POSVERDAD: BULOS Y PATRAÑAS
Darío
Villanueva - Junio 2023
La posverdad se nutre tanto de patrañas como sobre todo de
nuestros bulos, falsedades difundidas a propósito para desinformar a la
ciudadanía con el designio de obtener réditos económicos o políticos.
En el escenario de nuestra posmodernidad ha surgido el nuevo
concepto de la posverdad. De la fuerza de su impacto da fe que el más
prestigioso diccionario inglés lo distinguiese en 2016 con el título honorífico
de palabra del año.
Para el Oxford, post-truth es un
adjetivo referente a que los hechos objetivos influyen menos en la formación de
la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a las creencias
personales.
El origen del neologismo se atribuye a un autor teatral de
origen serbio, Steve Tesich, que publicó en 1992 el artículo «A Government of
Lies» sobre lo que denominaba «el síndrome Watergate» para
referirse a la equiparación entre verdad y malas noticias por parte del pueblo
estadounidense, que
acabaría demandando al gobierno que lo protegiera contra ellas. Y
concluía con que
«fundamentalmente, nosotros, como pueblo libre, hemos decidido
libremente que queremos vivir en una especie de mundo de la posverdad».
En 2004, el periodista estadounidense Eric Alterman calificó
asimismo como «presidencia de la posverdad» la de George W. Bush.
Y siempre en esta clave política, se reaviva la vigencia de la
posverdad gracias a muchos de los argumentos de los políticos ingleses
partidarios del llamado Brexit, de los independentistas catalanes, y de los
tuits y peroratas de Donald Trump.
CAMPAÑAS EMOCIONALES
El empresario Arron Banks, que financió la campaña del Leave EU (a
favor de abandonar la Unión Europea), explicó su éxito porque los partidarios
del quedarse se concentraron en presentar un hecho tras otro a favor de la
permanencia del Reino Unido en la UE, cuando lo que había que hacer era
«conectar con la gente de una forma emocional». Aunque fuese
mintiendo.
Una hora después de conocerse los resultados, Nigel
Farage admitió que había engañado con las cifras supuestamente ahorrables en
beneficio de la sanidad pública británica. Aparte de los bulos
característicos
de Trump y de los brexiters, no deja de denunciarse
constantemente la intensificación de las campañas desinformativas contra la
ciudadanía en otros países como Hungría, Turquía o Rusia.
Muy pronto, tras la aparición del neologismo en inglés, Ralph
Keyes (2004) se atrevió ya a hablar de
La era de la posverdad en una obra de gran éxito que
trataba de la deshonestidad y el engaño en la vida contemporánea.
BASES FILOSÓFICAS
Por su parte, en un libro posterior sobre Trump y la posverdad, Ken Wilber (2017)
culpa abiertamente a la deconstrucción y otros excesos de la posmodernidad de
la destrucción de la verdad en virtud de su relativismo y perspectivismo que
acaban conduciendo inevitablemente a un nihilismo epistemológico, agravado todo
por un narcisismo del que no se libran Derrida, Foucault, Lacan, Lyotard o Bourdieu.
Nihilismo y narcisismo potenciados, por otra parte, gracias a
internet. También Matthew d’Ancona califica al 45 º
presidente norteamericano de
«inverosímil beneficiario de una filosofía de la que
probablemente nunca ha oído hablar, y que sin duda despreciaría».
El relativismo epistemológico acerca de lo que sea verdadero, o
la simple negación de la verdad, crea así, en palabras de Ralph Keyes, «una
atmósfera intelectual de posverdad» en la que no hay verdad ni mentira, ni
honestidad frente a la deshonestidad.
BULOS Y REDES
Íntimamente ligado a la posverdad está otro término, fake
news (noticias falsas), que el Cambridge Dictionary define
como
«falsedades que se presentan como noticias, difundidas por
internet o utilizando otros medios, creadas en general para influir en
cuestiones políticas o por afán lúdico».
Se trata de un intento deliberado de conseguir que la gente
reaccione a la información errónea que se les da, ya sea con fines de lucro o
de poder.
En español, ha habido suerte (¡por una vez!) y mayoritariamente
hemos identificado la forma compleja del inglés con un bisílabo que significa
exactamente lo mismo: bulo.
Esto es, una “noticia falsa propalada con algún fin”.
Mas debemos reparar no solo en los bulos, sino también en
las fake stories,
construcciones verbales y narrativas más desarrolladas a las que
atendía en 2007 Christian Salmon en su libro sobre «la máquina de fabricar
historias y formatear las mentes» titulado Storytelling. Aquí, Storytelling es
tanto como contar un cuento chino; una patraña.
MILES DE MENTIRAS
The New York Times reveló que los tuits que Trump publicó
inmediatamente tras su entrada en la Casa Blanca propalaban falsedades en noventa y nueve casos.
Y según el blog de verificación de The Washington Post, en
los primeros 466 días del despacho oval profirió 3.000 mentiras,
lo que representa una media de 6,5 afirmaciones diarias que no eran ciertas.
Ya en plena campaña electoral, entrevistado por el periodista
conservador Hugh Hewitt, el entonces candidato presidencial se había ratificado
en su manifiestamente falsa afirmación de que Barak Obama había sido el creador
del Estado Islámico, y de que Hillary Clinton era la cofundadora del ISIS.
Las bases de datos de la RAE registran en 2003 el testimonio de
un libro de Luis Verdú donde se hablaba ya de «la era de la posverdad», que se confirma en 2005 con la mención a «una tendencia
posverdad en el periodismo» en la revista académica de la universidad
peruana Jaime Bausate y Meza.
UN SUSTANTIVO EN ESPAÑOL
La palabra se incorporó a finales de 2017 como neologismo en la
primera actualización de nuestro Diccionario de la lengua española.
Para definir posverdad, que en español no es un adjetivo sino un
sustantivo, se partió de la idea de
toda información o aseveración que no se basa en hechos
objetivos,
sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público;
como una distorsión deliberada de una realidad,
que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la
opinión pública y en actitudes sociales.
La posverdad se nutre efectivamente tanto de patrañas como sobre
todo de nuestros bulos, falsedades difundidas
a propósito para desinformar a la ciudadanía con el designio de obtener réditos
económicos o políticos.
La «fontanera» Conway
de la Casa Blanca salió al paso de las críticas que provocó la declaración del
portavoz del presidente en el sentido de que su toma de posesión había sido la
más concurrida de la historia argumentando que, en contra de las fotografías,
videos y crónicas, por ejemplo, de cuando Barak Obama accedió a la primera
magistratura de su país en olor de multitudes, el equipo de comunicación de
Donald Trump manejaba “hechos alternativos”.
Alternativos a la verdad factual, se entiende. Verdaderas
«noticias falsas», o mejor «falseadas», que inevitablemente nos hacen
recordar a aquel genio malvado de la comunicación que fue el filólogo Joseph
Goebbels,
ministro de Propaganda de Hitler, para quien el asunto era muy
simple: una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en verdad.
LA MENTIRA DE TODA LA VIDA
¿Resultarán un tanto benévolas las definiciones mencionadas de
posverdad? Probablemente sí, si las comparamos con la que el escritor Julio
Llamazares formuló al final de una de sus columnas en el diario El País en
abril de 2017:
«La posverdad no es una forma de verdad, es la mentira de toda
la vida».
Porque la mentira forma parte de los recursos propios de la
práctica política, como de manera difícilmente superable Nicolás Maquiavelo
reflejó en El Príncipe.
En la misma línea, según Hannah Arendt, el «estar en guerra con
la verdad» va implícito en la naturaleza de la política, definida ya en su día
por Disraeli como «el arte de gobernar a la humanidad mediante el
engaño».
Insisto: no parece muy probable que Donald Trump haya sido
asiduo lector de los filósofos franceses Jacques Derrida, ni tampoco de Michel
Foucault –y lo dudo también en el caso de Maquiavelo. Pero es evidente la
conexión entre este clima de pensamiento posmoderno propiciado por ellos y la
posverdad.
SOCIEDAD LÍQUIDA
La llamada deconstrucción, un signo más de la sociedad líquida,
dejó el terreno abonado para su triunfo, y a todo ello contribuye también el
éxito arrollador de la llamada inteligencia emocional, que exacerbada y
banalizada puede conducir a la quiebra de la racionalidad.
Porque es cierto que la deconstrucción viene a sugerir
que la literatura y en general el lenguaje puede carecer de sentido, que es
como una especie de algarabía de ecos en la que no hay voces genuinas, hasta el
extremo de que el sentido se desdibuje o difumine por completo.
Hay que destacar, finalmente, tres vectores interpretativos que
ayudan a comprender la posverdad. El más importante, sin duda, es
la instrumentalización económica o política de esas estrategias
conducentes a la tergiversación sistemática de la realidad.
Y es muy interesante constatar cómo los propios norteamericanos
mencionan el precedente de la campaña Remember the Maine desencadenada
por William Randolph Hearst desde su diario The Morning Journal a
partir de 1890 para propiciar lo que finalmente cuajaría en la guerra contra
España.
Y en esa misma línea se sitúa el denominado negacionismo de las
ciencias:
la negación programada de las evidencias aportadas por los
científicos acerca del perjuicio que a la salud de las personas y el equilibrio
de la naturaleza estaban causando determinadas actuaciones industriales,
amparadas por los poderes políticos.
DECLIVE DE LA PRENSA
Un segundo vector de la posverdad tiene que ver con la poderosa
irrupción de inéditos medios de comunicación proporcionados por las nuevas
tecnologías, que han producido el declive de la prensa y las grandes cadenas de
radio y televisión no solo en términos comerciales, sino también en cuanto a
credibilidad.
El problema está en que estos nuevos medios sociales influyen
más, pero carecen del control profesional de la información, de objetividad y
de toda deontología.
La conclusión es obvia: las redes sociales han jugado un
papel decisivo a favor de la posverdad. Mathew d’Ancona va todavía más
lejos:
considera que Internet es el vector definitivo para el triunfo
de la posverdad, porque es un ámbito indiferente a la falsedad y a la
honestidad deontológica, e ignora la diferencia entre ambas. Así pues, la
tecnología ha sido y es el motor principal e indispensable del fenómeno.
SESGOS COGNITIVOS
Finalmente, para descifrar el porqué de la posverdad también
deben de ser aducidos argumentos procedentes de la psicología social.
Junto a esta evidencia de que por naturaleza somos truth–biased,
personas inclinadas o «sesgadas» hacia la verdad, se ha estudiado también
la influencia de ciertos sesgos cognitivos, de
los prejuicios o predisposiciones que, debemos admitir, influyen poderosamente
en nosotros,
aunque la aceptación de ello nos revele que somos menos
racionales de lo que pensamos o nos gustaría ser.
Es –dicho en otros términos– el sesgo de confirmación o
sesgo confirmatorio por el que
renunciamos al razonamiento inductivo a favor de una tendencia
gnoseológica que favorece la interpretación de los hechos conforme a nuestras
informaciones y suposiciones previas, imbuidas de nuestra emocionalidad.
Seguimos así las pautas de un pensamiento ilusorio que nosotros
mismos nos hemos dado y que concede prioridad absoluta a nuestras creencias
personales frente a evidencias contrarias.
Darío Villanueva es
profesor emérito de Teoría de la literatura y Literatura comparada y exrector
de la USC, así como exdirector de la RAE. Este artículo fue publicado
originalmente en The Conversation. Lea el original. [tomado de publicación
de “ethic” 2023]
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