que va más allá de las “tradicionales” (del
trabajo de “canguro” a la limpieza del hogar) para incluir tareas como la atención y
compañía a personas solas.

Todas estas cuestiones, directamente derivadas de las condiciones materiales en
las que se lleva a cabo el trabajo cognitivo, revelan la dimensión más explícita de la
fusión entre trabajo y vida; pero no son las únicas, y quizá no las más determinantes.

La naturaleza en sí del trabajo cognitivo, y la manera en la que el capital explota esa
naturaleza particular, parecen ser para los operaistas factores mucho más influyentes.

En la quinta de las diez tesis con las que Virno concluye Gramática de la multitud se
remite de nuevo a la idea del General Intellect para explicar la pérdida de diferencia cualitativa entre tiempo de trabajo y de no-trabajo.

 

En tanto el trabajo cognitivo está
ligado a la “vida de la mente” y a la sociabilidad de los trabajadores en general, el trabajo deja de ser una praxis particular y realizada de forma separada del resto de
actividades humanas:

Trabajo y no-trabajo desarrollan idéntica productividad, basada sobre el
ejercicio de facultades humanas genéricas:

lenguaje, memoria, sociabilidad, inclinaciones éticas y estéticas, capacidad de abstracción y aprendizaje. (VIRNO, 2003a, 108).

Incluso cuando no está trabajando oficialmente, el trabajador cognitivo sigue
produciendo, al mantenerse partícipe del flujo comunicativo y social que integra el
conjunto de la sociedad actual: la cooperación productiva de la que forma parte es más amplia y rica que la simple realización del proceso laboral.

 

Para aclarar esta idea, Virno recurre a la distinción de Marx entre “tiempo de trabajo” y “tiempo de producción”.

 

Marx la ilustraba describiendo el trabajo del agricultor que, en la época de la siembra, se esforzaba por limpiar el campo y plantar la semilla: ese era el tiempo de trabajo.

 

Unos meses después ese trabajo daba sus frutos, y el campo aparecía rebosante de trigo (tiempo de producción).

 

Aunque el origen de la cosecha era el trabajo del agricultor, el momento en el que se hacía efectivo estaba separado del momento en el que se realizaba.

 

Sobre esta idea, Virno argumenta que
En el post-fordismo el tiempo de producción comprende el tiempo de no trabajo, la cooperación social que radica en él.

Denomino por eso “tiempo de producción” a la unidad indisoluble de vida retribuida y vida
no retribuida, trabajo y no-trabajo, cooperación social emergida y cooperación social sumergida.

 

El tiempo de trabajo es sólo un componente, y no necesariamente el más relevante, del tiempo de producción así acordado. (VIRNO, 2003a,110).


Para Virno, esto obliga a replantear el concepto de plus-valor, que ya no se basaría
únicamente en la diferencia entre el trabajo necesario (que reintegra al capitalista el
gasto al adquirir la fuerza de trabajo) y el total de la jornada laboral, sino que
también incluiría la diferencia entre tiempo de producción (y en él, el tiempo de no-trabajo que está realmente produciendo) y tiempo de trabajo.

Esta tesis es muy interesante, pero también bastante etérea. Virno no aporta
ningún argumento sólido o algún ejemplo que pueda explicar cómo “produce” el
tiempo de no-trabajo. Y aunque intuitivamente da la impresión de que realmente está señalando uno de los núcleos esenciales del nuevo capitalismo, se echa de
menos una mayor concreción en la propuesta que permita su contrastación empírica.

Cuanto menos esta idea nos conduce a un tema muy cercano, el de la crisis del
criterio temporal como medida para la valorización del trabajo.

 

El declive del modelo productivo fordista-taylorista conduce, entre otras consecuencias, a que el contrato estable, basado en una jornada laboral rígida y la adscripción al mismo lugar de trabajo de por vida, pierde paulatinamente su función paradigmática en beneficio de modalidades de contratación más flexibles, de entre las que el trabajo autónomo es la figura emergente.

 

Al mismo tiempo la vinculación del trabajo
cognitivo a la cooperación social, al flujo comunicativo que lo conecta prácticamente todo, señala para los operaistas que su “productividad” es ahora de carácter intensivo antes que extensivo, o cuanto menos, que seguir evaluándola en términos básicamente cuantitativos es un arcaísmo.

 

Virno habla del “peso puramente residual del tiempo de trabajo en la producción de riqueza”, y por su parte Berardi (2003, 125) lo detalla respecto al trabajo en la red (info-producción):

Los factores que determinan la producción no son ya cuantificables. El trabajo cognitivo no puede ser calculado en términos de tiempo secuencial, porque su productividad es discontinua y aleatoria. La esfera
del ciberespacio -a diferencia de la de las mercancías materiales- es una esfera en expansión ilimitada.

 

Si no se puede calcular su valor global, no
puede calcularse tampoco el valor relativo de cada fragmento. El tiempo de trabajo para reproducir un signo-mercancía puede ser irrisorio –por ejemplo, para copiar un programa informático-, o puede ser enorme –por ejemplo, para producir un programa informático.

La paradoja es que, aunque la tendencia productiva va en dirección contraria, el
tiempo se mantiene hoy día como el principal sistema de medida para valorar el trabajo cognitivo.

 

Pero no se trata de una inercia del pasado, y tampoco se limita a ser un mecanismo disciplinario para perpetuar la dominación sobre una parte de la masa de trabajadores.

 

Dejando de lado que en ciertos sectores económicos el tiempo de trabajo sigue siendo un factor crucial (sin ir más lejos, el trabajo de cuidado), la cuestión principal está en la diferencia entre productividad y valorización del capital.

Al sostener un mecanismo de valoración en base al tiempo de trabajo en lugar del
tiempo de producción, el capital logra dos objetivos: incrementar sin coste añadido
la tasa de plusvalía que extrae del trabajo, y reproducir un criterio artificial mediante
el que ajustar la escala de retribución a los límites de la reproducción de la fuerza de
trabajo.

SÍNTESIS

Vamos a sintetizar finalmente las cuestiones que consideramos más relevantes de la
reflexión operaista en torno al trabajo cognitivo.

 

Mediante esta expresión los
operaistas intentan describir las principales características que estarían conformando
un nuevo paradigma del trabajo, y que configurarían tanto la naturaleza de ese
trabajo como las condiciones en las que se lleva a cabo.

 

Muchas de esas características se definen por oposición a las que dominaban el antiguo modelo de trabajo fordista-taylorista; otras representan una auténtica novedad histórica; y algunas manifiestan una ambigüedad en su naturaleza que complica notablemente la
definición.

 

Un caso especialmente ejemplar de esto último es esa imprecisa hibridación entre el ámbito del trabajo y el de la vida, especialmente en cuanto los operaistas atribuyen una de sus causas principales en la misma naturaleza de la sociedad de la información.

¿Por qué el principal esfuerzo interpretativo del operaismo se orienta hacia el trabajo cognitivo, y no hacia el trabajo en general?

 

A nuestro juicio la razón es que en el trabajo cognitivo creen detectar de forma sintetizada las principales claves que
definen la esencia de la fuerza de trabajo en el capitalismo contemporáneo.

 

Aunque en la actualidad coexisten una gran diversidad de modalidades de prestación laboral a lo largo y ancho del sistema productivo global (quizá el más diversificado que haya existido hasta ahora), en opinión de los operaistas prácticamente todas ellas son
afectadas, en mayor o menor medida, por algunas de las características que identifican al trabajo como “cognitivo”.

Para los operaistas el trabajo cognitivo es trabajo intelectual directamente productivo. Es trabajo intelectual en tanto tiene que ver con el conocimiento y uso de saberes, habilidades comunicativas y sistemas de información de todo tipo; pero a diferencia del trabajo intelectual clásico, no se limita a tareas de coordinación y gestión de la producción, sino que también genera bienes (producción inmaterial) y/o añade valor a las mercancías materiales.

 

En expresión de Paolo Virno, es lenguaje puesto a trabajar.

Hemos visto cómo vinculan el trabajo cognitivo a un concepto acuñado por
Marx, y que actualizan y aplican al presente: el general intellect.

 

Hace referencia a la inteligencia o pensamiento colectivos, materializados en forma de información circulante por todos los mecanismos comunicativos existentes en la sociedad.

 

El general intellect es la comunicación convertida en fuerza productiva. Esta idea es la que permite entender la afirmación operaista de que el capitalismo post-fordista
convierte la comunicación y el lenguaje en sus principales fuentes de producción.

Ahora bien, por nuestra parte debemos matizar que a pesar de su capacidad
evocadora y su potencia filosófica, la noción de general intellect es de difícil
concreción, y quizá necesitaría ser acompañada de un estudio más sistemático en su relación con el trabajo.

Con esto en mente es posible entender mejor algunas de las características mediante las que los operaistas describen el trabajo cognitivo: creatividad, capacidad de improvisación, autonomía, iniciativa personal o habilidades comunicativas, entre las más destacadas.

 

Apuntan a un tipo de actividad intensamente socializada, caracterizada en términos generales por la cooperación, la flexibilidad y la proyección hacia el exterior (en lo que se refiere a la disposición del trabajador, pero
también a la naturaleza del propio trabajo), y que no se limita al ámbito laboral: en
realidad se origina principalmente fuera del sistema productivo, que la aprovecha como una externalidad enormemente productiva.

Ahora bien, encontramos una gran dificultad al tratar de plasmar en la práctica una idea tan general como es la del trabajo cognitivo.

 

Excepto en los ámbitos productivos más avanzados y desarrollados del post-fordismo, como pueden ser los relacionados con las nuevas tecnologías de la información, resulta complicado hallar ejemplos concretos en los que se materialice el trabajo cognitivo, en los que se haga visible como una actividad práctica.

 

Y aquí no basta con aludir a su naturaleza
genérica para soslayar el problema: creemos que es necesaria una mayor concreción
para poder profundizar en su estudio.

 

A pesar de coincidir en la mayor parte de sus
propuestas teóricas, nuestra conclusión es que el planteamiento operaista es
excesivamente abstracto y muy dependiente de una concepción culturalista del capitalismo y su relación con la sociedad.

 

Aunque no ignoran la importancia que
tiene la producción material, en la práctica la relegan a un segundo plano.

 

Esto puede justificarse en tanto el interés del trabajo cognitivo y la producción inmaterial reclama un análisis específico, sobre todo debido a su novedad histórica. Pero al hacerlo puede caerse en la tendencia a exagerar su importancia y su papel real en el conjunto del sistema productivo post-fordista, como podría ser el caso de nuestros
autores.

 

A pesar de todo, entendemos que el estudio operaista aporta argumentos válidos y muy interesantes para sentar las bases de una futura fundamentación del concepto de trabajo cognitivo, que a su vez debería aportar herramientas para el estudio de los nuevos mecanismos de explotación capitalista.

BIBLIOGRAFÍA
BERARDI, Franco. (2003). La fábrica de la infelicidad. Madrid: Traficantes de sueños.
(Original italiano: La fabbrica dell'infelicità: new economy e movimento del
cognitariato. Roma: Derive Approdi, 2001).
FUMAGALLI, Andrea. (2010). Bioeconomía y capitalismo cognitivo. Hacia un nuevo
paradigma de acumulación. Madrid: Traficantes de sueños.
MARX, Carl. (2007). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858. Madrid: Siglo XXI.
VIRNO, Paolo. (2003a). Gramática de la multitud. Madrid: Traficantes de sueños,2003.
VIRNO, Paolo. (2003b). Virtuosismo y revolución. Madrid: Traficantes de sueños,2003.

No hay comentarios:

Publicar un comentario