Atilio A. Boron
Numerosos registros
históricos hablan de pueblos primitivos que por milenios vivieron en cavernas.
Cuando los humanos descubrieron la posibilidad de controlar la gestación de
algunas plantas e inventaron la agricultura -y a causa de ello la necesidad de
vivir en ciudades- hubo quienes rechazaron con vehemencia ese cambio.
Quienes se
atrincheraron en sus cavernas y se apartaron del curso de la naciente
civilización fueron llamados “trogloditas”.
Para la mitología
griega éstos eran gentes bárbaras y crueles,
“”“una raza apenas
humana, peluda como bestias, que se comunicaban solo por medio de gritos y
vivían en cuevas"””.
Más de dos mil años
después, en sus Cartas persas, Montesquieu corrige esa
caracterización y en su lugar nos habla de “un pueblo poco numeroso llamado
Troglodita” que no se ajustaba a las descripciones corrientes entre los
historiadores y las mitologías de Grecia y Egipto.
Aun así anota que
los trogloditas
“”“eran
tan malvados y feroces que no existía para ellos ningún principio de equidad ni
de justicia”””.
Lo que
lo caracterizaba, dice Montesquieu, era su exacerbado individualismo:
“”“Se
decidieron vivir conforme a su naturaleza salvaje… y que cada uno velaría por
sus intereses sin tener en cuenta los de los demás”””.
Hay un pasaje que
merece ser reproducido íntegramente porque revela el espíritu del liberalismo
dieciochesco y su adoración por la
magia de los mercados, de penosa actualidad en la Argentina de hoy:
“”“¿Por
qué tengo que matarme en trabajar por gente que no me importa nada?
“””Pensaré
sólo en mí y viviré feliz.
“””Satisfaré
mis necesidades y, si es así, me importa poco que los otros trogloditas vivan
en la miseria”.
El remate de esta
historia, según nuestro autor, es que
“”“los trogloditas
perecieron por su propia maldad y fueron víctimas de sus propias injusticias”””.
No es preciso
esforzar en demasía la imaginación para constatar el notable paralelo que
existe entre aquella sombría protohistoria de la humanidad y la naturaleza del actual
gobierno argentino que desafía las categorías convencionales de la ciencia
política y requiere un nuevo concepto para definirlo: “troglocracia”, el gobierno bárbaro de los cavernarios que
se manifiesta en su crueldad,
su rabioso y militante rechazo a
la justicia social y la equidad y en el híper-individualismo que pregona,
indiferente ante el holocausto social sin precedentes causado por las políticas
del gobierno de Javier Milei.
En un
nuevo y tenebroso capítulo de la “acumulación por desposesión” de David Harvey,
el “anarco-capitalista” despoja sonriente de sus magros ingresos a las clases y capas más pobres e
indefensas de la población licuando sus salarios o pensiones jubilatorias y
propiciando una vertiginosa escalada de los precios de bienes y servicios que
hunden a la mayoría de la población en la pobreza.
Esa cultura de los
trogloditas también se revela cuando Milei dice que el Estado es una máquina de
robar y que prefiere a la mafia en lugar de aquél.
Es más, afirma
desafiante que Al Capone “es uno
de mis grandes héroes”, porque se atrevió a transar una mercancía (el
alcohol) que el Estado había prohibido.
Este incomparable
exabrupto constituye un novedoso aporte del “libertario” al feroz ataque
mundial en contra de las democracias.
Conviene recordar
que sin Estado no hay democracia sino la ley de la selva y la dictadura de los
mercados, respaldada por las pistolas y los fusiles de los émulos locales de
Capone.
Recordemos que el
Presidente ha dicho en varias ocasiones que no cree en la democracia, lo que
está lejos de ser una nimiedad.
Esta deplorable
involución política que hoy abruma a la Argentina cuenta con la cínica
complicidad y el estruendoso silencio de los políticos y los “medios de
confusión” de la derecha, esa que se rasgaba las vestiduras y clamaba al cielo
ante el menor gesto de Cristina
Fernández que pudiera ser interpretado como un ataque a la
institucionalidad republicana.
Crueles trogloditas
que por una circunstancial carambola electoral tomaron el gobierno por asalto
para destruir al Estado y las conquistas sociales logradas durante un siglo de
grandes luchas populares y que hoy se regocijan cuando suprimen derechos,
expolian a los pobres y enriquecen a los ricos.
Rústicos personajes
que odian a la Nación (o cualquier cosa que remita a lo nacional), porque para
su plena conformación aquélla requiere la construcción de un Estado, y éste es
el enemigo irreconciliable de esta oscura secta de trogloditas esotéricos que
creen en la magia de la “mano invisible” del mercado mientras imploran la
protección de las “fuerzas del cielo”, se inspiran en el ejército de los
Macabeos y su alucinado profeta se regodea con el título de “Embajador Internacional de la Luz” que
le otorgarán los nazi-sionistas de Miami y se arrodilla, con repugnante indignidad,
para lamer el trasero de Joe Biden, Donald Trump y el asesino serial Benjamin
Netanyahu.
Mientras tanto,
empinados en el aparato estatal los secuaces del tuitero, a cual más mediocre o
inepto, se esfuerzan por destruir a las universidades públicas y al Conicet;
desinformar a la población y acabar con Télam y la radio y la televisión
públicas; cerrar al Incaa, hacer del Gaumont un maxi-kiosco y barrer con toda
lo que tenga que ver con la cultura, las artes y las letras; liquidar toda
agencia estatal prestadora de servicios sociales o atender a la salud pública;
desfinanciar al PAMI, privar de medicamentos a los enfermos y licuar los
ingresos de los adultos mayores.
Como sus ancestros
protohistóricos, a este vergonzoso elenco gobernante le importa bien poco que
los demás vivan en la miseria y hace un culto a la violencia en todas sus formas: simbólica, verbal y física,
sembrando vientos que más pronto que tarde desatarán violentas tempestades.
Para resumir:
estamos en presencia de una inédita forma de gobierno que las categorías
tradicionales de la ciencia política, inspiradas en la Grecia clásica, el
Renacimiento y la Ilustración, jamás habían logrado concebir: la
“troglocracia”, o gobierno de los trogloditas.
Pese a sus
temerarias extravagancias, que suscitan inquietud en los dueños de las grandes
fortunas, este régimen político malsano es subrepticia y transitoriamente apañado por la clase dominante para que
consume la destrucción de derechos sociales largamente acariciada
por aquélla, luego de lo cual verá cómo deshacerse de tan impresentables
personeros.
Por eso creo que
estamos en las vísperas de grandes novedades porque, como lo recordaba
Montesquieu,
“”“los trogloditas
perecieron por su propia maldad y fueron víctimas de sus propias injusticias”””.
No otro será el
destino de la “troglocracia” argentina. Ella también será víctima de su maldad
y de su ataque a la justicia social, mucho antes de lo que se imagina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario