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jueves, 30 de julio de 2015

MICHEL FOUCAULT: LA PRISIÓN CREA Y MANTIENE UNA SOCIEDAD DE DELINCUENTES [entrevista]


[Entrevista] Foucault: La prisión crea y mantiene una sociedad de delincuentes


[Entrevista con Ferdinando Scianna, 1975.]
Disponible en el texto: El Poder, una bestia magnífica. Sobre el Poder, la Prisión y la vida– Michel Foucault
foucault– ¿Por que la prisión, profesor?
-Tenemos vergüenza de nuestras prisiones. Esos enormes edificios que separan dos mundos de hombres, que se construían antaño con orgullo, a punto tal que a menudo se los ubicaba en el centro de las ciudades, hoy nos molestan. Las polémicas que se desatan regularmente a su respecto, y hace poco a causa de numerosos motines, dan claro testimonio de ese sentimiento. Polémicas, molestia y falta de amor que, además, acompañaron las prisiones desde que estas se consolidaron como pena universal, digamos alrededor de 1820. Y sin embargo, esta institución ha resistido ciento cincuenta años. Es un hecho bastante extraordinario. ¿Como, fue Ia pregunta que me hice, una estructura a Ia que tanto se ha censurado ha podido resistir tan largo tiempo?
– ¿Como nacen las prisiones?-Al principio, yo creía que Ia culpa recaía por entero en Beccaria, los reformadores y, en suma, Ia Ilustración. Después, al observar las cosas con mas detenimiento, me di cuenta de que no había nada de eso. Los reformadores, y en particular Beccaria, que se rebelaban contra Ia tortura y los excesos punitivos del despotismo monárquico, no proponían en modo alguno Ia prisión como alternativa. Sus proyectos, en especial los de Beccaria, se basaban en una nueva economía penal que tendía a ajustar las penas a Ia naturaleza de cada delito: así, Ia pena de muerte para los asesinatos, Ia confiscación de bienes para los ladrones y, desde luego, Ia prisión, pero para los delitos contra Ia libertad.
Lo que se erigió, en cambio, fue Ia prisión como pena similar para todos y universal, con Ia salvedad exclusiva de una gradación en Ia duración. Si las cosas sucedieron así, no fue pues a causa de las polémicas de los reformadores; Beccaria no quería sustituir los suplicios y las torturas por Ia prisión.
– ¿Porque, entonces, el paso del suplicio a la prisión?
-Hasta el siglo XVIII, con el absolutismo monárquico, el suplicio no cumplía el papel de reparación moral; tenía mas bien el sentido de una ceremonia política. El delito, en cuanto tal, debía considerarse como un desafió a Ia soberanía del monarca; trastornaba el orden de su poder sobre los individuos y las cosas.
El suplicio publico, largo, aterrador, tenía Ia finalidad precisa de reconstruir esa soberanía; su carácter espectacular servía para hacer participar al pueblo en el reconocimiento de esta, y su ejemplaridad y sus excesos, para definir su extensión infinita. El poder del príncipe era excesivo por naturaleza. Los reformadores, con su proyecto de nueva economía penal, se inscribían en el rumbo de una sociedad en plena transformación. La propuesta de Beccaria era una especie de ley del talión, pero no por eso dejaba de ser una ley, valida para todos, razón por Ia cual se sustraía a Ia arbitrariedad de Ia voluntad del príncipe. La proporcionalidad de las penas en función de los delitos reflejaba y todavía refleja Ia nueva ideología capitalista de Ia sociedad: para un trabajo, un salario proporcional; para unos delitos, unas penas proporcionales.  Este principio persiste en Ia duración variada de las penas de detención, pero lo contradice Ia privación de Ia libertad como castigo único.
– ¿Como fue entonces que se impuso la forma punitiva ?
-Las explicaciones que se han dado hasta nuestros días se relacionan en esencia con las modificaciones económicas de Ia sociedad. En Ia época de los príncipes, en una sociedad de tipo feudal, el valor de mercado del individuo como mano de obra era mínimo, y Ia vida misma, a causa de las violentas epidemias, Ia gran mortalidad infantil, etc., no tenia en absoluto el mismo precio que en los siglos siguientes. Comoquiera que sea, Ia finalidad del castigo no era Ia muerte; al contrario, el arte del suplicio consistía
en demorar Ia muerte al máximo en una “exquisita agonía”, como dice uno de sus teóricos.
En ese sentido, el momento del cambio cualitativo, en Ia filosofía del castigo, fue Ia guillotina. Hoy suele hablarse de ella como un vestigio de barbarie medieval. No es asi; en su época, Ia guillotina fue una ingeniosa maquinita que transformo el suplicio en ejecución capital, efectuada a Ia velocidad del rayo, de una manera casi abstracta, verdadero grado cero del sufrimiento. Se sigue convocando al pueblo para que asista al ritual teatral de Ia pena, pero solo con el objeto de ratificar Ia conclusión y no para que participe en ella.Con Ia nueva estructura económica de Ia sociedad, Ia burguesía necesita organizar su llegada al poder por medio de una nueva tecnología penal mucho mas eficaz que Ia anterior.
-Mas suave, de todas maneras.
-La “suavidad” de las penas no tiene nada que ver con Ia eficacia del sistema penal. Hay que sacarse de encima Ia ilusión de que Ia atribución de las penas se hace con el objetivo de reprimir los delitos: las medidas punitivas no solo tienen el papel negativo de represión, sino también el papel “positivo” de legitimación del poder que dicta las reglas. Puede incluso afirmarse que Ia definición de las “infracciones a Ia ley” sirve justamente de fundamento al mecanismo punitivo.
Con los príncipes, el suplicio legitimaba el poder absoluto, y su “atrocidad” se desplegaba sobre los cuerpos, porque el cuerpo era Ia única riqueza accesible. El correccional, el hospital, Ia prisión, los trabajos forzados, nacen con Ia economía mercantil y evolucionan con ella. El exceso ya no es necesario: todo lo contrario. El objetivo es Ia mayor economía del sistema penal. Ese es el sentido de su “humanidad”. En efecto, lo verdaderamente importante en Ia nueva realidad social no es Ia ejemplaridad de Ia pena, sino su eficacia. Por eso el mecanismo utilizado consiste menos en castigar que en vigilar.
-Pero ¿la vigilancia no estaba excluida de la tradición penal hasta el siglo XIX?
-Sí. También puede afirmarse que, a pesar del rigor del sistema, bajo Ia monarquía el control de Ia sociedad era mucho mas débil, mas grandes las mallas a través de las cuales pasaban las mil y una ilegalidades populares. A menudo las condenas quedaban sin mañana, el uso las bacía dejar de lado. El contrabando, el pastoreo abusivo, Ia recogida de leña en tierras del rey, aunque amenazados con penas terribles, en realidad no daban prácticamente nunca Iugar a un proceso. En cierto modo, entraban en el juego del sistema como siguen entrando en algunas realidades económicas y sociales particularmente atrasadas.
-Lauro decía que en Napoles el contrabando es la Fiat del sur.
-Exactamente. Pero a fines del siglo XVIII, Ia burguesía, con las nuevas exigencias de Ia sociedad industrial, con una mayor subdivisión de Ia propiedad, ya no puede tolerar las ilegalidades populares. Busca nuevos métodos de coacción del individuo, de control, de encuadramiento y de vigilancia. Los reformadores de Ia Ilustración proponían una nueva economía penal, no Ia nueva tecnología que se necesitaba.
-¿En que tradición se hunden las raíces culturales de la prisión ?
-La forma prisión nace mucho antes de su introducción en el sistema penal. La encontramos en estado embrionario en toda Ia ciencia del cuerpo, de su “corrección”, de su aprendizaje, que se adquiría en las fabricas, las escuelas, los hospitales, los cuarteles.
“Pero respiran”, comentaba con irritación el gran duque Miguel cuando asistía a un desfile militar.
El nuevo ideal del poder pasa a ser Ia “ciudad apestada”, que es también Ia ciudad punitiva. Donde hay peste, hay cuarentena todo el mundo esta controlado, catalogado, encerrado, sometido a la regla. Para defender la vida y la seguridad de la colectividad, se otorga el derecho de matar a cualquiera que circule sin autorización, salvo algunos grupos de ínfima importancia, los individuos descritos por Manzoni, aquellos a quienes se asignan las tareas mas innobles, como el transporte de los cadáveres de los apestados. Bentham proporciona en 1791 la estructura arquitectónica de esta exigencia tecnológica, con su Panóptico.
-¿Que es el Panoptico ?
-Es un proyecto de construcción con una torre central que vigila toda una serie de celdas dispuestas en forma circular, a contraluz, en las cuales se encierra a los individuos. Desde el centro uno controla todas las cosas y todos los movimientos sin ser visto. El poder desaparece, ya no se representa, pero existe; incluso se diluye en la infinita multiplicidad de su mirada única.
Las prisiones modernas, y basta muchas de las mas recientes, calificadas de “modelo”, se basan en ese principio. Pero con su Panóptico Bentham no pensaba de manera específica en la prisión; su modelo podía utilizarse -y se utilizó- para cualquier estructura de la nueva sociedad. La policía, invención francesa que fascinó al punto a todos los gobiernos europeos, es la hermana gemela del Panóptico.
La fiscalidad moderna, los asilos psiquiátricos, los ficheros, los circuitos de televisión y tantas otras tecnologías que nos rodean son su aplicación concreta. Nuestra sociedad es mucho mas benthamiana que beccariana. Los lugares en los cuales existió la tradición de conocimientos que llevaron a la prisión muestran por que esta se asemeja a los cuarteles, los hospitales y las escuelas, y porque estos se asemejan a las prisiones.
-Pero la prisión fue criticada desde el principio. Se la definió como un fracaso penal, una fabrica de delincuentes.
-Lo cual, empero, no sirvió para destruirla. Después de un siglo y medio sigue en pie. Pero, por lo demás, ¿es de veras un fracaso? ¿No sera mas bien un éxito, y justamente por las mismas razones por las cuales se Ia acusa de fracasar? En realidad, Ia prisión es un éxito.
-¿Que éxito ?
La prisión crea y mantiene una sociedad de delincuentes, el medio, con sus reglas, su solidaridad, su marca moral de infamia. La existencia de esta minoría delictiva, lejos de ser Ia medida manifiesta de un fracaso, es muy importante para Ia estructura del poder de Ia clase dominante.
Su primera función es Ia de descalificar todos los actos ilegales que se agrupan bajo una común infamia moral. Antes no era así: en realidad, un buen numero de los actos ilegales cometidos por el pueblo se toleraba. Ahora eso ya no es posible: el delincuente, fruto de Ia estructura penal, es ante todo un criminal como cualquiera que infringe Ia ley, por Ia razón que sea. A continuación se crea una estructura intermedia de Ia que se vale Ia clase dominante para perpetrar sus ilegalidades: Ia constituyen, justamente, los delincuentes. El ejemplo mas patente es el de Ia explotación del sexo. Por un lado hay prohibiciones, escándalos y represiones en torno de Ia vida sexual; esto permite transformar Ia necesidad en “mercancía” sexual difícil y cara, y luego se Ia explota. Ninguna gran industria de ningún gran país industrializado puede rivalizar con Ia enorme rentabilidad del mercado de Ia prostitución. Esto es valido para el alcohol en Ia época de Ia prohibición; hoy, para Ia droga (véase el convenio turco-norteamericano para el cultivo de Ia adormidera) , para el contrabando de tabaco, de armas …
-¿Como se mantiene la vinculación con el poder?
-Esas enormes masas de dinero suben y suben hasta llegar a las grandes empresas financieras y políticas de Ia burguesía. En suma, se mantiene un tablero de ajedrez donde hay encaques peligrosos y otros que son seguros. En los peligrosos están siempre los delincuentes. Esa es Ia ligazón. Y llegamos al otro papel de Ia delincuencia: Ia complicidad con las estructuras policiales en el control de Ia sociedad. Un sistema de chantajes e intercambios en el cual los roles se confunden, como en un circulo. ¿Un informante es otra cosa que un policía delincuente o un delincuente policía? En Francia, Ia clamorosa figura símbolo de esta realidad es Vidocq, el famoso bandido que en determinado momento se convierte en jefe de Ia policía.
Los delincuentes tienen ademas otra excelente función en el mecanismo del poder: Ia clase en el poder se sirve de Ia amenaza de Ia criminalidad como una coartada continua para endurecer el control de Ia sociedad. La delincuencia da miedo, y ese miedo se cultiva. No por nada en cada momento de crisis social y económica se presencia un “recrudecimiento de Ia criminalidad” y el consiguiente llamado a un gobierno policial. Por el orden publico, se dice; en realidad, para poner freno sobre todo a Ia ilegalidad popular y obrera. En suma, Ia criminalidad funciona como una suerte de nacionalismo interno. Así como el temor al enemigo hace “amar” al ejercito, el miedo a los delincuentes hace “amar” el poder policial.
-Pero no la prisión. La prisión no consigue hacerse amar.
-Porque en los mecanismos modernos de la justicia criminal hay un fondo de suplicio que no se ha exorcizado por completo, aun cuando en nuestros días este cada vez mas incluido en Ia nueva penalidad de lo incorpóreo. La nueva penalidad, en efecto, en vez de castigar, corrige y cura. El juez se convierte en medico y viceversa. La sociedad de vigilancia quiere fundar su derecho en Ia ciencia; esto hace posible Ia “suavidad” de las penas o, mejor, de los “cuidados”, las “correcciones”, pero con ello se extiende su poder de control, de imposición de Ia “norma”. Se persigue al “diferente”. El delincuente no está fuera de la ley, pero se sitúa desde el comienzo en el centro mismo de los mecanismos en los cuales se pasa imperceptiblemente de Ia disciplina a Ia ley, de Ia desviación al delito, en una continuidad de instituciones que se pasan Ia pelota unas a otras: del orfelinato al correccional de menores y de ahí a Ia penitenciaría, de Ia ciudad obrera al hospital y de ahí a Ia prisión.

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