Cuando la Democracia y la Libertad triunfan aparentemente en un planeta liberado de los regímenes autoritarios, retornan paradógicamente, con una fuerza recobrada, las censuras y las manipulaciones.
Nuevos y seductores "opios del pueblo" distraen a los ciudadanos en nombre de "el mejor de los mundos" y les apartan de la acción cívica y reivindicativa.
En esta nueva era de la alienación, en los tiempos de la cultura global y de los mensajes a escala planetaria, las tecnologías de la comunicación, juegan, más que nunca, un papel ideológico de primer orden.
La promesa de felicidad en la familia, la escuela, la empresa o el Estado se encarna ahora en la comunicación.
De ahí la proliferación ilimitada de instrumentos a su servicio, de los que internet constituye la comunicación total, global, triunfal.
Cuanta más comunicación haya, se nos dice, más armoniosa será nuestra sociedad y más felices seremos.
Podemos preguntarnos si la comunicación no estará sobrepasando su estado óptimo, su punto culminante, para entrar en una fase en la que todas sus caulidades se transforman en defectos y todas sus virtudes en vicios.
Porque la nueva ideología de la comunicación total, esa especie de imperialismo comunicacional, empieza a ejercer una uténtica opresión sobre los ciudadanos.
Durante mucho tiempo la comunicación fue liberadora.
Desde la invención de la escritura y la emprenta significó la difusión del saber, del conocimiento, de las leyes y las luces de la razón, frente a las supersticiones y oscurantismos de todas clases.
A partir de ahora,imponiéndose como obligaiónaboluta, inundando todos los aspectos de la vida social, política, económica y culural, actua como una tiranía.
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