NOAM CHOMSKY : EL NEOLIBERALISMO EXISTE, PERO SOLO PARA LOS POBRES.
“La gente se percibe menos representada y lleva una vida
precaria. El resultado es una mezcla de enfado y miedo” - Noam Chomsky
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Bloghemia noviembre 24,
2021
“La gente se percibe menos representada y lleva una vida
precaria. El resultado es una mezcla de enfado y miedo” - Noam Chomsky
Entrevista
al filósofo, Lingüística y analista político Noam Chomsky, realizada por Jan Martínez Ahrens,
y publicada en el diario El País
Por:
Jan Martínez Ahrens
Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) hace tiempo que superó las barreras de la
vanidad. No habla de su vida privada, no usa móvil y en un tiempo donde abunda
lo líquido y hasta lo gaseoso, él representa lo sólido. Fue detenido por
oponerse a la guerra de Vietnam, figuró en la lista negra de Richard Nixon,
apoyó la publicación de los papeles del Pentágono y denunció la guerra sucia de
Ronald Reagan.
A
lo largo de 60 años no hay lucha que se le haya escapado. Igual defiende la
causa kurda que el combate contra el cambio climático. Tan pronto aparece en
una manifestación de Occupy Movement como respalda a los inmigrantes sin
papeles.
Inmerso
en la agitación permanente, el joven que en los años cincuenta deslumbró al
mundo con la gramática generativa y sus universales, lejos de dormirse en las
glorias del filósofo, optó por el movimiento continuo.
No
importó que le acusasen de antiamericano o extremista. Él siempre ha seguido
adelante, con las botas puestas, enfrentándose a los demonios del capitalismo.
Ya sean los grandes bancos, los conglomerados militares o Donald Trump.
Incombustible, su última obra lo vuelve a confirmar. En
Réquiem por el sueño americano (editorial Sexto Piso) vuelca a la letra impresa
las tesis expuestas en el documental del mismo título y denuncia la obscena
concentración de riqueza y poder que exhiben las democracias occidentales. El
resultado son 168 páginas de Chomsky en estado puro. Vibrante y claro. Listo
para el ataque.
***---—¿Se considera un radical?
—Todos nos consideramos a nosotros mismos moderados y
razonables.
***—Pues defínase ideológicamente.
—Creo que toda autoridad tiene que justificarse. Que
toda jerarquía es ilegítima hasta que no demuestre lo contrario.
A
veces, puede justificarse, pero la mayoría de las veces no. Y eso…, eso es
anarquismo.
Una luz seca envuelve a Chomsky. Después de 60 años dando lecciones en el
Massachusetts Institute of Tech¬nology (MIT), el profesor se ha venido a vivir
a los confines del desierto de Sonora. En Tucson, a más de 4.200 kilómetros de
Boston, ha abierto casa y estrenado despacho en el Departamento de Lingüística
de la Universidad de Arizona.
El centro es uno de los pocos puntos verdes de la abrasada
ciudad. Fresnos, sauces, palmeras y nogales crecen en torno a un edificio de
ladrillo rojo de 1904 donde todo queda pequeño, pero todo resulta acogedor. Por
las paredes hay fotos de alumnos sonrientes, mapas de las poblaciones
indígenas, estudios de fonética, carteles de actos culturales y, al fondo del
pasillo, a mano derecha, el despacho del mayor lingüista vivo.
---“La gente se percibe menos representada y lleva una
vida precaria. El resultado es una mezcla de enfado y miedo”
El lugar nada tiene que ver con el rompedor espacio de
Frank Gehry que le daba cobijo en Boston. Aquí, apenas cabe una mesa de trabajo
y otra para sentarse con dos o tres alumnos.
Recién
estrenada, la oficina de uno de los académicos más citados del siglo XX aún no
tiene libros propios, y su principal punto de atención recae en dos ventanas
que inundan de ámbar la estancia.
A
Chomsky, pantalones vaqueros, pelo largo y blanco, le gusta esa atmósfera
cálida. La luz del desierto fue uno de los motivos que le hizo mudarse a Tucson.
“Es
seca y clara”, comenta. Su voz es grave y él deja que se pierda en los meandros
de cada respuesta. Le gusta hablar con largueza. La prisa no va con él.
PREGUNTA. ¿Vivimos una época de desencanto?
RESPUESTA. Hace ya 40 años que el neoliberalismo, de la
mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, asaltó el mundo.
Y eso ha tenido un efecto. La concentración aguda de riqueza
en manos privadas ha venido acompañada de una pérdida del poder de la población
general. La gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con
trabajos cada vez peores. El resultado es una mezcla de enfado, miedo y
escapismo.
Ya
no se confía ni en los mismos hechos. Hay quien le llama populismo, pero en
realidad es descrédito de las instituciones.
P. ¿Y así surgen las fake news (bulos)?
R. La desilusión con las estructuras institucionales ha
conducido a un punto donde la gente ya no cree en los hechos. Si no confías en
nadie, por qué tienes que confiar en los hechos. Si nadie hace nada por mí, por
qué he de creer en nadie.
P. ¿Ni siquiera en los medios de comunicación?
R. La mayoría está sirviendo a los intereses de Trump.
P. Pero los hay muy críticos, como The New York Times,
The Washington Post, CNN…
R. Mire la televisión y las portadas de los diarios. No hay más que Trump,
Trump, Trump. Los medios han caído en la estrategia que ha diseñado Trump. Cada
día les da un aliciente o una mentira para situarse él bajo los focos y ocupar
el centro de atención.
Entretanto, el flanco salvaje de los republicanos va
desarrollando su política de extrema derecha, recortando derechos de los
trabajadores y abandonando la lucha contra el cambio climático, que
precisamente es aquello que puede terminar con todos nosotros.
P. ¿Ve en Trump un riesgo para la democracia?
R. Representa un peligro grave. Ha liberado consciente
y deliberadamente olas de racismo, xenofobia y sexismo que estaban latentes
pero que nadie había legitimado.
P. ¿Volverá a ganar?
R. Es posible, si consigue retardar el efecto letal de
sus políticas. Es un consumado demagogo y showman que sabe cómo mantener activa
su base de adoradores.
A
su favor juega también que los demócratas están sumidos en la confusión y puede
que no sean capaces de presentar un programa convincente.
P. ¿Sigue apoyando al senador demócrata Bernie Sanders?
R. Es un hombre decente. Usa el término socialista, pero en él significa más
bien new deal demócrata. Sus propuestas, de hecho, no le serían extrañas a
Eisenhower [presidente por el Partido Republicano de 1953 a 1961]. Su éxito,
más que el de Trump, fue la verdadera sorpresa de las elecciones de 2016. Por
primera vez en un siglo hubo alguien que estuvo a punto de ser candidato sin
apoyo de las corporaciones ni de los medios, solo con el respaldo popular.
P. ¿No advierte un deslizamiento hacia la derecha del
espectro político?
R. En la élite del espectro político sí que se ha
registrado ese corrimiento; pero no en la población general. Desde los años
ochenta se vive una ruptura entre lo que la gente desea y las políticas
públicas.
Es fácil verlo en el caso de los impuestos. Las encuestas
muestran que la mayoría quiere impuestos más altos para los ricos. Pero esto
nunca se lleva a cabo. Frente a esto se ha promovido la idea de que reducir
impuestos trae ventajas para todos y que el Estado es el enemigo. ¿Pero quién
se beneficia de que recorten en carreteras, hospitales, agua limpia y aire
respirable?
P. ¿Ha triunfado entonces el neoliberalismo?
R. El neoliberalismo existe, pero solo para los pobres.
El mercado libre es para ellos, no para nosotros.
Esa
es la historia del capitalismo. Las grandes corporaciones han emprendido la
lucha de clases, son auténticos marxistas, pero con los valores invertidos.
Los
principios del libre mercado son estupendos para aplicárselos a los pobres,
pero a los muy ricos se los protege.
Las
grandes industrias energéticas reciben subvenciones de cientos de millones de
dólares, la economía high-tech se beneficia de las investigaciones públicas de
décadas anteriores, las entidades financieras logran ayudas masivas tras
hundirse…
Todos
ellos viven con un seguro: se les considera demasiado grandes para caer y se
los rescata si tienen problemas.
Al
final, los impuestos sirven para subvencionar a estas entidades y con ellas a
los ricos y poderosos.
Pero
además se le dice a la población que el Estado es el problema y se reduce su
campo de acción.
¿Y
qué ocurre? Su espacio es ocupado por el poder privado y la tiranía de las
grandes entidades resulta cada vez mayor.
P. Suena a Orwell lo que describe.
R. Hasta Orwell estaría asombrado. Vivimos la ficción
de que el mercado es maravilloso porque nos dicen que está compuesto por
consumidores informados que adoptan decisiones racionales.
Pero
basta con poner la televisión y ver los anuncios: ¿buscan informar al
consumidor y que tome decisiones racionales? ¿O buscan engañar?
Pensemos,
por ejemplo, en los anuncios de coches. ¿Ofrecen datos sobre sus
características? ¿Presentan informes realizados por entidades independientes?
Porque
eso sí que generaría consumidores informados capaces de tomar decisiones racionales.
En
cambio, lo que vemos es un coche volando, pilotado por un actor famoso.
Tratan
de socavar al mercado. Los negocios no quieren mercados libres, quieren
mercados cautivos. De otro modo, colapsarían.
P. Y ante esta situación, ¿no es demasiado débil la
contestación social?
R. Hay muchos movimientos populares muy activos, pero no se les presta atención
porque las élites no quieren que se acepte el hecho de que la democracia puede
funcionar. Eso les resulta peligroso. Puede amenazar su poder. Lo mejor es
imponer una visión que te dice que el Estado es tu enemigo y que tienes que
hacer lo que puedas tú solo.
P. Trump emplea a menudo el término antiamericano,
¿cómo lo entiende?
R. Estados Unidos es el único país donde por criticar
al Gobierno te llaman antiamericano. Y eso supone un control ideológico,
encender hogueras patrióticas por doquier.
P. En algunos sitios de Europa también pasa.
R. Pero nada comparable a lo que ocurre aquí, no hay
otro país donde se vean tantas banderas.
P. ¿Teme al nacionalismo?
R. Depende, si significa estar interesado en tu cultura
local, es bueno. Pero si es un arma contra otros, sabemos a dónde puede
conducir, lo hemos visto y experimentado.
P. ¿Cree posible que se repita lo que ocurrió en los
años treinta?
R. La situación se ha deteriorado; tras la elección de
Barack Obama se desencadenó una reacción racista de enorme virulencia, con
campañas que negaban su ciudadanía e identificaban al presidente negro con el
anticristo.
Ha
habido muchas manifestaciones de odio. Sin embargo, Estados Unidos no es la
República de Weimar. Hay que estar preocupados, pero las probabilidades de que
se repita algo así no son altas.
P. Arranca su libro recordando la Gran Depresión, un
tiempo en el que “todo estaba peor que ahora, pero había un sentimiento de que
todo iría mejor”.
R. Me acuerdo perfectamente. Mi familia era de clase
trabajadora, estaba en paro y no tenía educación.
Objetivamente,
era un tiempo mucho peor que ahora, pero había un sentimiento de que todos
estábamos juntos en ello.
Había
un presidente comprensivo con el sufrimiento, los sindicatos estaban
organizados, había movimientos populares…
Se
tenía la idea de que juntos se podía vencer a la crisis. Y eso se ha perdido.
Ahora
vivimos la sensación de que estamos solos, de que no hay nada que hacer, de que
el Estado está contra nosotros…
P. ¿Tiene aún esperanzas?
R. Claro que hay esperanza. Aún hay movimientos
populares, gente dispuesta a luchar…
Las
oportunidades están ahí, la cuestión es si somos capaces de tomarlas.
Chomsky
termina con una sonrisa. Deja vibrando en el aire su voz grave y se despide con
extrema cortesía. Luego sale del despacho y baja las escaleras de la facultad.
Afuera, le esperan Tucson y la luz seca del desierto de Sonora.
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