ODIO A LAS HINCHAS, NO AL FÚTBOL - UMBERTO
ECO 15 JUN
1990
Lo había olvidado. No te telefonean sólo para hacerte preguntas
como “¿qué piensa de la muerte de Pertini?”. Las llamadas son ahora sobre el
Mundial y de dos categorías. Existe el cronista desinformado que no sabe nada
de mis opiniones sobre el fútbol y quiere saber lo que pienso sobre el
campeonato y el que ha leído varios de mis artículos, sobre todo los de L’Espresso, a
través de los cuales me he conquistado una mala fama, y quiere la opinión de un
enemigo declarado del fútbol.
En el segundo caso se trata de un equívoco. Yo no tengo nada
contra el fútbol. No voy a los estadios por la misma razón que no iría a dormir
por la noche a los pasos subterráneos de la Estación Central de Milán (o a
pasear por Central Park, de Nueva York, pasadas las seis), pero, si se presenta
la ocasión, veo un buen partido con interés y placer en la televisión porque
aprecio los méritos de este noble deporte. Yo no odio el fútbol. Yo odio a sus
fanáticos.
No se entienda mal. Yo guardo hacia los hinchas los mismos
sentimientos de la Liga Lombarda hacia los extracomunitarios: “No soy racista,
siempre que se queden en su casa”. Por su casa entiendo los sitios en que se
reúnen y los estadios y no me preocupa lo que suceda en ellos.
Casi prefiero que vengan los de Liverpool, pues, por lo menos,
me divertirán las crónicas: si se trata de un circo, que corra la sangre.
No me gusta el hincha porque tiene una extraña característica:
no entiende por qué tú no lo eres e insiste en hablar contigo como si lo
fueras.
Un ejemplo. Yo toco la flauta dulce (cada vez peor, según
Luciano Berio, aunque que los grandes maestros me sigan tan atentamente me
produce satisfacción). Supongamos que estoy en un tren y le digo al señor de
enfrente simplemente por charlar: “¿Ha oído el último compacto de Franz Bruggen?”.
“¿Cómo dice?”. “Me refiero a La pavana lachryme; al principio,
es un poco lenta”. “Perdone, no entiendo”. “Hablo de Van Eyck, ¿no?
[silabeando] el Blockflote”. “Mire, es que yo… ¿se toca con el
arco?”. “Ah, ya entiendo, usted no…”. “Yo no…”. “Curioso. ¿Sabe usted que para
tener un Cooisma hecho a mano hay que esperar tres años? Para eso es preferible
un Mosck de ébano. Es el mejor de los que existen en el mercado. Lo ha dicho
incluso Gazzelloni. Oiga, ¿usted llega hasta la quinta variación de Derdre
doen Daphne d’over?”
“Pues verá, yo voy a Parma…”. “Ah, usted toca en F y no en C.
Sí, da más satisfacciones. ¿Sabe que he descubierto una sonata de Loeillet
que…”.
“¿De Loli… qué?”.
“Me gustaría ver lo que hace con las fantasías de Telemann.
¿Usted llega?
¿No empleará por casualidad la digitación alemana?”. “Verá, los
alemanes…
El BMW será un buen coche, pero…”.
“Entendido, entendido. Usa la digitación barroca. Justo. Mire,
los de Saint Martin in the Fields…”.
LOS MUNDOS POSIBLES
Bien, no sé si me he explicado. Pero seguro que ustedes estarían
de acuerdo con que mi desafortunado compañero de viaje se agarrara a la palanca
del freno de emergencia. Pues lo mismo sucede con el hincha.
La situación es difícil con los taxistas:
“¿Ha visto a Vialli?”.
“No, debe de haber venido cuando yo estaba fuera”.
“Pero esta noche verá el partido, ¿no?”.
“No, tengo que trabajar en el libro Zeta de
la Metafísica, el Estagirita, ¿sabe?”.
“Bueno, véalo y ya me dirá. Para mí, Van Basten puede ser el
Maramundo del 90″.
Y venga a darle, como si hablara con un muro. No es que a él no
le importe nada que a mí no me importe nada. Es que no puede concebir que a
alguien no le importe nada. No lo comprendería ni aunque tuviese tres ojos y
dos antenas. No tiene ni siquiera noción de la diversidad, variedad e
incomparabilidad de los mundos posibles.
He puesto el ejemplo del taxista, pero habría sido igual si me
hubiese referido a las clases hegemónicas. Sucede lo mismo que con la úlcera,
que ataca tanto al rico como al pobre.
Lo curioso es que criaturas tan convencidas de que todos los
hombres son iguales están siempre dispuestas a partirle la cabeza al hincha de
la provincia limítrofe.
Este chovinismo ecuménico me admira. Es como si los de la Liga
dijeran: “Dejad que los africanos vengan a nosotros. Así les podremos zurrar a
gusto”.
Umberto Eco es ensayista,
profesor universitario y novelista.
Y para terminar este artículo, vale la pena citar la existencia
de “Umberto Eco y el fútbol“, un libro
de Peter Pericles Trifonas.
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