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jueves, 27 de febrero de 2025

POSVERDAD - PERIODISMO Y POLARIZACIÓN - CUÁNTO NECESITAMOS LA VERDAD? - EDUCACIÓN

 




PERIODISMO Y POLARIZACIÓN: ¿CUÁNTO NECESITAMOS LA VERDAD?

Ethosfera y Ethic reunieron a un grupo de periodistas, filósofos y académicos en el webinar ‘Periodismo democrático frente a la polarización’.

Imagen en blanco y negro de un hombre con barba y bigote

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Pelayo de las Heras

@draculayeye_12-mayo-2021

    

La verdad.

La información veraz, y en concreto, el periodismo, deberían ser uno de los pilares fundamentales para sostener las sociedades democráticas a la hora de contextualizar y transmitir la información que compone su realidad.

 

Y es que, dentro del ecosistema informativo, el ruido no es mundanal, sino (casi) divino:

omnipresente, se enreda en las redes sociales entre los bulos diseminados a través del boca a boca, multiplicado hasta el infinito por el clic, y da origen a términos como la ‘posverdad’, un concepto de largo recorrido en la sociedad actual.

 

Esta ha sido la génesis de Periodismo democrático frente a la polarizaciónun debate organizado por Ethic junto al think-tank de Ethosfera que, enmarcado dentro del 30 aniversario del Día Internacional de la Prensa, tuvo como leitmotiv la información como bien público.

 

En su introducción, el editor de Ethic, Pablo Blázquez, advierte sobre cómo

«el fenómeno de la posverdad se diferencia de la mentira en la predisposición del individuo de aceptar el engaño».

«La posverdad se aprovecha de cierta actitud acrítica. El ciudadano no busca tanto verdad como reforzar una suerte de identidad ideológica», apunta.

 

La Directora de Ethosfera y moderadora del debate, Elena Herrero-Beaumont, pone el acento sobre la cuestión de los estándares de los propios medios de comunicación y anuncia algo esperanzador, y es que se está negociando con las plataformas tecnológicas para que «se premie a aquellos medios que apuestan por el periodismo y la información de calidad». Y en esa línea pregunta a la periodista Ana Pastor cómo la transparencia sobre los estándares de los fact-checkers está contribuyendo a generar una mayor confianza con los usuarios y lectores.

 

Pastor, fundadora de Newtral, responde abriendo el debate con la realidad de que España es, hoy, uno de los países con mayor grado de polarización del mundo. 

 

En este sentido, defiende que uno de los factores que ha alimentado la mecha de la división social

ha sido la proliferación de las noticias falsas.

Y apunta hacia la autocrítica:

«La primera pata de quienes tienen que fabricar una vacuna contra los bulos son los medios y los periodistas».

Pero hay más culpables:

las instituciones y las plataformas de redes sociales también deben formar parte de la lucha por una información veraz y contrastada.

Incluso la propia sociedad, responsable última de la dispersión, tiene su labor contra la desinformación. 

«La gente considera a la clase política un problema a causa de la polarización»,

señala Pastor en relación a la profunda división social e ideológica de la sociedad española.

 

Ana Pastor:

«Los más jóvenes han incorporado rutinas que vienen muy viciadas de origen por culpa de la tecnología»

 

Giles Tremlett, escritor y corresponsal de The Guardian en España, apunta al nuevo sistema de suscripciones como un cambio sustancial en el ecosistema periodístico. «Este modelo hace que los lectores sean más exigentes con nosotros, con los periodistas», explica. Sin embargo, hace falta engrasar una pieza fundamental del engranaje:

el desarrollo del pensamiento crítico en la educación nacional.

«El gran problema es el lector: tenemos que ayudar a educar a los lectores para que sepan distinguir lo que es noticia de lo que no. 

Esto no es fácil, el pensamiento crítico no es especialmente bueno en el sistema educativo español», subraya Tremlett.

 

Algo en lo que también coincide Ana Pastor, que añade además el factor de «la gente más joven que ha ido incorporando unas rutinas que vienen muy viciadas de origen por culpa de la tecnología».

Es decir, que el lector más joven, en ocasiones, ni siquiera se plantea diferenciar lo que es información veraz de lo que no.

Un periódico con la foto de un grupo de personas

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Diego Garrocho, filósofo y Presidente del Consejo Académico de Ethosfera, hace hincapié en el hecho

de que este no es un fenómeno espontáneo.

«Hay una crisis de nuestra percepción con la realidad»,

señala el filósofo en relación a la hegemónica visión relativista occidental.

«El periodismo no solo debe vincular información veraz. También es un elemento vertebral a la hora de construir la opinión pública.

La democracia liberal necesita un clima saludable de competencia entre ideas, que es uno de los motores esenciales del sistema».

Algo tan sencillo como complejo ya que, como él mismo admite,

«el libre mercado de la atención no siempre premia el mejor producto disponible».

Es precisamente esto lo que abre la puerta, en su opinión, a la posibilidad de una regulación estatal sobre la información.

 

Pero regresamos al mismo problema de fondo: la educación. Tal y como defiende el profesor en relación a las identidades políticas,

«lo que tendríamos que operar son proyectos educativos para dejar de vivir como adolescentes».

La información, así, ha de saber desgranarse, ha de saber interpretarse.

 

En ello coincide también Rafael Rubio, experto en comunicación política, quien señala la deuda histórica que las democracias tienen con la Ilustración.

«La democracia representativa se vincula básicamente con la verdad.

Cuando uno descubre que la verdad existe, uno entiende que la razón es la única forma de llegar a la verdad.

Y esta forma es colectiva, por medio de una competición de ideas», reflexiona.

La información, al fin y al cabo, construye nuestra realidad y esta solo puede ser útil y benigna si es veraz.

Rubio defiende, eso sí, que 

solo los valores comunes de una sociedad permitirán el diálogo. 

Si no existen, o si chocan entre sí, la conversación será imposible.

 

Por su parte, Ricardo Calleja, profesor de ética de IESE, subraya la necesidad de que las auténticas democracias de corte liberal conviertan

«lo común», la verdad y lo plural en un todo.

«En las sociedades occidentales se ha cultivado durante décadas una actitud posmoderna donde solo hay interpretaciones, perspectivas diferentes», critica.

 

«Si nunca hay un momento de búsqueda de lo común, de inclusión del otro en los espacios comunes e institucionales… entonces es sencillamente imposible».

 

La posverdad y la polarización son, así, dos caras de una misma moneda. No es algo fácil de mitigar: 

la posverdad influye en la medida en que un individuo –y un colectivo– esté dispuesto a creer una mentira y se den las condiciones para ello.

 

Por eso es esencial reconducir el volante hacia el destino más mencionado durante el evento: la educación.

 

Como concluye Gremlett,

«hay que darles a los jóvenes una oportunidad de caminar por el mundo sin perderse ni marearse».

 

 

 


miércoles, 26 de febrero de 2025

POSVERDAD - LA POSVERDAD SOMOS NOSOTROS - MENTIRA - MANIPULACIÓN

 




LA POSVERDAD SOMOS NOSOTROS

 

«La gran diferencia de la posverdad con respecto a la mentira radica en la disponibilidad del individuo a aceptar el engaño», escribe Joaquín Müller-Thyssen, exdirector de la Fundéu BBVA, en esta tribuna para Ethic.




Autor: Joaquín Müller-Thyssen -25 mayo-2018

    

Cuando, a finales del 2016, el diccionario Oxford eligió post-truth como palabra del año, su alternativa en español, posverdad, se incorporó́ rápidamente a nuestra lengua para nombrar a un fenómeno que muchos contemplábamos perplejos.

 

La lengua suele ser muy precisa y aquí el prefijo post- no encierra su sentido habitual de posterioridad, como sí ocurre en posguerra, sino que da el sentido de superación del concepto designado, la verdad, que pasa a considerarse irrelevante o carente de importancia.

 

Es lo mismo que sucede, por ejemplo, con la voz posindustrial, que define el periodo en el que la gran industria continúa, pero ha sido desplazada o ha perdido relevancia frente a otro sector, el de las tecnologías.

 

Y es aquí donde uno debe comenzar a preguntarse qué es lo que ha desplazado a la verdad.

 

Los expertos lo achacan a la fuerza que han tomado en nuestro mundo las emociones frente a la objetividad de los hechos, pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

 

Conviene señalar que la posverdad es algo distinto de la mentira. La mentira, como dice el filósofo americano David Livingstone Smith, es una habilidad que crece en lo más profundo de uno mismo. Es un factor evolutivo ventajoso, que siempre ha estado entre nosotros.

 

La posverdad, sin embargo, no es tanto una presentación falseada de una manera simplista de los hechos como un aprovechamiento descarnado de la actitud acrítica que tiene el sujeto receptor del mensaje, al que no le importa que le distorsionen la realidad porque ya hace tiempo que no espera la verdad del emisor.

El sujeto receptor es un descreído que se ha rendido ante la manipulación de la realidad.

 

«La gran diferencia de la posverdad con respecto a la mentira radica en la disponibilidad del individuo a aceptar el engaño»

 

En este mundo del disparate, se apela directamente y sin cortapisas

a las filias y las fobias del destinatario del mensaje, al que los datos le aburren, las estadísticas le confunden y hasta agradece un relato de la realidad que convierta la verdad de los hechos en una manipulada verdad de las pasiones.

 

Nunca antes ha sido tan fácil ser engañado, pues, como indica el periodista mexicano Esteban Illades en su último libro, a la censura y el espionaje se han sumado la sobreinformación y las fake news.

 

En este escenario que parece sacado de una distopía orwelliana, la ética periodística, la contrastación de los hechos y el rigor yacen como reliquias olvidadas.

 

El fenómeno tiene importantes consecuencias en la definición del mundo. La difusión de noticias falsas contribuyó a que Donald Trump ganara la Presidencia de los Estados Unidos y el brexit se sirvió de los llamamientos a las emociones para triunfar en el Reino Unido.

 

Es sorprendente ver cómo creemos en datos imposibles y negamos evidencias irrefutables. La gran diferencia de la posverdad con respecto a la mentira radica, por tanto, en la disponibilidad del individuo a aceptar el engaño, quizás porque hoy la realidad es tan compleja que nos cuesta entenderla y somos más proclives a dejarnos convencer.

 

«La posverdad es un aprovechamiento descarnado de la actitud acrítica que tiene el sujeto receptor del mensaje»

 

Al parecer, fue el cineasta Steve Tesich quien utilizó por primera vez el término posverdad en un artículo publicado en 1992 en la revista The Nation, en el que hablaba de la primera guerra del Golfo y en el que decía: «Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en una especie de mundo de la posverdad».

 

Tesich habla del desplazamiento de la verdad como fruto de una elección libre de un pueblo libre cuando parece más

una claudicación de la ciudadanía, una renuncia resignada al engaño, un acto de sumisión consciente o una rendición ante el poder de las grandes corporaciones.

 

Diría que todo en este mundo tiene una vis comercial

que ha convertido en armas muy válidas las argucias que la publicidad y la mercadotecnia han ido desarrollando a lo largo de las últimas décadas.

 

Emblemática es, en este sentido, la campaña de Apple de 1997 «Think different», en la que Steve Jobs renuncia a contar las características del producto y acude a otras cuestiones, aparentemente muy valoradas, para venderlo; o mucho antes, en 1988, en Chile, en la campaña del referéndum para la permanencia de Pinochet, la izquierda sucumbe ante un publicista (hijo del exilio y del partido comunista) que no les permite referirse al pasado y al dolor causado por el dictador y les fuerza a una campaña de ilusión, de escenas de caballos galopando por el campo y de gente guapa y joven merendando alegremente. La izquierda renuncia a la verdad para asegurarse la victoria, en este caso, necesaria. La campaña deja de dirigirla la política para asumirla la publicidad. 

La gente no quiere negatividad ni problemas ni dolor. Quiere la Coca-Cola en el mundo feliz, hippie y natural que inventa Don Draper al final de la magnífica serie Mad Men.

 

Hemos forjado una sociedad, la nuestra, con un modelo de moral derivado de la consecución del éxito y de la felicidad a través del consumo, relegando otros valores, como el de la verdad, a la intrascendencia.

 

(*) Este artículo es una adaptación del discurso que Müller-Thyssen pronunció en el foro sobre posverdad organizado por Marcas con Valores y Ethic. [publicó “Ethic 25 de mayo 2018]

 


lunes, 24 de febrero de 2025

POSVERDAD [fAKE NEWS] - BULOS Y PATRAÑAS - Autor - DARÍO VILLANUEVA - CAMPAÑAS EMOCIONALES - MENTIRAS - RELATOS FALSOS - DONALD TRUMP

 




  POSVERDAD: BULOS Y PATRAÑAS

Darío Villanueva - Junio 2023

 

La posverdad se nutre tanto de patrañas como sobre todo de nuestros bulos, falsedades difundidas a propósito para desinformar a la ciudadanía con el designio de obtener réditos económicos o políticos.

    

En el escenario de nuestra posmodernidad ha surgido el nuevo concepto de la posverdad. De la fuerza de su impacto da fe que el más prestigioso diccionario inglés lo distinguiese en 2016 con el título honorífico de palabra del año.

 

Para el Oxfordpost-truth es un adjetivo referente a que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a las creencias personales.

 

El origen del neologismo se atribuye a un autor teatral de origen serbio, Steve Tesich, que publicó en 1992 el artículo «A Government of Lies» sobre lo que denominaba «el síndrome Watergate» para referirse a la equiparación entre verdad y malas noticias por parte del pueblo estadounidense, que

acabaría demandando al gobierno que lo protegiera contra ellas. Y concluía con que

«fundamentalmente, nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en una especie de mundo de la posverdad».

 

En 2004, el periodista estadounidense Eric Alterman calificó asimismo como «presidencia de la posverdad» la de George W. Bush.

 

Y siempre en esta clave política, se reaviva la vigencia de la posverdad gracias a muchos de los argumentos de los políticos ingleses partidarios del llamado Brexit, de los independentistas catalanes, y de los tuits y peroratas de Donald Trump.

 

CAMPAÑAS EMOCIONALES

 

El empresario Arron Banks, que financió la campaña del Leave EU (a favor de abandonar la Unión Europea), explicó su éxito porque los partidarios del quedarse se concentraron en presentar un hecho tras otro a favor de la permanencia del Reino Unido en la UE, cuando lo que había que hacer era

«conectar con la gente de una forma emocional». Aunque fuese mintiendo.

 

Una hora después de conocerse los resultados, Nigel Farage admitió que había engañado con las cifras supuestamente ahorrables en beneficio de la sanidad pública británica. Aparte de los bulos característicos

de Trump y de los brexiters, no deja de denunciarse constantemente la intensificación de las campañas desinformativas contra la ciudadanía en otros países como Hungría, Turquía o Rusia.

 

Muy pronto, tras la aparición del neologismo en inglés, Ralph Keyes (2004) se atrevió ya a hablar de 

La era de la posverdad en una obra de gran éxito que trataba de la deshonestidad y el engaño en la vida contemporánea.

 

BASES FILOSÓFICAS

 

Por su parte, en un libro posterior sobre Trump y la posverdad, Ken Wilber (2017) culpa abiertamente a la deconstrucción y otros excesos de la posmodernidad de la destrucción de la verdad en virtud de su relativismo y perspectivismo que acaban conduciendo inevitablemente a un nihilismo epistemológico, agravado todo por un narcisismo del que no se libran Derrida, Foucault, Lacan, Lyotard o Bourdieu.

 

Nihilismo y narcisismo potenciados, por otra parte, gracias a internet. También Matthew d’Ancona califica al 45 º presidente norteamericano de

«inverosímil beneficiario de una filosofía de la que probablemente nunca ha oído hablar, y que sin duda despreciaría».

 

El relativismo epistemológico acerca de lo que sea verdadero, o la simple negación de la verdad, crea así, en palabras de Ralph Keyes, «una atmósfera intelectual de posverdad» en la que no hay verdad ni mentira, ni honestidad frente a la deshonestidad.

 

BULOS Y REDES

 

Íntimamente ligado a la posverdad está otro término, fake news (noticias falsas), que el Cambridge Dictionary define como 

«falsedades que se presentan como noticias, difundidas por internet o utilizando otros medios, creadas en general para influir en cuestiones políticas o por afán lúdico». 

Se trata de un intento deliberado de conseguir que la gente reaccione a la información errónea que se les da, ya sea con fines de lucro o de poder.

 

En español, ha habido suerte (¡por una vez!) y mayoritariamente hemos identificado la forma compleja del inglés con un bisílabo que significa exactamente lo mismo: bulo.

Esto es, una “noticia falsa propalada con algún fin”.

 

Mas debemos reparar no solo en los bulos, sino también en las fake stories,

construcciones verbales y narrativas más desarrolladas a las que atendía en 2007 Christian Salmon en su libro sobre «la máquina de fabricar historias y formatear las mentes» titulado Storytelling. Aquí, Storytelling es tanto como contar un cuento chino; una patraña.

 

MILES DE MENTIRAS

 

The New York Times reveló que los tuits que Trump publicó inmediatamente tras su entrada en la Casa Blanca propalaban falsedades en noventa y nueve casos

Y según el blog de verificación de The Washington Post, en los primeros 466 días del despacho oval profirió 3.000 mentiras, lo que representa una media de 6,5 afirmaciones diarias que no eran ciertas.

 

Ya en plena campaña electoral, entrevistado por el periodista conservador Hugh Hewitt, el entonces candidato presidencial se había ratificado en su manifiestamente falsa afirmación de que Barak Obama había sido el creador del Estado Islámico, y de que Hillary Clinton era la cofundadora del ISIS.

 

Las bases de datos de la RAE registran en 2003 el testimonio de un libro de Luis Verdú donde se hablaba ya de «la era de la posverdad», que se confirma en 2005 con la mención a «una tendencia posverdad en el periodismo» en la revista académica de la universidad peruana Jaime Bausate y Meza.

 

UN SUSTANTIVO EN ESPAÑOL

 

La palabra se incorporó a finales de 2017 como neologismo en la primera actualización de nuestro Diccionario de la lengua española.

 

Para definir posverdad, que en español no es un adjetivo sino un sustantivo, se partió de la idea de

toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos,

sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público;

como una distorsión deliberada de una realidad,

que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

 

La posverdad se nutre efectivamente tanto de patrañas como sobre todo de nuestros bulos, falsedades difundidas a propósito para desinformar a la ciudadanía con el designio de obtener réditos económicos o políticos.

 

La «fontanera» Conway de la Casa Blanca salió al paso de las críticas que provocó la declaración del portavoz del presidente en el sentido de que su toma de posesión había sido la más concurrida de la historia argumentando que, en contra de las fotografías, videos y crónicas, por ejemplo, de cuando Barak Obama accedió a la primera magistratura de su país en olor de multitudes, el equipo de comunicación de Donald Trump manejaba “hechos alternativos”.

 

Alternativos a la verdad factual, se entiende. Verdaderas «noticias falsas», o mejor «falseadas», que inevitablemente nos hacen recordar a aquel genio malvado de la comunicación que fue el filólogo Joseph Goebbels,

ministro de Propaganda de Hitler, para quien el asunto era muy simple: una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en verdad.

 

LA MENTIRA DE TODA LA VIDA

 

¿Resultarán un tanto benévolas las definiciones mencionadas de posverdad? Probablemente sí, si las comparamos con la que el escritor Julio Llamazares formuló al final de una de sus columnas en el diario El País en abril de 2017: 

«La posverdad no es una forma de verdad, es la mentira de toda la vida».

 

Porque la mentira forma parte de los recursos propios de la práctica política, como de manera difícilmente superable Nicolás Maquiavelo reflejó en El Príncipe.

 

En la misma línea, según Hannah Arendt, el «estar en guerra con la verdad» va implícito en la naturaleza de la política, definida ya en su día por Disraeli como «el arte de gobernar a la humanidad mediante el engaño».

 

Insisto: no parece muy probable que Donald Trump haya sido asiduo lector de los filósofos franceses Jacques Derrida, ni tampoco de Michel Foucault –y lo dudo también en el caso de Maquiavelo. Pero es evidente la conexión entre este clima de pensamiento posmoderno propiciado por ellos y la posverdad.

 

SOCIEDAD LÍQUIDA

 

La llamada deconstrucción, un signo más de la sociedad líquida, dejó el terreno abonado para su triunfo, y a todo ello contribuye también el éxito arrollador de la llamada inteligencia emocional, que exacerbada y banalizada puede conducir a la quiebra de la racionalidad.

 

Porque es cierto que la deconstrucción viene a sugerir que la literatura y en general el lenguaje puede carecer de sentido, que es como una especie de algarabía de ecos en la que no hay voces genuinas, hasta el extremo de que el sentido se desdibuje o difumine por completo.

 

Hay que destacar, finalmente, tres vectores interpretativos que ayudan a comprender la posverdad. El más importante, sin duda, es 

la instrumentalización económica o política de esas estrategias conducentes a la tergiversación sistemática de la realidad. 

 

Y es muy interesante constatar cómo los propios norteamericanos mencionan el precedente de la campaña Remember the Maine desencadenada por William Randolph Hearst desde su diario The Morning Journal a partir de 1890 para propiciar lo que finalmente cuajaría en la guerra contra España.

 

Y en esa misma línea se sitúa el denominado negacionismo de las ciencias:

la negación programada de las evidencias aportadas por los científicos acerca del perjuicio que a la salud de las personas y el equilibrio de la naturaleza estaban causando determinadas actuaciones industriales, amparadas por los poderes políticos.

 

DECLIVE DE LA PRENSA

 

Un segundo vector de la posverdad tiene que ver con la poderosa irrupción de inéditos medios de comunicación proporcionados por las nuevas tecnologías, que han producido el declive de la prensa y las grandes cadenas de radio y televisión no solo en términos comerciales, sino también en cuanto a credibilidad.

 

El problema está en que estos nuevos medios sociales influyen más, pero carecen del control profesional de la información, de objetividad y de toda deontología.

 

La conclusión es obvia: las redes sociales han jugado un papel decisivo a favor de la posverdad. Mathew d’Ancona va todavía más lejos:

considera que Internet es el vector definitivo para el triunfo de la posverdad, porque es un ámbito indiferente a la falsedad y a la honestidad deontológica, e ignora la diferencia entre ambas. Así pues, la tecnología ha sido y es el motor principal e indispensable del fenómeno.

 

SESGOS COGNITIVOS

 

Finalmente, para descifrar el porqué de la posverdad también deben de ser aducidos argumentos procedentes de la psicología social.

 

Junto a esta evidencia de que por naturaleza somos truth–biased, personas inclinadas o «sesgadas» hacia la verdad, se ha estudiado también

la influencia de ciertos sesgos cognitivos, de los prejuicios o predisposiciones que, debemos admitir, influyen poderosamente en nosotros,

aunque la aceptación de ello nos revele que somos menos racionales de lo que pensamos o nos gustaría ser.

 

Es –dicho en otros términos– el sesgo de confirmación o sesgo confirmatorio por el que

renunciamos al razonamiento inductivo a favor de una tendencia gnoseológica que favorece la interpretación de los hechos conforme a nuestras informaciones y suposiciones previas, imbuidas de nuestra emocionalidad.

 

Seguimos así las pautas de un pensamiento ilusorio que nosotros mismos nos hemos dado y que concede prioridad absoluta a nuestras creencias personales frente a evidencias contrarias.


Darío Villanueva es profesor emérito de Teoría de la literatura y Literatura comparada y exrector de la USC, así como exdirector de la RAE. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. [tomado de publicación de “ethic” 2023]