el arte de normalizar
Siempre nos han contado –y obligado a aprender– que la Ilustración supuso el triunfo de la razón y por consiguiente el nacimiento de “las libertades” y los principios del mundo desarrollado-democratizado en el que hoy vivimos. Pero nunca nos cuentan, lo que si nos dice Foucault en Vigilar y Castigar, que “las luces que han descubierto las libertades inventaron también las disciplinas”1. Es decir, que la racionalización supuso también un nuevo modelo de castigar, un modelo para controlar y normalizar a la sociedad.
Con la modernidad se impuso la disciplina por encima de las antiguas tecnologías del poder. (Por poder ha de entenderse aquí no un sujeto sino, siguiendo a Foucault, una manera de lograr por parte de los individuos y los grupos sus fines a través del discurso y concretamente del lenguaje y el conocimiento, lo cual se expresa en las actitudes de la vida cotidiana). Atrás quedó el suplicio donde la fuerza del soberano quedaba reflejada en forma de marca en el cuerpo del delincuente que era tratado como un enemigo vencido; y el castigo donde toda la sociedad actúaba sobre el alma del sujeto para trasformar al individuo que aceptaba sus crímenes como un daño a toda la comunidad. En cambio la disciplina consiste en dominar el cuerpo del individuo a través de la coerción imponiéndole una relación docilidad-utilidad con el objetivo de normalizar a toda la sociedad. Ya no es el soberano, ni el cuerpo social sino el aparato administrativo del Estado el que ejerce ese poder normalizador.
Desde principios del siglo XIX la disciplina se impone como instrumento del poder, y será durante bastante tiempo la cárcel su principal instrumento. Sabrá usted –porque también nos lo hacen aprender desde niños– que la prisión fue instaurada para castigar y corregir. ¿Castiga? quizás. ¿Corrige? Ciertamente no. Ni reinserción ni formación sino constitución y reforzamiento del «delincuente», pues no se trata ya de castigar al malhechor, ni mucho menos se crea usted ese discurso que nos quiere hacer tragar el poder, de rehabilitar a los desviados, a los “no normales” para que puedan integrarse en la sociedad. Cuando se acepta la idea de castigar a los no normales, a los que se cree desviados, se acepta también que el resto comparta unas determinadas pautas, que no se salga del márgen y en fin que sea “normal”. La cárcel es pues el primer paso para acabar formando la sociedad vigilada y por ende disciplina. Además los datos demuestran que las cárceles no consiguen reducir los crímenes. Entonces, ¿porqué la prisión? La prisión produce la delincuencia. Esto es porque la delincuencia, con los agentes ocultos que procura, pero también con el rastrillado generalizado que autoriza, constituye un medio de vigilancia perpetua sobre la población, un aparato que permite controlar, a través de los propios delincuentes, toda la sociedad. Dos aspectos hacen posible esto: el tridente policía-prisión-delincuencia y la utilización de la formación del delincuente para distanciar al lumperproletariado de las clases bajas y explotadas, pues se intenta hacer ver en el delincuente el enemigo de los intereses populares.
Foucault1 entiende la sociedad moderna como una metáfora de la cárcel y en concreto del sistema panóptico. El modelo panóptico es un modelo arquitectónico de prisión diseñado por Bentham a finales del siglo XVIII en donde las celdas, pero también los pupitres de las aulas por ejemplo, se sitúan de tal manera que siempre sean observables desde una torre central, que puede estar o no observando a los individuos pero que ellos nunca saben cuando son vigilados y cuando no. Es visto pero no ve, es objeto de información pero no sujeto de comunicación. El poder actúa controlando el espacio y el dominio del tiempo. Por tanto se estimula en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder, pues el mismo es su portador. El poder debe ser visible e invisible. La clave de su funcionamiento: que es el propio sujeto el que reproduce por su cuenta las coacciones del poder. Así nace el hombre moderno como resultado de un régimen de poder, logrando volver natural y legítimo el poder de castigar a través de la asimilación por parte del sujeto del discurso y de los conocimientos que se le imponen y a la vez el mismo reproduce.
En suma, la sociedad es normalizada porque ella misma se coacciona al sentirse vigilada a través de la visión de los delincuentes, del control del espacio, del tiempo, del conocimiento y del lenguaje que se nos imponen. Por consiguiente, la libertad que se consiguió con el triunfo de la ilustración a través de la modernización vino acompañada de una normalización que hace que carezca de todo sentido.
Pero ¿de cuándo estamos hablando? ¿Hay vida después del panóptico? No lo dude, seguimos conformando una sociedad disciplina y auto-vigilada, y permítanme que afirme que más vigilada y más normalizada. Hoy nos encontramos con una sociedad donde todo pasa y perece rápidamente, donde gobierna la efímero… usando términos de Bauman2: en una sociedad líquida donde (re)creamos relaciones líquidas con los otros. Así parece que no queda tiempo para reflexionar sobre la posibilidades de salir de este panóptico, de conseguir disfrutar de una verdadera libertad más allá de la falsa libertad generada entorno al consumo y al ocio diversificados de los que “gozamos” en occidente mientras cientos de cámaras nos pueden estar vigilando. El abandonar la reflexión crítica supone que las disciplinas se imponen y que la normalización se generaliza. Pero ¿Por qué más vigilada y más normalizada? En la posmodernidad actual el poder puede moverse con la velocidad de la señal electrónica, el poder se ha vuelto extraterritorial, y ya no está atado, ni siquiera detenido, por la resistencia del espacio. Este hecho confiere a los poseedores de poder una oportunidad sin precedentes: la de prescindir de los aspectos más irritantes de la técnica panóptica del poder. Estamos en la etapa pospanóptica2.
Con las nuevas tecnologías, desde la televisión a Internet, el poder inunda aún más lo cotidiano. En lugar de imponer disciplina ahora es la fascinación que estos medios crean la que seducen y así impone “lo normal”. Así el poder se vuelve más volátil, esta fuera del alcance, vigila sin ser visto, olvidándose de la torre central y estando en todos y en ningún sitio a la vez. Muchos observan a pocos, no hay coerción, sino seducción e imposición de lo normal, los medios de comunicación de masas se convierten así siguiendo el argumento de Vigilar y castigar en herramientas del poder en su intento de normalizar. Un segundo aspecto de la era pospanóptica sería que las dos técnicas tradicionales del poder han sufrido un enorme cambio con el desarrollo de las nuevas tecnologías y a la par una enorme extensión que nos lleva a afirmar que hoy vivimos en una sociedad más vigilada. En primer lugar la técnica más sutil era el examen, que consistía en tener un registro documental que hacia de cada individuo un caso y que así permitía calificar, clasificar, castigar y normalizar. Actualmente las vidas de la gente están reguladas por enormes bases de datos digitales, que no tiene como propósito el inculcar patrones uniformes de conducta sino que eligen quienes pueden ser usuarios, y quienes no (por no poseer, las cualidades necesarias para el consumo por ejemplo). La diferencia radica en que ahora una mayor cantidad de información sobre una persona implica una mayor libertad de movimientos pero a la vez un control y una normalización mayor. Esta multiplicación de los bancos de datos es invisible, nadie sabe si él estará o no y mucho menos quien tiene eso datos y para que los utilizará. La segunda forma de vigilancia, y por ende de normalización, era en la sociedad panóptica la supervisión, el sentirse observado en todo momento. Esto es ahora sustituido por estructuras más convencionales pero con una red de cámaras mucho más efectiva que la propia mirada directa de un funcionario. No hay edificio público o privado –e incluso calles, plazas y parques– que se precie, que no posea una estructura de vigilancia para controlar, y estudiar a los visitantes, trabajadores o simplemente ciudadanos. La clave es que muchas veces nadie se percata de que esta siendo vigilado, pero en el fondo todo el mundo actúa sabiendo que puede estar siendo visto en algún otro rincón del planeta, el individuo se controla a si mismo y pone en funcionamiento el último engranaje del ejercicio del poder. Los vigilantes no necesitan estar siempre atentos a la pantalla, la grabación de las imágenes, y la simple existencia de la estructura constriñe a los observados, creando un sistema más global y más eficaz que el clásico panóptico de Foucault. Ambas técnicas son en la mayoría de los casos ilegales (siguiendo las leyes de los propios Estados) pero nadie dice ni hace nada seducidos por la fascinación del nuevo arte de normalizar.
Así pues, el ejercicio del poder es en la hora actual del mundo más eficaz y la normalización más extensa. Hoy la cuestión la envuelven entorno al discurso “libertad vs seguridad”. Libertad que nos vendieron más como idea que como realidad; y que siempre, como hemos querido demostrar, vino acompañada de una normalización. La seguridad les lleva ahora a reducir las libertades aisladas conseguidas durante años de lucha, a través de la idea del miedo y del riesgo que nos imponen. En fin, menos libertad, más seguridad. ¿Seguridad para qué? Para poder controlar, para poder observar, para clasificar, para calificar, para seguir normalizando… para vigilar y castigar. No defiendo aquí luchar por esas libertades sino por la LIBERTAD que sólo se conseguirá desde la reflexión crítica que nos aleje de los patrones ortopédicos de la normalización.
Con la modernidad se impuso la disciplina por encima de las antiguas tecnologías del poder. (Por poder ha de entenderse aquí no un sujeto sino, siguiendo a Foucault, una manera de lograr por parte de los individuos y los grupos sus fines a través del discurso y concretamente del lenguaje y el conocimiento, lo cual se expresa en las actitudes de la vida cotidiana). Atrás quedó el suplicio donde la fuerza del soberano quedaba reflejada en forma de marca en el cuerpo del delincuente que era tratado como un enemigo vencido; y el castigo donde toda la sociedad actúaba sobre el alma del sujeto para trasformar al individuo que aceptaba sus crímenes como un daño a toda la comunidad. En cambio la disciplina consiste en dominar el cuerpo del individuo a través de la coerción imponiéndole una relación docilidad-utilidad con el objetivo de normalizar a toda la sociedad. Ya no es el soberano, ni el cuerpo social sino el aparato administrativo del Estado el que ejerce ese poder normalizador.
Desde principios del siglo XIX la disciplina se impone como instrumento del poder, y será durante bastante tiempo la cárcel su principal instrumento. Sabrá usted –porque también nos lo hacen aprender desde niños– que la prisión fue instaurada para castigar y corregir. ¿Castiga? quizás. ¿Corrige? Ciertamente no. Ni reinserción ni formación sino constitución y reforzamiento del «delincuente», pues no se trata ya de castigar al malhechor, ni mucho menos se crea usted ese discurso que nos quiere hacer tragar el poder, de rehabilitar a los desviados, a los “no normales” para que puedan integrarse en la sociedad. Cuando se acepta la idea de castigar a los no normales, a los que se cree desviados, se acepta también que el resto comparta unas determinadas pautas, que no se salga del márgen y en fin que sea “normal”. La cárcel es pues el primer paso para acabar formando la sociedad vigilada y por ende disciplina. Además los datos demuestran que las cárceles no consiguen reducir los crímenes. Entonces, ¿porqué la prisión? La prisión produce la delincuencia. Esto es porque la delincuencia, con los agentes ocultos que procura, pero también con el rastrillado generalizado que autoriza, constituye un medio de vigilancia perpetua sobre la población, un aparato que permite controlar, a través de los propios delincuentes, toda la sociedad. Dos aspectos hacen posible esto: el tridente policía-prisión-delincuencia y la utilización de la formación del delincuente para distanciar al lumperproletariado de las clases bajas y explotadas, pues se intenta hacer ver en el delincuente el enemigo de los intereses populares.
Foucault1 entiende la sociedad moderna como una metáfora de la cárcel y en concreto del sistema panóptico. El modelo panóptico es un modelo arquitectónico de prisión diseñado por Bentham a finales del siglo XVIII en donde las celdas, pero también los pupitres de las aulas por ejemplo, se sitúan de tal manera que siempre sean observables desde una torre central, que puede estar o no observando a los individuos pero que ellos nunca saben cuando son vigilados y cuando no. Es visto pero no ve, es objeto de información pero no sujeto de comunicación. El poder actúa controlando el espacio y el dominio del tiempo. Por tanto se estimula en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder, pues el mismo es su portador. El poder debe ser visible e invisible. La clave de su funcionamiento: que es el propio sujeto el que reproduce por su cuenta las coacciones del poder. Así nace el hombre moderno como resultado de un régimen de poder, logrando volver natural y legítimo el poder de castigar a través de la asimilación por parte del sujeto del discurso y de los conocimientos que se le imponen y a la vez el mismo reproduce.
En suma, la sociedad es normalizada porque ella misma se coacciona al sentirse vigilada a través de la visión de los delincuentes, del control del espacio, del tiempo, del conocimiento y del lenguaje que se nos imponen. Por consiguiente, la libertad que se consiguió con el triunfo de la ilustración a través de la modernización vino acompañada de una normalización que hace que carezca de todo sentido.
Pero ¿de cuándo estamos hablando? ¿Hay vida después del panóptico? No lo dude, seguimos conformando una sociedad disciplina y auto-vigilada, y permítanme que afirme que más vigilada y más normalizada. Hoy nos encontramos con una sociedad donde todo pasa y perece rápidamente, donde gobierna la efímero… usando términos de Bauman2: en una sociedad líquida donde (re)creamos relaciones líquidas con los otros. Así parece que no queda tiempo para reflexionar sobre la posibilidades de salir de este panóptico, de conseguir disfrutar de una verdadera libertad más allá de la falsa libertad generada entorno al consumo y al ocio diversificados de los que “gozamos” en occidente mientras cientos de cámaras nos pueden estar vigilando. El abandonar la reflexión crítica supone que las disciplinas se imponen y que la normalización se generaliza. Pero ¿Por qué más vigilada y más normalizada? En la posmodernidad actual el poder puede moverse con la velocidad de la señal electrónica, el poder se ha vuelto extraterritorial, y ya no está atado, ni siquiera detenido, por la resistencia del espacio. Este hecho confiere a los poseedores de poder una oportunidad sin precedentes: la de prescindir de los aspectos más irritantes de la técnica panóptica del poder. Estamos en la etapa pospanóptica2.
Con las nuevas tecnologías, desde la televisión a Internet, el poder inunda aún más lo cotidiano. En lugar de imponer disciplina ahora es la fascinación que estos medios crean la que seducen y así impone “lo normal”. Así el poder se vuelve más volátil, esta fuera del alcance, vigila sin ser visto, olvidándose de la torre central y estando en todos y en ningún sitio a la vez. Muchos observan a pocos, no hay coerción, sino seducción e imposición de lo normal, los medios de comunicación de masas se convierten así siguiendo el argumento de Vigilar y castigar en herramientas del poder en su intento de normalizar. Un segundo aspecto de la era pospanóptica sería que las dos técnicas tradicionales del poder han sufrido un enorme cambio con el desarrollo de las nuevas tecnologías y a la par una enorme extensión que nos lleva a afirmar que hoy vivimos en una sociedad más vigilada. En primer lugar la técnica más sutil era el examen, que consistía en tener un registro documental que hacia de cada individuo un caso y que así permitía calificar, clasificar, castigar y normalizar. Actualmente las vidas de la gente están reguladas por enormes bases de datos digitales, que no tiene como propósito el inculcar patrones uniformes de conducta sino que eligen quienes pueden ser usuarios, y quienes no (por no poseer, las cualidades necesarias para el consumo por ejemplo). La diferencia radica en que ahora una mayor cantidad de información sobre una persona implica una mayor libertad de movimientos pero a la vez un control y una normalización mayor. Esta multiplicación de los bancos de datos es invisible, nadie sabe si él estará o no y mucho menos quien tiene eso datos y para que los utilizará. La segunda forma de vigilancia, y por ende de normalización, era en la sociedad panóptica la supervisión, el sentirse observado en todo momento. Esto es ahora sustituido por estructuras más convencionales pero con una red de cámaras mucho más efectiva que la propia mirada directa de un funcionario. No hay edificio público o privado –e incluso calles, plazas y parques– que se precie, que no posea una estructura de vigilancia para controlar, y estudiar a los visitantes, trabajadores o simplemente ciudadanos. La clave es que muchas veces nadie se percata de que esta siendo vigilado, pero en el fondo todo el mundo actúa sabiendo que puede estar siendo visto en algún otro rincón del planeta, el individuo se controla a si mismo y pone en funcionamiento el último engranaje del ejercicio del poder. Los vigilantes no necesitan estar siempre atentos a la pantalla, la grabación de las imágenes, y la simple existencia de la estructura constriñe a los observados, creando un sistema más global y más eficaz que el clásico panóptico de Foucault. Ambas técnicas son en la mayoría de los casos ilegales (siguiendo las leyes de los propios Estados) pero nadie dice ni hace nada seducidos por la fascinación del nuevo arte de normalizar.
Así pues, el ejercicio del poder es en la hora actual del mundo más eficaz y la normalización más extensa. Hoy la cuestión la envuelven entorno al discurso “libertad vs seguridad”. Libertad que nos vendieron más como idea que como realidad; y que siempre, como hemos querido demostrar, vino acompañada de una normalización. La seguridad les lleva ahora a reducir las libertades aisladas conseguidas durante años de lucha, a través de la idea del miedo y del riesgo que nos imponen. En fin, menos libertad, más seguridad. ¿Seguridad para qué? Para poder controlar, para poder observar, para clasificar, para calificar, para seguir normalizando… para vigilar y castigar. No defiendo aquí luchar por esas libertades sino por la LIBERTAD que sólo se conseguirá desde la reflexión crítica que nos aleje de los patrones ortopédicos de la normalización.
No hay comentarios:
Publicar un comentario