08 de marzo de 2021 [publicó "Página 12"]
Yuval Noah Harari, historiador y filósofo israelí
“La creencia en el libre albedrío es más peligrosa hoy que nunca
antes”
El académico analiza
el mundo de la pospandemia a partir del auge de la vigilancia y el incremento
del control.
Además, los cambios
tecnológicos, su influencia en los sistemas políticos y la inteligencia
artificial.
Por Bárbara Schijman
Yuval Noah Harari es
uno de los intelectuales más influyentes de la actualidad. Lo consultan y
convocan de todo el mundo, desde el presidente de Francia, Emmanuel Macron, al
empresario Bill Gates y la canciller alemana, Ángela Merkel.
Dice que uno de sus
principales objetivos es “hacer llegar información científica precisa al mayor
número de personas posible”.
En esta coyuntura, “si
no se hace un esfuerzo por llevar la ciencia al público en general, se deja el
terreno libre para todo tipo de ridículas teorías conspirativas”, apunta.
En este sentido, y
frente a este peligro, sostiene que “el trabajo de los intelectuales públicos
es tomar las últimas teorías científicas y encontrar una manera de traducirlas
en una historia accesible, sin abandonar el compromiso con los hechos
fundamentales”.
Sus obras Sapiens:
De animales a dioses; Homo Deus: Breve historia del mañana; 21
lecciones para el siglo XXI; y Sapiens. Una historia gráfica,
entre otras, revisan los orígenes del mundo y marcan escenarios de futuros
posibles. Esto último, atravesado por uno de sus intereses y focos centrales:
la ética del desarrollo científico y tecnológico en el siglo XXI.
En diálogo con Página/12 y a más de un año del
comienzo de la pandemia de la covid-19, Harari repasa los distintos aspectos de
la crisis que desató el virus y sus corolarios.
--¿Cuál es su análisis sobre los tiempos que corren y qué ideas
disparó en usted la situación de pandemia en el mundo?
--La primera lección
de la pandemia es que debemos invertir más en nuestros sistemas de salud
pública. En este momento, esto debería ser obvio para todos.
Aunque todos los seres
humanos son huéspedes potenciales del virus, éste no es democrático en dos
aspectos fundamentales.
En primer lugar,
supone un mayor riesgo para algunas personas.
En segundo lugar, sus
impactos económicos no se sentirán por igual en todas las partes del mundo.
Deberían preocuparnos
especialmente los efectos económicos de esta pandemia en los países en
desarrollo.
Creo que, aunque el
virus en sí no sea democrático, podemos esforzarnos por mantener los principios
democráticos en nuestra respuesta al virus.
En otro nivel, esta
crisis ha demostrado el grave peligro que supone la desunión mundial.
Se han perdido muchas
vidas debido a la incapacidad de los líderes mundiales para trabajar juntos.
Ya ha transcurrido un
año desde el comienzo de la crisis y, lamentablemente, todavía no tenemos un
plan de acción mundial.
Es evidente que esta
crisis ha puesto de manifiesto lo fracturado que está el sistema internacional
y ha revelado lo peligrosa que es esta situación.
De alguna manera, es
casi como si la naturaleza estuviera poniendo a prueba nuestro sistema de
respuesta global para ver cómo podríamos manejar algo mucho peor en el futuro.
Desafortunadamente, la
forma en que hemos manejado la pandemia no inspira mucha confianza en que
podamos manejar algo más complejo como el cambio climático o el aumento de la
inteligencia artificial.
Espero que esta
pandemia sirva como una llamada de atención para la humanidad.
--En relación con un plan de acción mundial, usted dice que
“tenemos el conocimiento científico para solucionar esta crisis, pero no la
sabiduría política para hacerlo”. ¿A qué se refiere con “sabiduría política”?
--Todos los grandes
logros de la humanidad, desde la construcción de las pirámides hasta el vuelo a
la Luna, no fueron el resultado de un genio individual, sino de la cooperación
entre incontables extraños.
Demostrar sabiduría
política significaría actuar de manera que se maximice este poder de
cooperación para el beneficio de todos.
Sabemos que la
humanidad es capaz de este tipo de colaboración. Basta con mirar la
investigación científica.
Ahora, siempre que
hablamos de cooperación global, algunas personas se oponen inmediatamente.
Dicen que hay una contradicción inherente entre el nacionalismo y el
globalismo, y que debemos elegir la lealtad nacional y por lo tanto rechazar la
cooperación global.
Esto es un error. No
hay ninguna contradicción entre nacionalismo y globalismo. El nacionalismo se
trata de cuidar a tus compatriotas; no de odiar a los extranjeros.
Una pandemia es
exactamente una situación así. Si todos los países cooperaran existe la
posibilidad de que la covid-19 sea la última gran pandemia de la historia.
--Señala la crisis del nacionalismo mientras otras voces
subrayan su auge.
--Si bien es común
hablar del resurgimiento del nacionalismo, lo que estamos viendo en todo el
mundo es el colapso de la solidaridad nacional y su sustitución por un
tribalismo divisorio.
El nacionalismo no se
trata de odiar a los extranjeros. El nacionalismo se trata de amar a tus
compatriotas. Y actualmente, hay una escasez global de tal amor.
En países como Irak,
Siria y Yemen, los odios internos han llevado a la completa desintegración del
Estado y a guerras civiles asesinas.
En países como Estados
Unidos, el debilitamiento de la solidaridad nacional ha llevado a crecientes
fisuras en la sociedad. Las animosidades dentro de la sociedad estadounidense
han alcanzado tal nivel que muchos estadounidenses odian y temen a sus
conciudadanos mucho más de lo que odian y temen a los rusos o a los chinos.
Hace 50 años, tanto
los demócratas como los republicanos temían que los rusos llegaran a imponer un
régimen totalitario en la "tierra de la libertad".
Ahora, tanto
demócratas como republicanos están aterrorizados de que el otro partido esté
empeñado en destruir su forma de vida. En esta crisis de nacionalismo, muchos
líderes que se presentan como patriotas son de hecho todo lo contrario.
En lugar de fortalecer
la unidad nacional, amplían intencionadamente las divisiones dentro de la
sociedad utilizando un lenguaje incendiario y políticas divisorias, y
describiendo a cualquiera que se oponga a ellos no como un rival legítimo sino
más bien como un traidor peligroso. Donald Trump y Jair Bolsonaro son los
principales ejemplos.
--Sus escritos advierten sobre el incremento de la vigilancia y
el control a partir de la pandemia. ¿Podría explicar el punto?
--Algunos
comentaristas han sostenido que la forma relativamente eficiente en que China
enfrentó la pandemia es una prueba de que los sistemas autoritarios son más
adecuados para hacer frente a crisis como ésta.
Pero esto no es
necesariamente cierto. También vemos cómo países más descentralizados como
Nueva Zelanda y Corea del Sur lo han hecho bastante bien sin abandonar sus
valores democráticos y sin sacrificar las libertades y los derechos humanos de
sus ciudadanos.
También hay países
autoritarios como Irán que han demostrado su incompetencia. No necesitamos
aceptar el principio de que los estados autoritarios centralizados están
necesariamente mejor equipados para sobrevivir a este tipo de choques.
Tal vez el peligro
real sea el tema de la vigilancia, y cómo ciertos tipos de vigilancia “bajo la
piel” pueden ser intensificados o normalizados por la pandemia.
Si usás un brazalete
biométrico que monitorea lo que sucede bajo la piel, el gobierno también puede
saber lo que estás sintiendo, por ejemplo, mientras leés esto mismo que estoy
diciendo ahora.
La vigilancia bajo la
piel puede crear el mejor sistema de salud de la historia, un sistema que sabe
que estás enfermo incluso antes de que te des cuenta. Pero también puede crear
el régimen más totalitario que jamás haya existido --un régimen que sabe lo que
estás pensando y del que no podés esconderte--.
--En algunos círculos existe una suerte de deslumbramiento por
la inteligencia artificial, que usted dice puede ser “una tecnología de
dominación”. ¿De qué manera cree que la tecnología puede interactuar o
influir en los sistemas políticos?
--Como historiador, me
inclino a mirar cómo las eras anteriores de cambio tecnológico influyeron en
los sistemas políticos.
En el siglo XIX, vemos
cómo unos pocos países como Gran Bretaña y Japón se industrializaron primero, y
luego pasaron a conquistar y explotar la mayor parte del mundo.
Si no tenemos cuidado,
lo mismo ocurrirá con la Inteligencia Artificial (IA) y la automatización.
No necesitamos
imaginar un escenario Terminator de ciencia ficción de robots
rebelándose contra los humanos.
Hablo de una
inteligencia artificial mucho más primitiva, que sin embargo es suficiente para
alterar el equilibrio global.
Consideremos cómo
podría ser la política en Argentina dentro de 20 años, cuando alguien en San
Francisco o Beijing conozca toda la historia médica y personal de cada
político, periodista o juez de su país, incluyendo sus escapadas sexuales,
tratos corruptos o debilidades mentales.
¿Seguirá siendo un
país democrático independiente?
¿O sería una colonia
de datos?
--La discusión sobre la función y la finalidad que se da a la
tecnología...
--Pero quiero subrayar
que éstas son sólo posibilidades, no certezas. No debemos ser víctimas del
determinismo tecnológico. Todavía es posible evitar que esto suceda y podemos
asegurarnos de que la inteligencia artificial sirva a todos los humanos, en
lugar de a una pequeña élite.
Por ejemplo, en lo que
hace a cuestiones de vigilancia, en la actualidad los ingenieros están
desarrollando herramientas de IA al servicio de los gobiernos y las empresas,
para vigilar a los ciudadanos. Pero podemos desarrollar herramientas de IA que
monitoreen a los gobiernos y las corporaciones al servicio de los ciudadanos.
Técnicamente, es muy
fácil desarrollar una herramienta de IA que exponga la corrupción.
Para un ciudadano
individual, es imposible revisar todos los datos y descubrir qué políticos
nombraron a sus familiares para trabajos lucrativos en el gobierno. Para una
IA, eso tomaría dos segundos. Esto es algo que los ciudadanos pueden y deben
exigir.
--En relación con esto último, sus trabajos insisten en
que “la gente más fácil de manipular es la que cree en el libre albedrío”.
¿Qué es el libre albedrío y por qué sostiene que la sensación de
libre albedrío tiende trampas?
--La gente toma
decisiones todo el tiempo. Pero la mayoría de estas decisiones no se toman
libremente. Son moldeadas por varias fuerzas biológicas, culturales y
políticas.
La creencia en el
“libre albedrío” es peligrosa porque cultiva la ignorancia sobre nosotros
mismos. Nos ciega a lo sugestionable que somos y a las cosas de las que ni
siquiera somos conscientes para dar forma a nuestras decisiones.
Cuando elegimos algo
--un producto, una carrera, un cónyuge, un político-- nos decimos a nosotros
mismos: “elegí esto por mi libre albedrío”.
Si este es el caso,
entonces no hay nada más que investigar. No hay razón para ser curioso o
escéptico acerca de lo que pasa dentro de mí, y acerca de las fuerzas que
dieron forma a mi elección.
Esto es
particularmente peligroso hoy en día, porque las corporaciones y los gobiernos
están adquiriendo tecnologías nuevas y poderosas para dar forma y manipular
nuestras elecciones.
En consecuencia, la
creencia en el libre albedrío es más peligrosa hoy que nunca antes. La gente no
debería creer sólo en el libre albedrío. Debería explorarse a sí misma y
entender qué es lo que realmente da forma a sus deseos y decisiones.
Es la única manera de
asegurarnos de no convertirnos en marionetas de un dictador o de una
computadora superinteligente.
Si los gobiernos o las
corporaciones llegan a conocernos mejor de lo que nos conocemos a nosotros
mismos, entonces pueden vendernos lo que quieran, ya sea un producto o un
político.
--Frente a estos riesgos, ¿qué sistema global debería
establecerse para impedir las consecuencias negativas de esto?
--El desarrollo de una
tecnología más ética requerirá cambios institucionales e infraestructurales.
Pero hay algunos pequeños ajustes que podemos hacer para empezar.
Por ejemplo, un médico
no puede empezar a ejercer sin tener algún tipo de educación ética; todos
estamos de acuerdo.
Sin embargo, no
esperamos que los programadores de computadoras tomen cursos de ética a pesar
de que tienen una tremenda influencia sobre las vidas humanas. Estas son las
personas que están escribiendo los códigos con los que funcionan nuestras
sociedades.
Muchas de las
preguntas que los filósofos han debatido durante miles de años han migrado
ahora al departamento de informática.
Tenemos que
asegurarnos de que los programadores que diseñan los algoritmos que impulsan
los vehículos autónomos han aprendido a pensar éticamente.
A mayor escala, hay
algunos principios más generales para la tecnología ética.
--¿Por ejemplo?
--Primero, no permitir
que demasiados datos se concentren en un solo lugar. Muchos países verán la
necesidad de centralizar los datos epidemiológicos después de esta pandemia.
Esta sería una
herramienta maravillosa, pero sería mejor establecer una autoridad de salud
independiente que recoja y analice estos datos y los mantenga alejados de la
policía o de las grandes corporaciones. Sí, eso es ineficiente, pero la
ineficiencia es una característica, no un error.
Si el sistema es
demasiado eficiente, puede convertirse fácilmente en una dictadura digital.
En segundo lugar, los
datos personales de las personas siempre deben ser utilizados para ayudarlas en
lugar de dañarlas o manipularlas.
Este principio se
aplica, por ejemplo, a los médicos. Compartir datos para encontrar una cura
para la covid-19 es bueno, pero no lo es compartir datos para ayudar a una
corporación a evitar el pago de sus impuestos o ayudar a un régimen autoritario
a reprimir a los disidentes.
En tercer lugar,
siempre que se aumenta la vigilancia de los ciudadanos individuales, se debe
aumentar simultáneamente la vigilancia de los gobiernos y las grandes
corporaciones.
Si la vigilancia sólo
va de arriba a abajo, esto lleva a la dictadura digital. La vigilancia siempre debe ir en ambos
sentidos.
--Nadie desconoce la posición de Trump frente a la pandemia. Sin
embargo, y aunque haya perdido la elección presidencial, recibió un caudal de
votos importante. En Brasil sucede algo similar en términos de apoyo a
Bolsonaro. ¿Qué análisis hace al respecto?
--Trump y Bolsonaro
han pasado los últimos años socavando la confianza del público en la ciencia,
los organismos gubernamentales y los medios de comunicación.
Como era de esperar,
esos países están luchando ahora para que la gente escuche las directrices
científicas y tome las precauciones básicas de seguridad.
No es demasiado tarde
para reconstruir la confianza, pero esto requerirá invertir en instituciones y
en educación.
En última instancia,
sin embargo, este enfoque es mejor para todos. Una población bien informada
puede afrontar la crisis mejor que una población ignorante y vigilada. Los
países con líderes como Trump y Bolsonaro han experimentado mucho sufrimiento
innecesario. Y estos líderes deben ser considerados responsables.
Cuando la Peste Negra
se extendió en el siglo XIV, la humanidad simplemente carecía de los
conocimientos necesarios para superar la plaga, por lo que difícilmente se
podía culpar a los reyes medievales de la catástrofe. Pero hoy en día tenemos
todo el conocimiento científico necesario para contener y derrotar a la
pandemia. Si a pesar de todo no lo hacemos, la culpa es de políticos
incompetentes.
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