UNA AMENAZA PRÓXIMA AL CHANTAJE
El sociólogo francés critica en una conferencia de 1996 las exigencias
de recortes y desregulación laboral en la futura eurozona
PIERRE BOURDIEU (LA BOCA DEL LOGO
4 DE ENERO DE 2017)
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El sociólogo francés Pierre Bourdieu (Denguin, 1930 – París, 2002)
pronunció en octubre de 1996 en Friburgo una conferencia en la que respondía a
las declaraciones realizadas por Hans Tietmeyer (Westfalia,1931– Fráncfort,
2016), en aquel entonces presidente de la Banca Federal de Alemania, en una
entrevista en Le Monde el 17 de octubre de 1996 acerca de las
reformas y sacrificios necesarios para lograr un crecimiento económico estable
en la futura eurozona, de la que por aquella época se estaban colocando los
cimientos.
Tietmeyer, que dirigió entre 1993 y 1999 el Bundesbank,
coincidiendo con la primera fase de la implantación del euro, falleció el
pasado 27 de diciembre. Durante su época al frente de la entidad se le
conoció como el “señor del Marco”, al identificársele con la estabilidad
monetaria representada por la moneda alemana.
En su papel como último presidente de un Bundesbank todavía
soberano en política monetaria, le correspondió poner en marcha las medidas
necesarias para la convergencia hacia la moneda única.
Considerado uno de los arquitectos del euro y defensor a ultranza
del rigor presupuestario, Tietmeyer se mostró siempre muy crítico con la
presencia en la eurozona de países muy endeudados y exigió siempre mayores
reformas del mercado laboral, recortes del gasto social, etc.
Algo más de 20 años después, las reflexiones y críticas de Bourdieu
sobre el discurso neoliberal de Tietmeyer mantienen su vigencia en un contexto
de políticas de ‘austeridad’ y ascenso de la ultraderecha en Europa.
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Habiendo leído en el avión una entrevista con el presidente de la
Banca Federal de Alemania, Hans Tietmeyer, en la que se le presentaba como el
“gran sacerdote del deutschemark” —ni más ni menos—, querría
librarme a esta suerte de análisis hermenéutico que conviene a los textos
sagrados: “El desafío hoy en día es crear las condiciones favorables a un crecimiento
duradero y a —la palabra clave— la confianza de los inversores. Es necesario,
por tanto, controlar los presupuestos públicos”.
TIETMEYER ESTÁ CONVENCIDO DE QUE LAS CONQUISTAS SOCIALES DE LOS
INVERSORES, SUS LOGROS ECONÓMICOS, NO SOBREVIVIRÍAN A UNA PERPETUACIÓN DEL
SISTEMA DE PROTECCIÓN SOCIAL
Es decir —será más explícito en las siguientes frases—, enterrar lo
más rápido posible el Estado social y, entre otras cosas, sus políticas
sociales y culturales costosas, para asegurar a los inversores que preferirían
encargarse ellos mismos de sus inversiones culturales.
Estoy seguro de que todos aman la música romántica y la pintura
impresionista y estoy convencido, sin saber nada del presidente de la Banca
Federal de Alemania, de que en sus horas muertas, como el director de la Banca
de Francia, Jean-Claude Trichet, lee poesía y practica el mecenazgo.
“HACE FALTA POR TANTO, DICE, CONTROLAR LOS PRESUPUESTOS PÚBLICOS,
BAJAR EL NIVEL DE LAS TASAS Y LOS IMPUESTOS HASTA DARLES UN NIVEL SOPORTABLE A
LARGO PLAZO”.
Entiéndase: bajar el nivel de las tasas e impuestos de los
inversores hasta hacerlos soportables a largo plazo para estos mismos
inversores, evitando de esta manera animarles a llevar sus inversiones a otros
lugares.
Continuemos con la lectura: “Hay que reformar el sistema de
protección social”.
Es decir, bis repetita, enterrar el Estado
providencia y sus políticas de protección social, hechas para arruinar la
confianza de los inversores, suscitar su desconfianza legítima, seguros como
están de que sus conquistas económicas —hablamos de conquistas sociales,
podemos entonces hablar de conquistas económicas—, es decir, sus capitales, no
son compatibles con las conquistas sociales de los trabajadores, y que las
suyas deben evidentemente ser salvaguardadas a cualquier precio, aunque sea
arruinando los escasos logros económicos y sociales de la gran mayoría de
ciudadanos de Europa que está por llegar, aquellos a los que han descrito mucho
en diciembre de 1995 como “pudientes”, “privilegiados” [1].
Hans Tietmeyer está convencido de que las conquistas sociales de
los inversores, dicho de otra forma, sus logros económicos, no sobrevivirían a
una perpetuación del sistema de protección social. Es este sistema el que hay
que reformar urgentemente porque las conquistas económicas de los inversores no
sabrían esperar. Y Hans Tietmeyer, pensador de altos vuelos, que se inscribe en
la gran línea de la filosofía idealista alemana, prosigue:
EL “NOSOTROS” DEL “SI HACEMOS UN ESFUERZO”, SE REFIERE A LOS
TRABAJADORES Y ES A ELLOS SOLOS A QUIENES VA DIRIGIDA LA DEMANDA DE HACER UN
ESFUERZO
“Hay por lo tanto que controlar los presupuestos públicos, bajar el
nivel de las tasas y los impuestos hasta darle un nivel soportable a largo
plazo, reformar el sistema de protección social, desmantelar las rigideces del
mercado laboral, de tal forma que --este de “tal forma que” merecería un largo
comentario— una nueva fase de crecimiento solo será alcanzada si hacemos el
esfuerzo —el “hacemos” es magnífico-- de flexibilidad en el mercado de
trabajo”.
Ya está. Ya se han soltado las grandes palabras. Hans Tietmeyer da
un magnífico ejemplo de la retórica eufemística que corre por los mercados
financieros. El eufemismo es indispensable para suscitar a lo largo del tiempo
la confianza de los inversores —la cual se ha comprendido que es el alfa y el
omega de todo el sistema económico, el fundamento y el fin último, el telos, de
la Europa del futuro—, evitando siempre suscitar la desconfianza y la
desesperación de los trabajadores, con quienes, a pesar de todo, hay que contar
si se quiere tener esta nueva fase de crecimiento que se hace brillar delante
de sus ojos para obtener de ellos el esfuerzo indispensable.
Ya que es de ellos de quien se espera el esfuerzo, aunque Hans
Tietmeyer, maestro consumado en eufemismos, diga:
“DESMANTELAR LAS RIGIDECES DEL MERCADO LABORAL, DE TAL FORMA QUE
UNA NUEVA FASE DE CRECIMIENTO SOLO SERÁ ALCANZADA SI HACEMOS EL ESFUERZO DE
FLEXIBILIDAD EN EL MERCADO DE TRABAJO”.
Espléndido trabajo retórico que puede traducirse: “¡Ánimo,
trabajadores! ¡Todos juntos hagamos el esfuerzo de flexibilidad que se os
exige!”.
En lugar de plantear, imperturbable, una pregunta sobre la paridad
exterior del euro, el periodista podría haber preguntado a Hans Tietmeyer el
sentido que da a las palabras clave de la lengua de los inversores: “rigidez en
el mercado laboral” y “flexibilidad en el mercado laboral”.
Los trabajadores entenderán inmediatamente: trabajo nocturno,
durante los fines de semana, horarios irregulares, aumento de la presión,
estrés, etc.
Vemos que “del mercado de trabajo” funciona como una suerte de
epíteto homérico susceptible de ser colgado a un cierto número de palabras, y
se podría estar tentado, para medir la flexibilidad del lenguaje de Hans
Tietmeyer, de hablar por ejemplo de la flexibilidad o la rigidez de los
mercados financieros.
La extrañez de este uso en la jerga retórica de Hans Tietmeyer
permite suponer que no sería cuestión, en su espíritu, de ‘desmantelar las
rigideces de los mercados financieros’ o ‘de hacer un esfuerzo de flexibilidad
en los mercados financieros’.
LOS DISCURSOS NEOLIBERALES SE HAN CONVERTIDO EN UNA DOXA, UNA
EVIDENCIA INDISCUTIBLE E INDISCUTIDA
Lo que autoriza a pensar que, contrariamente a aquello que quiere
hacer creer, el “nosotros” del “si hacemos un esfuerzo”, de Hans Tietmeyer, se
refiere a los trabajadores y es a ellos solos a quienes va dirigida la demanda
de hacer un esfuerzo, y que es también a ellos a quienes va destinada la
amenaza, próxima al chantaje, contenida en la frase: “De tal forma que una
nueva fase de crecimiento solo será alcanzada si hacemos el esfuerzo de
flexibilidad en el mercado de trabajo”.
Hablando claro: ceded hoy vuestras conquistas sociales, para evitar
ahogar la confianza de los inversores, en nombre del crecimiento que esto nos
aportará mañana. Una lógica bastante conocida por los trabajadores afectados,
que, para caracterizar la política de participación que el gaullismo les
ofrecía en otra época, decían: “Me das tu reloj y yo te doy la hora”.
Releamos una vez más las palabras de Hans Tietmeyer:
“El desafío hoy en día es crear las condiciones favorables a un
crecimiento duradero y a la confianza de los inversores. Es necesario, por
tanto --remarquen el por tanto--, controlar los presupuestos públicos, bajar el
nivel de las tasas y los impuestos hasta darle un nivel soportable a largo
plazo, reformar el sistema de protección social, desmantelar las rigideces del
mercado laboral, de tal forma que una nueva fase de crecimiento solo será
alcanzada si hacemos el esfuerzo de flexibilidad en el mercado de trabajo”.
Si un texto tan extraordinario, tan extraordinariamente
extraordinario, estaba expuesto a pasar inadvertido y a conocer el destino de
los escritos cotidianos de los diarios, que se van volando como hojas muertas,
es que estaba perfectamente ajustado al horizonte de las expectativas de la
gran mayoría de los lectores de periódicos que somos.
Ahora bien, este horizonte es el producto de un trabajo social. Si
las palabras del discurso de Hans Tietmeyer pasan tan fácilmente es que corren
por todos lados. Están presentes en todos sitios, en todas las bocas. Circulan
como moneda corriente, las aceptamos sin duda, como hacemos con una moneda, una
moneda estable y fuerte, evidentemente tan estable y tan digna de confianza
como el deutschemark: “crecimiento duradero”, “confianza de los
inversores”, “presupuestos públicos” “sistema de protección social”, “rigidez”,
“mercado de trabajo”, “flexibilidad”, a lo que habría que añadir
“globalización”, “flexibilización”, “bajada de tasas” -- sin precisar cuáles--
“competitividad”, “productividad”, etc.
Esta creencia universal, que no avanza por sí sola, ¿cómo se ha
extendido? Un cierto número de sociólogos británicos y franceses sobre todo, en
una serie de libros y artículos, han construido la red mediante la que han sido
producidos y transmitidos estos discursos neoliberales que se han convertido en
una doxa, una evidencia indiscutible e indiscutida. Mediante
una serie de análisis de textos, de lugares de publicación, de características
de los autores de estos discursos, de los coloquios en los que se reunían para
producirlos, etc., han mostrado cómo, en Reino Unido y Francia, se ha hecho un
trabajo constante, asociando a él a intelectuales, periodistas, hombres de negocios,
en revistas que poco a poco se han impuesto como legítimas, para establecer
como si fuese natural una visión neoliberal que, en lo esencial, viste de
racionalizaciones económicas los presupuestos más clásicos del pensamiento
conservador de todos los tiempos y todos los países.
LA SATISFACCIÓN QUE PROCURA EL FATALISMO
Este discurso de apariencia económica solo puede circular más allá
del círculo de sus promotores con la colaboración de una masa de gente,
políticos, periodistas, simples ciudadanos con una base de economía suficiente
para poder participar en la circulación generalizada de palabras mal
contrastadas de una vulgata económica.
Un ejemplo de esta colaboración son las preguntas del periodista
que va en cierta forma por delante de las expectativas de Hans Tietmeyer: está
tan impregnado por adelantado de las respuestas que podría producirlas él
mismo. Es mediante este tipo de complicidades pasivas como poco a poco se ha
impuesto una visión llamada neoliberal, en realidad conservadora, que reposa en
una fe, de otra época, en la inevitabilidad histórica fundada sobre el primado
de las fuerzas productivas.
Puede que no sea por casualidad que tanta gente de mi generación se
haya pasado sin pena de un fatalismo marxista a un fatalismo neoliberal: en
ambos casos, el economismo des-responzabiliza y desmoviliza al anular lo
político e imponer toda una serie de fines indiscutidos, el crecimiento máximo,
el imperativo de la competitividad, el imperativo de la productividad y de una
misma tacada un ideal humano, que podría llamarse el ideal FMI.
No se puede adoptar la visión neoliberal sin aceptar todo lo que
lleva aparejada, el arte de vivir yuppi, el reinado del
cálculo racional o del cinismo, la carrera por el dinero instituida como modelo
universal.
Tomar como maestro de pensamiento al presidente de la Banca Federal
de Alemania es aceptar esta filosofía.
TANTO EN EL FATALISMO MARXISTA COMO EN EL NEOLIBERAL, EL ECONOMISMO
DESRESPONZABILIZA Y DESMOVILIZA AL ANULAR LO POLÍTICO E IMPONER TODA UNA SERIE
DE FINES INDISCUTIDOS
Lo que puede sorprender es que este mensaje fatalista se da aires
de un mensaje de liberación mediante toda una serie de juegos léxicos alrededor
de las ideas de libertad, de liberalización, de desregulación, etc., mediante
toda una serie de eufemismos, o de juegos de palabras --reforma por ejemplo--,
que busca presentar una restauración como una revolución, según una lógica que
es la de todas las revoluciones conservadoras.
Si esta acción simbólica ha tenido éxito hasta el punto de
convertirse en una fe universal es en parte mediante una manipulación
sistemática y organizada de los medios de comunicación.
Este trabajo colectivo tiende a producir toda una serie de
mitologías, de ‘ideas fuerza’, que avanzan y hacen avanzar porque manipulan
creencias. Es, por ejemplo, el mito de la “globalización” y de sus efectos
inevitables sobre las economías nacionales o el mito de los “milagros”
neoliberales americanos o ingleses.
A la mitología según la que las desigualdades sociales y económicas
se reducirían en Estados Unidos se puede oponer el trabajo de un sociólogo,
Loïc Wacquant, mostrando que, en EE.UU., el “Estado caritativo”, fundado sobre
una concepción moralizante de la pobreza, tiende a desdoblarse en un Estado
social que asegura las garantías mínimas de seguridad a las clases medias
y un Estado cada vez más represivo para contrarrestar los efectos de la
violencia ligada a la precarización de las condiciones de existencia de la gran
masa de la población, sobre todo, negra. Así, el Estado de California,
considerado durante un tiempo por ciertos sociólogos franceses el paraíso de
todas las liberalizaciones, consagra desde hace tiempo un presupuesto muy
superior a sus prisiones que a todas las instituciones de enseñanza superior,
que se encuentran, sin embargo, entre las más prestigiosas del mundo.
Otro ejemplo, Reino Unido, del que nos dicen todos los días que ha
resuelto el problema del paro, en realidad ha multiplicado los empleos
precarios, y los trabajadores británicos descubren con envidia las conquistas
sociales que aún sobreviven en Francia. Esto, paradójicamente, en el mismo
momento en el que se les cuenta a los franceses hasta qué punto los
trabajadores del otro lado del Canal de la Mancha son felices con su infelicidad.
Tal vez asistimos a un fenómeno de involución del Estado que se ha
constituido históricamente por la concentración sucesiva de la fuerza física
(la policía y el ejército), del capital cultural (el sistema métrico, etc.) y
del capital simbólico.
Uno de los efectos de la filosofía neoliberal, que no es más que la
máscara de una vieja filosofía conservadora, es el de conducir a una regresión
del Estado hacia el Estado mínimo completamente conforme con el ideal de los
dominantes, es decir, reducido a las fuerzas represivas, tal y como testimonia
el aumento de los gastos policiales.
CONFIANZA DE LOS MERCADOS O CONFIANZA DEL PUEBLO
Volvamos para terminar a la palabra clave del discurso de Hans
Tietmeyer, la “confianza de los mercados”. Tietmeyer tiene el mérito de colocar
bajo los focos la elección histórica delante de la que se hallan todos los
poderes: entre la confianza de los mercados y la confianza del pueblo, hay que
elegir. La política que pretende conservar la confianza de los mercados pierde la
del pueblo.
Según un sondeo reciente sobre la actitud con respecto a los
políticos, dos tercios de las personas interrogadas los consideran incapaces de
escuchar y de tener en cuenta lo que piensan los franceses, reproche
particularmente frecuente entre los partisanos del Frente Nacional -- del que
deploramos su ascensión sin soñar un solo momento en establecer la relación
entre el FN y el FMI.
Hay que poner la confianza de los mercados financieros o de los
inversores -- que se quiere salvar a cualquier precio-- en relación con la
desconfianza de los ciudadanos.
La economía es, salvo algunas excepciones, una ciencia abstracta,
basada en la separación, absolutamente injustificable, entre lo económico y lo
social que define el economismo. Esta ruptura está en la base del fracaso de
toda política que no reconozca otro fin que la salvaguarda del “orden y la
estabilidad económica”, es decir, del deutschemark, ese nuevo
absoluto del que Hans Tietmeyer es su fiel pastor…
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Traducción de Amanda Andrades.
Pierre Bourdieu (Denguin, 1930 – París, 2002) fue director de
la École Practique de Hauts Études y del Centro de Sociología Europea, y
catedrático de Sociología en el College de France desde 1981.
[1] Desde finales de noviembre hasta mediados de diciembre de 1995
se produjeron en Francia una serie de
huelgas en el sector público contra la propuesta de reforma de
la Seguridad Social del entonces primer ministro Alain Juppé.
La transcripción de la conferencia realizada en los encuentros
culturales francos alemanes que tuvieron lugar en Friburgo en octubre de
1996 se publicó en Le
Monde Diplomatique.
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