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jueves, 22 de septiembre de 2022

TRABAJO *** EL TRABAJO ES UN PRINCIPIO SOCIAL COERCITIVO *** Grupo Krisis - Manifiesto contra el trabajo - ROBERT KURS DICTADURA DE LA ABSTRACCIÓN TRABAJO ***

 



 
Grupo Krisis -  Manifiesto contra el trabajo - ROBERT KURS
 
EL TRABAJO ES UN PRINCIPIO SOCIAL COERCITIVO
 
El trabajo es un principio social coercitivo De ahí que el obrero se sienta en su casa fuera del trabajo y en el trabajo fuera de sí. Está en casa cuando no trabaja, y cuando trabaja no está en casa.
 
Su trabajo, por lo tanto, no es voluntario, sino obligado, trabajo forzado. No es, por lo tanto, la satisfacción de una necesidad, sino solo un medio para satisfacer necesidades fuera de este.
 
El hecho de que, tan pronto deja de existir alguna coacción física o de cualquier otro tipo, se huye del trabajo como de la peste pone de relieve su carácter ajeno. Karl Marx Manuscritos económico-filosóficos (1844)
 
El trabajo no significa de ninguna manera que las personas transformen la naturaleza o se relacionen entre sí por su actividad.
 
Mientras haya gente, se construirán casas, se producirán alimentos, vestidos y otras muchas cosas, se criará a los niños, se escribirán libros, se discutirá, se cultivarán huertos, se compondrá música y muchas más cosas por el estilo.
 
Esto es algo banal y obvio. Lo que no es obvio es que la actividad humana por excelencia, el puro «empleo de la fuerza de trabajo», sin importar su contenido, de forma totalmente independiente de las necesidades y de la voluntad de los implicados, sea elevado a un principio abstracto que domina las relaciones sociales.
 
En las antiguas sociedades agrarias existían todo tipo de formas de dominio y de relaciones de dependencia personal, pero ninguna dictadura de la abstracción trabajo.
 
Las actividades de transformación de la naturaleza y de las relaciones sociales no tenían, desde luego, un carácter auto-determinado, pero tampoco estaban subordinadas a la «venta de fuerza de trabajo», sino que más bien estaban imbricadas en complejos sistemas de reglas de prescripciones religiosas, de tradiciones sociales y culturales de obligaciones recíprocas.
 
Cada actividad tenía su momento y su lugar especial; no había una forma de actividad general-abstracta.
 
Fue el sistema productor de mercancías, en su finalidad absoluta de la transformación incesante de energía humana en dinero, el que hizo surgir, por primera vez, una esfera «separada» del resto de relaciones, que hacía abstracción de cualquier contenido: el llamado trabajo, una esfera de la actividad no dependiente y ajena al resto del contexto social, incondicional, sin relación con nada, robotizada y obediente —más allá de las necesidades— a una racionalidad «empresarial» abstracta.
 
En esa esfera separada de la vida, el tiempo deja de ser tiempo vivo y vivido. Se convierte en una mera materia prima que debe aprovecharse óptimamente: «El tiempo es dinero». Cada segundo cuenta, cada ida al lavabo es motivo de enfado; cada cruce de palabras con los compañeros, un crimen contra la finalidad de la producción independizada.
 
Allá donde se trabaje, solo puede hacerse uso de energía abstracta. La vida tiene lugar en otro sitio, o en ninguno, por que el ritmo del trabajo se adueña de todo.
 
Los niños son adiestrados para el tiempo, para que después sean «laboralmente aptos».
 
Las vacaciones solo sirven para reproducir la «fuerza de trabajo». E incluso cuando comemos, salimos por las noches o amamos suena el reloj de fondo.
 
En la esfera del trabajo no cuenta lo que se hace, sino que el hacer se produzca como tal, puesto que el trabajo es un fin absoluto en la medida en que es portador de la explotación del capital-dinero: la multiplicación infinita del dinero por amor de sí mismo.
 
El trabajo es la forma de actividad de este fin absoluto absurdo. Solo por eso, no por causas objetivas, todos los productos se producen como mercancías. Porque solo así representan la abstracción dinero, cuyo contenido es la abstracción trabajo.
 
En esto consiste el mecanismo de la calandria social independizada, en la que está presa la humanidad. Y, por eso mismo, el contenido de la producción es tan indiferente como el uso de las cosas producidas y como sus consecuencias sociales y naturales.
 
Que se construyan casas o se fabriquen minas anti-persona, que se impriman libros o se cosechen tomates transgénicos (no tiene trascendencia si por eso la gente se pone enferma o únicamente se estropea un poco el sabor) no importa mientras la mercancía se convierta en dinero y el dinero en nuevo trabajo.
 
Que la mercancía exija un uso concreto y que este sea destructivo, le es completamente indiferente a la racionalidad empresarial, ya que para esta un producto es solo el resultado de trabajo pasado, de «trabajo muerto».
 
La acumulación de «trabajo muerto» como capital, representado con la forma dinero, es el único sentido que conoce el sistema moderno productor de mercancías.
 
¿«Trabajo muerto»? ¡Una locura metafísica! Sí, pero una metafísica convertida en realidad al alcance de la mano, una locura cosificada que tiene cogida por el cuello a esta sociedad.
 
Las personas no se relacionan como seres sociales conscientes en el eterno comprar y vender, sino que ejecutan como autómatas sociales el fin absoluto que les ha venido impuesto.-


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