El ascenso de la ultraderecha argentina
No es necesario explicar que la derecha neoliberal argentina ya se ha constituído como tal.
No es verdad que sea necesario tener en frente a un gobierno progresista o democrático-popular para que despliegue su fuerza.
Ni siquiera un gobierno eventualmente inhibido en sus posibilidades.
Son representantes políticos de un Poder fuera del gobierno que ya ha decidido que es la misma Democracia la que debe ser destruida.
Porque la Democracia siempre puede deparar alguna sorpresa, un movimiento imprevisto que afecte los intereses de un Poder que en tiempos del neoliberalismo desea ser ilimitado, reproducirse sin obstáculos.
En el proyecto de ese Poder ya está programado que los gobiernos democráticos-populares sean sólo un mero paréntesis, un interregno reparador, hasta que la derecha neoliberal retorne.
Y ni siquiera la feroz pandemia ha apaciguado el deseo del Poder de perseverar en su ser .
Por ello ya nunca más habrá oposición, ni pactos de Estado frente a las urgencias de la Nación, ni ninguna dialéctica posible entre adversarios.
Es una derecha ultraderechista de cuño goebbeliano que perfecciona su artillería mediática, corporativa y judicial día a día.
Cuenta con un dato histórico clave: la progresiva disolución de los llamados intereses objetivos por parte de los sectores populares que ya se mueven subjetiva y políticamente por identificaciones que, por confusas que sean, los reafirman.
Y luego la lenta extinción de la denominada batalla por el sentido.
La derecha ultraderechista actúa fuera del sentido, performativamente transforma cualquier signo separado de la verdad en un juicio de existencia.
En el tiempo histórico donde las noticias son órdenes encubiertas.
Por todo ello los gobiernos democráticos y populares deben reunir sus legados históricos sin nostalgia pero sí como fuente de inspiración, para diseñar una actualización ética de las experiencias populares.
Nunca como ahora se ha vuelto una exigencia de primer orden anudar la Ética a la Política.
No me refiero a una ética normativa sino a una que comience por uno mismo.
Por el examen de la propia vida en relación a la causa que defendemos
No se trata de la mentada función crítica del intelectual sino de ser capaz de incluso pensar contra uno mismo.
Porque cuando se trata de la igualdad y la justicia nunca estamos a su altura, siempre estamos en las vísperas.
Sin embargo esa fragilidad donde la Ética y la Política se encuentran, es nuestra verdadera alternativa, nuestra razón y orden, frente a la locura de esa ultraderecha para la que la vida no vale nada.
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