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viernes, 29 de septiembre de 2017

ANDRÉ GORZ - FIN DE LA SOCIEDAD DEL TRABAJO - NUEVO EMPLEO DEL TIEMPO --- IDEOLOGÍA DEL TRABAJO --- RACIONALIDAD ECONÓMICA --- COHESIÓN SOCIAL NECESARIA --- MÁS PRODUCCIÓN EN MENOS HORAS DE TRABAJO --- TRABAJO YA NO ES EL PRINCIPAL COHESIONANTE SOCIAL --- CIVILIZACIÓN DEL TRABAJO --- CIVILIZACIÓN DEL TIEMPO LIBERADO --- SISTEMA ECONÓMICO NO NECESITA CAPACIDAD LABORAL --- EXALTACIÓN DEL RECURSO HUMANO --- TRABAJAR MENOS Y MEJOR --- TRABAJO SOCIALMENTE ÚTIL --- MÁS ALLÁ DE LA ECONOMÍA Y EL TRABAJO REMUNERADO --- FUENTE DE IDENTIDAD Y SENTIDO DE LA VIDA --- LIBERACIÓN DEL TIEMPO

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Le Monde diplomatique  - Edición Nro 167 - Mayo de 2013

FIN DE LA SOCIEDAD DEL TRABAJO - NUEVO EMPLEO DEL TIEMPO
POR ANDRÉ GORZ*

El filósofo André Gorz (1923-2007) publicó en 1990 en Le Monde diplomatique una crítica a la ideología del trabajo contemporánea, que años después lo llevaría a pronunciarse a favor de una renta básica incondicional.

esde comienzos de la era moderna, Occidente se ha enfrentado de modo constante a la siguiente pregunta: ¿en qué medida la racionalidad económica es compatible con ese mínimo grado de cohesión social que una sociedad necesita para sobrevivir? La pregunta se plantea hoy desde nuevos aspectos, cada vez con mayor actualidad e intensidad. En efecto, el contraste entre la realidad y el discurso tranquilizador de la ideología dominante resulta sobrecogedor.

En todos los países capitalistas de Europa se produce de tres a cuatro veces más riqueza que hace treinta y cinco años. Esta producción no requiere tres veces más horas de trabajo, sino una cantidad de trabajo mucho más baja.

En la República Federal de Alemania (RFA), el volumen anual de trabajo se redujo un 30% desde 1955. En Francia, disminuyó un 15% en treinta años y un 10% en seis años.

Jacques Delors (1) resume las consecuencias de estos aumentos de productividad del siguiente modo: en 1946, un trabajador de 20 años tenía como expectativa pasar trabajando un tercio de su vida consciente; en 1975, sólo una cuarta parte y ahora menos de un quinto. Y, de todas formas, esta última cifra no incluye las ganancias de productividad futuras y sólo contempla a los trabajadores que tienen un empleo de tiempo completo, todo el año. [...]

Nuestra civilización, nuestra prensa y nuestros representantes políticos prefieren no mirar de frente estas cifras. Se niegan a ver que ya no vivimos en una sociedad de productores, en una civilización del trabajo. El trabajo ya no es el principal cohesionante social ni el principal factor de socialización, ni la principal ocupación de todos, ni la principal fuente de riqueza y bienestar, ni el sentido y centro de nuestras vidas.

Estamos saliendo de la civilización del trabajo, pero estamos saliendo a reculones, y a reculones vamos entrando en una civilización del tiempo liberado, incapaces de verla y desearla e incapaces, por lo tanto, de civilizar el tiempo liberado que nos ha caído en suerte y de fundar una cultura del tiempo disponible y una cultura de las actividades elegidas para reemplazar y completar las culturas técnicas y profesionales que dominan la escena. [...]

Para casi la mitad de la población activa, la ideología del trabajo se ha convertido en una broma de mal gusto. Ahora, la identificación con el trabajo es imposible, ya que el sistema económico no necesita –o no necesita de modo habitual– su capacidad laboral.

La exaltación del “recurso humano” oculta la realidad de que el empleo estable, de tiempo completo durante todo el año y a lo largo de toda la vida activa, se está convirtiendo en el privilegio de una minoría. Para los demás, el trabajo deja de ser un oficio que integra a una comunidad productiva y define un lugar en la sociedad. Lo que el empresariado llama “flexibilidad” se traduce para los trabajadores en precariedad. [...]

¿Qué debe ser una sociedad en la que el trabajo de tiempo completo para todos los ciudadanos ya no es necesario ni económicamente útil?

¿Qué otras prioridades, diferentes a las económicas, debe pensar para sí misma?

¿Cómo debería reaccionar para que las ganancias de productividad, el ahorro de tiempo de trabajo, beneficien a todos?

¿Cómo puede redistribuirse mejor todo el trabajo socialmente útil para que todos puedan trabajar, pero trabajar menos y mejor, sin dejar de recibir su parte de las riquezas socialmente producidas?

La tendencia dominante es alejarse de este tipo de preguntas y plantearse el problema al revés:

¿cómo hacer para que, a pesar de las ganancias de productividad, la economía consuma tanto trabajo como en el pasado?

¿Cómo hacer para que nuevas actividades remuneradas ocupen este tiempo que liberan las ganancias de productividad a escala de la sociedad?

¿Qué nuevos ámbitos de actividad pueden extender los intercambios comerciales para reemplazar, de alguna manera, los empleos suprimidos en otros espacios de la industria y los servicios industrializados?

Sabemos cuál es la respuesta, para la que Estados Unidos y Japón mostraron el camino: el único ámbito en el que es posible, en una economía liberal, crear en el futuro un gran número de empleos, es el de los servicios a las personas. El desarrollo del empleo podría ser ilimitado si se lograra transformar las actividades que cada persona asumió hasta ahora por sí misma en prestaciones de servicios remunerados. Los economistas hablan al respecto de “nuevo crecimiento más rico en empleos”, de “tercerización” de la economía, de “sociedad de servicios”, que tomaría el relevo de la “sociedad industrial” (2). [...]

El problema de fondo al que nos enfrentamos es el de un más allá de la economía y, por eso mismo, al de un más allá del trabajo remunerado. La racionalización económica libera del tiempo, seguirá haciéndolo y ya no es posible, por tanto, hacer que el ingreso de los ciudadanos dependa de la cantidad de trabajo que necesita la economía. Ya no es posible, tampoco, seguir haciendo del trabajo remunerado la principal fuente de identidad y sentido de la vida de todos y cada uno.

La tarea de una izquierda, si es que debe haber una izquierda, consiste en transformar esta liberación del tiempo en una nueva libertad y en nuevos derechos: el derecho de todos y todas a ganarse la vida trabajando, pero trabajando cada vez menos, cada vez mejor, y sin dejar de recibir su plena participación de la riqueza socialmente producida. El derecho, por otra parte, de trabajar de manera discontinua, intermitente, sin perder el pleno ingreso durante esas intermitencias laborales. De modo tal que se abran nuevos espacios para las actividades sin fines de lucro y que se reconozca a esas actividades, que no tienen como objetivo la remuneración, una dignidad y un valor eminentes, tanto para los individuos como para la propia sociedad.

1. En aquel entonces Delors era el presidente de la Comisión Europea.
2. Véase el dossier “Mirage des services à la personne”, Le Monde diplomatique, París, septiembre de 2011.
* Filósofo. Cofundador de Le Nouvel Observateur.

Traducción: Gabriela Villalba





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