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lunes, 28 de abril de 2014

CRÓNICA DE UN PUÑETAZO NO ANUNCIADO Por Jorge Rendón Vásquez -


CRÓNICA DE UN PUÑETAZO NO ANUNCIADO
Por Jorge Rendón Vásquez


Agotada la ola necrológica suscitada por el fallecimiento de Gabriel García Márquez, al poder mediático le queda en su haber la conversión efímera del genial novelista en un ícono, agitado ante multitudes agradecidas por dos presidentes de la República que podrían haber figurado en sus novelas como malévolos personajes de relleno.

El poder mediático había instruido a sus escribidores para eludir u oscurecer la ideología de García Márquez, su amistad con Cuba y con Fidel Castro, su natural empatía con los de abajo y el mensaje esencialmente ético de su obra, de los que nunca claudicó.

Hay un episodio en la vida de García Márquez excluido adrede del torrente mediático, un episodio compartido con Mario Vargas Llosa del que éste dijo que por un “acuerdo tácito” con García Márquez no trataban. Singular e inexplicable convenio del que no hay trazas y sólo existe como declaración de parte interesada.

Acaeció el 12 de febrero de 1976 en el Palacio de las Bellas Artes de México, antes de la proyección privada de la película “Sobrevivientes de los Andes”, a la que habían sido invitados, entre otras personalidades, García Márquez y Vargas Llosa.

García Márquez esperaba en el hall conversando con otros asistentes, cuando divisó a Vargas Llosa que llegaba. Se acercó a él con los brazos extendidos para estrecharlo en un abrazo. 

Vargas Llosa, con el ceño fruncido, gritó: “¡Cómo te atreves a abrazarme después de lo que le hiciste a Patricia en Barcelona!” y le propinó un terrible derechazo en el ojo izquierdo con el puño blindado por un gran anillo en el anular que tocó también la nariz. 

García Márquez cayó de espaldas sobre la alfombra sin conocimiento y manando abundante sangre de la nariz. 

Varios asistentes se inclinaron sobre él, lo reanimaron y levantaron, y la escritora mexicana Elena Poniatowska corrió a buscar una hamburguesa que colocó sobre el ojo afectado. 

En su casa, la esposa de García Márquez cambió el emplasto de emergencia por un bife fresco. Sólo así la hinchazón cedió rápidamente. 

Dos días después, el fotógrafo Rodrigo Moya le tomó a García Márquez una serie de fotos con el ojo negro, luego de haber hecho lo indecible para reducir en su semblante la sorpresa y la contrariedad.

Como dirían los penalistas, fue un golpe a mansalva y con alevosía y ventaja. ¿Qué lo motivó?[1]

García Márquez y Vargas Llosa se habían conocido personalmente en agosto de 1967 y ya se habían leído. 

Siguió una estrecha amistad que llevó a Vargas Llosa a hacer a García Márquez padrino de su segundo hijo. 

Desde ese año, García Márquez y su familia se establecieron en Barcelona y, poco después, recalaron también por allí Vargas Llosa y su familia. 

Ambos vivían en el barrio de Sarriá y se visitaban con frecuencia. 

En mayo de 1967, la Editorial Sudamericana había publicado en Buenos Aires “Cien años de soledad” que fue un éxito estupendo con ediciones sucesivas que aportaron al autor y a su familia una vida desahogada en lo sucesivo. 

Entusiasmado, Vargas Llosa escribió sobre esa novela su estudio “Historia de un deicidio”, publicado en 1971.

Tan ejemplar amistad fue destruida por un asunto de faldas.

A mediados de 1974, los Vargas Llosa retornaron al Perú por barco, y allí Mario conoció a una azafata sueca de la que se enamoró perdidamente y a la que buscó poco después en Estocolmo donde vivió con ella. 

Patricia Vargas Llosa, su esposa, retornó a Barcelona con sus hijos. No pudo contenerse y les contó a los García su drama. El tema del divorcio salió a relucir como una solución, acompañada del consejo de planteárselo a Mario. 

Otra versión añade que Patricia y García Márquez conversaron en la cafetería de un hotel y que éste le recomendó en broma la técnica del clavo que saca otro clavo. Para unos Patricia rechazó la sugerencia, y para otros “aceptó de inmediato la propuesta, y Gabo, fuera cual fuera su intención inicial, sucumbió a la tentación”. 

Cuando Mario regresó a Barcelona, Patricia lo esperó con un lío descomunal y, según cierta versión, para vengarse de él, le refirió su encuentro íntimo con García Márquez, añadiendo: “para que veas quiénes son tus amigos; mientras tú andas quién sabe dónde, ellos vienen a proponerme que me haga su amante”. 

Mario Vargas Llosa no volvió a ver a García Márquez hasta la noche de la aleve trompada.

En Derecho Penal, el iter criminis es el camino de la concepción del delito y de sus causas. El delito, en este caso, se configuró por la agresión física, aunque no haya llegado a los estrados de la Justicia.

¿Tuvo otras causas que las mencionadas?

Pudieron haber tenido un peso determinante las concepciones ideológicas y políticas de los protagonistas, y los celos literarios de Vargas Llosa.

El 20 de marzo de 1971, el poeta Heberto Padilla fue arrestado con su esposa, la poetisa Belkis Cuza Malé, en Cuba, tras haber leído en un recital dado en la Unión de Escritores su poema Provocaciones, bajo la acusación de “actividades subversivas” contra el gobierno. 


Cinco semanas después, a Padilla le hicieron cantar la palinodia en la Unión de Escritores y a renegar de sus obras e ideas expresadas anteriormente. 

En 1979, Padilla se exilió en los Estados Unidos. 

Para Vargas Llosa ése fue el punto de quiebre con el régimen cubano. Se alejó de él y empezó su marcha hacia el neoliberalismo y a los artículos muy bien pagados por el poder mediático internacional. 

Gabriel García Márquez no se sumó a esa protesta en público y nunca abdicó de su amistad con Cuba y Fidel Castro.

“Cien años de soledad” seguía vendiéndose por decenas de miles de ejemplares en castellano y otros idiomas. 

Como dijera alguna vez Pablo Neruda, esa obra y “Don Quijote de la Mancha” son las cumbres más altas de la novela castellana. 

En comparación con las obras de Vargas Llosa gana por diez a uno, por lo menos. Y esto no debe de haberle gustado a Vargas Llosa. 

Luego de su agresión a García Márquez en el Palacio de las Bellas Artes de México dispuso que su trabajo “Historia de un deicidio” dejara de publicarse.

Varias preguntas surgen frente a ese hecho.

¿A estar a las fuentes de información, actuó bien Patricia Vargas Llosa en indisponer a su marido con un entrañable amigo? 

Algunos silencios suelen ser necesarios en la vida de las parejas. 

En el Martín Fierro, el Viejo Vizcacha aconsejaba: “El hombre no hai de creer en la renguera del perro ni en lágrimas de mujer”.

¿Podía Vargas Llosa haber optado por una actitud alternativa a su derechazo? 

La prudencia habría aconsejado preguntar primero al acusado o pedirle explicaciones, aunque del incidente hubiera seguido un pugilato. 

¿Se imaginan a García Márquez, pequeño y jovial, empujado a la Avenida Hidalgo, donde queda el Palacio de las Bellas Artes, a trompearse con Vargas Llosa, más alto y nueve años menor? 

Pero esta hipótesis no podía ser. Es verosímil que Vargas Llosa había preparado su ataque en años, obsedido por las tres causas indicadas y es posible que, en especial, por la tercera. 

Hay innumerables casos de aventurillas consumadas con el amigo o la amiga de la pareja de muchos años. 

Puesto que el affaire se había hecho público, la vindicta tenía que ser también pública para dejar indemne su ego machista. Él, sí; ella, no.

La fama tiende a volver transparente la envoltura de privacidad de quienes son acogidos por ella. 

Quedan expuestos al público como en escaparates iluminados. A no pocos personajes les deleita hasta el paroxismo llegar al estrellato en los periódicos y pantallas de televisión, y pagarían para que comentasen hasta sus disparates. A otros menos. 

A algunos no les importa que hablen mal de ellos, con tal que hablen. Parodiando el título de la novela de García Márquez “El coronel no tiene quien le escriba”, no podrían soportar que no se escribiera de ellos.

¿Por qué no tratar, entonces, de ese puñetazo no anunciado?
(28/4/2014)





[1] Mis fuentes son las crónicas de Dasso Saldívar, Orlando Isdatiú y Ángeles López, publicadas en El Mundo, Infonoticias de Prensa y La Razón, respectivamente, aparecidas en Internet.

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