Entrevista a LUIGINO BRUNI por: ANTONELLA FERRUCCI - 11 AGOSTO 2017
LUIGINO BRUNI: Enseña
economía política en la Universidad Lumsa de Roma, después de trece años en la
Bicocca de Milán. Cada semana comenta algún libro bíblico en el diario
“Avvenire”. Personalidad poliédrica, es miembro del Movimiento de los Focolares
desde joven, y coordina el proyecto por una Economía de Comunión.-
[por Giulio Meazzini -
publicado en Città Nuova - nº 07/2017, julio 2017]
¿Quién es Luigino Bruni?
Soy esencialmente un
economista con vocación humanista. Desde siempre me he ocupado también de
historia, ética y filosofía.
En economía me
interesan sobre todo las ideas, pero éstas se presentan entrelazadas con todo
lo demás, como en la vida. Por eso, desde hace tiempo trabajo en temas como la
felicidad, el don, los ideales, las pasiones, los carismas y las organizaciones
con motivación ideal.
De vez en cuando
tenemos que ser capaces de volver a empezar en la vida.
Acabo de publicar un
pequeño libro en italiano titulado "La felicidad es demasiado poco"
(Pacini Editore): esto también se puede aplicar a la economía.
No podemos pensar que
la ciencia económica por sí sola sea suficiente para entender el mundo.
La vida es bella
porque guarda sorpresas. También en el trabajo.
¿La felicidad no es suficiente?
Viviendo entendemos
que hay otras cosas al menos tan importantes como la felicidad: la dignidad, la
verdad sobre uno mismo…
Hoy la felicidad,
entendida como placer, se ha convertido en la prioridad y por consiguiente…
somos infelices.
Los seres humanos
queremos más: dignidad, libertad, fidelidad, verdad.
Usted afirma que en la base del capitalismo hay una antropología
pesimista. ¿Qué futuro le espera a la economía?
En el siglo XX
teníamos dos modelos de economía. Había un modelo anglosajón, basado en una
antropología agustiniana, luterana y calvinista, que veía al ser humano
esencialmente orientado hacia la búsqueda de su propio interés personal y en el
que el bien común llegaba como efecto no intencionado (recordemos la “mano
invisible” de Smith).
Y había un segundo
modelo, el capitalismo de Italia, Francia, España y Portugal, católico y más
comunitario, que proponía una antropología más positiva, basada en las virtudes
y en el hombre social. Este modelo producía menos crecimiento pero más alegría
de vivir, mientras en el Norte se acumulaba riqueza y se desarrollaba el
capitalismo.
Ahora, con la
globalización, se ha importado también al Sur de Europa este estilo de
capitalismo más individualista y solitario, que está entristeciendo la manera
de concebir el trabajo y la sociedad misma.
En el mundo ha vencido
el capitalismo norteamericano y el Sur de Europa sufre las consecuencias.
¿Entonces?
En primer lugar,
debemos tomar conciencia, hablar de ello, porque cada país tiene una vocación
propia a la economía, un genius loci.
Con nuestros escasos
recursos, estamos tratando de desarrollar la Escuela de Economía Civil (SEC) y
otros laboratorios culturales en todo el mundo, sobre todo con jóvenes, pero no
debemos engañarnos pensando que el futuro será luminoso.
Usted ha sido uno de los fundadores de la EdC. ¿Está satisfecho
con el impacto que ha tenido en estos 25 años?
La EdC la fundó Chiara
Lubich, yo tenía 25 años. La idea que entonces tenía, de que en poco tiempo
cambiaríamos la economía mundial (junto con otros) no se ha realizado. Pero era
el trampolín necesario para iniciar un gran viaje. Hoy el movimiento de la EdC
camina junto al de la economía social y la economía civil, iniciativas menos
vinculadas al Movimiento de los Focolares, pero con las que comparte muchas de
sus ideas y categorías culturales. Hace 25 años las propuestas de la EdC
parecían raras o ingenuas. Hoy son muchos los que hablan de ellas, no solo en
la Iglesia católica. Es un proceso que sigue adelante de forma encubierta.
Ciertamente podríamos ser más incisivos en el mundo de la cultura, con más
diálogo, más red, más alianzas.
¿Y en el futuro?
En el mundo hay
lugares, como Brasil, algunos países de África, Argentina, los Balcanes,
Portugal o Filipinas, donde la EdC tiene una vida intensa y vigorosa, gracias a
una nueva generación de jóvenes que han tomado en sus manos el movimiento.
En Italia, en cambio,
aún no hemos conseguido realizar el necesario relevo generacional, aunque el
nacimiento de AIPEC ha supuesto un fuerte impulso. En julio se celebra también
la primera “Constituyente EdC-jóvenes”, en Loppiano.
¿Y desde el punto de vista cultural?
En estos años hemos
hecho investigación, junto con Zamagni, Becchetti, Gui, Smerilli, Pelligra,
Argiolas y muchos otros, en varios países del mundo. No creo que en Italia
exista otro grupo de economistas tan cohesionado y comprometido como este.
Hemos lanzado temas como la felicidad, la reciprocidad y los bienes
relacionales. En el futuro deberemos buscar una mayor mediación con los
sindicatos y las asociaciones empresariales. Pero sobre todo debemos relanzar
la dimensión profética.
La EdC no es solo
economía civil; está fuertemente ligada a la experiencia espiritual de la
fundación que le dio Chiara. Esto implica no olvidar a los pobres, estar más en
las periferias, en los lugares donde la vida y la economía renacen cada día.
¿Usted se siente profeta?
Depende de lo que
entendamos con esta palabra. Puesto que he encontrado un carisma y he recibido
una vocación de joven, en cierto sentido comparto la misión profética, porque
los carismas son la continuación de los profetas en el presente.
Para entender un
carisma como el de Chiara Lubich o don Giussani, no hay que pensar tanto en los
santos como en Isaías, Jeremías y Ezequiel.
La dimensión profética
atraviesa la humanidad entera y es fundamentalmente laica.
¿Qué hace un profeta?
Ve el mundo con una
mirada distinta, está habitado por una luz que le permite ver cosas que otros
no ven, siempre adoptando la perspectiva de los pobres y de los oprimidos. Así
pues, es crítico con los poderosos. De hecho, si no es un falso profeta,
siempre acaba mal: Isaías descuartizado, Juan Bautista decapitado. Al crear
dificultades a los poderosos, no es escuchado, es marginado.
Otra cosa típica de
los profetas es la lucha contra la idolatría. Los hombres son naturales
portadores de ídolos.
El primer ídolo es el
yo. El segundo es el dios hecho a imagen del hombre, lo contrario al Dios
bíblico.
El profeta vacía el
mundo de ídolos, lo libera de las ideologías, diciendo: esto no es Dios.
Después dice: a lo
mejor, si quieres, puedes escuchar una voz que habla en el mundo.
Los profetas son muy
valiosos, no solo los de la Biblia, sino también muchos contemporáneos
nuestros.
El mundo está lleno de
profecía y de profetas, pero no los reconocemos, nos parece gente estrambótica
o maniática.
Cito alguna frase de su libro “Elogio de la autosubversión”
(Città Nuova): «La motivación más grande no es el beneficio sino la
fraternidad».
Sí, la fraternidad y,
en general, nuestras grandes pasiones.
Las personas no
trabajan movidas solo por la ganancia, sino también para ser estimadas y
reconocidas por los demás y por ellas mismas.
La idea de que al ser
humano se le satisface simplemente prometiéndole algo, no funciona; estamos
hechos para el infinito. Hay estudios que demuestran que incluso aquellos que
piensan en las ganancias interpretan el dinero como un indicador de estima y de
éxito.
En el pasado a la
gente se le estimaba con muchos lenguajes; hoy la única forma es dar dinero.
Pero nosotros valemos más que el dinero. También el empresario, cuando
comienza, vive su trabajo con pasión: crear una empresa, obtener beneficios,
hablar con la gente que trabaja con él.
La capacidad de los
hombres para realizar acciones colectivas es impresionante. El empresario nace
así, pero después a veces se convierte en especulador, se entristece, se olvida
de la pasión que le hizo nacer. Debemos partir de una visión positiva del mundo
y de la economía y a partir de ahí ver los límites y corregirlos.
«Nuestros hijos solo pueden ser mejores que nosotros si les
damos la libertad de poder ser peores que nosotros y traicionar nuestros
sueños».
Cuando los padres, por
preocupación, no ponen a los hijos en condiciones de poder “traicionarles”, les
bloquean, no les dejan florecer, les hacen inseguros. Lo mismo puede decirse de
todas las relaciones humanas, también de la economía y los carismas.
En los movimientos hay
siempre temor a que la gente pueda “traicionar” el ideal genuino, pero esto
crea personas poco maduras, pequeñas, poco interesantes, porque no son libres
de crecer de manera distinta a la debida y por tanto de contradecir las
expectativas.
A veces tenemos una
visión moralista de los carismas, que bloquea a las personas dentro de una
ética del “deber ser” que mata el “poder llegar a ser” algo imprevisto y
sorprendente.
¿Las asociaciones (religiosas y de otro tipo) impiden la
maduración de las personas?
No necesariamente.
Pero no hay duda de que cuando un joven siente una vocación, está dispuesto a
todo; por lo general no piensa en su futuro, en su trabajo, en su vida.
Son sus responsables
quienes deben pensar en estas cosas: no deben permitirles llegar vacíos a los
50 años, después de haber consumido y agotado los recursos morales de su
juventud. No es fácil unir el desarrollo humano y profesional con la dimensión
religiosa de una persona.
El peligro está en que
los pertenecientes a movimientos carismáticos no superen nunca la adolescencia
espiritual. Debe haber un crecimiento humano junto al religioso.
«La crisis de los carismas es la falta de historias capaces de
movernos por dentro y juntos».
Las comunidades y los
movimientos nacen a partir de historias que convierten a miles de personas.
Pero después, en un momento determinado, empiezan a vivir del pasado, se
bloquean. Por ejemplo, cuando muere el fundador y dejan de ser capaces de
añadir nuevas historias a las viejas. Siempre se cuentan las historias de los
primeros tiempos y solo esas. Se vive de las rentas. El error consiste en
pensar que la única fuente de innovación está en el fundador. Sin embargo, cada
persona que llega una comunidad carismática recibe el mismo carisma del
fundador, lo lleva dentro desde siempre. Por tanto, hay que animarla a una
libertad creativa. Un movimiento permanece vivo si las personas saben repetir
los milagros de los primeros tiempos con nuevos hechos y nuevas palabras.
¿Qué le deparará el futuro a Luigino Bruni?
Mi gran pasión de
siempre es el carisma de la unidad. Pero lo que he entendido, con la vida, es
que ninguna persona puede ser contenida por una única realidad, porque hay una
dimensión de infinito dentro de cada uno de nosotros.
Hoy me gustaría ser
100% focolarino, pero al mismo tiempo también 100% ciudadano, 100% apasionado
por los carismas de otros, 100% economista, 100% pacifista, 100% profesor, 100%
comprometido contra la pobreza y el juego de azar.
Un peligro de los
grandes carismas es convertir a las personas en seres unidimensionales; así se
apagan. Por el contrario, deberíamos hacer que las personas crezcan en varias
dimensiones, que florezcan verdaderamente.
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