JAVIER MILEI: LA PREPOTENCIA DE LOS IMPOTENTES
Por Héctor Alejandro Quintanar*- La Jornada de México
A lo largo de su vida, sólo su hermana y su
perro han separado a Javier Milei de la soledad, señala Juan Luis
González, biógrafo del candidato presidencial argentino que hoy, entre las
muchas amenazas que profesa (dinamitar el Banco Central; preconizar la venta de
órganos; combatir los derechos reproductivos), expone la más peligrosa: lucir
competitivo en las encuestas ante la segunda fase de la contienda electoral en
Argentina.
El dato biográfico no es menor, sino que, en el exhaustivo
trabajo de González –el libro El loco, publicado este año–, parece ser la
clave para entender a Milei: un hombre sin habilidades sociales, propenso a
brotes de furia, carente de vínculos afectivos, cuya más prolongada relación ha
sido con su perro Conan (con quien se sigue comunicando a través de
una médium inter-especies, pues murió en 2017), criatura que, según Milei,
junto con Dios, le encomendaron irrumpir en la política.
Hoy, sin sarcasmo, el candidato presidencial tiene
de estrategas de economía, análisis político y prospectiva, nada
menos que a los clones de su fallecida mascota (a estas alturas, Calígula
nombrando cónsul a su caballo provoca menos resquemor).
¿Cómo explicar el veloz ascenso de este personaje en la política
argentina?
Una clave se publicó en las páginas de opinión de La
Jornada desde noviembre de 2022:
*** Milei representa a ese sector de gente que, incapaz de
socializar sanamente con otros, disfraza su antipatía de una ideología del
individualismo exacerbado.
*** Interpelar a esas personas, y renombrar su impericia social
con la más amable etiqueta de libertarios individualistas, ha sido un
inicio importante, pero insuficiente.
LA CLAVE MAYOR PARECE SER OTRA.
Milei ha explotado un rol en esta campaña presidencial, al
asumirse como un quijote que combate a la casta, es decir, a la totalidad
de los políticos y partidos –históricos o nuevos– en Argentina, a quienes acusa
no sólo ineptitud para resolver los problemas del país sino, en esencia, de ser
ellos en sí mismos, junto con el Estado, el problema.
Si bien esa estrategia de asumirse como un aura ajena a la
política tradicional no es nueva (cosa parecida hacen voceros
del PRIAN en México asumiéndose como sociedad civil), ha
resultado efectiva en campaña.
La pregunta es si esa pose anti-casta y la estridencia de querer
representar algo inédito son ciertas.
Los hechos dicen
otra cosa. De entrada, el ascenso mediático de Milei fue respaldado por
magnates añejos, peleados con el macrismo (como Eduardo Eurnekian).
Su vía para posicionarse ahí fue reproducir la vieja estrategia
de todos los movimientos reaccionarios desde la revolución francesa:
distinguirse de la derecha liberal al acusarla con furia
de infiltración comunista (lo que también reproducen partidos como
Vox, en España, ante el Partido Popular o los seguidores de Eduardo Verástegui
en México).
El equipo y campaña de Milei son reveladores, puesto que sus
compañeros de ruta son miembros a secas de la casta o reproducen su
pensamiento.
En mítines, desplazaron el apoyo de sus simpatizantes originales
para priorizar la recepción del dinero del Estado (a través de personajes
vinculados a la política); y las candidaturas de su partido, La Libertad
Avanza, fueron abanderadas por aquellos que más dinero dieron para comprarlas,
sin importar su pasado.
La postura de Milei ante la dictadura argentina de 1976 a 1983
no es ambigua, sino peligrosa: su candidata a vicepresidenta, Victoria
Villarruel, siempre reivindicó a los militares genocidas, pero en campaña
matizó su discurso para explicar la violencia en ese periodo, al esbozar ahora
la absurda teoría del dragón de dos cabezas, asumiendo que las víctimas de
la represión –a quienes calumnia como terroristas– son tan malos como los
perpetradores de los crímenes de Estado.
Más nítido es el hecho de que Milei niega las cifras de
desaparecidos durante la dictadura y vanagloria a represores, como Antonio
Bussi, genocida en Tucumán hasta 1982, cuyo hijo Ricardo es candidato a
diputado por La Libertad Avanza, rol en que promete –al igual que todas las
derechas religiosas de la posguerra fría– combatir “a la
ideología progre”, para así re-victimizar a sectores vulnerables.
No hay nada inédito ni favorable a la libertad en las compañías
y discurso de Javier Milei, cuyas salmodias contra el maligno (donde
enmarca tanto al socialismo como al populismo) no sólo semejan
al discurso enfebrecido de los curas europeos del siglo XIX, sino que
reproducen, idéntica, la consigna con la cual Videla justificó su golpe de
Estado y la disolución de sindicatos en 1976:
Hay que combatir a
la agresión marxista y populista.
Milei no es novedad ni anomalía: más bien encarna perfectamente
los viejos prejuicios reaccionarios de la guerra fría , sólo que
disfrazados de irreverencia mediante una estética punk y a través de
interpelar a sectores frágiles (económica o emocionalmente) de todos los
espectros ideológicos, a quienes busca no dar voz y dignidad colectivas, sino
disfrazar de prepotencia individual sus carencias, pensando que así podrían
volverse victimarios o, al menos, camuflarse entre sus opresores históricos.
…………………
*Académico
de la Universidad de Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las
raíces del Movimiento Regeneración Nacional
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