JUSTICIA
Y PODER: ENTRE LA IDEOLOGÍA Y EL CONTROL IVÁN DEODATO GALINDO ARMAS*
*
Licenciado en Derecho y Filosofía. Egresado de la Maestría en Derecho
Constitucional de la Universidad de Guadalajara. Profesor en los departamentos
de Derecho, Estudios Políticos y Antropología del CUCSH-UdeG. Vínculos.
Sociología, análisis y opinión núm.10, enero - junio 2017 pp. 41 - 66, ISSN
2007-7688 Investigación Investigación 42
INTRODUCCIÓN
La
justicia está íntimamente ligada al desarrollo del poder. Podemos afirmar que
nuestro mundo no es justo porque históricamente la naturaleza del ejercicio del
poder no ha sido la búsqueda de la justicia y, sin embargo, todas nuestras
nociones de justicia están inmersas en la dinámica del poder.
A
lo largo de las siguientes páginas trataremos de brindar un panorama de cómo la
profunda incomprensión de esta dicotomía por parte distintas corrientes
políticas de diferente confesión ideológica, ha producido cambios en nuestra
moderna concepción de lo que es “justo”.
La
idea de justicia en el pensamiento político occidental está marcada por
concepciones filosóficas profundamente distintas.
Por
un lado, la tradición liberal que ha intentado racionalizar el poder a través
de mecanismos institucionales y jurídicos.
En
este sentido, el liberalismo es esencialmente una filosofía política que tiene
sus bases en la libertad individual.
Por
otro lado, el socialismo, en todas sus vertientes, ha considerado siempre que
las instituciones creadas por el liberalismo carecen de la capacidad de
transformar realmente las condiciones materiales de la clase trabajadora, y que
dichas instituciones solo han servido históricamente para sostener los
privilegios de las clases en el poder.
Desde
este punto de vista, todos los socialismos son ideologías populares y de masas
que privilegian el sentido de lo colectivo por sobre cualquier forma de
individualismo.
Lo
anterior es de suma importancia para nuestra reflexión, porque son precisamente
esas diferencias en las concepciones de la naturaleza humana, las que han
determinado históricamente el acercamiento a los conceptos de poder y justicia
que han sostenido estas dos maneras de entender la vida política.
El
presente trabajo no pretende otra cosa, sino ser un breve esbozo de cómo tanto
el liberalismo como el socialismo han fallado en Justicia y poder: entre la
ideología y el control crear sociedades más justas porque han fallado en la
tarea esencial de controlar y regular el poder en cualquiera de sus
manifestaciones más comunes, político (funcionarios públicos, militares),
económico (empresarios, financieros, medios de comunicación), o sociales
(crimen organizado, para-militares), etc…
De
diferentes maneras y por distintos caminos, pero siempre con los mismos
resultados: la imposibilidad de encontrar una manera permanente de regular las
abruptas irrupciones y excesos del poder, ya sea público o privado.
JUSTICIA
Y PODER: EL PROBLEMA CONCEPTUAL LA JUSTICIA
Definir
lo justo es una de las cuestiones más debatidas de toda la historia del
pensamiento político, por el simple hecho de que la naturaleza misma de la
pregunta que se hace al plantear lo “justo”, es profundamente compleja ya que
implica dos problemas metodológicos difícilmente abordables.
Por
un lado, definir qué es la justicia más allá de valores sujetos a la tradición,
a la cultura o a la temporalidad, es decir trascendentales; por el otro,
definir los mecanismos, procedimientos, estrategias para alcanzar dichos fines
y que estos se puedan convertir en realidades sociales concretas de las que la
gente pueda hacer uso en la vida práctica.
El
planteamiento por la idea misma de la justicia ha recorrido ya un largo camino
en la historia de la filosofía política (cuya indagación no es objeto del
presente escrito).
La
justicia históricamente ha jugado ante todo el papel de un valor ligado
directamente a la moral, la justicia ha sido, desde entonces, un dilema ético.
Sin
embargo, con el ascenso de las democracias contemporáneas, la justicia ha
desarrollado una vertiente distinta, pues se ha convertido, además, en un valor
político autónomo y esencial.
Como
podemos darnos cuenta, hablar sobre justicia significa atravesar no solamente
diferentes tradiciones de pensamiento sino también de disciplinas.
Desde
la religión, por ejemplo, la justicia es una equiparación de valores asociados
a la trascendencia espiritual de una determinada confesión teológica.
Lo
justo, en este caso, es valor ligado a la equidad y reciprocidad, no solo de
los bienes y sino también de las acciones del espíritu.
Esta
es, por supuesto, una definición vinculada estrechamente con la tradición y las
costumbres de cada pueblo.
A
pesar de lo rudimentarias, imprácticas e irracionales que resultaran estas
nociones de justicia, es probable que la noción misma de lo que es “justo” haya
nacido de un sistema religioso, es decir, de un sistema elaborado de creencias
en las que los hombres pueden aspirar a una forma común de convivencia donde
las arbitrariedades de la vida en comunidad puedan ser objeto de castigo y los
hombres justos merecedores de premio y gratitud.
Pensemos,
por ejemplo, en la influencia del cristianismo y el catolicismo en las
sociedades occidentales, no solamente en el sentido estrictamente ético y
moral, sino en el desarrollo mismo de sus instituciones jurídicas más
elementales, tanto civiles (matrimonio) como penales (castigo al robo,
homicidio)
Un
claro ejemplo de estas formas irracionales de justicia tradicional, es la
antigua institución de la Ordalía o Juicio de Dios, practicada por la mayor
parte de las culturas del mundo, y que tuvo vigencia hasta la Edad Media en
Europa e incluso aún hoy pueden encontrarse vestigios en algunos pueblos
beduinos de Medio Oriente.
En
general, consistía en un procedimiento en el que la inocencia de los acusados
era probada por medios rituales o mágicos, la mayoría de ellos relacionados con
tortura y flagelación.
En
la tercera parte de su obra “La Verdad y las Formas Jurídicas” Michael Foucault
nos habla de estos procedimientos:
“…estas
confrontaciones del individuo y su cuerpo con los elementos naturales son una
trasposición simbólica cuya semántica debería ser estudiada sobre la base de la
lucha de los individuos entre sí. En realidad, se trata siempre de una batalla
para saber quién es el más fuerte: en el viejo Derecho Germánico, el proceso es
sólo una continuación reglamentada, ritualizada, de la guerra.” (Foucault,
1992: 29)
Justicia
y poder: entre la ideología y el control y que a su vez tuvieron su origen en
las antiguas tradiciones de los pueblos en Mesopotamia.
Desde
la filosofía, por otro lado, la pregunta por lo justo está relacionada con los
fines y orígenes de las acciones humanas, es decir, ¿qué es hacer lo correcto y
como un hombre puede llegar a ser justo en sus acciones?
Desde
el pensamiento greco-latino de Sócrates a Platón y Aristóteles a Aurelio,
Seneca y Cicerón, pasando por el racionalismo teológico de la escolástica en
Agustín y Aquino, hasta la aparición de los trabajos éticos en Kant y también
en pensadores modernos como Rawls, Nozick y Habermas, la pregunta por la
justicia ha sido parte central de su obra, cuyo trabajo ha contribuido para
fundar la ética no sólo como una discusión acerca de la moral y sus fines, sino
como una ciencia racional de la acción.
Para
la teoría social y económica, en cambio, la justicia es un problema por
resolver. Podemos encontrar una línea de pensamiento que analiza la justicia
desde un enfoque fundamentalmente comparativo entre las estructuras sociales y
económicas que rigen determinada sociedad y los resultados observados en las
mismas.
Esta
línea de pensamiento incluye a autores tan dispares como Adam Smith, Condorcet,
Bentham, Marx y John Stuart Mill.
Del
análisis comparativo de estos autores surge una preocupación común: ¿cómo
reducir la injusticia observada?
En
muchos sentidos, para la teoría social y económica, la justicia no es un
concepto que necesite ser problematizado (como lo es para la filosofía) porque
es un hecho social concreto, visible y que experimentamos todos los días,
ilustrado por las palabras de Amartya Sen “lo que nos mueve, con razón suficiente,
no es la percepción de que el mundo no es justo del todo, lo cual pocos
esperamos, sino que hay injusticias claramente remediables en nuestro entorno
que quisiéramos suprimir” (Sen, 2010: 11).
Para
el derecho y la ciencia política, la justicia es, sobre todo, procedimental,
pero en distinto sentido.
Para
la ciencia política en general, la justicia es un valor político
intrínsecamente ligado con la acción misma de la política como función
sistémica, esto es, una política pública funcional exitosa genera por sí misma
justicia.
Aclaremos
un poco este punto: no es que estemos afirmando que la ciencia política dé por
sentada la justicia en todos sus actos, sino que no necesita lidiar con ella
porque forma parte del conjunto del canon democrático.
La
democracia como ideal, en el fondo, es aquella que pretende que nuestra vida
social (y por lo tanto la vida política) pueda organizarse de manera tal que en
ella sean posibles la libertad y la justicia.
En
la medida en que la justicia y la libertad sean reales y estén vigentes dentro
de una sociedad, a esta se le podrá denominar democrática y viceversa.
Es
decir, que la justicia va contenida en la idea misma de la constitución del
sistema democrático, una idea que politólogos como Giovanni Sartori han
defendido en muchas ocasiones.
Hablamos
aquí, claro está, de la política como ciencia social y no como las prácticas
propias de la dinámica del poder.
Por
otra parte, si hay alguna disciplina a la que históricamente se le ha exigido
proporcionar una definición de la justicia es precisamente al derecho y con
razón.
La
justicia es la esencia misma de la ley y de toda forma de discurso normativo.
Para el derecho es pues, una necesidad ontológica.
Por
eso es que tanto la filosofía del derecho como la ciencia jurídica han
intentado dar una respuesta al problema de la justicia.
Es
así que, primero desde el Iusnaturalismo, y después a través del
Iuspositivismo, los juristas a lo largo del tiempo han querido indagar sobre la
naturaleza de la justicia.
Para
el Iusnaturalismo, la justicia es inherente y trascendental al orden jurídico,
es decir, no solamente es la base de toda forma de derecho en una organización
humana, sino que al mismo tiempo la justicia y el derecho natural, trascienden
a esa comunidad.
Así,
el hombre es creado semejante a Dios y posee derechos y obligaciones más allá
de las instituciones creadas por los seres humanos; una idea especialmente
difundida [Justicia y poder: entre la ideología y el control 47] por el
cristianismo y los padres de la iglesia de occidente, Agustín y Aquino
principalmente.
A
pesar de esto, una vez transcurrida la ilustración y con la llegada de juristas
como Puffendorf, Grocio, Wolf y el propio Kant, estas ideas, una vez
secularizadas y alejadas del pensamiento religioso, sentarían las bases para lo
que hoy conocemos como derechos humanos o fundamentales, que en años recientes
han cobrado una importancia trascendental en el desarrollo y diseño de nuestros
sistemas de justicia.
Sin
embargo, para el derecho moderno, la justicia es ante todo un procedimiento.
No
sería sino hasta finales del siglo xix y comienzos del siglo xx cuando los
Iuspositivistas comenzarían a derrumbar el edificio del naturalismo jurídico,
considerándolo una doctrina anticientífica, ligada a la tradición y que
erróneamente confundía e identificaba al derecho con la moral.
A
este respecto son demoledoras las palabras que Hans Kelsen escribiría al
respecto:
"La
justicia es un ideal irracional.
"Por
indispensable que sea desde el punto de vista de las voliciones y de los actos
humanos, no es accesible al conocimiento.
"Considerada
la cuestión desde el punto de vista del conocimiento racional, solo existen
intereses y, por ende, conflictos de intereses.
"La
solución de tales conflictos solo puede lograrse por un orden que o bien
satisface uno de los intereses en perjuicio del otro, o bien trata de establecer
una transacción entre los puestos.
"El
que solo uno de esos dos órdenes sea ‘justo’ es algo que no puede establecerse
por un conocimiento racional.
"El
conocimiento solo puede revelar la existencia de un orden positivo, evidenciada
por una serie de actos objetivamente determinables.
"Tal
orden es el derecho positivo.
"Solo
este puede ser objeto de la ciencia (Kelsen, 2010: 15)."
De
esta manera el jurista alemán nos dice dos cosas esenciales para comprender el
concepto de justicia.
En
primer lugar, que lo que es “justo” no es determinable por la razón y, en
segundo lugar, que solo el orden positivo, es decir, las leyes escritas,
pactadas por el hombre [Investigación 48] y respaldadas por un Estado de
Derecho pueden ser objeto de la ciencia jurídica verdadera.
Afortunadamente
el derecho moderno a través del Iusconstitucionalismo, también llamado
Constitucionalismo de los Derechos, y sobre todo en la obra de autores como
Luigi Ferrajoli, Robert Alexy y Ronald Dworkin, ha encontrado la manera de
emparentar las dos tradiciones anteriores y sentar las bases para desarrollar
el constitucionalismo del futuro.
Para
los fines de este trabajo, es en estas dos posturas acerca de la justicia en la
que habremos de enfocar nuestro análisis, la justicia como problema a resolver
en la teoría social y económica, por una parte, y la justicia como
procedimiento desde la ciencia política y el derecho, por la otra.
EL
PODER
El
poder es un problema teóricamente autónomo, y quizá sea el único problema
realmente trascendental de la filosofía política y el derecho.
La
conciencia del poder dentro de nuestras sociedades es muy antigua.
El
poder es una capacidad de acción sobre la voluntad de otros. Es por eso que a
lo largo del tiempo ha sido un término utilizado indiscriminadamente en el
discurso político para las más diversas causas.
A
veces como exaltación de la fuerza, pero también como demonización de los que
ejercen el gobierno.
En
la vida de la práctica política real, podemos decir que la sacralización del
poder, es decir, ese dogma de autoridad conduce directamente al totalitarismo,
a una sociedad regulada por estrictos controles políticos, económicos
Utilizamos
aquí el término Iusconstitucionalismo en su sentido más amplio, para referirnos
al conjunto de avances teóricos en materia jurídica y constitucional que, a
partir de la década de 1980, ha venido modificando los paradigmas del Estado
Constitucional, que tienen como base la argumentación, el garantismo y la
ponderación e interpretación de los derechos humanos y que plantean un nuevo
sistema jurídico y una nueva teoría del derecho. [Justicia y poder: entre la
ideología y el control 49 y sociales.]
A
su vez, desde el otro extremo del espectro político, la demonización del
ejercicio del poder conduce al anarquismo político, a la negación absoluta del
poder, una concepción social que supone crear relaciones e interacciones
políticas y económicas ausentes de vínculos con toda noción de poderes y
jerarquías.
Y
finalmente, encontramos una vertiente intermedia, aquella que ha tratado de
racionalizar el poder para institucionalizarlo, esta es por supuesto la
democracia contemporánea, con resultados complejos y diversos.
Si
nos remontamos en la historia del pensamiento político podremos encontrar
ejemplos sobre la polémica relación del poder.
La
síntesis primera corresponde a Aristóteles para el que todos los gobiernos, sin
excepción, no son sino la corrupción de la constitución perfecta.
Las
grandes reelaboraciones del poder, que han condicionado nuestra forma de
entenderlo, sin embargo, son bastante más cercanas a nuestro tiempo, Maquiavelo
y Hobbes, en el terreno de la exaltación del poder y Rousseau desde la
perspectiva contraria; la búsqueda liberal de Locke y Montesquieu por la
racionalización del poder.
Más
adelante, otras expresiones más radicales en cuanto a la relación del poder se
alcanzarían en el Siglo XIX con Marx en un extremo y Proudhon en el punto
opuesto.
En
un texto que es ya un clásico del tema, el jurista mexicano Diego Valadés nos
explica:
"[…
] lo que en el fondo se agita es la preocupación secular por evitar los excesos
del poder, bajo cuyos efectos ha vivido la humanidad durante la mayor parte de
su historia.
"Ahora
bien, independientemente de las expresiones que se utilicen, y de las
contradicciones semánticas que suponga, separar los poderes o controlar el
poder es una necesidad para la subsistencia de la libertad.
"Tanto
mayor sea la órbita de influencia del poder, tanto más restringida será la de
las libertades individual y colectiva, y viceversa [(Valadés, 1998: 2).
Investigación 50]
El
poder posee distintas y variadas formas de manifestarse.
En
primer lugar, como lo pensaron Maquiavelo y Hobbes, el poder es una lucha por
obtenerlo, que se manifiesta en la práctica real de la política como forma de
dominación y que casi siempre adopta tintes egoístas.
En
segundo lugar, se encuentra la concepción de la lucha contra el poder, que no
debemos confundir con la anterior.
La
lucha contra el poder a veces es legítima y otras veces no, pues supone una
oposición real a un poder establecido, ya sea con el fin de modificar su
estructura, como por ejemplo las luchas obreras sindicales de principios del
siglo xx por mejoras en condiciones de trabajo; o bien la sustitución de un
poder por otro mediante el desplazamiento violento, pensemos en los
levantamientos armados que precedieron a todas las revoluciones modernas.
Pero
no todas las manifestaciones de la lucha contra el poder poseen un carácter
revolucionario o de resarcimiento, también, en una esfera completamente
distinta se da una situación contraria, en el que desde el ámbito privado se
plantea la disolución de un poder como puede ser la economía planificada por el
Estado, para dividirlo y fraccionarlo, convirtiéndolo en una especie de
plutocracia en manos de grupos que lo ejercen al margen de cualquier tipo de
control y amparados en argumentos de la eficacia del mercado, por dar solo un
ejemplo.
Y,
por último, la lucha en el poder, esto es, la lucha que se da entre las fuerzas
políticas que integran el Estado características de los sistemas
representativos que, pese a no carecer de errores y paradojas propias del
proceso democrático, no pretenden destruir al poder establecido sino más bien
reorganizarse dentro del mismo. [Justicia y poder: entre la ideología y el
control 51]
LAS
DOS APORÍAS POLÍTICAS - EL ACERCAMIENTO LIBERAL DEMOCRÁTICO. - LA CONSTITUCIÓN
COMO LÍMITE AL PODER POLÍTICO Y LA SOCIEDAD ABIERTA
Hablar
de la larga y rica historia de la tradición del liberalismo político sería
imposible de plasmar en estas páginas, y por demás, exceden el motivo de este
breve trabajo.
Sin
embargo, trataremos de hacer un esbozo muy general sobre esta doctrina política
y su relación con el poder y la justicia.
Para
empezar, diremos que el liberalismo es una manera de entender la política que
piensa la naturaleza humana no como buena o mala, sino que considera a los
seres humanos sujetos del libre albedrío.
Esta
primera condición del liberalismo, es la que fundamenta toda forma de libertad
en sociedad.
Una
sociedad liberal es pues, primero y, antes que nada, una sociedad abierta, una
sociedad de libertades.
Sobre
las cualidades de esa libertad se encargaría de hablarnos, ya en el siglo xx,
Isaiah Berlin.
Cuando
en los siglos xvii y xviii Locke y Montesquieu, pensaron en el diseño de un
sistema político para el futuro, primero intentaron analizar cuáles eran los
defectos del pasado.
El
problema de la monarquía consistía en el hecho de que estaba constituida por
una forma de poder omnipresente y cuyas decisiones no estaban sujetas a ningún
tipo de restricción, aunado al hecho de que la población a la que gobernaba no
tenía ninguna participación en las decisiones del Estado.
Los
gobiernos monárquicos tenían un defecto fundacional que presagiaba su caída,
como finalmente sucedería a finales de ese siglo. El problema central para
estos autores era, antes que nada, el control del poder.
Dado
que el poder parecía formar parte integral y ser natural a toda sociedad
humana, decidieron que la única manera de asegurar sociedades más justas, era
precisamente fragmentar el poder, es por eso que en su obra trataron de diseñar
un sistema de pesos y contrapesos (ejecutivo, legislativo, judicial) además de
plantear un cuerpo de derechos y libertades básicas que el Estado debería
asegurar.
Podemos
llamar a esto, la doctrina del liberalismo político clásico, fundada en una
constitución general y en un gobierno representativo.
Una
obra intelectual que Tocqueville, Hamilton y Madison terminarían.
Pero
no sólo fue la política lo que se transformó desde sus raíces por el
pensamiento liberal, el pensamiento económico también sufrió una inmensa
revolución.
Un
fenómeno esencial y sin el cual las revoluciones que trajo consigo el
liberalismo no hubiesen surgido fue, sin duda, el ascenso de la burguesía
mercantil.
Veámoslo
de esta manera, la monarquía había nacido siglos atrás producto de la economía
feudal, que era rígida, territorial y sujeta a los caprichos de la clase
terrateniente.
Las
revoluciones que fundaron el Estado moderno fueron posibles gracias a que una
clase mercantil en auge comenzó a darse cuenta que la monarquía y sus disputas
políticas no eran lo mejor para sus operaciones y negocios que, tras el
descubrimiento y conquista de nuevos territorios, estaban en plena expansión.
Fruto
de esta nueva manera de entender la economía son las obras de Adam Smith, David
Ricardo, Thomas Malthus y Frederic Bastiat, entre otros.
A
partir de entonces, la economía liberal tiene sus bases en el mercado, la libre
empresa y la propiedad privada.
Esto
último sigue siendo hasta nuestros días uno de los puntos más debatidos del
pensamiento liberal.
El
sistema político que surgió de las revoluciones de finales del siglo xvii ha
sufrido una inmensa cantidad de transformaciones y adaptaciones.
Como
vemos, toda la arquitectura normativa que hemos creado a lo largo de estos
siglos de constitucionalismo no han sido sino la historia del intento por
controlar al poder, por racionalizarlo y burocratizarlo, como claramente
observo Max Weber en su obra. [3 Véase: Sociología del poder. Los tipos de
dominación, Max Weber, Alianza. 2007. Justicia y poder: entre la ideología y el
control 53]
Por
lo demás, toda la historia del Estado de derecho puede ser leída como la
historia de una progresiva minimización del poder unipersonal por la vía de la
regulación jurídica.
En
este contexto, el término constitución denota ya no una organización política
cualquiera, sino una organización política liberal.
La
constitución es el eje central del control del poder público en el Estado
liberal.
De
esta forma, no todo Estado está provisto de una constitución, pero en cambio el
Estado liberal es un Estado constitucional y viceversa.
En
este sentido: Un Estado puede llamarse constitucional, si, y solo si, satisface
dos condiciones (disyuntivamente necesarias y conjuntivamente suficientes):
a)
por un lado, que estén garantizados los derechos de los ciudadanos en sus
relaciones con el Estado;
b)
por otro, que los poderes del Estado estén divididos y separados (o sea, que se
ejerzan por órganos diversos) (Guastini, 2007: 17).
La
justicia liberal es pues, la justicia de los procedimientos que son resueltos a
través del orden jurídico.
El
liberalismo propugna ante todo por un gobierno de leyes claras y emanadas del
derecho positivo y es, antes que nada, un sistema político diseñado
específicamente para regular el poder.
EL
ACERCAMIENTO SOCIAL. LA ETERNA DIVERGENCIA, LA REVOLUCIÓN QUE NO TERMINA
Si
el liberalismo propugna por el gobierno de las leyes, el socialismo impulsara
una antigua idea dentro de la filosofía política, el gobierno de los hombres.
El
socialismo, contrario al liberalismo, es una vuelta a la comunidad, al acuerdo
surgido de la convivencia en comunidad.
Es
una búsqueda del origen primordial y como ninguna otra corriente política
pretende la justicia entendida esta como igualdad de condiciones sociales y
materiales para el desarrollo.
Toda
forma de socialismo es en el fondo una lucha por encontrar una forma de orden
social que supere las limitaciones de la democracia y la justicia
procedimental.
Los
vestigios del socialismo pueden encontrarse en mayor o menor medida, a lo largo
de la historia del pensamiento occidental, está presente en la obra de los
clásicos de la antigüedad, en las doctrinas cristianas y en los filósofos
escolásticos, en Tomas Moro, Campanella y Münzer, así como en Morelly y Fourier
hasta los escritos de Rousseau y Saint-Simon, así como de tantos otros
pensadores humanistas.
Pero
no fue sino hasta el siglo xix que el socialismo se convirtió en una necesaria
y verdadera interpretación coherente de la realidad.
Para
cuando los primeros escritos de Marx salieron a la luz ya promediaba el medio
siglo. Para entonces el liberalismo ya tenía más de ciento cincuenta años como
teoría política y por lo menos setenta como ejercicio real del poder después de
las revoluciones de finales del siglo anterior.
La
decadencia de la democracia liberal de aquellos años, había generado un
despertar en la conciencia de toda una generación de pensadores cuya idea de
justicia no era ya la que ofrecía el liberalismo como libertad abstracta, sino
la igualdad como eje central de toda forma de organización futura privilegiando
ante todo la abolición de la propiedad privada, que solo era posible realizar
en el Estado refundado por los trabajadores, para Marx, o en la disolución
absoluta del mismo, para Proudhon.
Tanto
el socialismo científico como el anarquismo comparten una idea de la vuelta a
la comunidad y una noción singular de la naturaleza humana.
Si
antes dijimos que el liberalismo se fundaba en la libertad individual y el libre
albedrio, los socialismos creerán con Rousseau, en la bondad inherente de los
seres humanos, y que son los condicionamientos sociales que la historia ha
creado y es el Estado ya sea monárquico o liberal, el que los hace diferentes y
por tanto corruptos y desiguales.
En
cambio, la relación de los socialismos con el poder, es muy diferente.
Mientras
que el anarquismo pretende la aniquilación del Estado como forma de poder, el
socialismo marxista fue siempre un intento por modificar la estructura del poder
en el Estado liberal y, sobre todo, una postura en contra de la justicia
procedimental representada por el orden jurídico: Es evidente que el marxismo
no tiene una doctrina constructiva de los derechos.
Al
contrario, tiene una doctrina dirigida a desmitificar las concepciones de los
derechos ajenas y demostrar que están al servicio de un determinado sistema de
organización social.
Ya
en los textos canónicos, como La Cuestión Judía, de 1844, y el parágrafo II del
Manifiesto del Partido Comunista, aparece claro que los derechos del hombre son
en realidad derechos del burgués, y que, mientras con la supresión de las
clases no surja una asociación general en la que el libre desarrollo de cada
uno sea la condición para el libre desarrollo de los demás, el derecho y los
derechos no podrán ser otra cosa que elementos secundarios de la lucha de
clases (Zagrebelsky, 2009: 77).
Quizá
el mayor problema del marxismo resulta en la casi nula explicación de los pasos
a seguir tras el proceso revolucionario, es decir, Marx formuló a través de sus
escritos el diagnostico de nuestro mundo, buscó crear una doctrina política
basada en la equidad y la justicia social, pero muy poco se ocupó del problema
del poder.
Para
Marx, el poder era algo que había que destruir por la violencia como único
recurso viable, pero muy poco habría de decirnos acerca de qué hacer con el
poder una vez obtenido.
Una
deficiencia teórica que sus seguidores se encargarían de rellenar con
resultados en su mayoría, por decirlo menos, desafortunados.
En
México, Octavio Paz dijo alguna vez:
"El
liberalismo es una crítica del orden antiguo y un proyecto de pacto social.
"No
es una religión, sino una ideología utópica; no consuela, combate; sustituye la
noción del más allá por la de un futuro terrestre.
"Afirma
al hombre, pero ignora una mitad del hombre: ésa que se expresa en los mitos,
la comunión, el festín, el sueño, el erotismo.
"La
Reforma es, ante todo, una negación y en ella reside su grandeza. Pero lo que
afirmaba esa negación -los principios del liberalismo europeo- eran ideas de
una hermosura precisa, estéril y, a la postre, vacía.
"La
geometría no sustituye a los mitos (Paz, 1994: 139-140).
A
lo largo de sus escritos políticos, Paz fue desarrollando la idea de que el
socialismo del siglo XIX había nacido como resultado de la estructura vacía del
liberalismo occidental.
De
alguna manera, los valores del liberalismo clásico ofrecían una manera de
organizarse, un conjunto de reglas administrativas y una forma para transmitir
el poder.
Pero
que por sobre todas las cosas, no ofrecían a la gente común una razón
trascendental para vivir, no ofrecían como el socialismo, una mitología a la
cual apegarse.
LA
PRÁCTICA POLÍTICA REAL: EL FRACASO POR CONTROLAR EL PODER
En
nuestro país, es difícil afirmar que el liberalismo ha existido realmente,
podemos encontrar, si acaso, la simulación tardía de un liberalismo forzado.
Nuestra
herencia colonial despótica no permitió que nuestra revolución de independencia
floreciera y diera frutos a largo plazo.
La
monarquía española se caracterizó siempre por ser una de las menos progresistas
de Europa, en cambio sí fue, una de las más tradicionales y religiosas.
Las
revoluciones del siglo xix mexicano pretendieron ser la negación del orden
colonial, aquel orden dividido en castas, clases y fueros, para fundar una
identidad nacional.
Lo
que realmente ocurrió es que, durante todo un siglo de guerra, la pugna entre
liberales y conservadores dejó sin efectos reales todos los documentos
normativos de esa época, especialmente la Constitución de 1857 promulgada por
Juárez y que fue la culminación de muchos principios liberales abanderados por
José María Iglesias y Otero, por mencionar solo algunos.
A
la guerra solo puso fin la dictadura porfirista, la cual terminó canonizando a
los liberales en el discurso y enterrando la Constitución liberal en la
práctica.
Por
su parte, la Revolución en su inmensa complejidad, es una paradoja en sí misma.
Ideológicamente
va desde el anarquismo comunitario e indigenista de los Hermanos Magón y
Emiliano Zapata, pasando por el liberalismo democrático y redentor de Francisco
I. Madero, hasta el liberalismo decimonónico de Carranza.
Finalmente,
la única ideología triunfante de la Revolución Mexicana fue el llamado
“nacionalismo revolucionario”, una especie de doctrina política pragmática,
algo vacía y confusa, que abrevaba del liberalismo del siglo xix y de ciertas
posturas sociales, sin ser ninguna de las dos cosas y que al final dio origen y
sustento al pnr, después al prm y finalmente al PRI durante las muchas décadas
en las que esa fuerza política de Estado acaparó y monopolizó el acceso a la
vida política en México.
Por
último, la difícil y al parecer interminable transición democrática a partir
del año 2000 en la presidencia de la república ha creado una parálisis
institucional producto de la incomprensión de los mecanismos democráticos para
controlar al poder.
Sobre
el complejo proceso de construcción del sistema político mexicano en siglo XX,
son ya clásicas las aproximaciones sobre el tema que tanto Daniel Cosío
Villegas como Arnaldo Córdova, trataron en sus obras. Asimismo, las “Historia
de la Revolución Mexicana” y “Los Grandes Problemas de México” publicadas por
el Colegio de México, obras monumentales en su extensión, ofrecen uno de los
mosaicos más amplios y una de las exploraciones históricas más ambiciosas por
comprender la construcción de la vida política, económica y social de México. [Investigación
58 Del fracaso del liberalismo5]
La
tragedia el liberalismo contemporáneo a nivel mundial es muy grave, porque
salvo algunas excepciones históricas, es la ideología política dominante y, sin
embargo, la confianza mundial en la democracia representativa es cada día
menor.
La
corrupción de la clase política y las limitaciones propias del sistema
democrático, tienen por supuesto, una gran parte de la responsabilidad.
El
fracaso en controlar el poder de parte de la ideología liberal, tiene dos
aristas, una económica y otra política.
El
primer fracaso en controlar el poder por parte del liberalismo es económico,
como teoría y práctica política ha fallado en crear bienestar y justicia social
accesibles para las mayorías.
Peor
aún, a partir de la década de 1980 y con la adopción de una serie de políticas
económicas de libre mercado expansionistas y de no intervención estatal
implementadas de manera global, el liberalismo ha sido tomado por asalto.
Desde
entonces, la palabra “liberal” está unida a la de “mercado”.
Los
resultados de la aplicación de estas políticas económicas han sido muy
diversos, sin embargo, gran parte de especialistas y organismos internacionales,
han dado cuenta de que nuestras sociedades son más desiguales que hace algunas
décadas.
La
progresiva pero incesante erosión de los sindicatos y el Estado de bienestar
que por mucho tiempo sirvieron de contrapeso, por un lado, y el flujo sin
regulación de los mercados de capitales por el otro.-
En
cuanto a la diferenciación entre liberalismos y socialismos, seguimos aquí el
razonamiento de Norberto Bobbio en su obra Derecha e Izquierda (1995):
“Los
dos conceptos derecha e izquierda, no son conceptos absolutos. Son conceptos
relativos. No son conceptos sustantivos y ontológicos. No son calidades
intrínsecas del universo político.
"Son
lugares del espacio político. Representan una determinada topología política,
que no tiene nada que ver con la ontología política.
"No
se es de derecha o de izquierda, en el mismo sentido que se dice que se es
comunista o liberal o católico. Derecha e izquierda pueden designar diferentes
contenidos según los tiempos y las situaciones”. [(Bobbio, 1995: 125) Justicia
y poder: entre la ideología y el control 59 otro], parecen ser parte esencial
del problema.
La
crisis financiera de 2008 es un claro ejemplo de esto, tal como lo señala
Joseph Stiglitz:
"Durante
esta crisis… los países industriales avanzados han subvencionado masivamente a
sus empresas, empezando por las financieras...
"La
realidad es que tanto en los Estados Unidos como en Europa occidental se ha
hecho saber a las grandes empresas que, si tienen problemas, los poderes
públicos las salvarán; o que, al menos, procurarán acudir a socorrerlas.
"Ello
ha fortalecido la inclinación de esas empresas a asumir grandes riesgos, porque
si los asumen y pierden serán los contribuyentes quienes pagarán las pérdidas;
pero, si ganan, los beneficios serán para ellas.
"Así
se ha destruido, y para años, el terreno de juego neutral del que hablábamos
antes, y hemos de reconocer que el régimen anterior de comercio e inversión se
ha visto alterado —deliberadamente o no— de una manera fundamental (Stiglitz,
2009: 3).6
El
segundo fracaso en el control al poder por parte del liberalismo es, por
supuesto, político.
Dicha
crisis se manifiesta especialmente en: La despolitización de amplios sectores
del electorado que se manifiesta en el abstencionismo, en la antipolítica, en
el indiferentismo y, por otro lado, en la estimulación y legitimación de todos
los egoísmos, individuales y sociales: en síntesis, en el debilitamiento del
sentido cívico y de la relevancia de la opinión pública que son presupuestos
necesarios para la democracia (Ferrajoli, 2011: 73). 6
Sobre
la crisis financiera mundial de 2008, además de los importantes trabajos de
economía crítica con el sistema de mercado global de Joseph Stiglitz, podemos
encontrar en la obra de Robert Solow (específicamente en sus trabajos sobre
crecimiento económico, equidad y capital humano) y en la obra de Paul Krugman
(en sus escritos sobre el sistema financiero y el comercio internacional) un
análisis crítico y técnicamente fundamentado sobre las sucesivas crisis de la
economía liberal contemporánea. Investigación 60
En
nuestro país, la democracia representativa no ha terminado por consolidarse.7
La
clase política sufre un inmenso desprestigio entre los votantes y una parálisis
institucional de fondo.
Si
bien se han hecho importantes avances en la impartición de justicia a partir de
las reformas del poder judicial y especialmente con la reforma constitucional
en derechos humanos de 2011, la justicia sigue siendo un tema pendiente.
DEL
FRACASO DEL SOCIALISMO
Para
Norberto Bobbio, el criterio más claro para diferenciar el pensamiento político
de derecha o de izquierda es la idea de igualdad:
***
Aquellos que se declaran de izquierdas dan mayor importancia en su conducta
moral y en su iniciativa política a lo que convierte a los hombres en iguales,
o a las formas de atenuar y reducir los factores de desigualdad;
***...los
que se declaran de derechas están convencidos de que las desigualdades son un
dato ineliminable, y que al fin y al cabo ni siquiera deben desear su
eliminación (Bobbio, 1995: 17).
La
lucha más importante de todos los socialismos es pues, siempre una lucha por la
igualdad en todos los campos, el político, el económico y el social.
El
fracaso de los socialismos en el control del poder radica en una concepción
distinta del ejercicio del poder.
Nos
damos cuenta entonces que la parálisis del socialismo a nivel mundial es de una
naturaleza distinta a la del liberalismo.
La
crisis liberal, es una crisis sistémica, institucional y orgánica; la del 7 En
2015, la corporación Latinobarómetro, organismo que investiga el desarrollo de
la democracia, la economía y la sociedad, usando indicadores de opinión
pública, presentó su informe que ubica a México en el último lugar de
aprobación de la democracia en la región, con apenas 19% de respuestas
positivas por parte de los encuestados.
Con
la caída de las repúblicas socialistas del este de Europa y con ello el fin del
mundo soviético, el socialismo entró en una fase muy difícil que no ha podido
superar del todo. Fuera de la esfera política y militar de la Unión Soviética,
a los socialistas les ha costado mucho trabajo integrarse a la vida democrática
en las últimas tres décadas.
La
social democracia, es decir, la izquierda democrática de los partidos
políticos, se ha tambaleado a través de los años tanto en Europa como en
América latina, donde ha recuperado algunos espacios, pero ha perdido otros,
frente a movimientos de izquierda más radicales o frente a la derecha.
En
México hay dos vertientes de esta historia de fracaso en controlar al poder. La
primera vertiente es la que conforma nuestra izquierda institucional,8
representada principalmente por el Partido de la Revolución Democrática (prd),
organización política que adolece de un vicio de origen: el tener sus raíces en
una fracción disidente del priismo.
Esto
le ha conferido una peculiar formación nacionalista y un tanto demagógica al
discurso de esa fuerza política. Aunado a esto, sus divisiones internas, escándalos
mediáticos y desorganización quizás sean las responsables de la paulatina pero
constante disminución en las preferencias de los votantes en procesos
electorales recientes.
Lamentablemente,
las otras opciones políticas dentro de esa corriente, el Partido del Trabajo
(pt) o el Movimiento de Regeneración Nacional 8 Para los fines de este trabajo,
clasificamos como partidos de “izquierda” a aquellas fuerzas políticas que en
sus propios documentos legales fundacionales así lo han manifestado. El artículo
2 del estatuto del PRD señala: “El Partido de la Revolución Democrática es un
partido político nacional de izquierda”. En el punto 35 del programa de acción
del PT se puede leer: “El Partido del Trabajo está a favor de construir una
mayoría de izquierda en el Congreso de la Unión y acceder al Poder Ejecutivo
Federal”. En cuanto a MORENA, en su programa de acción, señala: “MORENA es una
organización política amplia, plural e incluyente y de izquierda, con
principios, programa y estatutos”. Investigación 62 (morena), arrastran todavía
algo del lastre de esa cultura política.
Esta
izquierda institucional profundamente fragmentada, sigue ocupando un lugar
minoritario en las preferencias electorales y una baja representatividad en las
cámaras del congreso de la unión que le ha impedido llevar a cabo reformas
profundas al sistema político.
La
otra vertiente del fracaso de la izquierda en México, nace de la decisión a
renunciar a todo proceso institucional y a la vida regular del Estado de buena
parte de los movimientos sociales. Esta negación expresada a través de
colectivos anarquistas, movimientos de organización popular o de la sociedad
civil, levantamientos armados insurgentes, etc…No ha demostrado conseguir una
unidad real, ni tampoco permear en sectores más amplios de la opinión pública.
Peor aún, al radicalizar su lucha, han marginado sus movimientos y erosionado
su capacidad de incidir sobre la realidad de las condiciones políticas y
económicas del país, más allá de las pequeñas comunidades o grupos de los que
forman parte. La renuncia a los mecanismos y prácticas institucionales es, en
muchos sentidos –tanto ideológico como político- comprensible, pero los
resultados de esa renuncia en la práctica real de la política, han sido
devastadores para la lucha social. Este fenómeno no es por supuesto exclusivo
de nuestro país.
En
el ámbito internacional, en los últimos años se han gestado movimientos
sociales de protesta, pensemos en los “Indignados” del 15M en España o los
“Ocuppy Wall Street” en los Estados Unidos, movimientos cuyas vidas políticas
han sido relativamente efímeras. Son muchas las causas de la corta vida de
estos movimientos, pero una de las principales ha sido, sin duda, la
incapacidad para convertir la indignación en proyectos y políticas concretas
que logren transformar realmente la estructura del Estado.
El
caso de España es anecdótico en este sentido, pues el rechazo de los partidos
tradicionales provocó que varios de los integrantes Justicia y poder: entre la
ideología y el control 63 de estos movimientos sociales conformaran dos fuerzas
políticas nuevas, llamadas “Podemos” y “Ciudadanos”, que en las elecciones de
2015 lograron obtener una parte considerable de los escaños del parlamento. Sin
embargo, de igual manera, es curioso observar cómo estos partidos parecen
confundir su papel institucional natural, especialmente por parte de los
integrantes de “Podemos” quienes ahora tienen acceso al parlamento, y que
parecen dirigir sus ataques desde una postura de oposición al poder (al que
ellos ahora pertenecen) sin darse cuenta que, en realidad, su trabajo debe
concentrarse contra otros partidos.
Esto
por supuesto, es un arma de dos filos, puesto que puede resultar a veces
contraproducente ya que después de haber construido un discurso de rechazo tan
sólido al poder, este acaba por mermar la confianza de la ciudadanía en el
ejercicio la política y la viabilidad de las instituciones, y termina por
operar también en contra de quienes parecían representar una opción diferente.
RETOS
HACIA EL FUTURO
Sólo
en la medida que logremos desarrollar mejores instrumentos metodológicos,
jurídicos, políticos y sociales para entender al poder, desde el poder y frente
al poder, estaremos también en posibilidad de comprender mejor la manera de
organizarlo, controlarlo, frenarlo y estar en posibilidad de construir
sociedades más justas.
En
palabras de José Ramón Cossío:
"Admitamos
que la justicia (sea en la forma de procuración o de impartición) es el modo
más racional que conocemos para resolver los conflictos derivados de la
escasez, de la diversidad ideológica o, si se quiere llegar a tales extremos,
de la condición humana.
Por
lo mismo, entendamos que, al hacernos cargo de ella, al reformarla, al
conferirle nuevas funciones y sentidos, creamos las vías para resolver muchos y
complejos diferendos.
A
partir de los resultados que se obtengan, habrán de conducirse las disputas por
la ideología, la mucha o poca riqueza, la libertad, el proyecto de vida o
aquello que cada cual pretenda reclamar de otro, sea este un particular o el
Estado.
Precisamente,
por estar en un momento de cambio social profundo, y no tan sólo ante una transición
de las élites, los símbolos o el poder políticos, es preciso acometer una
reforma que nos permita instrumentalizar los propios conflictos y encontrarles
una solución que estimemos socialmente razonable (Cossío, 2004).
A
lo largo de este trabajo intentamos establecer que existe una relación entre la
justicia en nuestras sociedades y la manera en que distintas concepciones
políticas sobre el ejercicio del poder actúan en la toma de decisiones.
Una
sociedad será más justa en la medida en la que los ciudadanos que la integran
hayan conseguido desarrollar mecanismos efectivos para controlar el poder en
todas sus manifestaciones.
Es
por esto que la democracia, entendida ya no como concepto político o doctrina
filosófica, sino como un instrumento real, horizontal y popular por excelencia,
que se manifiesta en el voto, está ligada directamente al de justicia, porque
es precisamente el modelo democrático el único que le brinda a esta última,
sustento teórico y práctico de tener la posibilidad de manifestarse realmente.
Afortunadamente,
el modelo democrático es extremadamente versátil y adaptable, porque es una
herramienta para tomar decisiones colectivas.
Ya
sea que optemos por modelos democráticos representativos o directos, la
democracia es un instrumento esencial e indispensable para construir las
sociedades del siglo xxi.
Me
parece que debemos dejar de emparentar al liberalismo con el libre mercado, e
intentar rescatar sus mejores frutos.
El
liberalismo es una construcción, una arquitectura política y jurídica que
sustenta todo el Estado de derecho moderno.
La
herencia de la tradición liberal, tales como el valor del individuo y los
derechos fundamentales, la libertad, la crítica, la libre empresa, la
pluralidad, la autonomía del pensamiento, son herramientas esenciales si
queremos construir un mundo más justo.
Emparentarlo
con el libre mercado, es no solamente un criterio reduccionista sino un grave
error político.
Por
otra parte, creo sinceramente que desde las luchas sociales debe haber un
replanteamiento muy profundo sobre la efectividad real de sus mecanismos de
acción para que estos puedan incidir realmente en la transformación de las
instituciones y que la izquierda pueda seguir siendo lo que siempre ha sido,
una lucha profunda por la reivindicación del futuro de la humanidad, una voz
crítica y fuerte contra el poder, siempre en beneficio de las clases más
desfavorecidas.
PRINCIPIOS
ESENCIALES PARA EL DEBATE EN LA CONSTRUCCIÓN DE NUESTRAS INSTITUCIONES.
***
¿Son las ideologías, las prácticas políticas y los principios irreconciliables?
No
lo sabemos, pero lo que sí podemos afirmar es que responder a esa pregunta de
manera afirmativa, significaría clausurar toda posibilidad democrática de
construir sociedades más justas en un futuro inmediato.
BIBLIOGRAFÍA
Bobbio,
Norberto (1995). Derecha e Izquierda. Madrid: Taurus. Carbonell, Miguel
(coord). Teoría del neoconstitucionalismo. Madrid: Trotta. Cossío, José Ramón
(2004). ¿Qué Justicia queremos? nexos. Disponible en:
http://www.nexos.com.mx/?p=11114 Ferrajoli, Luigi (2011). Poderes Salvajes. La
crisis de la democracia constitucional. Madrid: Trotta. Foucault, Michel
(1992). La verdad y las formas jurídicas. Barcelona: Gedi
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