LA REGIÓN, PRESA DE ESTADOS UNIDOS
– diciembre 30, 2024
[ESTRATEGIA DE PODER – AHORA DONALD TRUMP]
Publicada en Revista Acción
La crisis o las situaciones excepcionales son una constante en
América Latina y el Caribe (ALC), no una alteración de una supuesta normalidad
que jamás conocimos en este, el continente más injusto del mundo. Y, para más
datos, el más cercano a «la Roma Americana», como Martí llamara al imperialismo
estadounidense.
Nuestra América es por lo tanto presa favorita de Washington,
aquella sobre la cual sus garras llegan más lejos y se hunden más
profundamente. A veces se nos dice que en este continente son muy extrañas las
guerras, y es cierto que no hay guerra entre las naciones como las vemos en
África, Europa o Asia, para ni hablar de Medio Oriente. La última de este tipo
entre países de la región fue la «Guerra del Fútbol» de 1969, entre Salvador y
Honduras, un incidente menor. Una pelea de fanáticos futboleros que dio origen
a una guerra de dos días y con un número mínimo de víctimas. Una escaramuza
armada más que una guerra.
El otro caso, y el más grave, fue la que libraron Perú y Ecuador
en 1995, la llamada Guerra del Río Cenepa, cuyo saldo se estima en poco más de
cien muertos en combate.
Sobreviven todavía algunas disputas territoriales como las que
hay entre Venezuela y Guyana por el Esequibo, el conflicto marítimo entre
Nicaragua y Colombia, o el que enfrenta diplomáticamente a Belice contra
Guatemala.
La inserción de Latinoamérica y el Caribe en el hemisferio
occidental nos convierte en una región signada por una especie de «fatalidad
histórica y geográfica». Somos, para los sectores supremacistas y racistas, el
«patio trasero de EE. UU.».
A fines del año pasado, diciembre del 2023, se cumplieron
doscientos años de vigencia de la Doctrina Monroe. No es un dato menor que fue
esta la primera doctrina de política exterior elaborada por el Gobierno de
Estados Unidos y que antecedió casi en un siglo a la Doctrina Wilson, concebida
en el marco de la Primera Guerra Mundial para establecer parámetros
orientadores de las relaciones de Washington con Europa.
Pero, insisto, la primera definición en materia de política
exterior fue para nosotros (ALC). El hecho de ser parte del llamado hemisferio
occidental –una expresión amable pero mentirosa, que utilizan los gobernantes
en Washington para hablar de esta parte del mundo y evitar decir que somos la
periferia del imperio– nos otorgó ese dudoso privilegio.
Esta situación tan especial de ALC solo puede explicarse porque
al ser esta región un verdadero emporio de recursos naturales –petróleo, gas,
agua, minerales varios, litio, biodiversidad, etcétera– y más encima muy
próximo a las costas de Estados Unidos se comprende que concite el interés
prioritario de Washington.
Pero, además, y este no es un dato menor, ALC es la frontera de
Estados Unidos con el turbulento mundo del subdesarrollo y la pobreza. Asegurar
la estabilidad de esa región, contar con «gobiernos amigos» que eviten
relacionarse con países enemigos de Estados Unidos (antes la Unión Soviética,
ahora China, Rusia, Irán, entre los principales) y que favorezcan a las
empresas estadounidenses y contengan el flujo migratorio hacia el norte son
prioridades de enorme importancia para Washington, aunque sus funcionarios siempre
han procurado negociar con los países del área «ninguneando» su importancia.
Pero esta subestimación es desmentida por los datos duros de la política
exterior de Estados Unidos.
Preocupado por contener la expansión del «comunismo soviético»
Washington en abril de 1949 crea la OTAN; pero casi dos años antes en
septiembre de 1947, había creado el TIAR, Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca, que es el modelo que luego se aplicaría en Europa con la OTAN. Y en
1948 crea la OEA, una organización regional que mucho más tarde tendría su
contraparte en Europa.
En suma: primero lo primero, como dice un conocido adagio
estadounidense, y a la hora de resguardar regiones Washington no tuvo dudas.
Primero poner a salvo del expansionismo soviético a ALC, luego nos ocuparemos
de los europeos. El mismo razonamiento cabe en relación con la creación de los
comandos de las fuerzas armadas de Estados Unidos en distintas partes del
mundo.
El Comando Sur, con jurisdicción sobre toda Latinoamérica y el
Caribe, a excepción de México (incorporado al Comando Central de Estados
Unidos) fue creado en 1963; veinte años más tarde, en 1983, se crea un comando
para monitorear y resguardar los intereses de Estados Unidos en Oriente Medio y
el Comando para África recién ve la luz en 2007.
Para concluir, por algo ya en 1783 John Adams, a la sazón
embajador de la joven república norteamericana en Londres, propuso al nuevo
Gobierno de las Trece Colonias que consumara cuanto antes la anexión de las
islas de Cuba y Puerto Rico a la jurisdicción estadounidense. La razón: la
independencia de Estados Unidos podría originar algún conflicto en el futuro
con el Reino Unido y la corona británica mantiene muchas posesiones en las
islas del Mar Caribe. Asegurarnos el control de Cuba y Puerto Rico, continuaba
diciendo Adams, es esencial para la seguridad nacional de Estados Unidos en
caso de un futuro enfrentamiento con el Reino Unido, que de hecho estalló en
1812.
Huelga subrayar la asombrosa actualidad de esas palabras en las
vísperas del ascenso de Donald Trump a la presidencia de ese país. Como dijera
el gran filósofo e historiador italiano Giambattista Vico (1668-1744), la
historia es una sucesión interminable de «corsi e ricorsi», de ciclos que con
ropajes y apariencias distintas se repiten a lo largo del tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario