CRÓNICA DE UN PUÑETAZO NO ANUNCIADO
Por
Jorge Rendón Vásquez
Agotada la ola necrológica suscitada por el fallecimiento de Gabriel García Márquez, al poder mediático le queda en su haber la conversión efímera del genial novelista en un ícono, agitado ante multitudes agradecidas por dos presidentes de la República que podrían haber figurado en sus novelas como malévolos personajes de relleno.
El poder mediático había instruido a sus escribidores para
eludir u oscurecer la ideología de García Márquez, su amistad con Cuba y con
Fidel Castro, su natural empatía con los de abajo y el mensaje esencialmente
ético de su obra, de los que nunca claudicó.
Hay un episodio en la vida de García Márquez excluido
adrede del torrente mediático, un episodio compartido con Mario Vargas Llosa
del que éste dijo que por un “acuerdo tácito” con García Márquez no trataban.
Singular e inexplicable convenio del que no hay trazas y sólo existe como
declaración de parte interesada.
Acaeció el 12 de febrero de 1976 en el Palacio de las Bellas
Artes de México, antes de la proyección privada de la película “Sobrevivientes
de los Andes”, a la que habían sido invitados, entre otras personalidades,
García Márquez y Vargas Llosa.
García Márquez esperaba en el hall conversando con otros
asistentes, cuando divisó a Vargas Llosa que llegaba. Se acercó a él con los
brazos extendidos para estrecharlo en un abrazo.
Vargas Llosa, con el ceño
fruncido, gritó: “¡Cómo te atreves a abrazarme después de lo que le hiciste a
Patricia en Barcelona!” y le propinó un terrible derechazo en el ojo izquierdo
con el puño blindado por un gran anillo en el anular que tocó también la nariz.
García Márquez cayó de espaldas sobre la alfombra sin conocimiento y manando
abundante sangre de la nariz.
Varios asistentes se inclinaron sobre él, lo
reanimaron y levantaron, y la escritora mexicana Elena Poniatowska corrió a
buscar una hamburguesa que colocó sobre el ojo afectado.
En su casa, la esposa
de García Márquez cambió el emplasto de emergencia por un bife fresco. Sólo así
la hinchazón cedió rápidamente.
Dos días después, el fotógrafo Rodrigo Moya le
tomó a García Márquez una serie de fotos con el ojo negro, luego de haber hecho
lo indecible para reducir en su semblante la sorpresa y la contrariedad.
Como dirían los penalistas, fue un golpe a mansalva y con
alevosía y ventaja. ¿Qué lo motivó?[1]
García Márquez y Vargas Llosa se habían conocido
personalmente en agosto de 1967 y ya se habían leído.
Siguió una estrecha
amistad que llevó a Vargas Llosa a hacer a García Márquez padrino de su segundo
hijo.
Desde ese año, García Márquez y su familia se establecieron en Barcelona
y, poco después, recalaron también por allí Vargas Llosa y su familia.
Ambos
vivían en el barrio de Sarriá y se visitaban con frecuencia.
En mayo de 1967,
la Editorial Sudamericana había publicado en Buenos Aires “Cien años de
soledad” que fue un éxito estupendo con ediciones sucesivas que aportaron al
autor y a su familia una vida desahogada en lo sucesivo.
Entusiasmado, Vargas
Llosa escribió sobre esa novela su estudio “Historia de un deicidio”, publicado
en 1971.
Tan ejemplar amistad fue destruida por un asunto de
faldas.
A mediados de 1974, los Vargas Llosa retornaron al Perú
por barco, y allí Mario conoció a una azafata sueca de la que se enamoró
perdidamente y a la que buscó poco después en Estocolmo donde vivió con ella.
Patricia Vargas Llosa, su esposa, retornó a Barcelona con sus hijos. No pudo
contenerse y les contó a los García su drama. El tema del divorcio salió a
relucir como una solución, acompañada del consejo de planteárselo a Mario.
Otra
versión añade que Patricia y García Márquez conversaron en la cafetería de un
hotel y que éste le recomendó en broma la técnica del clavo que saca otro
clavo. Para unos Patricia rechazó la sugerencia, y para otros “aceptó de
inmediato la propuesta, y Gabo, fuera cual fuera su intención inicial, sucumbió
a la tentación”.
Cuando Mario regresó a Barcelona, Patricia lo esperó con un
lío descomunal y, según cierta versión, para vengarse de él, le refirió su
encuentro íntimo con García Márquez, añadiendo: “para que veas quiénes son tus
amigos; mientras tú andas quién sabe dónde, ellos vienen a proponerme que me
haga su amante”.
Mario Vargas Llosa no volvió a ver a García Márquez hasta la
noche de la aleve trompada.
En Derecho Penal, el iter
criminis es el camino de la concepción del delito y de sus causas. El
delito, en este caso, se configuró por la agresión física, aunque no haya
llegado a los estrados de la Justicia.
¿Tuvo otras causas que las mencionadas?
Pudieron haber tenido un peso determinante las
concepciones ideológicas y políticas de los protagonistas, y los celos
literarios de Vargas Llosa.
El 20 de
marzo de 1971, el poeta Heberto Padilla fue arrestado con su esposa, la poetisa
Belkis Cuza Malé, en Cuba, tras haber leído en un recital dado en la Unión de
Escritores su poema Provocaciones,
bajo la acusación de “actividades subversivas” contra el
gobierno.
Protestaron Julio Cortázar,
Simone de
Beauvoir, Marguerite
Duras, Carlos
Fuentes, Juan
Goytisolo, Alberto
Moravia, Octavio Paz,
Juan Rulfo, Jean-Paul Sartre, Susan Sontag, Mario Vargas Llosa y otros.
Cinco semanas después, a Padilla le hicieron
cantar la palinodia en la Unión de Escritores y a renegar de sus obras e ideas
expresadas anteriormente.
En 1979, Padilla se exilió en los Estados Unidos.
Para Vargas Llosa ése fue el punto de quiebre con el régimen cubano. Se alejó
de él y empezó su marcha hacia el neoliberalismo y a los artículos muy bien
pagados por el poder mediático internacional.
Gabriel García Márquez no se sumó
a esa protesta en público y nunca abdicó de su amistad con Cuba y Fidel Castro.
“Cien años
de soledad” seguía vendiéndose por decenas de miles de ejemplares en castellano
y otros idiomas.
Como dijera alguna vez Pablo Neruda, esa obra y “Don Quijote
de la Mancha” son las cumbres más altas de la novela castellana.
En comparación
con las obras de Vargas Llosa gana por diez a uno, por lo menos. Y esto no debe
de haberle gustado a Vargas Llosa.
Luego de su agresión a García Márquez en el
Palacio de las Bellas Artes de México dispuso que su trabajo “Historia de un
deicidio” dejara de publicarse.
Varias preguntas surgen frente a ese hecho.
¿A estar a las fuentes de información, actuó bien
Patricia Vargas Llosa en indisponer a su marido con un entrañable amigo?
Algunos silencios suelen ser necesarios en la vida de las parejas.
En el Martín
Fierro, el Viejo Vizcacha aconsejaba: “El hombre no hai de creer en la renguera
del perro ni en lágrimas de mujer”.
¿Podía Vargas Llosa haber optado por una actitud
alternativa a su derechazo?
La prudencia habría aconsejado preguntar primero al
acusado o pedirle explicaciones, aunque del incidente hubiera seguido un
pugilato.
¿Se imaginan a García Márquez, pequeño y jovial, empujado a la
Avenida Hidalgo, donde queda el Palacio de las Bellas Artes, a trompearse con
Vargas Llosa, más alto y nueve años menor?
Pero esta hipótesis no podía ser. Es
verosímil que Vargas Llosa había preparado su ataque en años, obsedido por las
tres causas indicadas y es posible que, en especial, por la tercera.
Hay
innumerables casos de aventurillas consumadas con el amigo o la amiga de la
pareja de muchos años.
Puesto que el affaire
se había hecho público, la vindicta tenía que ser también pública para dejar
indemne su ego machista. Él, sí; ella, no.
La fama tiende a volver transparente la envoltura de
privacidad de quienes son acogidos por ella.
Quedan expuestos al público como
en escaparates iluminados. A no pocos personajes les deleita hasta el paroxismo
llegar al estrellato en los periódicos y pantallas de televisión, y pagarían
para que comentasen hasta sus disparates. A otros menos.
A algunos no les importa
que hablen mal de ellos, con tal que hablen. Parodiando el título de la novela
de García Márquez “El coronel no tiene quien le escriba”, no podrían soportar
que no se escribiera de ellos.
¿Por qué no tratar, entonces, de ese puñetazo no anunciado?
(28/4/2014)
[1] Mis fuentes son las
crónicas de Dasso Saldívar, Orlando Isdatiú y Ángeles López, publicadas en El
Mundo, Infonoticias de Prensa y La Razón, respectivamente, aparecidas en
Internet.
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