Democracia e igualdad
Por: JOSÉ NUN ( Nov.. 2015)
Hace un siglo y medio, Lincoln advertía que su país estaba necesitando con urgencia una definición de la palabra “libertad” porque se la había desfigurado en exceso: “El mundo nunca tiene una buena definición para esta palabra –se lamentaba–. Todos estamos decididamente a favor de la libertad, sólo que no siempre pensamos lo mismo cuando la palabra sale de nuestros labios”.
Es una experiencia que hoy se repite puntualmente en América Latina con la palabra “democracia”.
Más todavía: si algo llama la atención es la facilidad con que, a pesar de ello, ha pasado a ser uno de esos lugares comunes que se discuten cada vez menos y que suscitan muy escasas observaciones como la de Lincoln.
Paradójicamente, el tema es objeto de mayor debate en el “primer mundo” que entre nosotros. (...)
En primer lugar, dado el escaso tiempo transcurrido desde las dictaduras militares que los precedieron, la mayoría de los actuales regímenes políticos siguen siendo evaluados, en parte, por oposición a aquéllas, o sea, por lo que no son.
Y esto, independientemente de la calidad de sus propias instituciones y prácticas, del apoyo que despiertan e incluso de la distancia real que las separa del pasado.
En todo caso, resulta razonable que se le adjudique un signo positivo a lo otro del horror.
Un segundo motivo proviene de la gran difusión que ha alcanzado el “no hay alternativas” del neo-liberalismo y, con él, un enfoque formalista y tecnocrático de la democracia, que, más allá de la retórica, es tratada sobre todo como un sistema de equilibrio posible, recomendable mientras no dé lugar a abusos que afecten las pautas actuales de acumulación capitalista.
De ahí que, aparentemente, a muchos les alcanza con que haya elecciones periódicas y, según los lugares, un caudal más o menos amplio de libertades públicas para considerar así saldado su compromiso con la democratización de la vida política. Pedir más sería utópico(...)
Después, de resultas de una serie de factores, (...) entre los cuales ocupan un lugar de privilegio las crisis económicas y los procesos de exclusión social, ha ocurrido una profunda y generalizada desarticulación de las identidades y de las solidaridades de los sectores populares (...).
El contraste es notorio: décadas atrás, la mayoría de los excluidos políticos eran trabajadores que luchaban para lograr acceder a la ciudadanía; hoy, la mayoría de los excluidos sociales son desocupados y subocupados. (...)
De ahí que, aparentemente, a muchos les alcanza con que haya elecciones periódicas y, según los lugares, un caudal más o menos amplio de libertades públicas para considerar así saldado su compromiso con la democratización de la vida política. Pedir más sería utópico(...)
Después, de resultas de una serie de factores, (...) entre los cuales ocupan un lugar de privilegio las crisis económicas y los procesos de exclusión social, ha ocurrido una profunda y generalizada desarticulación de las identidades y de las solidaridades de los sectores populares (...).
El contraste es notorio: décadas atrás, la mayoría de los excluidos políticos eran trabajadores que luchaban para lograr acceder a la ciudadanía; hoy, la mayoría de los excluidos sociales son desocupados y subocupados. (...)
Por último, asistimos también a una palpable retracción del pensamiento crítico. Lo menos que puede decirse es que el tema de la democracia no se ha convertido en América Latina en el fermento de un debate sobre el presente y el futuro de nuestros países.
Supongo que todavía son muchos los intelectuales que sufren de mala conciencia por haber atacado durante tantos años a la democracia “formal” (siguiendo una larga tradición que inició la izquierda francesa en 1848) y temen que cualquier objeción que hagan ahora sea malinterpretada. Sólo que, así como antes las alternativas que esos intelectuales hacían suyas –y de las que hoy reniegan– eran el mayor problema, ahora éste es su actual recato, que termina volviéndose otra de esas conocidas instancias en las cuales se arroja al chico junto con el agua de la bañera.
A ello se suma el hecho nada secundario de que, en razón misma de la historia política de nuestros países, tradicionalmente el pensamiento social latinoamericano ha reflexionado mucho más acerca de los regímenes oligárquicos, populistas o despóticos que sobre los regímenes democráticos.
Esto, unido a la timidez crítica que señalo, lo volvió especialmente receptivo a los análisis de la democracia prevalecientes en el primer mundo, en especial los de origen anglosajón y de orientación eminentemente descriptiva.
Supongo que todavía son muchos los intelectuales que sufren de mala conciencia por haber atacado durante tantos años a la democracia “formal” (siguiendo una larga tradición que inició la izquierda francesa en 1848) y temen que cualquier objeción que hagan ahora sea malinterpretada. Sólo que, así como antes las alternativas que esos intelectuales hacían suyas –y de las que hoy reniegan– eran el mayor problema, ahora éste es su actual recato, que termina volviéndose otra de esas conocidas instancias en las cuales se arroja al chico junto con el agua de la bañera.
A ello se suma el hecho nada secundario de que, en razón misma de la historia política de nuestros países, tradicionalmente el pensamiento social latinoamericano ha reflexionado mucho más acerca de los regímenes oligárquicos, populistas o despóticos que sobre los regímenes democráticos.
Esto, unido a la timidez crítica que señalo, lo volvió especialmente receptivo a los análisis de la democracia prevalecientes en el primer mundo, en especial los de origen anglosajón y de orientación eminentemente descriptiva.
El resultado de todas estas circunstancias (y de varias más que podrían agregarse) es que, a diferencia de otras épocas, la pobreza material que afecta en este comienzo de siglo a una masa cada vez más grande de latinoamericanos viene acompañada por un empobrecimiento también creciente de la discusión pública acerca de la organización de nuestras sociedades y de los modos más justos y equitativos de gobernarlas.
Por eso me parece que es éste un buen momento para replantear algunos aspectos concretos del tema de la democracia y para revisar ciertos lugares comunes que los han vuelto brumosos. (...).
Deseo poner simplemente en la agenda, en forma accesible y con un mínimo de aparato académico, una serie de cuestiones referidas a las condiciones de posibilidad de la democracia, a los vínculos entre la ciudadanía y los derechos sociales y, en última instancia, a las relaciones que pueden existir en esta época entre la democracia y la igualdad.
Lo hago porque las juzgo de especial relevancia (...)
Por eso me parece que es éste un buen momento para replantear algunos aspectos concretos del tema de la democracia y para revisar ciertos lugares comunes que los han vuelto brumosos. (...).
Deseo poner simplemente en la agenda, en forma accesible y con un mínimo de aparato académico, una serie de cuestiones referidas a las condiciones de posibilidad de la democracia, a los vínculos entre la ciudadanía y los derechos sociales y, en última instancia, a las relaciones que pueden existir en esta época entre la democracia y la igualdad.
Lo hago porque las juzgo de especial relevancia (...)
En todo caso, estoy convencido de que son premisas mayores de cualquier diálogo serio sobre el asunto; y, también, que se ha tendido a relegarlas a un segundo plano durante demasiado tiempo, haciéndoles el juego a quienes suelen no tener ningún interés en discutirlas.
Esto explica que, como diría Lincoln, la noción de democracia se haya ido desfigurando y que la literatura no tenga más remedio que acudir a los epítetos (democracias “transicionales”, “incompletas”, “delegativas”, “de baja intensidad”, “relativas”, “inciertas” o, incluso, en una significativa perversión del lenguaje, democracias “autoritarias”).
Esto explica que, como diría Lincoln, la noción de democracia se haya ido desfigurando y que la literatura no tenga más remedio que acudir a los epítetos (democracias “transicionales”, “incompletas”, “delegativas”, “de baja intensidad”, “relativas”, “inciertas” o, incluso, en una significativa perversión del lenguaje, democracias “autoritarias”).
No se trata, claro, del uso mismo de adjetivos. En realidad, el término democracia nunca ha podido privarse de ellos: desde fines del siglo XVIII se le comenzó a agregar el de “representativa”, así como después se la llamaría, según los casos, “directa”, “liberal” o “parlamentaria”.
Pero aquellos epítetos remiten a otra cosa, a las ausencias o deformaciones del objeto que describen; y por eso son síntomas de un malestar al que es necesario prestarle toda la atención que merece.
Para ello, un buen recurso consiste en regresar a algunos puntos de partida conocidos que mantienen su actualidad y que pueden servir para encauzar la discusión.
Pero aquellos epítetos remiten a otra cosa, a las ausencias o deformaciones del objeto que describen; y por eso son síntomas de un malestar al que es necesario prestarle toda la atención que merece.
Para ello, un buen recurso consiste en regresar a algunos puntos de partida conocidos que mantienen su actualidad y que pueden servir para encauzar la discusión.
*Abogado y politólogo. / Fragmento del libro Democracia: ¿gobierno del pueblo o gobierno de los políticos? (Capital Intelectual)
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