LA
PARADOJA DEMOCRÁTICA. LAS PREGUNTAS QUE NO ESTAMOS HACIENDO
--- Por GIUSEPPE
COCCO (Doctor en Historia Social, Universidad Paris I
/Panthéon-Sorbonne, docente de la Universidad Federal de Río de Janeiro, editor
de la revista Lugar Comum, autor de Trabajo y ciudadanía, Dopo la marea, New
Neoliberalism and the Other: Biopower, Antropophagy and Living Money, con Bruno
Cava, GlobAL. Biopoder y luchas en una América Latina globalizada, con
Toni Negri, entre otros).
--- MURILO
CORREA (Profesor asociado de Teoría Política de la UEPG, donde
coordina el Laboratorio de Teoría Social, Teoría Política y Postestructuralismo
-Labtesp-, investigador asociado de la Vrije Universiteit Brussel, Bélgica e
investigador y profesor visitante de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
Realizó estudios posdoctorales en Teoría Política y Jurídica -VUB- y Ciencias
Sociales, UBA; Profesor permanente del PPG en Derecho, UEPG; Doctor -USP- en
Filosofía y Teoría del Derecho: publicó Odio a la Ley)
--- ALLAN
DENEUVILLE (profesor de Ciencias de la Información y la Comunicación
de la Universidad Bordeaux Montaigne, en Francia, y vicepresidente de
Relaciones Internacionales del SFSIC)
Mientras todos ofrezcan respuestas a las causas de las victorias
de la extrema derecha, ganarán y seguirán ganando. Para desviarnos
del futuro que nos depara esta tendencia, deberíamos plantearnos mejores
preguntas.
En el catálogo de respuestas ya preparadas sobre la rotunda victoria del trumpismo ,
se dice que la socialdemocracia, atrapada en su espejo Narciso, ya
no puede ver a las clases populares, a los obreros y las
desigualdades sociales.
De hecho, los demócratas serían el sistema mismo: la casta
cosmopolita que se enfrenta a una nueva extrema derecha que, eso sí, logra ser
auténtica, sexy y antisistema. El hecho es que afrontar el irresistible surgimiento
del fascismo es un desafío de
largo plazo para el que todavía no tenemos fórmulas generales.
Para diferenciarlo del fascismo histórico,
inspirado en un término de Daniel Bell popularizado más tarde
por Fareed Zakaria, algunos analistas han preferido llamar a sus
gobiernos “ democracia antiliberal ” o “neofascismo”
–como propone el historiador italiano Enzo Traverso.
Entre todos ellos, nos queda el historiador del fascismo Robert
Paxton, quien definió MAGA (Make America
Great Again ) como “[Un movimiento que] surge de abajo hacia arriba de
manera muy preocupante, y esto es muy similar al fascismo original.”
Acabamos de ver que el sistema de frenos y contrapesos,
tímidamente constituido, no es suficiente, y que la timidez institucional de la
lucha contra Trump, que tuvo lugar en los cuatro años posteriores
al intento de toma del Capitolio el 6 de enero de 2021, tampoco fue suficiente.
La lección que aprendemos de esto es que la democracia necesita ser potenciada
exponencialmente en todos sus niveles. Es mejor correr el riesgo de llevar la
lucha jurídico-legal contra el fascismo hasta sus últimas consecuencias que
dejar las armas a disposición de los nuevos tiranos, como ya anuncia la
formación del nuevo gobierno de Trump.
Pero la lucha por la democracia debe adoptar
otras formas además de la representativa. Es lo que ocurrió con el desarrollo
del levantamiento de Minneapolis en la elección de Joe
Biden, con la derrota electoral de Bolsonaro en Brasil, y lo
que sucede en la relación virtuosa que la resistencia ucraniana puede tener con
la recomposición política –todavía precaria, pero real– desde Europa.
No importa cómo se le llame, el fascismo de
nuevo tipo es el síntoma de una crisis grave, pero eso no significa que sea una
“respuesta equivocada a demandas justas”.
Muy al contrario, su tremendo éxito radica en la negación de los
enigmas que enfrentan nuestras sociedades.
Fue Sigmund
Freud quien afirmó que “la
negación es una forma de tomar conciencia de lo reprimido; de hecho, ya es un
levantamiento de la represión, pero naturalmente no una aceptación de lo
reprimido”.
En nuestro caso, la negación no sólo afecta a contenidos que
preferiríamos reprimir, sino que también alcanza paradojas materiales que no
nos atrevemos a enunciar.
Esto ocurrió durante la pandemia y hoy se
manifiesta “al cuadrado” ante la crisis climática, la emergencia militar del
llamado “eje de resistencia” (China, Rusia, Irán y Corea
del Norte), el cada vez más importante papel de los flujos migratorios y
del surgimiento de una propuesta totalitaria global que ya tiene una guerra a
la que considera propia.
Contrariamente a lo que se podría pensar, al ver todos los
estados pendulares estadounidenses tornarse rojos (el color de los republicanos),
la elección de Trump no fue el resultado de una inmensa
movilización republicana, sino la combinación de dos fenómenos: el
mantenimiento del mismo nivel por parte de Trump de los votos de 2020 y una
desmovilización masiva del voto demócrata.
En 2020, Trump recibió 74,2 millones de votos, mientras
que Joe Biden alcanzó los 81,3 millones. En 2024, Trump solo
obtuvo una ganancia marginal (74,6 millones), mientras que Kamala
Harris perdió más de 10 millones de votos (70,9 millones) en
comparación con Biden.
La deriva fascista de importantes sectores del
electorado que tradicionalmente se dirigieron hacia el centro político es un
fenómeno global y consistente. Nuestra prioridad debe ser comprender por qué
las movilizaciones democráticas vienen fracasando cada vez más.
En lugar de dar las mismas respuestas de siempre, debemos hacer
las preguntas que no hacemos. Una de ellas es:
--- ¿cuáles son las paradojas entre las que nos movemos y cómo
su formulación puede generar -no nuevas respuestas, sino- mejores preguntas
sobre lo que estamos haciendo y lo que podemos hacer por nosotros mismos?
Proponemos aquí una primera e inacabada lista de 5 paradojas
relevantes para nuestro tiempo.
--- 1. La democracia contra sí misma
Pensemos en el asalto al Capitolio el 6 de
enero de 2021, en Washington, y el saqueo del Planalto el 8 de enero de 2023, en Brasilia.
En ambos casos, Trump y Bolsonaro emularon
lo que hicieron Mussolini y Hitler, y
repitieron a Vladimir Putin y Xi Jinping:
designados legalmente, intentaron permanecer en el poder para siempre.
Quizás Trump y Bolsonaro no pudieron
convertirse en tiranos porque las instituciones demostraron ser más sólidas que
su determinación de cruzar el Rubicón. O, tal vez, los dos acontecimientos
atestiguan que la nueva extrema derecha no necesita destruir las instituciones
formalmente democráticas para permanecer en el poder.
En cualquier caso, el fascismo acaba de lograr
–a través de medios democráticos– una segunda oportunidad en Estados
Unidos. Es el fascismo que se prepara para repetir la misma dosis en
Brasil. Este fascismo ya se ha convertido en dictadura en los países donde
llegó al poder con retórica de izquierda: en la Venezuela chavista y
en la Nicaragua de Ortega.
Por un lado, las instituciones republicanas, sus dinámicas
procesales y sus controles y equilibrios, son más necesarias de lo que
pensábamos, pero, por otro, ya no son suficientes. Esto reposiciona el
simplismo de las luchas que se dirigen contra las dimensiones autoritarias y
representativas del Estado.
La democracia, entendida ingenuamente como
“poder del pueblo”, pone en riesgo la República como forma de gobernanza y
el Estado de Derecho.
Está claro que no faltan buenas razones para criticar al Estado.
Basta pensar en los asesinatos de George Floyd en Minneapolis (2020)
y Marielle Franco en Río (2018).
Sin embargo, las críticas deben apuntar inequívocamente al
fortalecimiento y ampliación de los mecanismos democráticos y republicanos.
Mientras funcionen bien casi todo se sostiene; pero cuando dejan de funcionar,
entramos en el reino de la excepción, que puede reinventarlos, pero también se
corre el riesgo de la destrucción definitiva.
2. La desaparición del Afuera
La segunda paradoja se refiere al hecho de que, en el
capitalismo contemporáneo, ya no hay un Afuera.
El capitalismo global, financiero y cognitivo, incluye
a todos y al planeta entero. Marx llamó a este proceso “subsunción real”.
El nombre que recibió este fenómeno más recientemente fue “antropoceno”.
Sin embargo, esto sucede a través de la modulación de fragmentos,
singularidades o “dividuos” en las sociedades de control[1],
y ya no a través de la homogeneización de las masas en las instituciones de
concentración de la sociedad disciplinaria.
No habría sido necesario esperar a la llegada de los trabajadores de aplicaciones para hablar de trabajo fuera de la relación salarial, es
decir, dentro de la propia producción de subjetividad. Ya sea que esto suceda
en la transformación de la informalidad masiva como un residuo
del subdesarrollo en el horizonte de la propia modernización, o en el algoritmo
que modula en tiempo real todas las dimensiones de nuestras vidas –que, a su
vez, informan a los algoritmos–, esta es nuestra
condición.
Decir que ya no hay un afuera significa decir que el afuera y el
adentro se mezclan y circulan, exactamente como circula la violencia en las
afueras de Brasil, donde no se sabe –en la demostración completa que es el
infame asesinato de Marielle– quién
es la policía y quién es la milicia que ya nos gobierna.
El fascismo no es más que la construcción del afuera “desde
adentro” que ofrece la figura clara (y falsa) de un enemigo proveniente de
una exterioridad sólo imaginada: el migrante, China, el
comunismo, el wokismo.
Pero esta formulación de la paradoja es, todavía, sólo aparente.
Tras la invasión rusa a Ucrania apoyada por China (24/02/2022), y el pogromo perpetrado
por Hamas bajo control de Irán y Rusia, en el sur de Israel (07/10/2023), cuando jóvenes de origen migrante parten a
las calles de las ciudades europeas para reivindicar el 7 de octubre
con banderas de Hamás, a ojos de las bases electorales de la nueva extrema
derecha, esto funciona como una confirmación de su teoría xenófoba del “gran
relevo” y, por tanto, de la enemistad en torno a la cual se organizan estos
movimientos mortíferos.
Los desafíos que enfrenta la Unión Europea son
un emblema de esta complejidad. Necesita permanecer unida, apoyar a Ucrania
–muy probablemente, sin la ayuda de Estados Unidos–, luchar
contra el antisemitismo sin respaldar la islamofobia.
Se trata de una dinámica vertiginosa que, cada día, resulta más
difícil de afrontar. Esta complejidad aparece claramente en los intentos
del gobierno de Lula de normalizar la situación
venezolana: Maduro, aliado de Putin, China, Irán y Corea
del Norte, comenzó a utilizar los mismos argumentos que los bolsonaristas contra
el sistema electoral brasileño.
Mientras tanto, Rusia y Turquía controlan
las principales rutas migratorias (a través de Siria y el
Sahel africano) hacia Europa, donde las variaciones en el flujo
de inmigrantes y refugiados ya se están traduciendo en nuevos aumentos de los
resultados electorales de la nueva extrema derecha.
Ésta, a su vez, aliada de Putin, alimenta tanto el antisemitismo
como la islamofobia. Los fundamentalismos islámico y judío se enfrentan
en Medio Oriente al mismo tiempo que alimentan las próximas
masacres de musulmanes y judíos en todo el mundo.
A su vez, el cierre de fronteras y las deportaciones masivas de migrantes que llevará a cabo Trump 2.0 inundarán América Latina con
un aumento de las tensiones sociales que hicieron del gobierno de Bukele un
“éxito” en El Salvador .
Las gentes de izquierda que se mantiene “pura”
también sueña con un exterior. Aplican viejos esquemas de la década del
‘70, o incluso más antiguos, al conflicto palestino-israelí. En ese
momento, la lucha palestina era una lucha de liberación nacional. Hoy en día,
organizaciones como Hamás son fundamentalistas religiosos que
luchan por la implementación de una teocracia sin dejar de ser funcionales al
sub-imperialismo regional y teocrático de Irán.
Esta narrativa se vuelve explícitamente delirante cuando grupos
como “Queers for Palestina” aplauden a sus torturadores actuales o
futuros. Sin embargo, lo mismo ocurre en Israel. Mientras tanto, el gobierno de
Netanyahu se apoya en la deriva mesiánica y fundamentalista de la extrema
derecha israelí que ataca diariamente a la población de Cisjordania,
demostrando que el fascismo siempre viene desde dentro –incluso si su narrativa
está organizada en torno a enemigos “externos”.
Esto explica por qué los mismos izquierdistas que dicen
odiar a Trump, aman a Putin y, desde un punto de
vista que se pretenda democrático, ambos no podrían estar más cerca. Hay algo
perversamente cínico en el espectáculo de la extrema derecha fascista
utilizando una retórica de izquierda. Por ejemplo, en la movilización de la bandera
de los derechos humanos en la cumbre de los BRICS en Kazán o
en la recolonización de África por parte del grupo mercenario
ruso Wagner, como en otras Rutas de la Seda chinas, en
nombre de lo “descolonial”.
La guerra de alta intensidad desatada por Rusia contra Ucrania,
con el apoyo de China, Irán y Corea del
Norte, va de la mano de la construcción del “afuera” desde las entrañas del
fascismo.
Así como el Muro de Berlín sirvió para contener
a los alemanes orientales que querían huir hacia Occidente, el
muro de Trump quiere contener a latinos, africanos, asiáticos (los
“alemanes orientales” de hoy), que quieren huir hacia el Norte o hacia el
Oeste. Las dificultades en Europa y Estados Unidos,
a veces celebradas con avidez, no sólo no conducen a los países sudamericanos a
una mayor expansión democrática, sino que producen el efecto contrario.
Como dijo George
Orwell: “Uno de los pasatiempos más
elementales del mundo es denigrar la democracia. Un joven de 16 años puede
criticar la democracia mejor que defenderla”. Hoy, sin embargo, es
imprescindible defenderla y, para ello, reconstituirla.
3. Anti-pro-sistema
La tercera paradoja se refiere a la noción de “sistema”. Esta
idea tiene su origen en la cibernética de la década de 1950 y fue aplicada como
clave para explicar el funcionamiento de sociedades complejas por Niklas
Luhmann.
Cuando Ernesto Laclau la
revisó a partir de su experiencia de la esquizofrenia de la derecha y
la izquierda peronistas , fue para dar forma a su teoría del “populismo
de izquierda” como “política antisistema”.
La noción laclausiana de “populismo de izquierda” terminó
afirmándose en el reflujo de los levantamientos democráticos que comenzaron con
el ciclo de la Primavera Árabe en 2011, continuaron en Brasil en junio
de 2013 y alcanzaron su punto máximo con la “revolución de la dignidad” en Plaza Maidan, en Ucrania,en 2014.
En Brasil, poco después de la reelección de Dilma
Rousseff, atribuimos la incapacidad de crear nuevos espacios
institucionales a las fuerzas de izquierda (el PT). Los síntomas de
esta incapacidad fueron, en uno de los polos ideológicos, la retórica
antineoliberal blandida contra la candidatura de Marina Silva en
2014, y en el otro, la legitimación de explicaciones “estructurales” y la
autofagia identitaria del “lugar de enunciación” –en paralelo, por supuesto,
con el oportunismo más flagrante.
El hecho es que el levantamiento de 2013 no
logró cristalizar ninguna dimensión expansiva de la democracia, y el espacio
que dejó vacío, después de la restauración por parte de la izquierda, quedó a
merced de las manipulaciones de la extrema derecha.
Es en España donde, sobre el cadáver del 15M , nació Podemos como una operación montada fuera del movimiento callejero
y dentro del populismo venezolano e iraní.
En común con este último, tiene la captura de los temas de la
democracia real por narrativas antidemocráticas, organizadas en torno al
reduccionismo contra las “castas”, “el sistema” y la esencialización de
“Occidente”.
De la misma manera que el populismo incorpora el terreno de la
demagogia, las nociones de “casta” y “sistema” reemplazan cualquier enfoque en
términos de la composición social del trabajo. No sería difícil, por tanto,
encontrar detrás de las ideas de “sistema” y “casta” la retórica de Mussolini contra
las “plutocracias”, la de Hitler contra los “judíos”, e
incluso la alianza formada contra el intelectualismo y la ciencia, cuyo
aniversario fue renovado por el
“negacionismo No Vax” durante la pandemia.
No es sorprendente encontrar retórica antisemita de
izquierda en el discurso pro-palestino. Se borra toda distinción
entre el gobierno de derecha de Netanyahu y los israelíes
(de los cuales el 20% son árabes), mientras que, cuando se mira al lado
palestino, se ignora la hegemonía del fascismo religioso de Hamás-Irán.
Las ciencias sociales académicas, ligadas a la red de
victimización (el “lugar de enunciación”), se convierten en dispositivos para
simplificar la realidad compleja de los conflictos. Por un lado, están los
oprimidos que hay que defender (los “condenados de la tierra”); por el otro,
los opresores, fácilmente comparados con los nazis potenciales.
Además del mecanismo del punto Godwin –la ley
según la cual, tras un cierto momento de disputa en redes y foros, aparece la
acusación de nazismo–, la sobreactuación de las acusaciones contra el
gobierno israelí de ser “nazi” muestra claramente la
banalización del antisemitismo y la proliferación de operaciones de
jerarquización de víctimas.
No sólo nos impide reconocer el punto en el que Israel deja
de defenderse y comienza a cometer crímenes de guerra atroces contra la
población civil palestina, sino que se
obsesiona con acusar a las víctimas de ayer (los judíos perseguidos por
fascismos históricos) de haber, merecido, de alguna manera, lo que les pasó.
Como en la negación freudiana, que admite reprimir
todo lo que su enunciación rechaza, los antisistema se descubren
anti-pro-sistema.
4. El giro de la desobediencia
La cuarta paradoja es la del giro de la desobediencia.
Las subjetivaciones silvestres de los pobres no piensan en la vida que un
proyecto socialista o progresista podría ofrecerles. Viven la vida que tienen,
y es allí donde producen giros de desobediencia.
Henry David Thoreau –el
antiesclavista estadounidense que vivió la experiencia de Walden–
escribió:
--- “Vine a este mundo, en principio no para hacer de éste un
buen lugar para vivir, sino para vivir en él, ya sea este bueno o malo”.
--- Este gesto estuvo congénitamente ligado a la resistencia
civil y la desobediencia. Rechazar toda moral idílica y, sin embargo, seguir
“manteniendo las manos limpias […] rechazando el apoyo práctico a lo que está
mal”: no participar de ningún modo en los males que se condenan.
Esta ilusión de Thoreau llega a su fin con la
subsunción real de la sociedad por el capitalismo.
Cuando todo es capitalista no sólo no existe el afuera, sino
que se determina un giro en la desobediencia. Como ya no hay
afuera, no hay forma de desobedecer simplemente retirándose, ya que no hay “a
dónde correr”.
Como bien saben los pobres, se trata de vivir la vida que se
tiene, pero en ella, tratando de construir la vida que se desea, aunque esto se
manifieste en forma de un deseo radical de inclusión en lo existente.En este
deseo interior a la vida que tienen, los pobres la quieren apostando sólo por
sí mismos para lograrla.
Quizás imaginen estar viendo en plataformas de extrema derecha
las promesas de un ideal de gobierno que alguna vez fue como lo quiso Thoreau:
“el mejor gobierno es el que menos gobierna”, y se torne en “uno que no
gobierna en absoluto”.
Al imaginar “voltear a los gobiernos”,
--- ¿no estarían tratando de “arreglar” las condiciones externas
para que pueda ser la transformación que desean ver en sus vidas?
--- ¿Una revolución en la dignidad personal y el sentimiento de
autoestima?
Esta misma revolución hoy se manifiesta en escalas y fenómenos
muy diferentes:
--- en el aire hastiado de los jóvenes jurídicamente
precarios de la generación Z , cuya ética de trabajo es que no
les importe 24 horas al día, 7 días a la semana;
--- en inventos como el abandono silencioso, el
trabajo perezoso y las luchas transversales por el fin de la escala laboral 6 x 1 del movimiento VAT (“Vida Além do Trabalho” – “La vida más
allá del trabajo”).
Aunque el fracaso de las manifestaciones del 15 de noviembre de
2024 confirma que los aparatos de izquierda están obsoletos hasta el punto de
arruinar incluso las movilizaciones más genuinas: todo tiene que ver con vivir
la vida que se tiene. Todo es una manera de apoderarse de porciones cada vez
importantes de ella, de ampliarla.
--- ¿La desobediencia que, de La Boétie a Thoreau,
y de Gandhi a Martin
Luther King Jr., siempre implicó la
retirada del consentimiento y del poder de las manos de quienes mandan, se
convirtió en una forma de expresar la creencia en el propio deseo de libertad y
autonomía?
Algunos dirán que la trampa está en capturar la libertad como
estrategia de servidumbre. No lo creemos. Cuando cooperar es un hecho, la
libertad que se puede tener consiste en elegir con quién y con qué cooperar. No
se trata de hacer lo que se quiere, en una concepción infantil de la libertad,
sino de querer lo que se hace. Ésta es la única libertad que garantizan las
moribundas democracias representativas, y el deseo no acepta un no por
respuesta.
Lo que todos estos deseos contienen es una negociación constante
y paradójica entre autonomía y servidumbre, que corresponde a lo que llamamos
el “giro de la desobediencia”, y constituye las más diferentes formas de
cooperación.
Si desde mediados del siglo XVIII hasta ahora –y especialmente
desde la pos Segunda Guerra Mundial hasta hoy– la libertad
pasó al interior de las tecnologías de poder, nos encontramos ante formaciones
de subjetividad que quieren garantizarse las “condiciones óptimas” para
negociar espacios de libertad dentro de sometimientos que no se sienten capaces
de revertir o transformar.
La trampa tampoco está en los fuegos artificiales ideológicos de
la subjetividad corporativa. Emprender
por ti mismo no conlleva ninguna
contradicción. Si la elección es entre administrarse a sí mismo o ser
administrado por otros, administrarse a sí mismo suena mucho mejor que obedecer
órdenes de los demás. Siempre parece menos doloroso negociar la servidumbre consigo
mismo.
--- La pregunta a la que volvemos es siempre la misma: ¿cómo se
organiza la cooperación social? Sin ella, no hay libertad.
Pero sus dinámicas inmanentes, cuando cristalizan y se acumulan,
producen su opuesto: la servidumbre. Regresan bajo figuras trascendentes:
dioses, tiranos o algún tipo de jefe, que puede ser el “capitalista” o el
sindicalista que se apoderó del sindicato; algún teniente coronel venezolano o
un alto líder cubano que se mantiene en el poder ab illo tempore.
La democracia liberal intentó evitarlo multiplicando las
instancias formales de control en las Constituciones, a través de
la doctrina de la “Separación de Poderes”.
Las elecciones francesas demostraron
la eficacia de estos mecanismos, que colocaron al ganador (el fascista en las
elecciones europeas) en el tercer lugar en las elecciones internas. Sin
embargo, la izquierda francesa, que quiere la pureza, rechazó una coalición de
centro izquierda y entregó en bandeja a los fascistas un papel preeminente.
Al querer ser “pura”, la izquierda ha dejado –en Francia,
como recientemente en Estados Unidos– a las clases
trabajadoras, a los pobres y a los inmigrantes que dice defender, en manos de
gobiernos de derecha. Así, los “puros” permanecen intactos en sus torres de
marfil, invulnerable, incluso si el mundo al que contribuyen sus buenos
sentimientos es el mundo del desastre.
5. Las subjetividades salvajes de los pobres
La quinta paradoja es la de las subjetivaciones salvajes de los
pobres. Como ocurre desde hace mucho tiempo con el dinero, el “emprendedurismo”
también se ha convertido en un tabú y, al mismo tiempo, en la clave maestra
para explicar las victorias de la extrema derecha.
De hecho, tales victorias revelarían un indicio de venganza:
simplemente no sabemos con seguridad si es la venganza del capataz o la de los
bastardos.
Más allá de la doxa de la sociología marxista,
hablamos de las subjetividades salvajes de los pobres desde una perspectiva de
clase.
Clases insólitas que durante la pandemia se
atrevieron a manifestarse en Paulista contra la necropolítica bolsonarista:
eran repartidores, trabajadores informales, hinchas de fútbol organizados.
Clases heterodoxas que, como hoy, intentan reaparecer en la
lucha contra el régimen laboral 6×1. Una lucha que, en el fondo,
fuerza al capital en Brasil, empujándolo al lado de lo que alguna vez llamamos
“plusvalía relativa”.[2]
Aun así, en el léxico disléxico del progresismo a la deriva,
“emprender” se convirtió en sinónimo de carencia moral y ontológica, ya que los
trabajadores de aplicaciones, pobres y precarios constituirían la base
electoral de la extrema derecha. Así, la izquierda paulista se
habría suicidado no cuando eligió a un candidato incapaz de formar una mayoría,
sino cuando ese candidato –en su desesperación electoral– decidió hablar
“incluso de emprendimiento”.
Los pobres deberían esperar a la
reindustrialización o al socialismo (no sabemos en
qué siglo). Lo más probable es que ofrezcan algún tipo de terapia, pero los
pobres no podrían pagarla.
Los datos de Bets (apuestas)[3] llegaron
como un trueno. Los beneficiarios de Bolsa Família apuestan masivamente por las plataformas, en el juego Tigrinho y
similares.
Al inicio del Programa Fome Cero (Hambre Cero),
la propuesta era “enseñar a pescar, y no regalar el pescado”. Después del giro
hacia la distribución del ingreso (Bolsa-Familia ), el debate pasó
a ser el de la “puerta de salida”: la distribución del ingreso como camino que
llevaría al empleo formal.
Durante la pandemia, la ayuda de emergencia demostró ser una
herramienta fundamental para la resiliencia social y económica.
Pero el hecho es que la subjetividad de los pobres sigue
siendo salvaje mientras, por la moralidad del valor del trabajo, no podrían ni
deberían dejarse tentar por el espíritu empresarial y la teología de la prosperidad,
ni pueden derrochar el dinero que no tienen.
A la ilusión de ser emprendedor le sigue el
dinero fácil y rápido de los casinos electrónicos vinculado al tiempo libre, el
mismo tiempo dedicado a seguir deportes en vivo dispersos entre suscripciones
de streaming y sitios web pirateados.
“Pobres” de los pobres que creen en el golpe de suerte que
cambiaría sus vidas. ¿Qué son hoy las apuestas y el
vape, fueron (y siguen siendo) los carnavales y lanza perfumes atravesados por la capilaridad mafiosa
del “jogo do
bicho” (apuestas
ilegales con animales), en su polimorfismo de violencia y adicción?
Más allá de todo juicio y de cualquier ortopedia moral, cuando
los pobres se inventan a sí mismos como “empresarios”,
“consumidores” o “jugadores”, producen emociones y significados para las vidas
que ya tienen.
Las luchas deben ser pensadas y aprovecharlas desde este
enigmático terreno material y biopolítico.
La crítica a las nuevas relaciones laborales que se restringe a
narrativas que debaten su legitimidad es hueca. ¡Que el diablo vista de Prada!
Cuando las feministas negras aparecen haciendo publicidades de bolsos de lujo,
es probable que no estemos ante el triunfo moral del dinero, sino la necesidad
–común a Prada, las apuestas o las
religiones neopentecostales– de producir significados que movilicen y
conecten con las subjetividades salvajes de las personas pobres.
Ya no hay afuera: el paraíso está en el infierno –y el infierno,
en el paraíso. Sólo la movilización democrática marca la diferencia: por eso es
necesario luchar contra el fascismo (incluso cuando adopta retórica de
izquierda).
La pregunta que no nos hacemos es ¿qué flujos de transformación
conllevan estas creencias y deseos? ¿Qué es lo que realmente queremos creer
cuando apostamos en una bet, cuando nos scrolleamos en
la pantalla del tigrinho o alabamos en la
Iglesia ? ¿Qué es lo que realmente queremos cuando soñamos con ser
hombres de negocios, playboys de Faria Lima, trad ou trophy
wives de Tiktok, o publicistas negras que viven en
la publicidad de Prada?
Ninguna de estas preguntas quita ni una nanopartícula de
legitimidad a las creencias y deseos a los que se refieren.
Si estamos, en efecto, en la era de los controles y de la
“modulación universal”, lo único que parece que les queda a los sujetos es,
como en una bet en la que están en juego sus propias vidas,
recomponer las odds y las posibilidades de libertad en
negociaciones infernales con sus condiciones implícitas de sujeción.
En la medida en que las condiciones de sujeción se perciben como
externas a los sujetos, lo mejor que pueden hacer es “voltear a los gobiernos
en el camino”. Ser su propia pensión, su propio seguro, su propio jefe y su
propio gigoló.
Hacer todo por sí mismos, apoyándose estratégicamente en las
relaciones de sujeción que tocan sus cuerpos, ya que encarnan la promesa de
un potencial de maximización de sus libertades.
Este deseo es una forma de creencia en el único futuro realista
–mínimo, infinitamente contraído, autorreferencial y emplazado en un planeta
donde la vida acaba de empezar a desmoronarse.
— ¿Cómo salir de esta situación?
— No lo sabemos.
— ¿Por qué planteamos tantas paradojas?
— Porque las preguntas tradicionales y las respuestas preparadas
de antemano que se dan a las causas y efectos de las victorias electorales de
la extrema derecha pierden de vista lo que, a nuestro juicio, es lo esencial:
plantear las preguntas que no nos estamos haciendo.
Remover el suelo biopolítico en el que se
articulan la paradoja democrática, la desaparición del afuera, la
negación-afirmación sistémica, el giro de la desobediencia y la subjetivación
salvaje de los pobres.
Procurar un nuevo agenciamiento de estos factores para inventar
un nuevo adentro.
Publicado
originalmente en portugués por el Instituto Humanitas Unisinos
[1] Según el concepto vertido por
Deleuze en un célebre texto titulado “Posdata sobre las sociedades de control”
(1990). NT.
[2] Como señalaron alguna vez los
operaistas en Italia, son las luchas de clases y los saltos en el interior de
la clase trabajadora las que fuerzan la “modernización” del capital. NT.
[3] https://www.ihu.unisinos.br/categorias/643150-vicio-em-apostas-online-e-comparavel-a-epidemia-de-saude-publica-entrevista-com-altay-de-souza
IMAGEN: BBC
diciembre
25, 2024 By Coyunturas
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