LA SOCIEDAD ANESTESIADA POR LA FOBIA AL DOLOR
Un reciente ensayo del filósofo surcoreano mete el bisturí en el
concepto de dolor, un sentimiento que se pretende eliminar en una sociedad
entregada a los paliativos optimistas y la dictadura del like.
Por Julián Varsavsky PUBLICÓ “PAGINA 12”
03 de mayo de 2021
En su libro La sociedad paliativa (Herder) el
filósofo Byung-Chul Han parte de la idea del dolor para atravesar los conceptos
de toda su obra.
Su tesis es que en la sociedad impera una fobia al dolor, el
cual se trata de eliminar a toda costa, incluso allí donde es constituyente de
la existencia humana como en el amor, la política, el arte y la psicología.
Miguel Ángel Forte es profesor titular plenario de Sociología
General (UBA) y director de la Maestría en Ciencia Política y Sociología de
Flacso, donde dicta el seminario Byung-Chul Han y Carlos Marx: las
cadenas radicales del panóptico digital.
--Según Han, en la actual sociedad del rendimiento el dolor es
considerado síntoma de debilidad.
El reino del “me gusta” no da cabida al sufrimiento: todo lo
alisa y pule, hasta eliminarle su aspereza y resultar agradable.
“El like es el signo y el analgésico del presente”. Y desde
Facebook pasaría a todos los ámbitos de la cultura, donde nada debe doler.
--Facebook con sus selfies y likes da una solo apariencia de las
cosas: tengo 5000 amigos ¿pero qué puede salir de ahí más allá de algunos
encuentros concretos?
Casi todo queda allí. El covid fue el virus justo para esta
época que se nutre de vínculos digitales.
El tuiteo era la forma de hacer política de Trump. Pues el
secreto del poder contemporáneo es no generar ningún tipo de vínculo
interpersonal.
Una de las cosas que puso de relieve la pandemia es el
individualismo radical de cierta gente, capaz de desafiar a la propia biología:
no se cuidan ni a sí mismos.
--En su reivindicación de la negatividad del sufrimiento, Han
dice que olvidamos que el dolor purifica y opera como catarsis:
“el exceso de positividad aplasta y asfixia”.
Y terminaríamos aplanados por la cultura de la complacencia
sumidos en el infierno de lo igual, esa zona paliativa de bienestar. Plantea
que “el dolor ha dejado de ser un cauce navegable que lleva al hombre al mar:
es un callejón sin salida”.
Lo trágico sería necesario para afirmar la vida, a pesar del
dolor.
--En tanto el dolor es paradigma de la negatividad, el sujeto de
rendimiento contemporáneo pretende eliminarlo.
Ignora que el padecimiento te lleva a una dimensión metafísica
que permite dar sentido y ubicar tu posición en el cosmos y la sociedad.
Para Han, no hay felicidad sin dolor, ya que esta aparece
fragmentada: el dolor se sostiene en la felicidad, que es también algo
doliente:
“si se ataja el dolor, la felicidad se trivializa en confort
apático”.
Lo necesitamos para una felicidad profunda. La vida es un juego
de opuestos:
“sos feliz de alguna manera, porque una vez no lo fuiste.”
Sin conocer el sufrimiento no podés conocer a su Otro, que es la
felicidad.
Ciertas psicologías positivas --u optimistas-- trabajan sobre la
negación del sufrimiento.
En cambio, el psicoanálisis necesita que el paciente reconozca
su padecer para comenzar el tratamiento.
El otro camino para alcanzar la tranquilidad en la sociedad
paliativa son los psicofármacos: el sujeto no quiere sufrir y en lugar de
enfrentarse al sufrimiento, lo obtura con medicación.
--Freud descubrió la necesidad de abrir la herida.
--Si no tenés capacidad de enfrentar ese sufrimiento profundo,
solo están a tu alcance las psicologías rápidas que buscan reemplazar
pensamientos negativos por “positivos”. Pero apenas desplazan el problema,
vuelve.
Son técnicas funcionales al neoliberalismo: buscan la eficacia
del sujeto que debe volver a la producción.
Para eso inflacionan el narcisismo en lugar de escarbar y
replantearse: te ponen en mejores condiciones para rendir sacándote del apuro,
apelando al “vos podés” escribiendo metas cada mañana en el espejo del baño.
El gran descubrimiento de Han es que el capitalismo entendió que
es mucho más productivo el individuo auto-explotado, que el explotado clásico
en la fábrica de la sociedad disciplinaria.
Se pasa de la coacción del “tú debes”, a la libertad del “tú
puedes”.
--Toda coincidencia con la política argentina es mera
casualidad.
Dice Han que hoy predomina una política paliativa: comprar y
votar se parecen cada vez más.
En las democracias paliativas --al menos en el primer mundo que
parece analizar él-- no se enfrentan posturas políticas ni grandes disputas de
sentido.
Tenderíamos a elegir entre tecnócratas parecidos que solo
gestionan: no hay polis, en el sentido griego.
La política busca satisfacer el deseo del votante: no hay
verdaderos opuestos y el infierno de lo igual ingresa en la política, que
pretende evitar el conflicto que produce dolor.
El Big Brother con su cámara de tortura muta en Big Data amable
que bucea en los deseos del votante inmerso en su smartphone como confesionario
móvil, quien se expone a la vigilancia: en este nuevo panóptico se siente libre
y quiere que lo vean.
La minería de datos permite conformar un producto político que
se le ofrece al votante-cliente.
La pugna central consiste en ganar el centro político limado de
asperezas para conformar las necesidades del “comprador”.
--Las derechas entienden bien esto: en lugar de hacer eje en
cuidar la salud, se ofrecen como guardianes de su libertad.
--Es una degradación de la política a ver quién me deja ir a la
cervecería o a correr.
La búsqueda de soluciones profundas es dolorosa. Lo contrario
son meros tranquilizantes, una política analgésica.
Dice Han que no hay más revolución: hay depresión y
antidepresivos.
Todo lo que te sucede no sería un problema social sino personal,
un tema psíquico que tenés que resolver sólo.
La política paliativa implica “no puedo solucionarte nada de
fondo pero intento darte tranquilidad”.
--El concepto “infierno de lo igual” sugiere que vamos perdiendo
el espacio para la exploración fenomenológica --el darle sentido a las cosas--
y el lugar para una dialéctica, entendida como juego de opuestos que en el
enfrentamiento genera una síntesis superadora.
Iríamos hacia una homogeneización que expulsa lo distinto en
rechazo a su negatividad.
También el arte sería aplastado por lo paliativo.
--La lisura de la positividad se traslada al arte y lo termina
anestesiando, al someterlo a la presión del consumo: busca ser siempre
agradable, lindero con lo decorativo.
Es un arte indoloro, sin conflicto ni ruptura estética. Y el
diseño de los productos pasa a ser más importante que su valor de uso: los
bienes de consumo se presentan como obra de arte.
El filósofo subraya que los artistas se ven obligados a
registrarse como marca.
Pero el dolor y el comercio se excluyen, y la complacencia
conduce siempre a lo mismo.
Han rescata la definición de Adorno: “el arte consiste en causar
extrañeza respecto del mundo”.
El arte tiene que poder doler. La negatividad de lo distinto
entra por el espacio que abre el dolor.
--En su genealogía del dolor, Hanremite a Foucault. En tiempos
monárquicos existía un teatro de la crueldad que torturaba y exponía
ejecuciones: el dolor era un medio de poder.
Pero la sociedad disciplinaria industrial cambió su relación con
el dolor: lo aplicó de manera discreta y limitada a las prisiones, más acorde a
la necesidad productiva. Había que sujetar al trabajador a la máquina mediante
la obediencia, sin cadenas.
Pero en la sociedad de rendimiento, uno termina siendo su propio
panóptico y se infringe dolor.
La violencia no ha desaparecido: es neuronal y se interioriza e
invisibiliza, desde que se la hace coincidir con la idea de libertad y
auto-superación, motivando la productividad a través del consumo.
Pasamos de una bio-política del cuerpo a una psico-política de
la mente basada en el auto-control.
--En la era pos-industrial hay un cuerpo hedonista que se gusta
y rechaza el dolor: no le ve utilidad.
El sujeto de rendimiento carece de obligaciones y prohibiciones:
tiene motivaciones.
Los espacios disciplinarios como la escuela, el manicomio o la
fábrica son sustituidos por formas y rincones de bienestar.
Y desde la pandemia, la oficina tiende a ser reemplazada por la
casa.
El dolor es despolitizado y queda reducido a asunto médico. El
poder se vuelve elegante, desvinculado del dolor. No se impone: es permisivo y
seductor.
--Pero el dolor está siempre. Dice Han que las enfermedades
paradigmáticas del siglo XXI --antes de la pandemia-- eran la depresión, el
síndrome de burnout, el déficit de atención.
El dolor brota de adentro. Lo que duele es el persistente
sinsentido de la vida; si el dolor es reprimido, se acumula pero no desaparece.
--El dolor es auto-producido por la violencia de la positividad.
No solo viene de los otros sino del super-rendimiento y la
hiper-comunicacion: “son dolores de sobrecarga”.
El sujeto auto-explotado no se detiene hasta derrumbarse de
cansancio, como un siervo que arrebata el látigo al amo para flagelarse.
Esto explicaría la costumbre global de autolesionarse para subir
el video a Internet.
Son personas que se generan cortes profundos o se someten a
retos suicidas.
Estas serían las nuevas imágenes del dolor, intentos vanos de
librarse de la carga de un ego hiper-narcisista, el reverso sangriento de las
selfies; intentos desesperados de un Yo depresivo embotado en el infierno de lo
igual, que necesita sentir su cuerpo.
Sin dolor se aliviana la sensación de existir. Esas personas
buscan algo intenso que los reviva. Por eso el auge de deportes extremos: la
sociedad paliativa genera extremistas. Es una sociedad anestesiada que necesita
estimulantes cada vez más enérgicos para despertar la experiencia del yo.
--¿Hay un dispositivo de felicidad inherente al neoliberalismo?
--Hay un imperativo de ser feliz. Esa positividad de la
felicidad debe suplantar a la negatividad del dolor.
La felicidad “es un capital emocional que aumenta el
rendimiento”, muy eficaz en términos productivos: genera una presión más
devastadora que la antigua obediencia.
Pero ese sujeto queda corriendo en una rueda de hámster. El
sometido no es consiente del sometimiento y se explota voluntariamente: cree
que se está realizando.
La felicidad estaría en la absolutización del trabajo, o sea, de
la vita activa en desmedro de la contemplativa.
Es vivir para trabajar: la jornada se extiende sin límite por el
carácter coactivo de las tecnologías que convierten a todo momento y lugar, en
un tiempo y ámbito de trabajo. Esto se potenció con la pandemia.
La psicopolítica neoliberal convierte al trabajo en una fiesta y
ese discurso neo-corporativo se traslada a la política.
--Dice Han que el dispositivo neoliberal de felicidad invisibiliza
el dominio, llevándonos a la introspección anímica como reacción ante el dolor
por exceso de explotación.
No hay que mejorar las relaciones laborales sino el estado
anímico.
--Cuando el sujeto de rendimiento se deprime al fracasar --y no
ve un posible cambio en el afuera--, implota en lugar de rebelarse.
Se responsabiliza a sí mismo. Los nuevos líderes no son
revolucionarios, sino entrenadores motivacionales que atajan el descontento con
técnicas de autoayuda que intentan convertirlo en oportunidad.
También los calmantes proscritos masivamente taponan situaciones
sociales causantes de dolor.
Las redes sociales y los video-games adictivos operan como
paliativos que aíslan. El dispositivo de felicidad aísla y despolitiza,
atenuando la solidaridad.
Cada quien se preocupa de su felicidad como un asunto privado:
“el fermento de la revolución es el dolor sentido en común”.
En la sociedad del cansancio, ese agotamiento es apolítico, es
un cansancio del Yo emprendedor.
Este es el auge de la idea “todos somos empresarios”, cuando
somos meros monotributistas de un Estado.
--Para Han, el sujeto de rendimiento narcisista abocado al éxito
--expuesto al panóptico digital para aumentar su valor-- solo puede amarse a sí
mismo y sufre el dolor de la agonía de su Eros.
En tiempos de Tinder, así como el trabajo es positivado para
quitarle su rasgo de explotación, lo mismo sucede en el amor: se elimina el
riesgo de la herida.
--El dolor brota cuando un vínculo auténtico de pertenencia está
amenazado. No se puede vivir ni amar sin dolor. No existe posibilidad de una
relación profunda, si se rechaza de plano la posibilidad de sufrir. Por eso se
busca llevar al Eros a una zona paliativa y controlada.
El Otro es cosificado como objeto, al que solo se lo puede
consumir.
El Eros es el anhelo de lo distinto.
La pretensión de un mundo sin dolor y anestesiado conduce al
infierno de lo igual. El dolor es necesario para percibir la realidad, es esa
resistencia que duele, sin la cual no sentiríamos nada.
El mundo desmaterializado en la digitalidad reduce esa
resistencia eliminando la fricción, llevándonos a una era posfáctica y apática:
“El orden digital es anestésico y provoca el olvido del ser”.
--Lo único que nos puede sacar de allí es un gran shock, como en
la película Melancolía de Lars von Trier: una joven sufre el dolor de no poder
amar y sale de su depresión al enterarse que un meteorito está por destruir la
tierra.
--O un shock como el virus actual que nos regresó de lleno a una
realidad antes muy paliativa --que ocultaba la muerte--, la cual ahora se nos
apareció de lleno con millones de muertos.
Dice Han que hoy la realidad se nos hizo notar en la forma de
una fricción viral. Y toma la historia de Simbad, el marino que cree estar en
una isla, pero pisa el dorso de un gran pez. Esta sería la metáfora de la
ignorancia humana.
Nos creemos a salvo, pero de golpe somos arrastrados al abismo.
La pandemia subrayó esto: la violencia que ejercemos contra la naturaleza
contraataca con una fuerza mayor.
El virus conmociona al capitalismo pero no lo elimina. La
globalización había levantado todas las barreras para acelerar el flujo del
capital. El shock pandémico paralizó las economías y los gobiernos en pánico
cerraron las fronteras. Su efecto fue como el del terrorismo. El peligro sería
que, a la larga, se instaure a nivel global un régimen policial bio-político de
control a la manera china: este sería el fin del liberalismo, que habrá sido un
mero episodio histórico: “la psicopolítica digital hace fracasar la idea
liberal de libertad”.
--Han reivindica la vida contemplativa, el amor profundo y el
Eros por sobre el porno, los rituales ante la instrumentalidad, el contacto
físico y la política como espacio de conflicto.
No es ningún posmoderno sino un romántico, un hombre de la
modernidad algo fuera de época que no usa celular ni tiene redes sociales. Y un
hipercrítico del neoliberalismo con su coacción digital. Hasta parece un
continuador de la escuela crítica de Frankfurt. Y es un poco absolutista en sus
afirmaciones.
--Sí. Su postura pasa por la ruptura de la homogeneización del
mundo y la búsqueda de superar el narcicismo para encontrarse con los otros, de
manera colectiva en el ritual.
Reivindica la política y lo comunitario como polarización de
opuestos.
En Europa los partidos dejaron de ser clubes de amigos cuando
ingresaron al parlamento los socialistas y trajeron la diferencia. Hasta
entonces, habían sido todos aristócratas que vivían de otra cosa.
El político profesional surgió con los parlamentarios de clase
obrera diciendo algo distinto que incomodaba al status quo: introdujeron la
negatividad opuesta.
Creo que Han es un romántico, un romántico algo pesimista y
apocalíptico, que dice cosas interesantísimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario