FRANCISCO NO ES EL DIABLO
Por
Fernando Buen Abad Domínguez*- La Jornada de México
Cuando todo vale en la comunicación electoral de
propaganda al uso, desaparecen los límites de la enunciación para convertir el
relato en canallada pura y dura.
No hace falta ser feligrés del Papa para repudiar las
agresiones satánicas de la ultraderecha, especialmente en aquello que
de más solidario ha tenido el jefe del Estado Vaticano con la justicia social y
su abrigo a los más débiles y los más pobres victimados por
el infierno del neoliberalismo.
Es imposible un recuento, así sea breve, de las tensiones y
ofensivas que, en su contra, han desplegado (a diestra y siniestra) los
monopolios mediáticos y los personeros de la ultraderecha.
Es imposible un resumen exhaustivo, pero es posible una
reflexión semiótica sobre las cargas de odio endemoniadas que destilan los
comerciantes de la información contra un líder global que ha sido capaz de
denunciar las perversiones ideológicas de los poderes hegemónicos que lo atacan
usando, también, armas de guerra ideológica disfrazadas como medios de
comunicación.
En sus denuncias, el papa Francisco ha incluido todas las formas
de la desinformación; todas las bagatelas periodísticas y las fake news;
ha puesto nombre y apellido al estiércol mediático oligarca y ha subrayado el
carácter escatológico del espíritu empresarial que busca como negocio el
escándalo por el escándalo.
Así de contundente. Mientras, los esquiroles del empresariado
imperial, desesperados por adueñarse de litio, gas, petróleo y otras riquezas
naturales de los pueblos, así como la mano de obra depauperada hasta la
ignominia, disparan con su lengua histriónica metrallas de insultos para
destruir, falsificar o tergiversar la verdad; para calumniar y difamar haciendo
pasar por natural su propaganda de guerra ideológica disfrazada de
propaganda democrática.
El plan es ensuciarlo todo para impedir el derecho que los
pueblos tienen a organizarse y crecer libremente.
Sin ser un líder perfecto, muchos debates han merecido su
gestión y sus no pocas contradicciones, Francisco aboga por una justicia
social de estilo peronista, que no es agua bendita para las clases
dominantes, porque ha sido explícito en su repudio a la cultura de la
indiferencia, del conformismo, del relativismo que nos daña a todos…
Por eso las castas más conservadoras, endógenas y
exógenas, han apuntado contra la influencia del Papa en las bases populares y
lo ven como amenaza que lidera un movimiento mundial, que no se agota en los
confesionarios y que lucha por la reivindicación de los pobres, más allá de las
oraciones y comprometido con la justicia terrenal, aquí y ahora, la justicia
social.
Por eso la ultraderecha lo acusa de satánico
comunista que instaló al maligno en la Santa Sede. Mientras gesticulan
indignados.
A la ultraderecha, en su odio de clase, se le des-gobierna la
lengua y despotrica contra las demandas de tierra, techo y
trabajo con que Francisco milita su idea de combatir los desastres
imperiales mientras denuncia intereses mafiosos añejos, como los del Opus Dei y
la pedófila; en medio de una crisis económica, política y moral que intoxica a
la especie humana por entero.
En ese escenario reina la propaganda bélica de la ultraderecha
que esconde su corrupción empresarial y política con saliva de diatribas a
mansalva y se regodea en la concentración monopólica de medios que son una amenaza
contra las democracias, convirtiéndolas en armas de guerra ideológica en un
mundo, pues, que tiene ribetes de infierno imperialista.
Ahí Francisco alza una voz que lo legitima como una de las pocas
autoridades morales del planeta y desde ahí tipifica un orden de pecado
inédito, audaz y provocativo. Nunca visto.
Ese odio que la ultraderecha profesa contra Francisco, exige una
respuesta ética humanista contundente.
Es imperativo repudiar los mecanismos y el servilismo de las
máquinas de propaganda, calumnia y difamación disfrazadas de libertad de
información para asegurarse una impunidad mediática peligrosísima, porque
siembra confusiones que son negocio de doble filo para la destrucción de los
límites y la naturalización de la barbarie neo-nazi-fascista.
Francisco está siendo crucificado, dicho en sus términos, con
canalladas hegemónicas, no sólo lenguaraces, cuyos autores son dictadores,
torturadores, explotadores, defraudadores… traidores, saqueadores,
mercachifles, mentirosos, usurpadores… que reproducen, de una generación a
otra, la barbarie y la degeneración social.
Lo realmente maligno es el negocio de la propaganda del odio. Y
la tienen programada para empeorar.
Es urgente una crítica profunda que, incluyendo las agresiones a
Francisco, exhiba cómo se traicionan los códigos democráticos, que denuncie,
sin moralinas etéreas, la violencia propagandística desaforada, la degradación,
la hipocresía y la degeneración de las clases dominantes.
Urge una denuncia mundial y profunda, hacer lo que deba hacerse
para desnudar las operaciones perversas de la industria de la propaganda
política al servicio de las ultraderechas, intoxicadas con valores de una
maquinaria de control ideológico represivo.
A estas horas miles de personas, la cuenta es inmensa y
horrorosa, padecen los estragos del odio convertido en espectáculo de
propaganda política ultraderechista.
El show de la barbarie histriónica y el estilo
energúmeno en la comunicación política proliferan y es inexcusable repudiarlo y
denunciarlo. Que no nos gane el silencio.
* Director
del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride. Universidad
Nacional de Lanús
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