OPPENHEIMER, EL «PROMETEO AMERICANO»
OPPENHEIRMER Y EL «FUEGO» DE LOS DOS PROMETEOS: GLORIA Y CASTIGO
Un recorrido por la iconografía del Prometeo mitológico y su
paralelismo con la última película de Christopher Nolan
“Prometeo robó el fuego de los dioses y se lo entregó a los
hombres. Por ello, fue encadenado a una roca y torturado por toda la
eternidad”.
Hubo un hombre, mucho tiempo después del protagonista de la
tragedia que tradicionalmente se le ha atribuido al griego Esquilo, que también
fue castigado por entregar algo muy poderoso a la humanidad y que tendría la
terrible capacidad de destruir, en cuestión de segundos, todo cuanto se
encontrara a su paso: la bomba atómica.
Al físico judío Robert Oppenheimer se le puso el sobrenombre
de Prometeo Americano en la que fue su biografía definitiva,
escrita en 2005 y ganadora del premio Pullitzer un año más tarde.
Fue escrita por Kid Bird y Marthin J. Serwin e inspiró el filme
estrenado en España el pasado 20 de julio “Oppenheimer”. Dirigida por
Christopher Nolan (tan amado como odiado, según comentan los cinéfilos
entendidos).
Oppenheimer recoge a lo
largo de tres tensas horas el periplo científico y el proceso psicológico del
físico teórico, interpretado por el irlandés Cillian Murphy, antes, durante y
después del proyecto Manhattan, que cambiaría su vida (y la de muchos otros)
para siempre.
Poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, el objetivo
de los Estados Unidos era derrotar a la Alemania nazi, por lo que cuentan con
Oppenheimer para dirigir dicho proyecto, que se desarrollaría en Los Álamos,
pueblo construido expresamente para este fin.
La película nos acerca, de alguna manera, a la postura un poco
ambivalente del científico, ya que, a la hora de juzgar su historia, no es todo
tan fácil como criminalizarlo o ponerse de su parte.
Toda historia está llena de matices, luces, sombras, y a veces
contradicciones e incluso, dentro de la barbarie, puntos que al ser mirados en
un plano más íntimo se pueden llegar a, si no justificar, comprender en su
contexto. O, dicho de otro modo: las cosas no suelen ser nunca completamente
blancas o negras.
El sufrimiento de Oppenheimer terminó siendo, como el del
Prometeo griego, eterno. Y eso que Prometeo logra, finalmente, liberarse del
castigo al final del mito. ¿Qué paralelismo existe, entonces, entre ambos Prometeos?
VAYAMOS AL ORIGEN: EL MITO CLÁSICO.
Prometeo era un joven titán muy astuto que logró, ya no solo
desafiar, sino burlar, la inteligencia del Dios de Dioses del Olimpo: Zeus.
Éste le había encargado sacrificar a un buey y dividirlo en dos
mitades. La más apetitosa sería alimento para los dioses, y la otra, para los
humanos.
El ingenioso Prometeo colocó en una mitad los huesos del animal,
pero cubriéndolos con deliciosa grasa, dejando la mejor parte oculta en el
vientre del buey sacrificado: las vísceras, la piel y la carne. Zeus cayó
entonces en la trampa: se dejó llevar por el ojo y eligió lo que estaba bajo la
grasa.
Tal fue la furia que se desencadenó en el al caer en la cuenta
del engaño que la pagó con los hombres arrebatándoles el fuego.
Y es aquí donde empieza el mito del Prometeo encadenado.
Para Zeus el fuego era un elemento que permitía a los hombres
progresar como humanidad -primer paralelismo con la historia de Oppenheimer-.
Se trataba de un avance tecnológico, que les daría autonomía y
poder: les permitía entrar en calor y cocinar lo que llevarse a la boca, pero
también era destructor y un elemento que debía ser utilizado con respeto y
cuidado.
Oppenheimer también jugaba con fuego cuando
desarrolló junto con su equipo el diseño de la bomba. Reveló a la humanidad su
secreto más peligroso: un ingenio que, de no estar bien planteado en su
formulación, podría haber hecho que se incendiase la propia atmósfera, acabando
definitivamente con el planeta Tierra.
Como Prometeo, el físico judío quiso otorgar a los hombres algo
que podría salvarlos. En su caso e inicialmente pensado para acabar con la
guerra, probablemente sin contar con los efectos de destrucción, devastación y
muerte que vendrían después, por no mencionar su propio calvario.
Finalmente, y como se vio en la prueba de la detonación,
“Trinity”, la operación definitiva del “día de…” saldría con éxito.
Al descubrirse el suicidio de Hitler, Truman decidió emplear la
bomba para forzar la rendición de Japón, donde tendría un efecto devastador por
su enorme radio de acción (sin quedar justificado, como se vio más adelante en
la historia). Una destrucción masiva, pero… ¿controlada?
Minutos de tensión: silencio ensordecedor y una enorme claridad
discurren en el momento en que la prueba de la bomba detona en Los Álamos en la
película de Nolan. El 6 de agosto de 1945 explotaría Little boy sobre
Hiroshima y lo haría Fat man tres días más tarde en Nagasaki.
Como primer síntoma de remordimiento, el físico judío
pronunciaría estas palabras que le sobrevivirían: “Me he convertido en la
muerte, el destructor de mundos”.
Los japoneses vivieron un auténtico infierno en el que fallecieron 214.000 personas: muchas en el acto, sin tener tiempo a sentir dolor.
Todavía se presentan secuelas entre los habitantes de estas ciudades,
generaciones después de vivir la masacre, por terribles efectos de la
radiactividad.
Retomamos a Zeus: cuando le prohíbe el fuego, elemento poderoso
de la naturaleza, a los humanos, para así asegurarse de que estos seguirían
dependiendo de la protección de los dioses, Prometeo, decide recuperarlo para
ellos y así devolvérselo.
Emprende su camino al monte del Olimpo, donde estaba custodiado
por Hefesto en su forja, introduciéndolo en el tallo de una cañaheja, que ardía
lentamente, para transportarlo hasta el mundo de los mortales. De nuevo con el
fuego, el hombre pudo volver a calentarse y sacrificar animales para comerse su
carne y, en honor al obsequio de Prometeo, ofrecerles los huesos a los
dioses.
Naturalmente, este mito ha sido plasmado en los lienzos de los
artistas más afamados a lo largo de la historia del arte, atendiendo a sus
momentos más cruciales.
En el Museo del Prado de Madrid se conserva el boceto de Pedro
Pablo Rubens con su versión definitiva por Jan Cassiers, que se corresponde con
el momento en que Prometeo desciende del Olimpo con el fuego, mirando hacia
atrás para no ser descubierto y en actitud defensiva, protegiendo la cañaheja
que contenía el fuego divino.
Se trata de una de las obras destinadas al ciclo decorativo de
la Torre de la Parada, un pabellón de caza situado a las afueras de
Madrid que fue encargado por Felipe IV y del que el Maestro del barroco
realizaría algunas pruebas de todas las composiciones, como la que ahora
compartimos, para concretar algunas de ellas y las demás dejárselas a su taller
o a otros artistas independientes, entre los que se encontraba el pintor
flamenco Jan Cossiers, que también realizaría Júpiter y Licaón y Narciso para
el mismo ciclo.
Volviendo a nuestro mito, Zeus tenía guardada una venganza para
el titán y le tendió una trampa. En la casa del hermano de este, Epimeteo,
había guardado un ánfora que contendría todos los males del mundo (la peste, la
locura, la pasión, el dolor, la pobreza, el crimen…) con los que lo castigaría,
de ser abierta.
Entonces, encomienda a Hefesto la creación de una mujer con
arcilla: Pandora, con la que Epimeteo habría de casarse.
Como al principio se negó, ya que su hermano le había advertido
que no aceptase regalos de los dioses, Zeus decidió castigar a Prometeo,
encadenándolo en una roca del Cáucaso por Hefesto, dios del fuego, con ayuda de
Bía y Kratos.
Mientras, Pandora terminaría casándose con Epimeteo, por el
temor de éste a la furia de Zeus, y acabó abriendo el ánfora (aunque se
acabaría extendiendo en el dicho popular como la famosa “caja de Pandora”) y
envenenando a la humanidad con todos aquellos horribles males, tal como había
previsto el dios Zeus.
El neerlandés Dirck van Baburen se encarga de retratar el
momento en que Vulcano (la versión romana de Hefesto) encadena con violencia al
joven Prometeo a la roca del Cáucaso: el horror se observa en su rostro y con
su cuerpo busca la manera de huir, aunque sin éxito.
En tonos terrosos que otorgan a la escena sobriedad y
dramatismo, el uso de las luces y las sombras es el encargado de otorgar la
sensación de profundidad al cuadro, además de la proyección en escorzo de
Prometeo mientras es encadenado. Vulcano, más sereno, tensa sus músculos en su
tarea por apresar al titán.
En el cuadro de van Baburen, un águila acecha en la esquina
superior izquierda. Así se terminaría de cumplir la totalidad del castigo: el
ave devoraría el hígado de Prometeo. Cada día. Al ser inmortal, se regeneraría
una vez destruido por completo, por lo que el sufrimiento nunca tendría fin, y
pagaría para siempre por haberle devuelto el fuego a los hombres.
Con todos estos ejemplos comprobamos que el mito de la tragedia
de Esquilo fue muy del gusto del Barroco. En el cuadro de Theodor Rombouts
vemos, nuevamente entre un juego muy contrastado de luces y sombras, un cuerpo
desnudo y encadenado, el de Prometeo, que describe la diagonal que protagoniza
el cuadro y que centra, gracias a su iluminación, la mirada del espectador: es
sobresaliente el gesto sollozante de dolor del titán al estar sirviendo de
alimento para el águila que logra captar el autor en su rostro.
Afortunadamente para Prometeo, esta historia no acaba en
tragedia: Heracles, hijo de Zeus, pasó por el lugar de cautiverio del joven
cuando se dirigía hacia el jardín de las Hespérides, liberándolo al disparar
con una flecha al águila y rompiendo las cadenas que lo sujetaban.
Contrariamente a lo que podrías estar esperando, no, Zeus no
volvió a castigar a Prometeo por conseguir salvarse, sino que decidió perdonar
su castigo porque este hecho llevaba a la glorificación del mito de Heracles.
En agradecimiento a éste, Prometeo le reveló el modo de obtener las manzanas
doradas de las Hespérides.
El mito acaba entonces con la liberación de dolor y sufrimiento
y además no tiene que cargar para siempre con la culpa de haberle robado el
fuego a los dioses.
El Prometeo americano, fallecido en el 64 del siglo
pasado, sí cumplió con la totalidad de su castigo: tras chispazos de brillo,
gloria y éxito profesional, cargó con el remordimiento y la culpa hasta,
probablemente, el fin de sus días. Renovándose día tras día, como el hígado del
primer Prometeo.
BIBLIOGRAFÍA
La
aventura de la Historia, agosto 2023 nº 298. Ed.Art Duomo
Global, S.L. p. 18 El proyecto Manhattan: Robert Oppenheimer, ¿Héroe o
traidor? (Iván Giménez Chueca)
WEBGRAFÍA
Museo del Prado. Prometeo. Rubens,
Pedro Pablo.
Wikipedia. Prometeo
Museo del Prado. Prometeo
trayendo el fuego. Cossiers, Jan.
Fundación
Bancaja. Prometeo, 1961
Historia-arte. Prometeo
Wikipedia. Prometeo
Kuadros. Prometeo
siendo encadenado por Vulcano
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