UN MUNDO DE CHARLATANES
Javier Milei y Donald Trump exponen un síntoma crucial de época.
La vidriera de la conversación pública actual, banal y acelerada, es dominada
por embusteros. Cuando la única realidad es la posverdad, la charlatanería es
la etapa superior de la mentira.
Por Esteban Rodríguez Alzueta*
La posverdad es el resultado de la mentira sistemática, pero
también de la charlatanería.
En este artículo me gustaría volver sobre esta última categoría
propuesta por Harry Frankfurt, filósofo y profesor de la Universidad de
Princeton, en su libro On bullshit, publicado originalmente en la
revista literaria Raritan en 1986, y como volumen
independiente en 2005.
Todavía Donald Trump no había llegado al gobierno, tampoco Boris
Johnson, Jair Bolsonaro ni Javier Milei. Pero ya se respiraba en el ambiente,
podía averiguárselo en la cháchara que inundó el espacio público en los años
previos.
Detrás de la charlatanería coloquial estaba la desconfianza que
las instituciones y partidos políticos tradicionales acumularon durante
décadas, el descrédito social hacia los discursos públicos, la incapacidad de
las narrativas modernas para continuar haciéndose eco de los problemas de las
mayorías.
Pero, hay otros dos factores, según Frankfurt, que fueron
creando condiciones para el triunfo de aquellos charlatanes. Por un lado,
nuestra ya arraigada creencia que tenemos que hablar de asuntos que ignoramos.
Las redes sociales nos hicieron creer que todo lo que sentimos puede
interesarle a todo el mundo y nos interpelan a que estemos compartiendo
nuestras vidas y nuestras opiniones 24 X 7. Es cierto, no hay democracia sin
debate colectivo. Pero, los debates siempre estuvieron precedidos por el acceso
a la información y la reflexión meditada sobre ella.
Las
redes sociales nos hicieron creer que todo lo que sentimos puede interesarle a
todo el mundo y nos interpelan a que estemos compartiendo nuestras vidas y
nuestras opiniones 24 X 7
Los medios nos enseñaron que no hay tiempo para ponerse a pensar
y tampoco es necesario. Por eso todos los días los usuarios de las redes
sociales, los oyentes de los programas de radio y lectores de noticias en los
sitios de internet generan una cantidad de bullshit. En efecto, el
término bullshit alude a la mierda de toro que el animal deja
caer de manera aleatoria sin demasiado esfuerzo, sin demandar un trabajo
específico. Ahora bien, ese producto descuidado y poco exigente, apesta y se
hace sentir. Más aún cuando tropezamos y nos embarramos con él.
Por el otro, ha sido determinante también el clima generalizado
de escepticismo y relativismo contemporáneo. Cuando la gente cree que resulta
imposible acceder a la realidad objetiva o a como son las cosas, la verdad se
devalúa. Hemos dejado de ser fieles a los hechos para ser fieles a nosotros
mismos.
Cuando las minorías desplazaron a las mayorías, a medida que las
políticas identitarias se fueron alejando de la cuestión social, para
concentrarse en las identidades minoritarias, cada uno tiene derecho a
inventarse como una obra de arte, auto percibirse perro y reclamar al resto que
le tire un hueso.
Las identidades son narcisistas, se construyen mirándose el
ombligo, ostensiblemente, transformando el estigma en emblema, exagerando sus
rasgos, exhibiendo las marcas que lo diferencian y convierten en un cachalote
en un charco de agua. El disfraz es más verdadero que la realidad.
Lo digo, para remarcar lo siguiente: la charlatanería no es
patrimonio de las derechas: basta pispear el muro de los amigos progresistas,
las selfies que se toman 24 X 7 para hacernos saber lo que
opinan, lo que comen ellos o sus hijos, la música que escuchan, los recitales
que asisten, la cerveza que les gusta, sus diversiones con la
mascota.
Basta
pispear el muro de los amigos progresistas, las selfies que se
toman 24 X 7 para hacernos saber lo que opinan, lo que comen ellos o sus hijos,
la música que escuchan, los recitales que asisten, la cerveza que les gusta,
sus diversiones con la mascota
MANDAR FRUTA
No hay que confundir la mentira con la charlatanería. Para
Frankfurt la charlatanería es algo muy distinto y mucho más peligroso que la
mentira. El espacio público ha sido copado por los charlatanes.
“El mentiroso, al menos, conserva un vínculo con la verdad,
mientras que para el charlatán la verdad no le importa en absoluto”, enfatiza.
Quiero decir, la diferencia entre la mentira y la cháchara hay
que buscarla en la intencionalidad. Cuando mentimos estamos invirtiendo tiempo
y creatividad en hacerlo, porque el mentiroso siempre tiene en claro la
distinción entre lo verdadero y lo falso. En cambio, cuando charloteamos,
lo hacemos desaprensivamente. No importa si lo que se dice es verdadero o
falso.
Hablamos sin decir nada, por pura incontinencia verbal, lanzamos
al mundo chorradas de cosas sin ton ni son. Como decía el escritor francés,
Louis-René des Forets, en su novela de 1946, El charlatán:
… “Que sienta la necesidad de
hablar y sin embargo no tenga nada que decir, y, más aún, que no pueda
satisfacer esa necesidad sin la complicidad más o menos tácita de un compañero
escogido (…) Este individuo no tiene estrictamente nada que decir y, mientras
tanto, dice mil cosas, poca le importa el asentimiento o la contradicción de un
interlocutor, y sin embargo no sabría prescindir de aquél a quien tiene, por
otra parte, la sensatez de no pedirle más que una atención exclusivamente
protocolaria”.
La charlatanería, entonces, no requiere esfuerzo alguno. El
charlatán habla por hablar y no tiene intenciones de tergiversar la realidad.
Dice lo primero que se le cruza por la cabeza. Hay un desinterés por la verdad.
Su visión es más panorámica que particular. Su atención está puesta en la
superficialidad de sus proyectos, en su propia propaganda. Solo le interesa
escucharse a sí mismo y llamar la atención.
LAS DEMOCRACIAS EN PELIGRO
Estamos en una época tomada por la demagogia, donde los
dirigentes políticos y periodísticos le dicen a la gente no solo lo que esta
quiere oír y mirar, sino lo que esta tiene que sentir y resentir frente a lo
que oye y mira.
Todo un clero de dirigentes que desprecia los hechos, que no
solo ignora y tergiversa los hechos, sino que sus puntos de vista contienen una
fuerte carga emocional que desvía el centro de atención.
La estrangulación de la especialización nos ha llevado muy
lejos. Ya nadie cree en la objetividad de los medios de comunicación. Ya nadie
cree en lo que dicen los políticos. O, mejor dicho, cada uno solo está
dispuesto a prenderle una vela a la persona que sigue con pasión y devoción,
sea un periodista, un político, un actor, un científico, un youtuber.
Lo que impide la comunicación es la comunicabilidad misma.
Estamos todos conectados a la velocidad de la luz, pero alienados del sentido
que tienen las palabras. Ya nada es lo que significa. El lenguaje ha dejado de
ser un terreno común, donde tiene lugar lo común. Estamos todos
conectados, pero en un espectáculo difuso, fragmentado, organizado según los
algoritmos. Microespacios de afinidad que garantizan la dispersión y la
impotencia. Desarraigados de una lengua que se parece a un cocoliche, alienados
de los sentidos que tienen las palabras para cada interlocutor.
El
lenguaje ha dejado de ser un terreno común, donde tiene lugar lo común.
Estamos todos conectados, pero en un espectáculo difuso, fragmentado,
organizado según los algoritmos. Microespacios de afinidad que garantizan la
dispersión y la impotencia
Aaron James, filósofo y profesor de la Universidad de Harvard,
en su libro Trump. Ensayo sobre la imbecilidad, vuelve sobre
Frankfurt para contar a este presidente que se la pasa echando pestes a diestra
y siniestra. Un vilipendiador prolífico y embustero consumado, un extravagante
que usa insultos para descalificar a cualquiera que se le interponga en su camino.
El embustero, como el charlatán, es aquel que se dedica a
producir una falsedad tras otra.
Trump es el prototipo de charlatán, un especialista en la
perorata. No le interesa la verdad de lo que está aseverando, le alcanza con
saber que aquello que afirma transmita una impresión determinada de él mismo y
capte la atención de sus seguidores que se convertirán en sus mejores
propaladores.
En la charlatanería de Trump gran parte de los estadounidenses,
y no solo los estadounidenses, se sienten hablados y tenidos en cuenta. El odio
y la alegría de odiar no necesitan coherencia sino conectar con las palabras
mágicas.
La charlatanería es el revoltijo de imágenes y palabras que
continúa alimentando la polarización, enemistando a los ciudadanos. No sólo
desautoriza la conversación callejera cotidiana, sino que vuelve a las
discusiones colectivas cada vez más imposibles. La charlatanería clausura los
debates y los vacía de sentido.
*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y
la Universidad Nacional de La Plata. Profesor de sociología del delito en la
Especialización y Maestría en Criminología de la UNQ. Director del LESyC y la
revista Cuestiones Criminales. Autor, entre otros libros, de Temor y control;
La máquina de la inseguridad; Vecinocracia: olfato social y linchamientos,
Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil, Prudencialismo: el
gobierno de la prevención; La vejez oculta y Desarmar al pibe chorro.
PUBLICÓ EN SU NÚMERO DE DICIEMBRE 2024 REVISTA MALAS PALABRAS
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