CULTURA //// 09.01.2022 [publicó: "Agencia Paco Urondo]
POR QUÉ
NO QUEREMOS ABURRIRNOS?
El ex filósofo Dani
Mundo reflexiona sobre este estado de ánimo:
"Si nuestra
sociedad lo quiere erradicar no es porque el aburrimiento sea molesto o
desagradable, como podríamos pensar ingenuamente; muy por el contrario, nos lo
quieren expropiar porque es muy peligroso".
Si nuestra sociedad
híper modernizada y cada vez más pueblerina combate realmente contra algo, es
contra el aburrimiento.
Un estado de ánimo
que, sin embargo, es fundamental para nuestra personalidad.
Todas las culturas
tuvieron una relación singular con él, la nuestra también: NADIE QUIERE
ABURRIRSE. Es más, pareciera que NADIE DEBE aburrirse. Por eso, justamente, nos
rodeamos de actividades y de apps entretenidas para evitar ese estado anímico
tan molesto, aburrirse.
¿Y qué sucede? Y sí,
sucede que chocamos una y otra y otra vez siempre contra el mismo abismo de
nada y terminamos aburriéndonos como locos —esto, en el mejor de los casos; en
el peor, terminamos gritándonos y peleándonos con la gente que amamos: hacemos
cualquier cosa con tal de no aburrirnos, hasta discutir por pavadas.
Ahora bien, si
nuestra sociedad lo quiere erradicar no es porque el aburrimiento sea molesto o
desagradable, como podríamos pensar ingenuamente; muy por el contrario, nos lo
quieren expropiar porque es muy peligroso.
¿Por qué? Porque
cuando uno está aburrido empiezan a desencadenarse fantasías y a florecer las
auténticas prácticas hedonistas, esas que tienen un 50 % de placer y un 50 % de
sufrimiento, de desasimiento, de autodestrucción.
El hedonismo no
puede reducirse a lo que nos gusta ni el placer a la satisfacción.
De hecho, la
satisfacción, llegado un momento, también nos aburre. ¿Quién puede tolerar
estar todo el santo día haciendo exactamente eso que le da un placer
exorbitante, sea lo que sea ese placer, desde comer milanesa con fritas hasta
masturbarse como un maníaco?
¡¿Quién?! Acá la
pregunta que se abre es si no será necesario llevar la manía hasta su límite y
transgredirlo, ir más allá del principio del placer, para entrar en un
auténtico aburrimiento antisocial, pero bueno, no puedo responderlo (me
acusarían de apología de la adicción).
Otra cosa, que no
por obvia hay que dar por sabida: en cuanto despunta una sensación agradable,
en cuanto algo del aburrimiento reconforta, en ese momento el aburrimiento
empieza a mutar en otra cosa.
Quiero que quede
claro que yo no estoy diciendo que el aburrimiento sea agradable o que genere
experiencias copadas.
Sin embargo,
aburrirse es la auténtica actividad cuyo fin no es otra cosa que su propia
concreción, el rasgo que Kant le otorgaba a la experiencia estética, hoy
absolutamente comercializada y arruinada por la sed de información y
conocimiento que tenemos.
No nos aburrimos
para algo, para conseguir esto o lo otro. No. Nos aburrimos porque justamente
no podemos instrumentalizar ninguna actividad, porque no podemos evitarlo.
En el aburrimiento
todo se nos deshace entre las manos.
Que el aburrimiento
sea un estado de ánimo fundamental no significa que sea envidiable o “bueno”
(hay que dejar de dividir a las cosas en buenas o malas, nos lo enseñó
Nietzsche hace más de un siglo).
Sin embargo, es
fundamental atravesarlo, experimentarlo, sentir el peso del tiempo, que las
horas no pasan, que no pasa nada.
¿Por qué? se
preguntará el lector atento. Porque es la vacuola de inutilidad que todavía el
capitalismo no encontró cómo explotar. Como no lo puede explotar a su favor,
intenta hacerlo desaparecer. Y está por lograrlo. Lo que pasa es que nos
aburrimos hasta mirando televisión o practicando sexo.
El controvertido
filósofo Martin Heidegger le dedicó un seminario en el año 1929. Es en esos
años de la República de Weimar y la cultura del cabaret que el aburrimiento se
volvió un problema social.
Por esos mismos
hiperinflacionarios tiempos Walter Benjamín escribió que el aburrimiento es el
nido de donde la imaginación toma vuelo. Cuando uno se aburre, empiezan a
aparecer prácticas anormales e ideas que se deshacen como pompas de jabón ni
bien nos ponemos a realizar alguna tarea, incluso cuando esa tarea sea escribir
o leer (actividades que, por absurdo que suene, gozan de buena prensa en
nuestra sociedad utilitarista: pocas cosas más inútiles que leer, salvo que se
lea como un filisteo buscando información para enriquecer el propio capital
cultural).
El aburrimiento está
antes de emprender una actividad (es el aburrimiento que la actividad deshace),
y está después, cuando la actividad termina. Siempre ahí, amenazando nuestro
principio de realidad. Desestabilizando nuestros hábitos. Incisivo. Molesto.
Pesado.
Soportar el
aburrimiento constituye, para mí, uno de los principios básicos de nuestra
humanidad.
Toda la industria
pesada del entretenimiento se propuso erradicarlo. El entretenimiento no solo
es una actividad necesaria para compensar nuestra entrega al trabajo y el
cansancio, se ha convertido directamente en una forma de vida, como nos lo
enseñó nuestro gran filósofo cordobés Héctor ‘Toto’ Schmucler.
Estar todo el tiempo
entretenidos significa estar todo el tiempo sirviendo al capital, colaborar en
nuestra propia continua explotación —creo que detesto más la palabra
entre-tenido que la palabra interesante, que desintegra, según la
interpretación de Hannah Arendt, una de las experiencias más importantes de nuestra
existencia, la del inter-esse, la de estar “en el medio de los
seres o las cosas”, es decir, en el mundo—.
Por eso, cuando las
madres de mis hijas se hacían eco de las quejas de las nenas porque éstas se
aburrían, yo les repetía que ojalá ocurriera eso de verdad. ¡Ojalá se
aburrieran! Aburrirse no solo es no tener nada que hacer.
En mi interpretación
falaz, aburrirse es el paso previo al éxtasis, es más, tal vez sea el mismísimo
Satori (悟り), esa (no) actividad que nos ilumina e ilumina todo nuestro entorno
y nos hace ser uno con el mundo.
No hay que olvidar
que la traducción literal de este concepto japonés es comprensión, que mantiene
una relación de tensión y antagonismo con otro concepto que usualmente se usa
como su sinónimo, el de entender: entender es una cuestión del entendimiento
mientras que la comprensión incluye nuestros afectos y nuestra imaginación.
Pero bueno, quizás
aquí yo ya estaría instrumentalizando al aburrimiento, lo que contradice todo
lo que vengo proponiendo.
Cuando las nenas me
decían: “Pa, me aburro”, la enorme mayoría de las veces jugábamos a algo, un
juego de mesa, un juego de naipes, incluso un tutti fruti, cualquier cosa para
suplantar esa sensación de nada que nos invade.
Pero a veces,
algunas veces, como un buen padre perverso que soy, les decía: “Y bueno chicas,
aburrirse es importante. Saber aburrirse les va a venir bien en la vida”.
Al rato las veía
hablar solas, o mejor dicho, charlar con sus amigos imaginarios sobre vaya a
saber qué. Estaban acunando una idea.
Al aburrimiento se
lo suele relacionar con el ocio griego (σχολή) y el otium romano,
lo cual está bien.
Solo que para estas
civilizaciones lo que nosotros consideramos aburrimiento tenía efectos muy
distintos: en ellas se lo buscaba, se lo trataba de atravesar como una
importante prueba existencial, mientras que en la nuestra se lo quiere
exorcizar y hacer desaparecer.
Por eso me parece
uno de los gestos más políticos que supo encarnan Andy Warhol (y Warhol tuvo
muchos gestos políticos) el que se la pasara diciendo que él era una persona
aburrida, y que tenía la facultad química de volver aburrida cualquier fiesta a
la que llegaba, incluso cuando esa fiesta estaba en su instante más pleno.
Decía que la gente,
que la estaba pasando bomba, lo veía a él, y ya empezaba a aburrirse, como si
su sola presencia bastara para demostrar que los que se estaban divirtiendo en
realidad deseaban aburrirse.
Cuando daba clases
en la facultad a la tardecita y un alumno "se me dormía" (ahora doy
clases a la mañana y es casi imposible que alguien se duerma: arrancamos a full
el día para que nos exploten; a la tarde llegamos vencidos), yo sentía como una
gratificación en eso. No me molestaba para nada, al contrario, pensaba que mis
grandes elucubraciones eran como un arrullo que aburría al pobre tipo que venía
de trabajar durante 8 horas, y lo llevaba al sueño, a ese reino donde nuestra
voluntad es subyugada y nuestras intenciones invertidas.
El aburrimiento
acarrea riesgos. Riesgos psíquicos y sociales. Como la cocaína, nos empuja
hacia aquellas actividades o cosas hacia las que estamos más predispuestos, y
que no necesariamente son buenas para la sociedad ni para uno mismo —al margen
de que nada o casi nada que sea bueno para reproducir esta sociedad o a uno
mismo va a ser algo que yo pueda defender.
Se trata de destruir
esta sociedad, no de encontrar los placebos para seguir soportándola.
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