“Un espectro obsesiona a Europa: la ausencia de alternativas”
El sociólogo polaco y la inmigración en Europa.
Siempre se cruzó la frontera para buscar amparo, dice Bauman. Y cree que la salida no es lavarse las manos.
MIrada profunda. “Los refugiados llegan desnudos de Derechos Humanos”, dice Bauman. /Cezaro de Luca.
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El mundo se ha vuelto muy pequeño para los que ejercen el derecho de fuga de los territorios de la crueldad. A las víctimas de la guerra siria que buscan un lugar para sobrevivir se han sumado los miles de azerbaiyanos y armenios que huyen del fuego que los enfrenta. Hace pocos días Zygmunt Bauman viajaba por Europa y mientras cruzaba fronteras respondió por escrito algunas preguntas. Con 90 años y problemas de audición, hablar por teléfono es una dificultad pero no lo es el pensar de forma certera este presente: “Un espectro obsesiona Europa; el de la ausencia de alternativas”, subraya. Y ante las últimas noticias sobre la ruta de los refugiados explica: “mientras huían de la brutalidad de las guerras y los despotismos, o de la barbarie de una vida de hambre e incertidumbre, han golpeado a la puerta de los otros. Ocurre desde el comienzo de los tiempos modernos”.
–¿Qué lugar construye Europa para los refugiados?
–Ellos han sido siempre, como ahora, extraños. Los extraños suelen causar angustias, precisamente por ser “extraños”: inquietantemente impredecibles, distintos a las personas con quienes interactuamos todos los días, y de quienes, según creemos, sabemos qué esperar; parece que la llegada masiva de extraños puede destruir lo que apreciamos –y dañar nuestro reconfortante estilo de vida. De los extraños sabemos muy poco para leer correctamente sus maniobras y preparar nuestras respuestas adecuadas –para adivinar sus posibles intenciones y sus próximos movimientos. Y no saber cómo continuar genera angustia y temor.
–¿Y qué sentimientos despiertan?
–Los refugiados llegan desnudos de Derechos Humanos. Han puesto en duda, en tensión las estructuras políticas y sociales del continente y la respuesta es el racismo, chauvinismo, xenofobia. Las zonas urbanas muy pobladas generan de modo inevitable impulsos contradictorios de “mixophilia” (el interés y el placer por entornos heterogéneos que prometen experiencias desconocidas) y de “mixophobia” (miedo al tamaño de lo desconocido). La primera fuerza constituye el principal interés que ofrece la vida en la ciudad, mientras que la segunda, por el contrario, es su más asombrosa pesadilla; esto es así para los de menos recursos, quienes –a diferencia de ricos y privilegiados, capaces de vivir en un barrio cerrado, no pueden sustraerse a las infinitas trampas y emboscadas que acechan en cada rincón del heterogéneo ambiente urbano, hostil y por lo tanto sometidos de por vida a sus peligros ocultos. –De algún modo podemos pensar a los refugiados como un espejo de algo que nadie quiere ver... –Los refugiados traen malas noticias desde un remoto lugar del mundo hasta nuestras casas. Nos recuerdan siempre lo que querríamos olvidar o, mejor aún, lo que preferiríamos que desapareciera. Estos nómades, no por elección sino por el veredicto de un cruel destino, nos hacen pensar, de manera irritante, exasperante, en nuestra propia posición y en la endémica fragilidad de nuestro bienestar.
–¿Cómo toman los políticos, los gobiernos esta situación?
–Diseñan políticas de seguridad. Y lo hacen como un truco de hechicero, calculado para desplazar la ansiedad de los problemas que los gobiernos son incapaces de resolver hacia lo que ven diariamente en las pantallas y que pueden solucionar con facilidad y entusiasmo. El primer ministro de Hungría Viktor Orbán –lacónico y tremendo– dijo: ‘Todos los terroristas son migrantes’ otorgando la codiciada llave para la lucha de los gobiernos –como el suyo– para la sobrevivir.
–¿Cómo evalúa el papel del Papa en esta situación?
–El Papa Francisco llama a “remover la parte de Herodes que se esconde en nuestros corazones”. Acto seguido llamó a orar: “pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, llorar por la crueldad de nuestro mundo, de nuestro propio corazón, y de todos aquellos que en el anonimato toman decisiones sociales y económicas que abren la puerta a situaciones trágicas como esta”. Y entonces tiró una pregunta por demás incómoda: ¿Ha llorado alguien hoy en el mundo?
–¿En conclusión, qué decisión toma Europa, cierra las fronteras?
–Debemos formular con claridad esta idea: el único camino que nos podrá sacar de nuestras presentes incomodidades y futuras agonías nos lleva a rechazar las traicioneras tentaciones de separación. En lugar de eludir los desafíos con consignas como “un planeta, una humanidad” –que terminan siendo un eslógan vacío que corresponde a nuestros tiempos de lavarnos las manos y aislarnos de las enojosas diferencias– podemos buscar ocasiones para que se establezca entre nosotros un contacto directo y cada vez más íntimo.
–Las soluciones van de lo utópico a lo altamente costoso...
–Sí, soy consciente: este camino no es la garantía de una vida con el cielo despejado, sin problemas, que alcanzaremos sin esfuerzo. Anticipa, en cambio, un tiempo arduo y con obstáculos. Es casi seguro que no traerá un alivio instantáneo a nuestras angustias, es posible que desencadene, inicialmente, más miedos y que exacerbe las sospechas y animosidades existentes. La humanidad está en crisis –y no hay otro camino para salir de esa crisis, que no sea la solidaridad. El primer obstáculo en el camino para salir de la mutua alienación es el rechazo al diálogo: el silencio que refuerza la auto-alienación, la soberbia, la desatención, el menosprecio y la generalizada indiferencia. En lugar del dúo de amor y odio, la dialéctica de los bordes debe ser repensada en términos de la tríada de amor, odio e indiferencia o descuido. Lo que debemos recordar es que no habrá ninguna de ellas que no afecte nuestro futuro compartido, y por esta razón debemos guiarnos por el precepto de reducir esos peligros, en lugar de magnificarlos. La indiferencia mutua no conseguirá pasar la prueba.
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