10 de abril de 2021 · Actualizado hace 1 hora
LA VACUNA ES UN BIEN PÚBLICO MUNDIAL
POR BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS
Hay un cierto consenso
en torno a que la pandemia actual permanecerá con nosotros durante mucho
tiempo. Vamos a entrar en un periodo de pandemia intermitente cuyas características
precisas todavía están por definirse.
El juego entre nuestro
sistema inmunitario y las mutaciones del virus no tiene reglas muy claras.
Tendremos que vivir
con la inseguridad, por dramáticos que sean los avances de las ciencias
biomédicas contemporáneas. Sabemos pocas cosas con seguridad.
Sabemos que la
recurrencia de pandemias está relacionada con el modelo de desarrollo y de
consumo dominante, con los cambios climáticos asociados a éste, con la
contaminación de los mares y los ríos y con la deforestación de los bosques.
Sabemos que la fase
aguda de esta pandemia solo terminará cuando entre el 60 y el 70 por ciento de
la población mundial esté inmunizada.
Sabemos que esta tarea
se ve obstaculizada por el agravamiento de las desigualdades sociales dentro de
cada país y entre los distintos países, combinado con el hecho de que la gran
industria farmacéutica (Big Pharma) no quiere renunciar a los derechos de
patente sobre las vacunas.
Las vacunas ya se
consideran el nuevo oro líquido, sucediendo al oro líquido del siglo XX, el
petróleo.
Sabemos que las
políticas de Estado, la cohesión política en torno a la pandemia y el
comportamiento de la ciudadanía son decisivos.
El mayor o menor éxito
depende de la combinación entre vigilancia epidemiológica, reducción del
contagio a través de confinamientos, eficacia de la retaguardia hospitalaria,
mejor conocimiento público sobre la pandemia y atención de vulnerabilidades
especiales.
Los errores, las
negligencias e incluso los propósitos necrófilos por parte de algunos líderes
políticos han dado lugar a formas políticas de muerte por vía sanitaria que
llamamos darwinismo social: la eliminación de grupos sociales desechables
porque son viejos, porque son pobres o porque son discriminados por razones
étnico-raciales o religiosas.
Por último, sabemos
que el mundo europeo (y norteamericano) mostró en esta pandemia la misma
arrogancia con la que ha tratado al mundo no europeo durante los últimos cinco
siglos.
Como cree que el mejor
conocimiento técnico-científico proviene del mundo occidental, no ha querido
aprender de la forma en que otros países del Sur Global han lidiado con
epidemias y, específicamente, con este virus.
Mucho antes de que los
europeos se dieran cuenta de la importancia de la mascarilla, los chinos ya la
consideraban de uso obligatorio.
Por otro lado, debido
a una mezcla tóxica de prejuicios y presiones de los lobbies al servicio de las
grandes compañías farmacéuticas occidentales, la Unión Europea (UE), Estados
Unidos y Canadá han recurrido exclusivamente a las vacunas producidas por estas
empresas, con consecuencias por ahora impredecibles.
Además de todo esto,
sabemos que existe una guerra geoestratégica vacunal muy mal disfrazada por
llamamientos vacíos al bienestar y a la salud de la población mundial.
Según la revista Nature del
pasado 30 de marzo, el mundo necesita once mil millones de dosis de vacunas
(sobre la base de dos dosis por persona) para lograr la inmunidad de grupo a
escala mundial.
Hasta finales de
febrero, se confirmaron pedidos de unos 8600 millones de dosis, de las cuales 6
mil millones estaban destinadas a los países ricos del Norte Global. Esto
significa que los países empobrecidos, que representan el 80 por ciento de la
población mundial, tendrán acceso a menos de una tercera parte de las vacunas disponibles.
Esta injusticia
vacunal es particularmente perversa porque, dada la comunicación global que
caracteriza nuestro tiempo, nadie estará verdaderamente protegido hasta que el
mundo entero esté protegido.
Además, cuanto más se
tarde en lograr la inmunidad de grupo a escala global, mayor será la
probabilidad de que las mutaciones del virus se vuelvan más peligrosas para la
salud y más resistentes a las vacunas disponibles.
Un estudio reciente,
que reunió a 77 científicos de varios países del mundo, concluyó que dentro de
un año o menos, las mutaciones del virus harán que la primera generación de
vacunas sea ineficaz.
Esto será tanto más
probable cuanto más tiempo se tarde en vacunar a la población mundial.
Ahora, según los
cálculos de la People’s Vaccine Alliance, al ritmo actual, solo el 10 por
ciento de la población de los países más pobres se vacunará a finales del
próximo año.
Más retrasos se
traducirán en una mayor proliferación de noticias falsas, la infodemia, como la
llama la OMS, que ha sido particularmente destructiva en África.
Existe consenso hoy en
que una de las medidas más eficaces será la suspensión temporal de los derechos
de propiedad intelectual sobre las patentes de vacunas para la covid por parte
de las grandes empresas farmacéuticas.
Esta suspensión haría
que la producción de vacunas fuera más global, más rápida y más barata. Y así,
más rápidamente, se lograría la inmunidad de grupo global.
Además de la justicia
sanitaria que permitiría esta suspensión, existen otras buenas razones para defenderla.
Por un lado, los
derechos de patente se crearon para estimular la competencia en tiempos
normales. Los tiempos de pandemia son tiempos excepcionales que, en lugar de
competencia y rivalidad, requieren convergencia y solidaridad.
Por otro lado, las
empresas farmacéuticas ya se han embolsado miles de millones de euros de dinero
público a título de financiamiento para fomentar la investigación y el
desarrollo más rápido de vacunas.
Además, existen
precedentes de suspensión de patentes, no solo en el caso de retrovirales para
el control del VIH/Sida, sino también en el caso de la penicilina durante la
Segunda Guerra Mundial.
Si estuviéramos en una
guerra convencional, la producción y distribución de armas ciertamente no
quedarían bajo el control de las empresas privadas que las producen. El Estado
ciertamente intervendría.
No estamos en una
guerra convencional, pero el daño que la pandemia hace a la vida y al bienestar
de las poblaciones puede resultar similar (casi tres millones de muertos hasta
la fecha).
No es de extrañar, por
tanto, que ahora exista una vasta coalición mundial de organizaciones no
gubernamentales, Estados y agencias de la ONU a favor del reconocimiento de la
vacuna (y de la salud en general) como un bien público y no como un negocio, y
la consecuente suspensión temporal de los derechos de patente.
Mucho más allá de las
vacunas, este movimiento global incide en la lucha por el acceso de todos a la
salud y por la transparencia y el control público de los fondos públicos
involucrados en la producción de medicamentos y de vacunas.
A su vez, unos cien
países, encabezados por India y Sudáfrica, ya han solicitado a la Organización
Mundial del Comercio que suspenda los derechos de patente relacionados con las
vacunas.
Entre
estos países no se encuentran los países del Norte Global. Por ello, la
iniciativa de la Organización Mundial de la Salud de garantizar el acceso
global a la vacuna (Covax) está destinada al fracaso.
No olvidemos que,
según datos del Corporate Europe Observatory, la Big Pharma gasta entre 15 y 17
millones de euros al año para presionar las decisiones de la Unión Europea, y
que la industria farmacéutica en su conjunto cuenta con 175 cabilderos en
Bruselas trabajando para el mismo propósito.
La escandalosa falta
de transparencia en los contratos de vacunas es el resultado de esta presión.
Si Portugal quisiera dar distinción y verdadera solidaridad cosmopolita a la
actual presidencia del Consejo de la Unión Europea, tendría aquí un buen tema
de protagonismo. Tanto más si otro portugués, el secretario general de la ONU,
acaba de hacer un llamamiento para considerar la salud como un bien público
mundial.
Todo apunta a que, en
este ámbito como en otros, la UE seguirá renunciando a cualquier
responsabilidad global. Con la intención de permanecer pegada a las políticas
globales de Estados Unidos, en este caso puede ser superada por el propio EE.
UU.
La administración
Biden está considerando suspender la patente de una tecnología relevante para
las vacunas desarrollada en 2016 por el Instituto Nacional de Alergias y
Enfermedades Infecciosas.
*
Boaventura de Sousa Santos es director emérito del Centro de Estudios Sociales
de la Universidad de Coímbra (Portugal). Traducción de Antoni Aguiló y
José Luis Exeni Rodríguez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario