Jacques Derrida nació en Argelia, en el año1930. En 1942, cuando sólo contaba con doce años de edad, fue víctima del gobierno de Vichy, privándosele de su nacionalidad francesa, y fue enviado forzosamente a un centro de la judería.
En 1949 se trasladó a París y estudió Filosofía. Comenzó a ejercer la docencia en La Sorbona en 1960. También ha ejercido la docencia en distintas Universidades norteamericanas.
Su metodología deconstructivista ha sobrepasado todo tipo de crítica que le precediera, logrando una notabilidad tan característica como polémica, en dirección al mundo de la lingüística, la literatura y la Filosofía.
Su destacado manejo de la Filosofía se une a su elevado nivel literario, tal que en sus trabajos y obras, se manifiesta un constate dualismo operativo, propio de ser analizado por la Psicología y la Filosofía de la Mente, al tiempo que desarrolla sus pensamientos y expresiones por terrenos de interpretación dualista.
En este sentido, y siguiendo las enseñanzas del mismo Derrida, sus textos deben ser analizados minuciosamente para identificar la presencia de desfases, cambios del sentido y una interpretación dualista de la historia.
En setiembre del año 1995 aparece la primera edición de su obra “Espectros de Marx, el estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional”, como consecuencia de la “caída del Muro de Berlín” en el año 1991, y de la implementación de la “Perestroika” y la “Glasnot” en la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ya que hasta ese entonces Jacques Derridá evitó referirse públicamente a estos temas tan controvertidos.
Ese mismo año viaja a Chile, y en la capital de este país, Santiago, llevó a cabo un debate con especialistas, el que fuera organizado por la Revista de Crítica Cultural.
En ese debate-entrevista, el prestigioso Filósofo dedica su libro “[…] a Marx y a los que todavía militan en su nombre […]” y afirma de alguna manera “[…] que el marxismo ha muerto y que el comunismo quedo enterrado […]”, si bien su postura se inclina a “[…] oponer una voz discordante frente al actual consenso sobre el capitalismo de libre mercado […]” y por sobre todo traer a la reflexión a aquellos que desarrollan un “[…] discurso antimarxista, un discurso maniaco-triunfante, como diría Freud, que canta victoria demasiado fuerte. Es un canto que hace ruido para acallar la inquietud, la angustia que surge al descubrir que no todo va tan bien en el supuesto triunfo […]”.
Afirmó Derrida que su “[…] deconstrucción es heredera de uno de los espíritus de Marx […]” y que “[…] el discurso de Marx está lleno de fantasmas […]”, “[…] que no solo no han muerto sino que siguen abiertas al futuro, así como hay ideas que pertenecen a la tradición […]”, en tanto que aconseja que “[…] no se trata de recibir globalmente un corpus homogéneo sino de operar un rescate selectivo que permea lo que el heredero busca reafirmar del texto heredado […]”.
En su crítica a la ciencia, las tecnologías y las telecomunicaciones dijo que cree “[…] que estas nuevas tecnologías, en lugar de alejar fantasmas ¡tal como se piensa que la ciencia se desplaza a la fantasía! abren el campo a una experiencia en la que la imagen no es ni visible ni invisible, ni perceptible ni imperceptible […]”.
Jacques Derrida muere en el año 2004.
A propósito de su obra “Espectros de Marx…” y de estas expresiones de elevado pensamiento vertidas en ese debate, vaya mi homenaje a tan prestigioso Filósofo contemporáneo, con estas humildes líneas de análisis al “Exordio” del mencionado libro.
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Existe una fuerte impresión humano-existencial en “Exordio” de la obra de Jacques Derrida, en la que, a la vez, se puede determinar claramente una Filosofía sin tiempo, una conceptuación Filosófica Sociológica, escrita a manera de Filosofía de la Mente, pero sostenida constantemente en su metodología deconstructiva; nos provee el autor, desde ese exordio mismo, características de su pensamiento proyectivo, donde manifiesta la configuración de una contemporaneidad de la carga psicológica en lo socio-político íntimamente ligada al tiempo histórico. Analicemos.
Solamente se aprende a vivir del otro –como ejemplo, como enseñanza– y por obra de la muerte. Y esa muerte como experiencia, en tanto la muerte no es una experiencia personal, ya que lo que se percibe es la muerte del otro; nunca la muerte de uno mismo. La muerte como final de vida, pero también como inicio de vida. La muerte señala el final de la vida de un hombre para experiencia del otro en un claro absolutismo ontológico donde se manifiesta un final orgánico de la identidad, y la muerte como inicio de una nueva vida: su herencia. Esa herencia a manera de presencia moral permanente y atemporalizada, pero subyacente psicológicamente.
La herencia, sin embargo, si bien tiene su inicio de vida, no posee muerte, no le llega la muerte; no muere jamás. La herencia “está ahí”, constante y permanentemente presente. A manera de un constructo mental irrenunciable que, se transmite de generación en generación, “del padre al hijo, del maestro al discípulo o del amo al esclavo (´´yo, yo voy a enseñarte a vivir´´)”.
El heredero de esa herencia podrá aceptarla, participar de ella, ser su parte. O negarla. Rechazar la herencia recibida. Pero ella “está ahí”. Siempre presente. Como un fantasma que recorre la humanidad sin respetar fronteras, lenguas, credo, religión. Ella “está ahí”; como un espectro siempre presente. En el odio como rechazo o en el amor como participación. En el amor, como “ser parte de . . .”.
Sólo después del funeral o de la cremación del individuo “vida”, la muerte se convierte en tarea irrenunciable del Filósofo. Y es allí, donde “por boca del maestro”, ese maestro muerte, el Filósofo “quisiera aprender a vivir por fin”. ¿No será que “aprendo a vivir” cuando aprehendo la vida? ¿Y esa vida, no es acaso la muerte como herencia? ¿Podrá ser quizás que “aprendo a vivir”, si y solo si, aprehendo la herencia?
Y esa muerte del individuo “vida”, ¿se puede sostener que fue muerte por causas naturales? ¿No estaremos en presencia de un homicidio por parte de los detractores de esa “vida”? Y de ser así, los detractores, al pretender la muerte de la “vida”, ¿No lograron acaso la “vida” de la herencia con su muerte?
Por cierto que sí. Herencia como vida en un “estar ahí” del presente y del futuro. Irrenunciable. Permanente y autónoma. Magistral en su “dirección” institucionalizadora. Maestra “experimentada” en la “educación”, no renuncia a su tarea con características de “imposible y necesaria” en un mundo posible y contingente. Por el contrario. Aun autónoma, acepta la heteronómica imposición, a manera de sentencia vital en su lucha contra el des-conocimiento: “quisiera aprender a vivir por fin”.
“Querer” vivir. Desear vivir. “Querer” aprender. Desear aprender. Deseos. Deseos presentes en la oscuridad de la “noche” ciega del des-conocimiento. Solos y a oscuras. Necesitamos aprender. Necesitamos la intervención de alguien. ¿Necesitamos la intervención de alguien? ¿Quién conoce todo para transmitirnos el saber y el aprender? ¿Existe alguien quien recorra el mundo para que conozca todo y pueda instruirnos ese saber, ese conocimiento? ¿Existe algún “fantasma” que recorra el mundo y pueda brindarnos “auxilio”?
De ser así, “Entonces habría que saber de espíritus”.
Pero, ¿Existen los fantasmas? Fantasmas y Espectros no existen; no son en tanto “que no es sustancia ni esencia ni existencia”, por lo cual “no está presente nunca como tal”.
Sin embargo la herencia “está ahí”. Está presente en la realidad. Recorre el mundo. Vive en la “memoria” de todas las generaciones venideras posteriores a la muerte. En un constante devenir en el cual el tiempo no es ni cíclico ni lineal. Es simultáneo. Satisfaciendo una característica bidimensional paraplatónica.
Dos mundos que conviven simultáneamente. Vida y muerte. Conocimiento e ignorancia. Aceptación y rechazo. Amor y odio. Ser y no-ser. Un espacio y un tiempo donde no hallamos contemporaneidad. Ni pasado, ni futuro.
Apreciamos un común denominador que se instala analógicamente en el Filósofo, tanto como en el santo y en el héroe. La santidad, o para ser un legítimo héroe, o para alcanzar el reconocimiento del grado de Filósofo, necesitan de la muerte. Son grados superiores a los que se acceden port-mortem. Necesitan atravesar ese umbral de la destemporalización. Es una conditio sine qua non.
En vida, un hombre desea, en tanto aspira en lo más íntimo de su ser, alcanzar la santidad, llegar a ser un héroe, o desarrollar y legar su pensamiento Filosófico. El hombre es. Pero debe dejar de ser hombre para alcanzar esos grados. Debe morir. Debe llegar a ser un no-ser.
Es ese hombre, ese ser, que ya “no está presente como tal”, y que se ha convertido en un no-ser, es el que dará vida al ser Filósofo, al ser santo, al ser héroe.
En su nuevo modo de ser, que es un no-ser, vivirá su nuevo ser. Su “Espectro”. Que no-es.
En una bidimensionalidad ontológica cuya manifiesta estrechez comprensiva, reservada para los verdaderos intérpretes, conserva una desproporcional con-fusión en la que no se distingue psicológicamente el ser del no-ser. Veamos cómo, parafraseando y confrontando a Shakespeare, lo dice el autor:
“[to be or not to be?] […] Hamlet ya comenzaba por el retorno esperado del rey muerto. Después del fin de la historia, el espíritu viene como (re)aparecido, figura a la vez como un muerto que regresa y como un fantasma cuyo esperado retorno se repite una y otra vez.” 1
Es en este estrecho límite manifiesto donde nace el “Espectro”, que es. Por eso “está ahí” para transmitirnos su conocimiento, su herencia, su respeto, su sentido de “justicia para aquéllos que no están ahí”.
Una justicia que se aprende porque el “maestro” “Espectro” nos la enseña. Nos la transmite. Se instala en nosotros a manera de un superyó Freudiano, y reconstruye en nosotros toda su “herencia”, tal ética Kantiana. Un sentido de “justicia” que nos invade, con características de iluminación Agustiniana, en tanto su adoctrinamiento nos alcanza desde el “más allá, pues, del presente vivo en general”.
1. Derrida, Jacques, “Espectros de Marx”, Trad, José Miguel Alarcón y otra, Editorial Trotta, 1998, Madrid, p. 24.
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