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jueves, 15 de octubre de 2015

La inclusión social: Un sueño de transformación Nota sobre la política Omar Daniel Fernández

La inclusión social: Un sueño de transformación

Nota sobre la política

Omar Daniel Fernández


“¿Cuando se destruyen las garantías de la palabra como construir otro al que hablarle?”([1]) Esta pregunta que se formula Françoise Davoine nos plantea algunas dificultades con las que nos encontramos cuando tratamos de entender a qué nos referimos cuando decimos inclusión social. Esta dificultad -a mi entender-, queda notablemente expuesta en la articulación de dos frases ya clásicas; la primera, Arbeit match frei, El trabajo los hará libres, se encuentra en la puerta de entrada de Auschwitz; la segunda, ¡Ustedes trabajan para el fascismo!, corresponde a una frase de Benjamín de la cual Agamben hace una enunciación que toma forma bajo la potencia de dos preguntas: “¿en qué sentido se podría decir hoy que también nosotros trabajamos, sin saber, para el fascismo?, o, invirtiendo la pregunta, ¿en qué sentido podemos asegurar que no estamos trabajando para lo que Benjamín podía entender con ese término?”([2])

Frente a esta enunciación y sus dos formulaciones, Agamben las desenvuelve -para medir la rigurosidad teórica del pensamiento de Bataille-, en dirección de una teoría de la comunidad transitando alrededor de dos referencias centrales, La comunidad desocupada de Jean Luc Nancy([3]) y, el texto de Blanchot la comunidad inconfesable([4]). Lo que Agamben señala al respecto -en su artículo Bataille y la paradoja de la soberanía([5])-, es que tanto Blanchot como Jean Luc Nancy se mueven por la constatación de la crisis radical y la disolución de las comunidades en nuestro tiempo e intentan, precisamente, interrogarse sobre la posibilidad o sobre la imposibilidad- de un pensamiento y una experiencia comunitaria. Es en esta perspectiva que ambos buscan en el pensamiento de Bataille”([6]). Allí se encuentran -y, en esto coinciden-, que Bataille sostiene “el rechazo de toda comunidad positiva fundada sobre la realización o sobre la participación de un presupuesto común”([7]), en el cual la experiencia comunitaria implica “para Bataille, la imposibilidad de comunismo como una inmanencia absoluta de hombre a hombre y como la ineficacia de toda comunión fusional en una hipóstasis colectiva. A esta idea se opone en Bataille, una comunidad negativa, cuyas posibilidades se abren en la experiencia de la muerte. La comunidad revelada por la muerte no instituye ninguna ligazón positiva entre los sujetos, sino que está frecuentemente ordenada por su desaparición, la muerte como aquello que no puede de forma alguna ser transformada en una sustancia o una obra en común. La comunidad que está aquí en cuestión tiene, por eso, una estructura absolutamente singular: ésta sume en sí la imposibilidad de inmanencia propia, la imposibilidad misma de ser comunitaria en tanto sujeto de  comunidad”([8]). “La comunidad reposa, en este sentido, de algún modo, en la imposibilidad de comunidad y la experiencia de esta imposibilidad funda, por el contrario, la única comunidad posible.

Es evidente que, en esta perspectiva, la comunidad puede ser sencillamente ‘comunidad de los que no tienen comunidad’ ([9]). Y, este es el modelo de comunidad batailleana en cuyo centro está inscripta la estructura negativa, podemos decir, la comunidad de los que no tienen nada en común. Esta experiencia, queda sustentada en Bataille -en la medida que atestigua, da testimonio y se manifiesta-, en la acefalidad, es decir, en la privación de la cabeza. Esto es, la elisión de la racionalidad, la supresión del sujeto que la racionalidad instituye y, por sobre todo, “la misma autoexclusión de los miembros de la comunidad, que está presentes sólo a través de la propia decapitación. De la propia ‘pasión’ en el sentido estricto de la palabra”([10]).

Bataille nos presenta en esta experiencia interior la paradoja del éxtasis [ektasis] en la cual “o bien el sujeto debería estar presente donde no puede estarlo, o bien, el sujeto debe perderse en donde debería estar presente. Es esa estructura antinómica de esta experiencia interior la que Bataille procurará por toda la vida aferrar y cuya realización constituía aquello que él definía como “opération souveraine [operación soberana]” o “la souveranité de l’étre, la soberanía del ser”([11]) que Agamben traduce también bajo la forma de la soberanía del otro.

Entonces -y en esto sigo el esbozo que reconoce Agamben-, si la comunidad moderna entraña la paradoja de la soberanía en tanto y en cuanto el soberano -tomando la definición de Carl Schmit-, es aquel “que tiene el poder legítimo de proclamar el estado de excepción y de suspender, de tal modo, la validez del ordenamiento jurídico” implica que el soberano es el que está al mismo tiempo fuera y dentro del ordenamiento. La Experiencia interior es el intento de Bataille de ubicar el éxtasis como la posibilidad de pensar la comunidad más allá de este círculo, y solamente lo logra “intentando pensar el éxtasis del sujeto-, ubicar su límite interno, su antinomia constitutiva: la soberanía del sujeto., el estar sobre lo que está sub”([12]).

La inclusión social: un sueño de transformación, ¿Qué realidad nos plantea la épica de este sueño? ¿Y, qué deseo realiza este sueño de transformación?

Este metamorfeo realiza y sostiene una fantasía de unidad. Fantasía que toma consistencia en tanto y en cuanto se sostiene en la supresión de los rasgos disímiles de un mundo para que luego haya un mundo a través de esta neofundación y de allí, -atendiendo a la argumentación de la retórica del relato y, a la ligereza de los desarrollos-, se realiza el deseo de dormir-nos en una eternidad luctuosa, lamentable y funesta. Pero también, es un sueño con formación de persona mixta, de rostros mixtos y fundidos que encontramos -y esto sólo para dar un ejemplo-, en la fusión entre Derechos Humanos y la globalización del Estado de Excepción que sostiene la épica del relato cínico: Izquierda y derecha se con-funden. Y, en esta con-fusión es necesario poder plantear y preguntarnos –recordando a Rancière-, que si “la política entra en juego en el mismo momento en que se vuelve claro que los desequilibrios -de poblaciones, de presupuestos, u otros-, que los poderes manipulan, conllevan una imagen de comunidad [...] ¿a qué tipo de comunidad se encuentran asociados los cálculos del futuro de cada uno? ¿Y quién está en condiciones de debatir sobre esta comunidad?
Algunos llegan a la conclusión de que los únicos que pueden hablar de política son los militantes de las organizaciones. Pero tras la figura del militante se confunden dos cosas: las formas de acción mediante las cuales se modifican las coordenadas de lo posible y la relación de pertenencia a un colectivo. Si la acción política de un colectivo desarma un monopolio de la palabra legítima, seguramente no es para reconstruir otro que lo beneficie. Al contrario, es para abrir un espacio de investigación donde se permita hablar a cualquiera, a condición de que someta su palabra a la verificación y ponga a prueba su capacidad de hacer que resuene el poder de una acción y que amplíe el espacio de esa resonancia. Habitualmente ese espacio es llamado opinión, y la opinión es entendida desde Platón como lo contrario del pensamiento, la actividad cerebral que está al alcance de la gente común. Pero la opinión es más bien el espacio mismo  donde se determinan en conjunto las posibilidades del pensamiento y el modo de comunidad que define. No es el espacio homogéneo del más mínimo pensamiento, sino el de la querella sobre qué se puede pensar acerca de una circunstancia y sobre qué consecuencias conlleva ese pensamiento. La política también comporta el trabajo de ampliar el espacio del disenso luchando contra la máquina interpretativa que sin cesar borra la singularidad de las circunstancias y las reinscribe en las categorías de la dominación, transformando a aquellos y aquellas que han manifestado el poder de todos como representantes de poblaciones rezagadas, de corporaciones egoístas o de minorías bien circunscriptas. La política sólo existe por la acción de sujetos colectivos, pero la propia consistencia de los mundos alternativos que estos construyen depende de la batalla incesante de las interpretaciones -estatales, mediáticas, científicas y otras- que se apropian de ellos.” ([13])

Lévi-Strauss escribía en la fórmula canónica del mito dos oposiciones; por un lado, Uno / Serie y, por otro lado, Ser autóctono / descender. Ambas oposiciones homologan en cierto sentido sus términos planteando por un lado tanto el Uno como el ser autóctono en oposición a la serie y el descender. El gobierno actual -esto lleva ya más de una década que pretende eternidad-, tendría que reconocerse como efecto de una historia que los preexiste pero, la herida narcisista que esto implica (ser efecto de esa historia), es tan hiriente que inventa un mito donde en realidad rescribe la historia preexistente desde su presente hacia el pasado. Esto plantea al Estado actual como productor de su origen, dando vuelta -produciendo el giro en redondo- transformando en unidad una serie. Al mismo tiempo si el gobierno es el origen, se plantea en el origen, es decir, el ser autóctono rechaza el provenir de una descendencia, y en esta suerte de autoegendramiento, se crea como descendencia. Esta fantasía de escena primaria, ubica al Estado actual creando su origen en el pasado desmintiendo la realidad. A su vez -y este no es un matiz menor-, en el plano manifiesto plantea una ensoñación de transformación. Este ensueño de transformación, una suerte de trasvestismo -si se quiere-,  se esboza en la escena del mundo como realidad única. Lacan en el seminario IV había establecido una comparación entre el fetichismo y el travestismo respecto de su ubicación ante el velo. El primer caso, establecía una ubicación en el lado anterior del velo, el fetichista está ubicando un velo sobre la falta materna o sobre la falta en la mujer, en el segundo, en cambio se ubica más allá del velo, el travesti está más allá del velo, o sea, está instalado con un goce que sería el de levantar los vestidos, levantar la pollera y que la madre sea peniana, para lo cual es necesario aparecer velado, aparecer más allá del biombo.

Cuando Agamben se pregunta ¿qué es un campo? nos plantea que el nacimiento del campo en nuestro tiempo, “aparece como un acontecimiento que marca de manera decisiva el propio espacio político de la modernidad. Se produce en el momento en que el sistema político del Estado-nación moderno, que se basaba en el nexo funcional entre una determinada localización (el territorio) y un determinado orden jurídico (el Estado), mediado por reglas automáticas de inscripción en la vida (el nacimiento o nación), encuentra en una crisis duradera y el Estado decide asumir directamente entre sus funciones propias el cuidado de la vida biológica de la nación. Si la estructura del Estado-nación se define, pues, por tres elementos, territorio, orden jurídico, nacimiento, la ruptura del viejo nomos no se producen en los aspectos que, según Schmitt, lo constituían (la localización, Ortung, y el orden jurídico, Ordnung), sino en el punto que marca la inscripción de la nuda vida (el nacimiento que, así, pasa a ser nación) en el interior de aquellos. Hay algo que no puede funcionar en los mecanismos tradicionales que regulaban esa inscripción, y el campo se convierte en el nuevo regulador oculto de la inscripción de la vida en el orden jurídico, o más bien en el signo de la imposibilidad de que el sistema funcione sin transformarse en una máquina letal. Es significativo que los campos aparecieran al mismo tiempo que las nuevas leyes sobre la ciudadanía y desnacionalización de los ciudadanos (no sólo las leyes de Núremberg sobre la ciudadanía del Reich, sino también las leyes sobre la desnacionalización  de los ciudadanos promulgadas en casi  todos los Estados europeos entre 1915 y 1933). El estado de excepción, que era esencialmente una suspensión temporal del orden jurídico, se hace ahora un nuevo y estable sustrato espacial en el que habita esa nuda vida que, de forma cada vez más evidente, ya no puede ser inscripta en el orden jurídico. La creciente desconexión entre el nacimiento (la nuda vida) y el Estado-nación es el hecho nuevo de la política de nuestro tiempo, y lo que llamamos campo es esta separación. A un orden jurídico sin localización (el estado de excepción, en el que la ley es suspendida) corresponde ahora una localización sin orden jurídico (el campo como espacio permanente de excepción). El sistema político ya no ordena formas de vida y normas jurídicas en un espacio determinado, sino que alberga en su interior una localización dislocante que le desborda, en que cualquier forma de vida y cualquier norma pueden quedar incorporadas. El campo como localización dislocante es la matriz oculta de la política en que todavía vivimos, la matriz que tenemos que aprender a reconocer a través de todas sus metamorfosis. Es el cuarto, inseparable elemento que ha venido a añadirse, rompiéndola, a la antigua trinidad Estado-nación (nacimiento)-territorio.

Es esta la perspectiva en que debemos considerar la reaparición de los campos [...] que está produciendo más bien una ruptura del viejo nomos y una disolución de las poblaciones y de la vida humana según líneas de fuga completamente nuevas. [...] Si los nazis no pensaron nunca en acompañar la realización de la “solución final” con el embarazo forzado de las mujeres es porque el principio del nacimiento, que aseguraba la inscripción de la vida en el orden jurídico del Estado-nación, aunque profundamente transformado, seguía todavía, de algún modo, en vigor. Ahora este principio ha entrado en un proceso de dislocación y de deriva que hace presagiar no sólo la aparición de nuevos campos, sino también de nuevas y más delirantes definiciones normativas de la inscripción de la vida en la Ciudad. El campo, que ahora se ha instalado sólidamente en su seno, es el nuevo nomos biopolítico del planeta.”([14])

Por tanto, la  presente globalización del estado de excepción en el que nos encontramos nos proyecta una idealización extrema, un saber absoluto sobre los cuerpos, un símbolo dictatorial que toma el lugar de una presencia con la consecuente supresión del semejante y en esto, la supresión misma del sujeto.

El ensueño presidencial, nos plantea un trabajo inmenso y, a la vez la potencia de una frase que devela su verdad: Arbeit match frei, El trabajo los hará libres. Benjamin nos advierte hoy la prevención que le dirigía a Bataille: ¡Ustedes trabajan para el fascismo! Por tanto, la  presente globalización del estado de excepción en el que nos encontramos nos proyecta una idealización extrema, un saber absoluto sobre los cuerpos, un símbolo dictatorial que toma el lugar de una presencia y no, de una representación, con la consecuente supresión del semejante y en esto, la supresión misma del sujeto.

“Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina…”, ¿representantes del pueblo de la Nación Argentina?... Ya nos anticipaba de algún modo Horkheimer, que la implementación de la razón instrumental -al establecer la identidad con una imagen-,  produce un cuerpo que se instituye en un espacio virtual para el cual no hay inversión del eje anteroposterior y forcluye cualquier posibilidad de representación.

Este “sueño” (night-mare) de transformación nos abrió ya un camino, de nosotros depende la posibilidad de despertar.




[1] Davoine, Françoise y Gaudillière, Jean Max: HISTORIA y TRAUMA. LA LOCURA DE LAS GUERRAS, Editorial Fondo de Cultura Económica de Argentina, S.A.,  Argentina, 2011.
[2] Agamben, Giorgio: “Bataille y la paradoja de la soberanía”, en Teología y lenguaje. Del poder de Dios al juego de los niños, Ed. Las cuarenta, Colección Mitma, Primera edición, Buenos Aires 2012, pp. 15-16.
[3] La communauté desouvrée, publicado en Aléa, 4, 1983.
[4] La communauté inavouable, París 1983, del cual hay una traducción castellana publicada por la Editorial Nacional, Madrid, Biblioteca de Filosofía.
[5] Agamben, Giorgio: “Bataille y la paradoja de la soberanía”, en Teología y lenguaje. Del poder de Dios al juego de los niños, Ed. Las cuarenta, Colección Mitma, Primera edición, Buenos Aires 2012.
[6] Agamben, Giorgio: Ibid., p., 17.
[7] Agamben, Giorgio: Ibid., p., 17.
[8] Agamben, Giorgio: Ibidem, p., 17.
[9] Agamben, Giorgio: Ibid., p., 18.
[10] Agamben, Giorgio: Ibid., p., 18.
[11] Agamben, Giorgio: Ibidem, p., 19.
[12] Agamben, Giorgio: Ibidem, p., 20.
[13] Rancière, Jacques: “Prólogo. Intervenciones 1977- 2009”, en Momentos políticos, Capital Intelectual S.A.,  Argentina 2010, p. 10-13.
[14] Agamben; Giorgio: “¿Qué es un campo?” en “MEDIOS SIN FIN. Notas sobre la política”, Editorial PRE-TEXTOS, España, 2001, pp. 41- 43.

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