Fecha May 17, 2017
El desarrollo socioeconómico mundial marcha a pasos de gigante. De
confirmarse que estamos entrando en la Cuarta Revolución Industrial,
cuando apenas nos hemos dado cuenta de haber vivido la Tercera, estaríamos ante
una señal más que evidente de la rapidez con la que avanza el mundo.
Hasta ahora, tres son las revoluciones industriales que han
transformado la vida humana desde el punto de vista económico, social y
tecnológico al converger las nuevas tecnologías de la comunicación con los
nuevos sistemas de energía.
Si la máquina de vapor protagonizó la Primera a
finales del siglo XVII, las nuevas fuentes de energía como el gas, el petróleo o la electricidad produjeron la Segunda
Revolución Industrial, en la primera década del siglo XX, haciendo posible
avances fundamentales en el transporte (avión y automóvil) y en la comunicación
(teléfono y radio).
La Tercera Revolución Industrial, también llamada Revolución
de la Inteligencia, apenas data de 2006, cuando fue esbozada por el
sociólogo y economista estadounidense, Jeremy Rifkin, y avalada por el
Parlamento Europeo. En esta ocasión fue la conjunción de las energías
renovables e Internet la que propició una transformación que mereció el
calificativo de “revolucionaria”.
En apenas una década, los economistas ya hablan de la Cuarta
Revolución Industrial, esta vez protagonizada por robots integrados en
sistemas ciberfísicos, o lo que es lo mismo, la convergencia de tecnologías
digitales, físicas y biológicas.
Estamos a las puertas de una nueva revolución tecnológica que
modificará fundamentalmente la forma en que vivimos, trabajamos y nos
relacionamos, tal como ha vaticinado el fundador del Foro Económico
Mundial de Davos, Klaus Schwab, autor del libro “La cuarta revolución
industrial” que publicó el año pasado.
Como en las revoluciones precedentes, esta Cuarta Revolución,
también llamada Revolución 4.0, traerá nuevos poderes procedentes
de la ingeniería genética y la neurotecnología que impactarán en el mercado laboral y, por tanto, en el resto de las
esferas sociopolíticas.
La tendencia clara es hacia la automatización o independencia de la
mano de obra humana, gracias al internet de las cosas y el cloud computing o
nube. La Revolución 4.0 es la combinación de nanotecnologías,
neurotecnologías, robots, inteligencia artificial, biotecnología, sistemas de
almacenamiento de energía, drones e impresoras 3D, es decir, nuevos
sistemas que ya combinan maquinaria física con procesos digitales, capaces de
decidir y de cooperar.
Según un estudio realizado en 2015 por la consultora Accenture,
esta Revolución 4.0 podría sumar 14,2 billones de dólares a la economía mundial de aquí a 2030. Pero, también,
terminar con cinco millones de puestos de trabajo sólo en los 15 países más industrializados
del mundo. Los análisis realizados llevan a pensar que la mitad de los empleos
que conocemos en la actualidad los realizarán robots. Así pues, las capacidades
de adaptación e innovación resultan imprescindibles.
No es de extrañar pues, que, a medida que avanza el desarrollo de
la inteligencia artificial y la presencia de robots en
las empresas, algunas voces exijan una normativa que regule
el empleo. Y Europa, continente líder en robótica, ya ha dado un paso hacia
adelante en la regulación de los robots entendidos como “máquinas equipadas con
sensores e interconectadas para recabar datos”.
El pasado mes de enero, la UE aprobó un informe sobre cuestiones relativas a la robótica y
su impacto en la sociedad, el empleo y la relación con los humanos. La clave se
halla, una vez más, en la seguridad y la protección de datos, por eso una de
las propuestas es la creación de una agencia europea para la robótica y la
inteligencia artificial que regule, técnica y éticamente, el nuevo entorno.
Preocupa también la relación entre los humanos y los robots. La
posibilidad de que los segundos lleguen a ser más inteligentes que sus propios
creadores supone un problema moral y ético que ya auguraba el cine y la
literatura: el fin de la especie humana. Algunos expertos ya le han puesto
fecha: entre 2020 y 2045.
¿Deberían tener los robots status de “persona electrónica” para
asumir riesgos o pagar impuestos? Algunos, como Bill Gates, defienden esta
teoría; otros, sin embargo, la consideran absurda: Colin Angle, consejero
delegado de iRobot y uno de los mayores expertos en robótica del mundo, cree
que hay que diseñar robots que ayuden a la gente, no que la reemplacen (creó el
robot aspirador Roomba que ha vendido más de 15 millones de unidades en todo el
mundo).
En este sentido, los robots serían parte de la solución al
envejecimiento de la población, un asunto en el que ya ha tomado cartas Japón,
uno de los países más envejecidos del mundo y que calcula que en 2025 habrá una
escasez de un millón de cuidadores. Por este motivo, las compañías japonesas se
centran en el diseño y creación de robots que cuiden a las personas mayores,
los CareBots, de los que esperan comercializar, entre 2016 y 2019, un total de
37.500 unidades según la Federación Internacional de Robótica.
Lo que parece no generar dudas es que los robots empezarán a
jubilar a las personas menos cualificadas en detrimento de los empleos que
exijan una interacción compleja, creatividad o destreza manual. Quizá la
evolución natural del ser humano sea caminar hacia una civilización cyborg pero
lo que está claro es que en 20 años vamos a vivir más cambios tecnológicos que
en los últimos 2000.
Autora: Elvira Calvo (17 mayo 2017)
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