Raquel Nogueira
LARGA VIDA AL HOMBRE MASA
En un ejercicio casi profético, Ortega y Gasset esculpió hace
noventa años el concepto de ‘hombre-masa’, un individuo hecho de prisa, que no
escucha nada pero lo opina.
En medio de la revolución digital y en un momento de auge de los
populismos, revisitamos el concepto del ‘hombre-masa’ de la mano de un grupo de
prestigiosos pensadores y filósofos.
José Ortega y Gasset alertaba en los primeros compases del siglo
pasado de que el hombre medio había perdido el uso de la audición.
«¿Para qué oír, si ya tiene dentro cuanto falta?
Ya no es sazón de escuchar, sino, al contrario, de juzgar, de
sentenciar, de decidir.
No hay cuestión de vida pública donde no intervenga, ciego y
sordo como es, imponiendo sus opiniones».
Desde los años veinte del siglo pasado hasta los de este han
cambiado muchas cosas, pero aquellas palabras del filósofo siguen plenamente
vigentes: ese individuo «hecho de prisa, montado sobre unas cuantas
abstracciones e idéntico de un cabo a otro de Europa» que describía en La rebelión de las masas, su
ensayo cumbre, se resiste a partir.
Y sigue muy presente en las evocaciones recurrentes de muchos
pensadores contemporáneos cuando se refieren al ser humano moderno:
concretamente, al que vive con los cinco sentidos pendientes de una pantalla
del tamaño de su mano en la que verter sus opiniones sin filtro.
«Nuestra sociedad tiende a hacer
homogéneos e indiferenciados a los individuos»
Victoria Camps. Catedrática de Filosofía Moral y
Política
El término de Ortega sigue vigente,
aunque hayamos dejado de utilizarlo.
Es la contrapartida del individuo al que
ha dado lugar la ideología liberal: libre, racional, individualista.
Pero, lejos de tener criterio propio y
ser capaz de distanciarse de la masa, es un individuo sin individualidad.
Dicho de otra forma, el que debería ser
un individuo autónomo no es más que una masa informe que se deja informar por
los medios de comunicación de masas.
Nuestra sociedad tiende a hacer
homogéneos e indiferenciados a los individuos.
Mientras que a lo largo del siglo XX, en
Europa, el ‘hombre-masa’ se refugió en el fanatismo ideológico y en los
fascismos, hoy lo hace en las distintas
versiones de populismo, que le proporcionan una seguridad que no es
capaz de buscar por sí mismo.
Actualmente, las redes sociales
potencian la capacidad de manipulación y de difusión de lo peor que han tenido
tradicionalmente los medios de comunicación de masas.
Aunque se presentan como herramientas
para una participación más amplia de los individuos en la opinión pública, esta
se fragmenta cada vez más en grupos que se confirman en sus propias creencias.
El ‘hombre-masa’ no ejerce como
ciudadano porque se deja llevar por la masa, y las redes aumentan esa capacidad
de influencia.
«El ‘yo social’ necesita ser refrendado
continuamente por el resto de la red»
José Antonio Marina. Filósofo, escritor y pedagogo
Para Ortega, el gran fenómeno del siglo
XX es el advenimiento de las masas al pleno poder social, que, en principio,
puede entenderse como el triunfo del ideal democrático: supone un gigantesco
aumento de las posibilidades vitales de todas las personas.
Pero a ese ‘hombre-masa’ que domina la
vida pública no le preocupa nada más que su bienestar y, a la vez, es insolidario con
las causas de ese bienestar, por lo que muestra una radical ingratitud hacia
cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia: estos dos rasgos
componen la psicología del niño mimado.
Una de las características del
concepto orteguiano es que carece de sentido crítico y
glorifica la opinión.
Es lo que hacen todos los populismos. Me gusta distinguir entre
democracia difícil –que se funda en el afán de encontrar soluciones justas a
los problemas– y democracia fácil –basada en las preferencias personales–. El
‘hombre-masa’ desea esta última.
Por otro lado, las personas responsables
pueden entrar en un peculiar estado, que denomino ‘estado de masa’, y mientras
se encuentren en ese estado, perderán su identidad, sufrirán un contagio
emocional y se hallarán en estado de sugestión.
Las nuevas tecnologías están
favoreciendo un fenómeno análogo, pero nuevo, que denomino vivir en estado de
red.
Los rasgos principales de esas
personalidades reticulares que están demasiado tiempo en ese estado son la
dependencia de la red o la hiperactividad conectiva, la impulsividad en la
respuesta, la dificultad y el poco interés en distinguir lo real de lo virtual
–que ha dado lugar a la posverdad– y una difuminación
del yo personal y de la intimidad a favor de una hipertrofia del ‘yo social’,
que necesita estar continuamente siendo refrendado por el resto de la red.
«No existe el ‘hombre-masa’, sino muchos
ciudadanos»
Javier Gomá. Filósofo y escritor
Ortega es deudor de la sociología y la
filosofía de su época, herederas de una visión aristocrática, que articulaban
como sistema lo que había sido la organización del mundo desde el principio de
los tiempos: unos gobiernan, otros mandan.
Pero no solo en un sentido jurídico,
sino también moral, social y estético: un grupo reducido –la llamada minoría
selecta– se propone a sí mismo como modelo para el resto de la sociedad y la
casi totalidad de la ciudadanía –el 99% de la población– no tiene otro deber
que la docilidad del seguimiento de esa minoría.
Para Ortega, la masa sería menos
masa si se comportara de manera menos libre e independiente e imitara,
callada, sumisamente, la excelencia de esos pocos.
Pero en verdad no existe el
‘hombre-masa’, sino muchos ciudadanos.
La libertad sin instrucciones de uso
produce vulgaridad, que es una noción radicalmente contemporánea, hija de la
unión de dos fenómenos actuales: la libertad y la igualdad.
Las redes aumentan la libertad del
ciudadano; ahora bien, las hemos incorporado a nuestras vidas en
poco tiempo y hemos aumentado nuestra libertad aceleradamente sin instrucciones
de uso.
El resultado es la apoteosis de la
vulgaridad en las redes sociales.
Este estado de cosas, que es
provisional, se corregirá con una costumbre general –que involucra a todos los
ciudadanos y usuarios– de reforma de la vulgaridad en dirección a la
excelencia, a medida que esa vulgaridad sea sentida crecientemente como
repugnante y digna de reproche por la mayoría.
«El ‘hombre-masa’ actual sería un tipo
acelerado que no sabe en realidad a dónde va»
Ana Carrasco Conde. Filósofa y directora de la revista
‘Kritches Journal 2.0’
Nos pueblan pobres abstracciones, como
dijo Ortega, pero también vivimos más pobres de experiencia, más incapacitados
para poder pensar y disfrutar, más ciegos ante otros puntos de vista, más
polarizados, más presas de la ilusión de la singularidad cuando somos más
homogéneos e intercambiables en una especie de indiferencia basada en lo
cuantitativo, más acelerados…
Parafraseando a Ortega, el ‘hombre-masa’
actual sería un tipo acelerado que no sabe en realidad a dónde va, incapaz de focalizarse en una tarea
porque siempre tiene más que hacer, presionado por otros que, como él, van
acelerados.
Es un tipo competitivo e individualista
que ha olvidado lo común, y que, egocéntrico, busca al otro para ser reconocido
por lo que parece y no por lo que hace.
A él se debe la preocupante situación de
un frenesí perpetuo y de la necesidad de introducir novedades, que nos pasen
muchas cosas o, al menos, que lo parezca porque en realidad cada vez disfruta
menos de las experiencias.
Pero hoy, en realidad, cada ser humano
vive en su mundo y lo que creemos que es más grande es en realidad más pequeño:
con las redes sociales, las cámaras de eco y filtros burbuja, pensamos
que tenemos acceso a todo lo que sucede, pero en realidad refuerzan nuestros
propios prejuicios y nos hacen el mundo más pequeño.
Cuando las redes se emplean no como
lugar de encuentro humano entre personas, sino como lugar de exposición social
de aquellos que solo buscan reforzar su posición y no estar solos consigo
mismos, encontramos un uso que refuerza al ‘hombre-masa’ y perjudica al tejido
social atomizarlo.
En ellas, cada uno se eleva a sí mismo
como fuente de autoridad, tomando su fuerza del reconocimiento a través de los
que piensan como él y el enfrentamiento y ridiculización del diferente.
Así, el ‘hombre-masa’ se enquista y
construye su mundo en torno a sus opiniones que aparecen como verdades que hay
que respetar.
«Todos corremos el riesgo de vivir una
vida inercial o mimética con nuestro entorno»
Diego S. Garrocho. Profesor de Ética y Filosofía
Política de la Universidad Autónoma de Madrid.
El ‘hombre-masa’ es todo aquel humano
que renuncia a la custodia de su propia humanidad.
Un rasgo esencial es el desprecio por su
propia autonomía.
Es un humano desmoralizado que desecha
la posibilidad de construirse desde la exigencia, que
acepta la actual versión de sí mismo sin interrogarse por
su mejor versión posible.
Pero la
complejidad actual requiere una redefinición del término: el
‘hombre-masa’ de hoy está conectado a lo remoto, pero desconectado de su
realidad concreta.
Para Ortega, la masa es una
forma de indiferencia, el ‘hombre-masa’ es una boya sin rumbo que está
satisfecha en su deriva.
Hoy, sin embargo, nadie está
satisfecho. Todos corremos el riesgo de vivir una vida inercial
o mimética con nuestro entorno.
Además, la masa actual se construye no
por una aceptación cordial de las medianías, sino por una pulsión de
singularidad narcisista que todos compartimos: todos aspiramos a ser únicos,
irrepetibles, singulares… y esa obsesión es lo que, de una forma un
tanto absurda, precisamente nos iguala.
Hoy todos creemos formar parte de una
selecta minoría, lo que es imposible.
Las nuevas tecnologías han acelerado
nuestro aturdimiento existencial: el permanente contacto con realidades
virtuales y nuestro apego obsesivo por lo simbólico nos
ha inoculado una extraña desconfianza en la realidad inmanente y material.
La vida global o desvinculada nos está
haciendo cada vez más infelices.
El gran capital tecnofílico nos ha hecho
despreciar todo lo valioso que nos ha arrebatado: un sentido firme que imprima rumbo a
la existencia, un marco familiar que sirva de refugio afectivo, una sólida
vocación profesional que nos procure una misión en la vida…
La hiperconectividad y la
hiperestimulación de nuestra atención nos han impuesto un aturdimiento no
elegido contra el que deberíamos reaccionar.
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