La relación original con el mundo no puede ser dada, tampoco puede
existir en potencia ni permanecer en suspenso, en una vaga suspensión inerte:
es preciso que sea vivida, existida; lo cual quiere decir que cada realidad
humana debe hacerse ella misma y de manera inédita, relación singular con el
Todo.
El ser-en-el-mundo es una superación de la pura contingencia
singular hacia la unidad sintética de todos los azares, es el proyecto de jamás
entender cualquier aparición particular sino sobre el fondo del Universo y como
una cierta limitación concreta de todo.
La ambigüedad de esta relación viene de que no es una relación
del Todo consigo mismo, sino proyecto de cierta realidad contingente y
accidental, perdida en el seno de los fenómenos y que se constituye como
superación de sí hacia la totalidad que la aplasta; es, por consiguiente, a la
vez, el estallido de una singularidad que se proyecta sobre el infinito de los
fenómenos y que se pierde para que pueda existir algo como un Mundo — y el
repliegue de un En-Sí desparramado, en la unidad de un mismo acto.
Es al mismo tiempo la abdicación de la finitud original y la
resolución de hacerse anunciar esta finitud por el mundo mismo como una
existencia particular que aparece sobre el fondo oscuro de la Totalidad.
En fin, esta relación con el mundo es a la vez una manera de vivir
la pura e insípida contingencia de nuestro ser-ahí (o cuerpo) y una manera de
superarla.
Pues superar el cuerpo, es la única manera de vivir y de hacerlo
existir.
Jean Paul Sartre / Mallarmé. La lucidez y su cara de sombra
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