Un Ionesco actual
El director Emmanuel Demarcy-Mota estrenará mañana una implecable puesta de Rhinocerós, texto de uno de los referentes del teatro del absurdo y la actuación del elenco del Théâtre de la Ville de París
VIERNES 24 DE ENERO DE 2014
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Es el mismo espectáculo que, mañana y pasado, se presentará en el Teatro San Martín.
En Santiago, el montaje se ofreció en el Teatro de Carabineros. La sala responde a una arquitectura contemporánea con algunos rasgos un tanto particulares. Por ejemplo, en una de las salas hay cuadros que presentan a los carabineros como guardianes de una patria soñada, inexistente. O del techo del inmenso hall cuelga un enorme helicóptero de esa fuerza de seguridad. Parece estar vigilando, controlando el orden social. Ese mismo orden que durante el tiempo pinochetista los carabineros cumplieron un oscuro rol.
Durante la función de Rhinocéros, Bérenger (el personaje central) ve como su entorno, sus amigos y hasta su amada se transforman poco a poco en bestias feroces que arrasan con todo en un lenta metamorfosis de una sociedad que naturaliza el horror y la falta de memoria.
El texto es una clara alegoría contra el fascismo, el nazismo y el terrorismo de Estado.
"Es una pieza contra el olvido, pero no en el sentido de hacer un acto de memoria, sino como una forma de relacionarse con la historia", reflexiona el director.
Por eso mismo, entre el potente hecho escénico, los "detalles" del Teatro de Carabineros y los ecos del pasado su puesta se expande, se carga de inquietantes pliegues de suma actualidad, adquiere nuevos sentidos en tiempos de las redes sociales.
Al día siguiente del estreno en Chile, Emmanuel Demarcy-Mota reconoce que ninguna de esas asociaciones le resultan ajenas.
De hecho, el cruce entre lo histórico, lo político y el teatro es algo que lo define. Por eso mismo escogió montar esta obra de Ionesco que mañana llega a Buenos Aires con el numeroso elenco del Ensemble Artistique Théâtre de la Ville de París, que él también dirige.
Rhinocéros fue escrita en 1957, después de la Segunda Guerra Mundial y durante el nacimiento del fascismo en Rumania.
"La obsesión de Ionesco no pasaba por el teatro del absurdo sino por la cuestión de la soledad y la transformación de aquellos rumanos en seres terribles.
Hay otro aspecto que me interesa de su producción y de esta obra en particular: la forma de utilizar el humor al servicio de la crítica.
Su humor es negro, trágico. En ese sentido, diría que está entre Buster Keaton y Kafka.
Bérenger, el protagonista de Rhinocéros, no tiene la posibilidad de vivir en otro mundo y termina aceptando su profunda angustia en total soledad", apunta en un bar de una zona cool de Santiago de Chile.-
Rhinocéros se estrenó en Francia en 1961. "Fue una puesta vinculada con lo cómico que no indagó en las cuestiones más profundas de la obra", comenta Demarcy-Mota.
Pasaron 45 años hasta que este señor, a los 34 años y siendo director de la Comédie de Reims, decidió recuperar este texto en una clara apuesta a la actualidad de un clásico olvidado por sus mismos pares.
Durante la función de Rhinocéros, Bérenger (el personaje central) ve como su entorno, sus amigos y hasta su amada se transforman poco a poco en bestias feroces que arrasan con todo en un lenta metamorfosis de una sociedad que naturaliza el horror y la falta de memoria.
El texto es una clara alegoría contra el fascismo, el nazismo y el terrorismo de Estado.
"Es una pieza contra el olvido, pero no en el sentido de hacer un acto de memoria, sino como una forma de relacionarse con la historia", reflexiona el director.
Por eso mismo, entre el potente hecho escénico, los "detalles" del Teatro de Carabineros y los ecos del pasado su puesta se expande, se carga de inquietantes pliegues de suma actualidad, adquiere nuevos sentidos en tiempos de las redes sociales.
Al día siguiente del estreno en Chile, Emmanuel Demarcy-Mota reconoce que ninguna de esas asociaciones le resultan ajenas.
De hecho, el cruce entre lo histórico, lo político y el teatro es algo que lo define. Por eso mismo escogió montar esta obra de Ionesco que mañana llega a Buenos Aires con el numeroso elenco del Ensemble Artistique Théâtre de la Ville de París, que él también dirige.
Rhinocéros fue escrita en 1957, después de la Segunda Guerra Mundial y durante el nacimiento del fascismo en Rumania.
"La obsesión de Ionesco no pasaba por el teatro del absurdo sino por la cuestión de la soledad y la transformación de aquellos rumanos en seres terribles.
Hay otro aspecto que me interesa de su producción y de esta obra en particular: la forma de utilizar el humor al servicio de la crítica.
Su humor es negro, trágico. En ese sentido, diría que está entre Buster Keaton y Kafka.
Bérenger, el protagonista de Rhinocéros, no tiene la posibilidad de vivir en otro mundo y termina aceptando su profunda angustia en total soledad", apunta en un bar de una zona cool de Santiago de Chile.-
Rhinocéros se estrenó en Francia en 1961. "Fue una puesta vinculada con lo cómico que no indagó en las cuestiones más profundas de la obra", comenta Demarcy-Mota.
Pasaron 45 años hasta que este señor, a los 34 años y siendo director de la Comédie de Reims, decidió recuperar este texto en una clara apuesta a la actualidad de un clásico olvidado por sus mismos pares.
Eugène Ionesco nació en Rumania, en 1909. Su padre era rumano. Su madre, francesa. De joven, se instaló en Francia, en donde murió.
Junto a Samuel Beckett, es el referente obligado del teatro del absurdo.
Emmanuel Demarcy-Mota es francés. Su padre es francés, escribió varios libros sobre la dictadura portuguesa. Su madre, portuguesa; actriz.
Quizás esos cruces de nacionalidades y tiempos históricos distintos y similares sirvan para explicar los motivos que lo llevaron a montar la obra.
Luego de aquella primera versión que estrenó en 2004, montó obras de Brecht y de Pirandello, entre otros clásicos. Hasta que, en 2011 y ya como director del Théâtre de la Ville, hizo su segunda puesta de Rhinocéros con el mismo elenco que en la anterior. Se trata de un compacto grupo compuesto por 13 actores que, en varias escenas, están regidos por una precisa coreografía en medio de un complejo mecanismo escenotécnico .
Con la segunda versión este tal Emmanuel que se anima a hablar en castellano con la mejor predisposición quería dejar en claro que Ionesco no era el pasado, que merecía ser tenido en cuenta. Esa puesta fue después de la crisis Europa de 2008. Fue un gran suceso. Vinieron las mejores críticas, y los premios y los viajes.
El diario Le Figaro, por ejemplo, afirmó: "Nadie podría tenderle una mano de mejor forma a Ionesco". Él, en cierta forma, tomó todo ese revuelo como un revancha, como una forma de demostrar que el teatro del absurdo era mucho mas que un complejo juego de lenguaje.
De la primera versión a la segunda hubo diferencias. En la inicial, por ejemplo, no aparecían en escena las cabezas de los rinocerontes. En la segunda, sí. Lo hizo porque pensó que esa imagen podía tener una gran riqueza plástica (no se equivocó, tienen una carga poética que genera un extrañamiento cautivante). También pensó que el rinoceronte es un animal que oficia de puente como algo que viene como del inicio de los tiempos o con algo que resiste (quizás en tren de entablar interpretación, como el mismo Bérenger).
En esas últimas escenas el escenario se va despojando como si todo volviera -también- a los inicios del inicio del teatro: la palabra, un espacio vacío y un actor. En esos momentos es cuando la actuación de Séverine Gohir, como ese hombre que se queda solo frente a su propio mundo y el mundo, despliega un energía, un manejo de los tiempos y una densidad que atrapa.
Al final de la obra, su personaje afirma: "Yo quiero ser como ellos, pero no puedo".
Al final de café en medio del trajín de Santiago, Emmanuel Demarcy-Mota agrega:
"Es muy interesantes porque no dice «no quiero». Dice «no puedo». No hay una actitud militante en esas palabras. Lo suyo es mucho más profundo. Bérenger es un soñador que no desea formar parte de la competencia social".
Junto a Samuel Beckett, es el referente obligado del teatro del absurdo.
Emmanuel Demarcy-Mota es francés. Su padre es francés, escribió varios libros sobre la dictadura portuguesa. Su madre, portuguesa; actriz.
Quizás esos cruces de nacionalidades y tiempos históricos distintos y similares sirvan para explicar los motivos que lo llevaron a montar la obra.
Luego de aquella primera versión que estrenó en 2004, montó obras de Brecht y de Pirandello, entre otros clásicos. Hasta que, en 2011 y ya como director del Théâtre de la Ville, hizo su segunda puesta de Rhinocéros con el mismo elenco que en la anterior. Se trata de un compacto grupo compuesto por 13 actores que, en varias escenas, están regidos por una precisa coreografía en medio de un complejo mecanismo escenotécnico .
Con la segunda versión este tal Emmanuel que se anima a hablar en castellano con la mejor predisposición quería dejar en claro que Ionesco no era el pasado, que merecía ser tenido en cuenta. Esa puesta fue después de la crisis Europa de 2008. Fue un gran suceso. Vinieron las mejores críticas, y los premios y los viajes.
El diario Le Figaro, por ejemplo, afirmó: "Nadie podría tenderle una mano de mejor forma a Ionesco". Él, en cierta forma, tomó todo ese revuelo como un revancha, como una forma de demostrar que el teatro del absurdo era mucho mas que un complejo juego de lenguaje.
De la primera versión a la segunda hubo diferencias. En la inicial, por ejemplo, no aparecían en escena las cabezas de los rinocerontes. En la segunda, sí. Lo hizo porque pensó que esa imagen podía tener una gran riqueza plástica (no se equivocó, tienen una carga poética que genera un extrañamiento cautivante). También pensó que el rinoceronte es un animal que oficia de puente como algo que viene como del inicio de los tiempos o con algo que resiste (quizás en tren de entablar interpretación, como el mismo Bérenger).
En esas últimas escenas el escenario se va despojando como si todo volviera -también- a los inicios del inicio del teatro: la palabra, un espacio vacío y un actor. En esos momentos es cuando la actuación de Séverine Gohir, como ese hombre que se queda solo frente a su propio mundo y el mundo, despliega un energía, un manejo de los tiempos y una densidad que atrapa.
Al final de la obra, su personaje afirma: "Yo quiero ser como ellos, pero no puedo".
Al final de café en medio del trajín de Santiago, Emmanuel Demarcy-Mota agrega:
"Es muy interesantes porque no dice «no quiero». Dice «no puedo». No hay una actitud militante en esas palabras. Lo suyo es mucho más profundo. Bérenger es un soñador que no desea formar parte de la competencia social".
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