sábado, 30 de mayo de 2015
Ética y política, el debate en torno a El príncipe de Maquiavelo
Luis Veloz
Pero, si bien El príncipe es cualquier cosa menos un tratado moral o pedagógico, de ello no se infiere que sea un libro inmoral.
Ambos juicios son igualmente equivocados. El príncipe no es un libro moral ni inmoral: es simplemente un libro técnico.
En un libro técnico no hay que ir buscando reglas de conducta ética, de bien y mal.
El libro no contiene prescripciones morales para el gobernante, ni lo invita a cometer crímenes ni villanías.
Se ocupa especialmente de los “nuevos principados”, a los que está destinado.
Ernst Cassirer.
El Renacimiento inaugura un etapa histórica de las más ricas y complejas, al tiempo que constituye un puente entre dos tiempos, entre lo que se puede indicar como la antigüedad clásica y la modernidad ilustrada.
Luis Villoro, por su parte, observa al Renacimiento como un cambio de época, porque dicho período resultó en una transformación en cuanto a la manera en que los hombres experimentaron su mundo y se situaron en él[1].
En este marco que comprendió naturalmente muchas más aristas, se va a escenificar una pequeña obra que no es familiar por su título: El príncipe, escrita por Nicolás Bernardo Maquiavelo.
Así, con estos tres puntos, a nuestro parecer, se implanta una nueva tradición que romperá con la estructura medioeval y jerárquica de la política.
En este sentido, Maquiavelo nos presenta pautas importantes para la compresión del fenómeno político desde su marco de historicidad, como un ente situado, pero que, por la agudeza de su trabajo, fue más allá de su tiempo.
Ahora bien, como se dijo, aquí nos avocaremos de modo breve a un problema que a la fecha ha devenido en varios y acalorados debates, por todo lo que ello involucra en el campo social: la ética y la política.
Y aquí es donde entra toda la polémica hasta ahora latente.
Primero, porque dirá Maquiavelo que un príncipe debe aprender a no ser bueno y valerse de ese comportamiento según la necesidad[5].
Ser bueno en un ambiente donde reina la maldad, la hipocresía y el deseo de poder, no es la mejor opción.
No es gratuito que Maquiavelo se hiciera una pregunta vertebral: qué es más conveniente para el príncipe, ganarse el respeto de sus súbditos por amor, o bien, por el miedo que pueda inspirar en ellos.
Y la respuesta se adivina fácilmente, es mejor ganarse el respeto por el miedo, que por el amor, ya que:
“Los hombres se miran menos de ofender a quien se hace amar que a quien se hace temer, porque el amor es considerado círculo obligado, pero que, por la triste condición humana, se rompe en toda ocasión de propia utilidad; mientras el temor consiste en un miedo al castigo, miedo que no nos abandona nunca”[6]
[1] Luis Villoro, “Filosofía para un fin de época”, en La tenacidad de la política, ed. UNAM, México, 1995, p. 15.
Pero, si bien El príncipe es cualquier cosa menos un tratado moral o pedagógico, de ello no se infiere que sea un libro inmoral.
Ambos juicios son igualmente equivocados. El príncipe no es un libro moral ni inmoral: es simplemente un libro técnico.
En un libro técnico no hay que ir buscando reglas de conducta ética, de bien y mal.
El libro no contiene prescripciones morales para el gobernante, ni lo invita a cometer crímenes ni villanías.
Se ocupa especialmente de los “nuevos principados”, a los que está destinado.
Ernst Cassirer.
El Renacimiento inaugura un etapa histórica de las más ricas y complejas, al tiempo que constituye un puente entre dos tiempos, entre lo que se puede indicar como la antigüedad clásica y la modernidad ilustrada.
Luis Villoro, por su parte, observa al Renacimiento como un cambio de época, porque dicho período resultó en una transformación en cuanto a la manera en que los hombres experimentaron su mundo y se situaron en él[1].
En este marco que comprendió naturalmente muchas más aristas, se va a escenificar una pequeña obra que no es familiar por su título: El príncipe, escrita por Nicolás Bernardo Maquiavelo.
Este breve escrito que originalmente se tituló De Principatibus, o bien, del gobierno de los príncipes o principados, es a la fecha uno de los documentos más emblemáticos y polémicos de la corta historia del pensamiento político moderno.
Escrito en 1512, su contenido fue pensado en un clima de caos en la historia de Italia.
De hecho, cuando Maquiavelo lo redacta, él mismo, por la circunstancia, pasa por un estadio dificultoso de su vida, ya que al caer la república florentina, es destituido de su labor como diplomático, lo hicieron preso y lo torturaron por mandato de la familia Médicis.
Y gracias a esa represión, se vio en la necesidad de exiliarse a una pequeña finca de su propiedad, de nombre San Casciano, a las afueras de Florencia.
Escrito en 1512, su contenido fue pensado en un clima de caos en la historia de Italia.
De hecho, cuando Maquiavelo lo redacta, él mismo, por la circunstancia, pasa por un estadio dificultoso de su vida, ya que al caer la república florentina, es destituido de su labor como diplomático, lo hicieron preso y lo torturaron por mandato de la familia Médicis.
Y gracias a esa represión, se vio en la necesidad de exiliarse a una pequeña finca de su propiedad, de nombre San Casciano, a las afueras de Florencia.
Como sea, se ha especulado e incluso popularizado que Maquiavelo escribe El príncipe para quedar bien con la familia de banqueros y recuperar con ello su trabajo como político, y que por ese motivo se lo dedicó a Lorenzo de Médicis.
Sin embargo, no estamos convencidos de eso, más bien pensamos que es un escrito que en su momento tuvo la intensión de aportar consejos políticos inmediatos a un mandatario prudente que pudiera unificar y mantener en equilibrio a Florencia (fuera quien fuera).
Una Florencia a la que tanto quiso Maquiavelo, y de la cual incluso llegó a decir, como buen patriota, que la amaba más que a su propia vida en una carta dirigida a su amigo Francesco Vettori.[2]
Sin embargo, no estamos convencidos de eso, más bien pensamos que es un escrito que en su momento tuvo la intensión de aportar consejos políticos inmediatos a un mandatario prudente que pudiera unificar y mantener en equilibrio a Florencia (fuera quien fuera).
Una Florencia a la que tanto quiso Maquiavelo, y de la cual incluso llegó a decir, como buen patriota, que la amaba más que a su propia vida en una carta dirigida a su amigo Francesco Vettori.[2]
Pero, la pregunta es obvia: ¿por qué se hizo famoso este libro?
¿Qué dejó escrito que levantó el revuelo de políticos, teóricos, e ideólogos?
Pues bien, hay que decir que por lo menos, sobresalen en sus páginas tres problemas que podemos enumerar así:
1) en primer lugar, se encuentra el complejo problema de la escisión entre ética y política.
2) Maquiavelo también será pionero en abordar el concepto de estado, Il Stato, que para el florentino no significaba aún una entidad abstracta, sino concreta, esto es, una entidad situada territorialmente y propiedad de un príncipe, y
3) alejándose de Aristóteles[3], opta por la clasificación del gobierno bipartito, que para Maquiavelo son la república y el principado, sean éstos heredados o nuevos.
¿Qué dejó escrito que levantó el revuelo de políticos, teóricos, e ideólogos?
Pues bien, hay que decir que por lo menos, sobresalen en sus páginas tres problemas que podemos enumerar así:
1) en primer lugar, se encuentra el complejo problema de la escisión entre ética y política.
2) Maquiavelo también será pionero en abordar el concepto de estado, Il Stato, que para el florentino no significaba aún una entidad abstracta, sino concreta, esto es, una entidad situada territorialmente y propiedad de un príncipe, y
3) alejándose de Aristóteles[3], opta por la clasificación del gobierno bipartito, que para Maquiavelo son la república y el principado, sean éstos heredados o nuevos.
Así, con estos tres puntos, a nuestro parecer, se implanta una nueva tradición que romperá con la estructura medioeval y jerárquica de la política.
En este sentido, Maquiavelo nos presenta pautas importantes para la compresión del fenómeno político desde su marco de historicidad, como un ente situado, pero que, por la agudeza de su trabajo, fue más allá de su tiempo.
Ahora bien, como se dijo, aquí nos avocaremos de modo breve a un problema que a la fecha ha devenido en varios y acalorados debates, por todo lo que ello involucra en el campo social: la ética y la política.
Pues bien, sobra decir, que muchas veces el conflicto que se vierte cuando se toca el tema entre ética y política visto en la obra de Maquiavelo se ve desvirtuado por un prejuicio, cierto, en donde se increpa a Maquiavelo de ser un sujeto maligno y nefasto, porque su obra al final de todo justifica los más abominables crímenes de los políticos.
Tal asunto, sin embargo, puede llevar a tergiversar de facto la obra, sin haberla leído. De ahí que muchos lectores relacionen El príncipe con los criminales más despiadados de la política, y, en casos más específicos, su libro se asocia a la política como negocio, la política para amigos, para el protocolo de alcanzar poder y dinero a costa de lo que sea.
El político, en suma, que teniendo un puesto público, puede pisotear a quien él desee.
Tal asunto, sin embargo, puede llevar a tergiversar de facto la obra, sin haberla leído. De ahí que muchos lectores relacionen El príncipe con los criminales más despiadados de la política, y, en casos más específicos, su libro se asocia a la política como negocio, la política para amigos, para el protocolo de alcanzar poder y dinero a costa de lo que sea.
El político, en suma, que teniendo un puesto público, puede pisotear a quien él desee.
Sin embargo, nada más lejano a lo que pensó en realidad Maquiavelo. Esa sería la imagen vulgar, y acrítica. Por ello, otros lectores convienen en una idea más precisa, la relación entre medios y fines que toca el florentino en su discurso.
En este caso, el análisis evocativo de un Maquiavelo que afirma que cualquier medio es válido con tal de obtener el poder del estado y además, mantenerlo, en cierto modo se acerca más al problema que distancia a la ética de la política pero de modo segmentado. De ahí que valga la pena hacer alguna precisión.
En este caso, el análisis evocativo de un Maquiavelo que afirma que cualquier medio es válido con tal de obtener el poder del estado y además, mantenerlo, en cierto modo se acerca más al problema que distancia a la ética de la política pero de modo segmentado. De ahí que valga la pena hacer alguna precisión.
Para Maquiavelo, en efecto, la ética si bien se ve distanciada de la política, no está anulada en su totalidad (y no tenemos que ir a Los discursos sobre la primera década de Tito Livio para comprobarlo), está ahí, discreta, sobresale en un momento y en otro se cancela, es una exposición a veces contradictoria.
Pero es de notar, que el objetivo primordial del autor no estuvo en situar a la ética como la piedra de toque, sino a la política, en lo inmediato, para solucionar problemas concretos.
No por nada, Luis Villoro explica que Maquiavelo en todo caso inaugura una ética de la eficacia, o como diría Max Weber en El político y el científico, una ética de la responsabilidad[4].
De este modo acusamos otra instancia que puede ser útil para una mejor compresión de El príncipe. Ya que, efectivamente, el planteamiento del florentino, según apreciamos, no consistió en fundamentar la arbitrariedad de la política (el todo vale,) sino la eficacia de su ejercicio. Con lo cual, en el capítulo XV y los que restan, Maquiavelo se propone dilucidar con cuidado y profundidad cómo es que se tiene que manejar un príncipe ante los súbditos.
Pero es de notar, que el objetivo primordial del autor no estuvo en situar a la ética como la piedra de toque, sino a la política, en lo inmediato, para solucionar problemas concretos.
No por nada, Luis Villoro explica que Maquiavelo en todo caso inaugura una ética de la eficacia, o como diría Max Weber en El político y el científico, una ética de la responsabilidad[4].
De este modo acusamos otra instancia que puede ser útil para una mejor compresión de El príncipe. Ya que, efectivamente, el planteamiento del florentino, según apreciamos, no consistió en fundamentar la arbitrariedad de la política (el todo vale,) sino la eficacia de su ejercicio. Con lo cual, en el capítulo XV y los que restan, Maquiavelo se propone dilucidar con cuidado y profundidad cómo es que se tiene que manejar un príncipe ante los súbditos.
Y aquí es donde entra toda la polémica hasta ahora latente.
Primero, porque dirá Maquiavelo que un príncipe debe aprender a no ser bueno y valerse de ese comportamiento según la necesidad[5].
Ser bueno en un ambiente donde reina la maldad, la hipocresía y el deseo de poder, no es la mejor opción.
No es gratuito que Maquiavelo se hiciera una pregunta vertebral: qué es más conveniente para el príncipe, ganarse el respeto de sus súbditos por amor, o bien, por el miedo que pueda inspirar en ellos.
Y la respuesta se adivina fácilmente, es mejor ganarse el respeto por el miedo, que por el amor, ya que:
“Los hombres se miran menos de ofender a quien se hace amar que a quien se hace temer, porque el amor es considerado círculo obligado, pero que, por la triste condición humana, se rompe en toda ocasión de propia utilidad; mientras el temor consiste en un miedo al castigo, miedo que no nos abandona nunca”[6]
Sin embargo, esta recomendación no queda a la deriva, ya que al tiempo que Maquiavelo recomienda ganarse el miedo, también recomienda no ganarse el odio (aunque de ello no hay nunca una garantía).
Un príncipe, si bien debe infundir miedo en los otros, para hacer saber que es de mano firme, señal clara de que no se retractará cuando haya de castigar, no debe ganarse el odio, porque el odio opaca su gobierno, e infringe desconfianza.
Un círculo cercano que le tenga odio al príncipe, puede conjurar o conspirar en su contra, planear derrocarlo e incluso asesinarlo (muchos fueron los casos en Florencia).
En el caso del pueblo sucede lo mismo y se torna igual de radical: la insurrección, los levantamientos, son una muestra inequívoca de que el gobierno puede irse a pique en cualquier momento una vez que el mandatario es claramente odiado por el vulgo, ya que:
“Así, concluyo que un príncipe debe tener poca cuenta de las conjuras cuando el pueblo le sea benévolo; pero cuando le sea enemigo y lo odie, debe el príncipe temerlo de todo y de todos.”[7]
Un príncipe, si bien debe infundir miedo en los otros, para hacer saber que es de mano firme, señal clara de que no se retractará cuando haya de castigar, no debe ganarse el odio, porque el odio opaca su gobierno, e infringe desconfianza.
Un círculo cercano que le tenga odio al príncipe, puede conjurar o conspirar en su contra, planear derrocarlo e incluso asesinarlo (muchos fueron los casos en Florencia).
En el caso del pueblo sucede lo mismo y se torna igual de radical: la insurrección, los levantamientos, son una muestra inequívoca de que el gobierno puede irse a pique en cualquier momento una vez que el mandatario es claramente odiado por el vulgo, ya que:
“Así, concluyo que un príncipe debe tener poca cuenta de las conjuras cuando el pueblo le sea benévolo; pero cuando le sea enemigo y lo odie, debe el príncipe temerlo de todo y de todos.”[7]
Y fueron casos de los que Maquiavelo tuvo la experiencia directa y que, además se percató como un síntoma de la grandeza y el declive de la historia de los grandes imperios (como en Roma) y sus mandatarios, gracias a la enseñanza que tomó de las obras históricas de Tácito y Tito Livio, entre otros.
Ahora, la pregunta sería: cómo no ganarse el odio. ¿Cómo es que un príncipe procederá para no infundir odio en sus súbditos?
Y la respuesta, cierto, dejará ver no sólo el consejo racional-pragmático apuntando a la eficacia del hacer político, sino que al tiempo deja entrever una noción ética, ya que, uno de los modos de no ganarse el odio, dice Maquiavelo, es abstenerse de dañar los bienes ajenos.
Hay que tener respeto. Y aquí, de nueva cuenta y con aguda mira, dice el florentino que debe ser así, porque es más fácil que los hombres olviden la muerte de su padre, que la pérdida de su patrimonio[8].
Entonces, vemos con esto una discreta puerta a la ética, una resistencia por no consentir el todo vale. Por lo tanto, según lo anterior, qué requiere finalmente un príncipe para ser un buen estratega y arquitecto de su ciudad.
Ahora, la pregunta sería: cómo no ganarse el odio. ¿Cómo es que un príncipe procederá para no infundir odio en sus súbditos?
Y la respuesta, cierto, dejará ver no sólo el consejo racional-pragmático apuntando a la eficacia del hacer político, sino que al tiempo deja entrever una noción ética, ya que, uno de los modos de no ganarse el odio, dice Maquiavelo, es abstenerse de dañar los bienes ajenos.
Hay que tener respeto. Y aquí, de nueva cuenta y con aguda mira, dice el florentino que debe ser así, porque es más fácil que los hombres olviden la muerte de su padre, que la pérdida de su patrimonio[8].
Entonces, vemos con esto una discreta puerta a la ética, una resistencia por no consentir el todo vale. Por lo tanto, según lo anterior, qué requiere finalmente un príncipe para ser un buen estratega y arquitecto de su ciudad.
La respuesta, ahora, gira en una serie de consejos que van desde no ser un afeminado ni pusilánime, articular un buen ejército (buenas leyes, pero también buenas armas dirá Maquiavelo son pieza clave), que no sea de mercenarios a sueldo (extranjeros que no sentían suya ni le guardaban respeto a Florencia), hasta la prudencia, una virtud practica que desde los tiempos de los antiguos griegos, ha sido considerada como la razón deliberativa por antonomasia, en tanto que permite elegir entre las mejores opciones a la mano.
Aunque, como señala Luis Villoro, la virtud en Maquiavelo, también puede verse no necesariamente como excelencia, sino también como fuerza para hacerle frente a la fortuna.
Por lo tanto, hay que ser virtuoso, prudente, con el fin de acomodarse según lo que traiga la fortuna, es verdad, sea esto bueno o malo, y saber prever según la necesidad.
Esto, porque será grave que un príncipe se atenga sólo a la fortuna para su mandato. Atenerse a la fortuna, simple y sencillamente es conformarse con lo que vendrá, cosa que sería su ruina segura.
Aunque, como señala Luis Villoro, la virtud en Maquiavelo, también puede verse no necesariamente como excelencia, sino también como fuerza para hacerle frente a la fortuna.
Por lo tanto, hay que ser virtuoso, prudente, con el fin de acomodarse según lo que traiga la fortuna, es verdad, sea esto bueno o malo, y saber prever según la necesidad.
Esto, porque será grave que un príncipe se atenga sólo a la fortuna para su mandato. Atenerse a la fortuna, simple y sencillamente es conformarse con lo que vendrá, cosa que sería su ruina segura.
La virtud, pues, es la fuerza que ha de tener un buen príncipe si quiere mantener su gobierno.
A lo anterior, se le agregan dos imágenes que complementan, y que recupera Maquiavelo metafóricamente porque son parte de su idea de lo que debe poseer un buen gobernante, y estas imágenes son: la zorra y el león.
La zorra, es la astucia, y el león, la ferocidad, naturalezas, dice Maquiavelo, que un príncipe ha de requerir imitar[9].
Ser mitad hombre y mitad bestia. Por lo tanto, un príncipe ha de llenar ciertos requisitos que son estimables y que se consiguen en la práctica.
Pero nótese que no es el caso que un político se comporte de tal modo que sólo vea por él y los suyos, o los intereses facciosos de su grupo, como se dijo antes. Y que para ese fin o cometido se valga de toda artimaña, de toda falta de juicio. Porque, como bien vio Maquiavelo, tal comportamiento siempre es contraproducente.
De hecho dirá: “No se puede, empero, denominar virtud a matar a sus conciudadanos, traicionar a sus amigos, carecer de fe, piedad y religión, maneras que pueden hacer conseguir imperio, mas no gloria”[10]
A lo anterior, se le agregan dos imágenes que complementan, y que recupera Maquiavelo metafóricamente porque son parte de su idea de lo que debe poseer un buen gobernante, y estas imágenes son: la zorra y el león.
La zorra, es la astucia, y el león, la ferocidad, naturalezas, dice Maquiavelo, que un príncipe ha de requerir imitar[9].
Ser mitad hombre y mitad bestia. Por lo tanto, un príncipe ha de llenar ciertos requisitos que son estimables y que se consiguen en la práctica.
Pero nótese que no es el caso que un político se comporte de tal modo que sólo vea por él y los suyos, o los intereses facciosos de su grupo, como se dijo antes. Y que para ese fin o cometido se valga de toda artimaña, de toda falta de juicio. Porque, como bien vio Maquiavelo, tal comportamiento siempre es contraproducente.
De hecho dirá: “No se puede, empero, denominar virtud a matar a sus conciudadanos, traicionar a sus amigos, carecer de fe, piedad y religión, maneras que pueden hacer conseguir imperio, mas no gloria”[10]
De ahí que Maquiavelo también considere a los príncipes que han hecho un mal uso del poder, no importándole si fueron tiranos o no. Ya que, en el cómo se usa el poder se encuentra el centro del problema: si está bien encaminado, entonces será eficaz, y la prueba es que se conserva y además aumenta.
No fue por supuesto lo que sucedió en el caso de Florencia, ya que en un lapso de más o menos cien años cambió constantemente de gobierno, de repúblicas a principados, fue eficaz sólo por breves espacios de tiempo.
Y recordemos que los cambios siempre fueron forzados, es decir, con las armas. Mientras la familia Medici estuvo en el poder, fue claro que no existió la república, y hubo a pesar de su absolutismo monárquico poco equilibrio político, que estuvo amenazado de manera constante tanto por fuerzas internas (conspiradores por un lado) como externas (reino de Francia y España).
No fue por supuesto lo que sucedió en el caso de Florencia, ya que en un lapso de más o menos cien años cambió constantemente de gobierno, de repúblicas a principados, fue eficaz sólo por breves espacios de tiempo.
Y recordemos que los cambios siempre fueron forzados, es decir, con las armas. Mientras la familia Medici estuvo en el poder, fue claro que no existió la república, y hubo a pesar de su absolutismo monárquico poco equilibrio político, que estuvo amenazado de manera constante tanto por fuerzas internas (conspiradores por un lado) como externas (reino de Francia y España).
En todo caso, aún hoy nos parece paradójico como Florencia, bajo el mandato de los Médicis, fue innegablemente el gran centro del arte renacentista, nada más y nada menos entre sus filas destaca Leonardo; Boticceli, Miguel Ángel, entre otros; es la etapa de los grandes mecenazgos, pero al tiempo también destacó como un estado cruel, ganándose el odio de muchos.
Sabemos, claro, que los Médicis se mantuvieron implacables con quienes se oponían a su régimen, asesinando consecuentemente a los opositores en público. La pena capital, en suma, fue un asunto bastante común.
Sabemos, claro, que los Médicis se mantuvieron implacables con quienes se oponían a su régimen, asesinando consecuentemente a los opositores en público. La pena capital, en suma, fue un asunto bastante común.
Maquiavelo en medio del caos, se salvó de ser llevado a la horca, aunque no fue eximido de la tortura.
Sin embargo, en medio de este marco histórico que conjuga la belleza del arte y la violencia monárquica, junto a los varios años que pasó Maquiavelo como secretario de la cancillería florentina (15 años) que le dan pie para entender la política en su forma y su fondo.
Y supo bien, que para llevar la política a la práctica, tal como se debía y con el fin de decidir entre esto y lo otro, adecuadamente, muchas veces era menester hacer un alto al proceder ético. Pero nunca, eso sí, sin justificación; incluso cuando fuera requerido matar, o como él llamó, hacer un derramamiento de sangre, siempre tenía que ser con justificación y causa manifiesta, mas no gratuitamente.
Sin embargo, en medio de este marco histórico que conjuga la belleza del arte y la violencia monárquica, junto a los varios años que pasó Maquiavelo como secretario de la cancillería florentina (15 años) que le dan pie para entender la política en su forma y su fondo.
Y supo bien, que para llevar la política a la práctica, tal como se debía y con el fin de decidir entre esto y lo otro, adecuadamente, muchas veces era menester hacer un alto al proceder ético. Pero nunca, eso sí, sin justificación; incluso cuando fuera requerido matar, o como él llamó, hacer un derramamiento de sangre, siempre tenía que ser con justificación y causa manifiesta, mas no gratuitamente.
Estamos así, ante un notable pensador del siglo XVI, un renacentista en toda la extensión de la palabra. Un hombre que tuvo la osadía de plasmar en papel cómo es que funciona la maquinaria técnica y racional de la política. Lo que no se había hecho antes de él. De ahí que, a Maquiavelo se le haya censurado e injuriado.
Por ejemplo, en el Concilio de Trento de 1552, se prohibió su lectura por no ser apta para cristianos, y después, en 1559, por mandato del papa Paulo IV, se le tachó como un escrito maldito en el Index librorum prohibotorum. Maldito, no apto para cristianos, e incluso para los protestantes calvinistas que también lo atacaron por haber inspirado, dijeron, la matanza de los hugotones en la noche de San Bartolomé.
Este fue el fenómeno que albergó por varios años el documento prosístico que conocemos como El príncipe. Sin embargo, a pesar de todo, la historia del pensamiento político le ha dado un lugar significativo a Maquiavelo. No por nada las lecturas en torno a él se han multiplicado, entre los teóricos más destacados del siglo XVIII y XIX que retomaron y revitalizaron a Maquiavelo están por supuesto Spinoza; Hobbes, Locke, Rousseau, Kant, Fichte, Hegel, y Marx. Y en el XX, se puede destacar a Gramsci, Carl Schmitt, Antonio Negri, Paolo Virlo, entre muchos otros.
Por ejemplo, en el Concilio de Trento de 1552, se prohibió su lectura por no ser apta para cristianos, y después, en 1559, por mandato del papa Paulo IV, se le tachó como un escrito maldito en el Index librorum prohibotorum. Maldito, no apto para cristianos, e incluso para los protestantes calvinistas que también lo atacaron por haber inspirado, dijeron, la matanza de los hugotones en la noche de San Bartolomé.
Este fue el fenómeno que albergó por varios años el documento prosístico que conocemos como El príncipe. Sin embargo, a pesar de todo, la historia del pensamiento político le ha dado un lugar significativo a Maquiavelo. No por nada las lecturas en torno a él se han multiplicado, entre los teóricos más destacados del siglo XVIII y XIX que retomaron y revitalizaron a Maquiavelo están por supuesto Spinoza; Hobbes, Locke, Rousseau, Kant, Fichte, Hegel, y Marx. Y en el XX, se puede destacar a Gramsci, Carl Schmitt, Antonio Negri, Paolo Virlo, entre muchos otros.
Es claro, pues, que se ha dado un regreso a la obra del antiguo secretario de Florencia, que no se puede minimizar en la actualidad.
Su obra es a la fecha una de las más importantes de las llamadas clásicas de la filosofía política, dado que conserva una gran riqueza por lo que deja ver en torno al plano practico-instrumental del ejercicio político (lo que se conoce como realismo político), sin que ello indique tajantemente que no se dé en ella una visión de carácter ético, aunque sea fugaz. A poco más de 500 años, vale la pena pues, retomar a Maquiavelo, y leerlo a la luz de nuestros tiempos, con todos los problemas y vericuetos que se padecen. Ya que, como él mismo enseñó, a pesar de que los tiempos cambien, las pasiones humanas permanecen, y ellas son el foco de la política.
Su obra es a la fecha una de las más importantes de las llamadas clásicas de la filosofía política, dado que conserva una gran riqueza por lo que deja ver en torno al plano practico-instrumental del ejercicio político (lo que se conoce como realismo político), sin que ello indique tajantemente que no se dé en ella una visión de carácter ético, aunque sea fugaz. A poco más de 500 años, vale la pena pues, retomar a Maquiavelo, y leerlo a la luz de nuestros tiempos, con todos los problemas y vericuetos que se padecen. Ya que, como él mismo enseñó, a pesar de que los tiempos cambien, las pasiones humanas permanecen, y ellas son el foco de la política.
Bibliografía.
Castilla, José E, Para animarse a leer a Maquiavelo, ed. EUDEBA, Buenos Aires, Argentina, 2012.
Maquiavelo, El príncipe, ed. Aguilar, México, 1975.
Robotnikov Nora, Velasco Ambrosio, Yturbe Corina, compiladores, La tenacidad de la política, ed. UNAM, México, 1995.
Weber Max, El político y el científico, ed. Alianza, Madrid, 1975.
[1] Luis Villoro, “Filosofía para un fin de época”, en La tenacidad de la política, ed. UNAM, México, 1995, p. 15.
[2] Carta de Maquiavelo a Francesco Vettori citada por José E. Castilla, en Para animarse a leer a Maquiavelo, ed. Eudeba, Buernos Aires, Argentina, 2012, p. 16.
[3] Hay que recordar que Aristóteles en la Política, presenta dos criterios fundamentales, quién gobierna y cómo se gobierna, de ahí que clasifique seis formas de gobierno. Según el número de gobernantes, tenemos las primeras tres formas: Monarquía (de uno) aristocracia (de pocos) y politia (de muchos). A la par de estas formas que se consideran buenas, se le oponen las malas: la tiranía, la oligarquía y la democracia. Siendo la menos mala de estas tres, la democracia.
[4] Max Weber, en el libro El político y el científico, presenta dos vías éticas que chocan: la de la convicción y la de la eficacia. La primera es una ética que se sustenta en máximas incontrovertibles, como es el caso de la que se proyecta en El sermón de la montaña, este tipo de ética es una ética religiosa que no admite replica. En cambio, la ética de la responsabilidad, tiene en cuanta otra vía, los fines. O sea, que prevé las acciones según lo que se busca, de ahí que Weber nos diga que esta ética es la única que se puede dar en la política.
[5] Maquiavelo, El príncipe, ed. Aguilar, México, 1975, p. 120.
[6] Ibídem, p. 130
[7] Ibídem, p. 143
[8] Ídem.
[9] Ibídem, p. 150.
[10] Ibídem p. 73.
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