Le Monde diplomatique - Edición Nro 167 -
Mayo de 2013
FIN DE LA SOCIEDAD DEL TRABAJO - NUEVO EMPLEO DEL
TIEMPO
POR ANDRÉ GORZ*
El filósofo André Gorz (1923-2007) publicó en 1990 en Le
Monde diplomatique una crítica a la ideología del trabajo
contemporánea, que años después lo llevaría a pronunciarse a favor de una renta
básica incondicional.
En todos los países capitalistas de Europa se produce de tres a
cuatro veces más riqueza que hace treinta y cinco años. Esta producción no
requiere tres veces más horas de trabajo, sino una cantidad de trabajo mucho
más baja.
En la República Federal de Alemania (RFA), el volumen anual de
trabajo se redujo un 30% desde 1955. En Francia, disminuyó un 15% en treinta
años y un 10% en seis años.
Jacques Delors (1) resume las consecuencias de estos aumentos de productividad del
siguiente modo: en 1946, un trabajador de 20 años tenía como expectativa pasar
trabajando un tercio de su vida consciente; en 1975, sólo una cuarta parte y
ahora menos de un quinto. Y, de todas formas, esta última cifra no incluye las
ganancias de productividad futuras y sólo contempla a los trabajadores que
tienen un empleo de tiempo completo, todo el año. [...]
Nuestra civilización, nuestra prensa y nuestros representantes
políticos prefieren no mirar de frente estas cifras. Se niegan a ver que ya no
vivimos en una sociedad de productores, en una civilización del trabajo. El
trabajo ya no es el principal cohesionante social ni el principal factor de
socialización, ni la principal ocupación de todos, ni la principal fuente de
riqueza y bienestar, ni el sentido y centro de nuestras vidas.
Estamos saliendo de la civilización del trabajo, pero estamos
saliendo a reculones, y a reculones vamos entrando en una civilización del
tiempo liberado, incapaces de verla y desearla e incapaces, por lo tanto,
de civilizar el tiempo liberado que nos ha caído en suerte y
de fundar una cultura del tiempo disponible y una cultura de las actividades
elegidas para reemplazar y completar las culturas técnicas y profesionales que
dominan la escena. [...]
Para casi la mitad de la población activa, la ideología del trabajo
se ha convertido en una broma de mal gusto. Ahora, la identificación con el
trabajo es imposible, ya que el sistema económico no necesita –o no necesita de
modo habitual– su capacidad laboral.
La exaltación del “recurso humano” oculta la realidad de que el
empleo estable, de tiempo completo durante todo el año y a lo largo de toda la
vida activa, se está convirtiendo en el privilegio de una minoría. Para los
demás, el trabajo deja de ser un oficio que integra a una comunidad productiva
y define un lugar en la sociedad. Lo que el empresariado llama “flexibilidad”
se traduce para los trabajadores en precariedad. [...]
¿Qué debe ser una sociedad en la que el trabajo de tiempo completo
para todos los ciudadanos ya no es necesario ni económicamente útil?
¿Qué otras prioridades, diferentes a las económicas, debe pensar
para sí misma?
¿Cómo debería reaccionar para que las ganancias de productividad,
el ahorro de tiempo de trabajo, beneficien a todos?
¿Cómo puede redistribuirse mejor todo el trabajo socialmente útil
para que todos puedan trabajar, pero trabajar menos y mejor, sin dejar de
recibir su parte de las riquezas socialmente producidas?
La tendencia dominante es alejarse de este tipo de preguntas y
plantearse el problema al revés:
¿cómo hacer para que, a pesar de las ganancias de productividad, la
economía consuma tanto trabajo como en el pasado?
¿Cómo hacer para que nuevas actividades remuneradas ocupen este
tiempo que liberan las ganancias de productividad a escala de la sociedad?
¿Qué nuevos ámbitos de actividad pueden extender los intercambios
comerciales para reemplazar, de alguna manera, los empleos suprimidos en otros
espacios de la industria y los servicios industrializados?
Sabemos cuál es la respuesta, para la que Estados Unidos y Japón
mostraron el camino: el único ámbito en el que es posible, en una economía
liberal, crear en el futuro un gran número de empleos, es el de los servicios a
las personas. El desarrollo del empleo podría ser ilimitado si se lograra
transformar las actividades que cada persona asumió hasta ahora por sí misma en
prestaciones de servicios remunerados. Los economistas hablan al respecto de
“nuevo crecimiento más rico en empleos”, de “tercerización” de la economía, de
“sociedad de servicios”, que tomaría el relevo de la “sociedad industrial” (2). [...]
El problema de fondo al que nos enfrentamos es el de un más allá de
la economía y, por eso mismo, al de un más allá del trabajo remunerado. La
racionalización económica libera del tiempo, seguirá haciéndolo y ya no es
posible, por tanto, hacer que el ingreso de los ciudadanos dependa de la
cantidad de trabajo que necesita la economía. Ya no es posible, tampoco, seguir
haciendo del trabajo remunerado la principal fuente de identidad y sentido de
la vida de todos y cada uno.
La tarea de una izquierda, si es que debe haber una izquierda,
consiste en transformar esta liberación del tiempo en una nueva libertad y en
nuevos derechos: el derecho de todos y todas a ganarse la vida trabajando, pero
trabajando cada vez menos, cada vez mejor, y sin dejar de recibir su plena
participación de la riqueza socialmente producida. El derecho, por otra parte,
de trabajar de manera discontinua, intermitente, sin perder el pleno ingreso
durante esas intermitencias laborales. De modo tal que se abran nuevos espacios
para las actividades sin fines de lucro y que se reconozca a esas actividades,
que no tienen como objetivo la remuneración, una dignidad y un valor eminentes,
tanto para los individuos como para la propia sociedad.
1. En aquel entonces Delors era el presidente de la Comisión
Europea.
2. Véase el dossier “Mirage des services à la
personne”, Le Monde diplomatique, París, septiembre de 2011.
* Filósofo. Cofundador de Le Nouvel Observateur.
Traducción: Gabriela Villalba
No hay comentarios:
Publicar un comentario